Crónicas del fin del mundo II: Haitianos, de muy poco a nada

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Marcos Salgado.*

Los haitianos, se sabe, siempre tuvieron poco, muy poco. Casi nada. Al menos la inmensa mayoria de los más de 9 millones de habitantes de esta tierra caliente y negra. Negrísima, casi violeta. Es el color de los torsos que se echan el poco de agua que consiguen por ahí para refrescarse al menos unos minutos bajo el sol abrasador del mediodía en Puerto Príncipe.

Las mujeres se desnudan sin pudor y se bañan ahí nomás, en la vereda. ¿Qué pudor a la desnudez puede tener el que se sabe, más allá de tal o cual harapo, desnudo? Betsí tiene no más de 16 años, tal vez menos, pero en sus ojos hay amargura de adulto, del ya vivió y vió demasiado. Betsí es una de las dos hermanas que logró escapar de la trampa mortal en que se convirtió su casa de siempre en un barrio cercano a los parques que rodean al también derruído Palacio Presidencial

La abuela de Betsí no pudo salir a tiempo y de la madre no saben nada. Pero no lloran, no. Sólo se sientan a esperar. No tienen nada más que hacer. Al final de la tarde, muy cerca de Betsí y su hermana se instala un hombre altísimo con una batería de automóvil, un par de aparatos y cables que encontró por ahí y un enchufe con muchos tomas corrientes: su “servicio” es que los sin techo de la zona carguen la batería de los teléfonos celulares. Betsí conecta el suyo y llama a la madre. No contesta. Una semana después del terremoto, la madre de Betsí no contesta. La mujer-niña lo atribuye a que la telefonía celular que casi no funciona, y allí se queda con su mueca de amargura.

En estos parques cercanos al Palacio Presidencial viven miles. En casi todos los espacios abiertos de la ciudad hay enormes campamentos. Son, se calcula aquí, centenares de miles los que viven en estos amasijos de lonas, plásticos, cartones, piedras, maderas y lo que sirva y se encuentre por ahí. Todo sirve, incluídos los restos de metal que la remoción de escombros va dejando a la luz.

En Petionville, la zona alta y rica adonde los trabajos de rescate comenzaron primero, las palas mecánicas ya terminaron de derruír lo que quedaba en pié de un centro comercial sobre el cual funcionaban oficinas de la ONU, cuatro pisos que se derrumbaron como un castillo de naipes. A veces, cuando la pala rompe una losa, libera el olor de la muerte: levanta cadáveres que deposita a un costado.

Lo mismo ocurre cerca del puerto, en la zona de los mercados, donde casi concluye la remoción de escombros de un ministerio. La brisa de la noche cerca del mar, ese regalo sencillo y esperado tras el calor del día, esta vez lleva el olor inconfundible. La noche huele a muerte en Puerto Príncipe.

Una semana después del terremoto casi nadie pudo volver al trabajo. Los comercios que no se derrumbaron siguen cerrados. No hay escuelas, la mayoría están seriamente afectadas, otras colapsaron y otras jamás volverán a abrir sus puertas. El chofer que me lleva de aquí para allá por calles que recuerdan a Beirut, a la Franja de Gaza, a Bagdad, me cuenta que un día antes del terremoto había pagado por adelantado el semestre de su universidad. Cuando le pregunto cuándo piensa que podrá volver a estudiar, calla. Al rato me pide ayuda, un contacto, alguna relación, un trabajo, algo, que le permita irse de Haití. Es que, explica, no tiene casa, no tiene su universidad… no tiene nada.

“Aquí no hay nada”, me dice, y mira alrededor. Vemos una mujer haciendo pis en la vereda, un niño que mira sin ver, otro que saluda el paso del hombre blanco que lo mira y pide, con mucho respeto, un barbijo, y señala tres metros más allá, donde dos cadáveres siguen allí, bajo el mismo techo gigantesco que los aprisionó para siempre hace una semana.

Desde el sábado no tiembla, o las réplicas ya son casi imperceptibles. Los técnicos dicen que, por lo general, las réplicas van decreciendo y espaciándose luego del evento principal. Dicho así, “evento”, parece leve. Muchos hablan aquí de “el evento”, así, no nombran por su nombre el terremoto que los dejó en la nada, obligados a reconstruir desde cero todo, o marcharse. ¿Adónde?

En República Dominicana, René Preval, presidente de Haití, recordó que la tragedia aquí es anterior al terremoto. Es verdad. El “evento”, sólo la llevó al límite de lo imaginable.

*Periodista.
Desde Puerto Príncipe, especial para SurySur.

Ver vídeo: aquí.

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