Crónicas del Sur: Los vagones del chamuyo
Jesica Salvatierra*
El discurso y las estrategias de los vendedores ambulantes en la línea de tren que une al Conurbano Bonaerense con la Capital Federal y el consumo de los pasajeros.
Chamuyar, en lunfardo argentino, es el arte de conversar de manera informal y hasta familiarmente, con la intención de convencer a una persona de algo. Pues bien, numerosos vendedores ambulantes del tren de la línea TBA (Trenes de Buenos Aires) en el ramal que lleva de Moreno (partido del conurbano bonaerense) hacia Once (Capital Federal), han aprendido con mucha eficacia el arte de la palabra y del convencimiento.
Como cualquier publicidad televisiva que lleva el simple objetivo de persuadir sobre las bondades de tal o cual producto. Ésta se da a través de la divulgación de las mercancías al público consumidor, que tienden a provocar comportamientos o actitudes en los individuos que reciben el mensaje.
El viaje de unos 36 kilómetros, dura alrededor de una hora y pasa por 11 estaciones del conurbano bonaerense. El tren se convierte en una gran feria colmada por vendedores ambulante. Por este ramal circulan alrededor de 380 mil pasajeros por día, lo que lo transforma en un viable mercado de consumidores.
Los vendedores ambulantes del tren recorren los vagones unos tras otros, de principio a fin. El movimiento característico del medio de transporte con sus típicos vaivenes, le dan un toque de color. Mientras se escucha a los lejos -en el coche anterior- el discurso pronunciado por el vendedor que pronto acudirá al vagón continuo: esto funciona como una suerte de anticipación.
Simultáneamente, un hombre afina su voz para que resuene fuertemente, entre el murmullo constante de los pasajeros y el ruido metálico y seco del tren. Se dispone a ser escuchado, llena sus pulmones de aire y comienza a pronunciar su discurso, que es su arma principal y su herramienta de trabajo. Mientras que a lo lejos, se alcanza a percibir tenuemente a los vendedores que se encuentran en los coches posteriores y anteriores.
Cuando termina su puesta en escena ha pasado su oportunidad de que los pasajeros compren su mercadería, dejándole el turno a otro que le viene pisando los talones. Su retirada al siguiente vagón puede ser triunfante, dependiendo de lo que ha conseguido ganar.
En ese momento se habré paso a una nueva oportunidad que no deberá desaprovechar. Muchos, a medida que avanzan, van afinando sus discursos o chamuyos, agregándoles pequeños toques llamativos, en algunos casos, cómicos, en otros, buscando la complicidad de los pasajeros.
No hay duda, que en las sociedades modernas marcadas por un profundo hábito de consumo, hay un factor importante que influye en una compra. Si el vendedor ha logrado obtener el visto bueno de algunos pasajeros y ha conseguido vender unos pocos productos, es sabido que esto conlleva a un contagio colectivo de los demás consumidores. Consiguiendo así la atención de aquellos distraídos o escépticos a una posible adquisición.
Ya sea por alguna razón psicológica en lo más profundo del ser humano o por algún sentido de oportunidad generado en sus conciencias, los pasajeros son más propensos a comprar cuando comprueban que algún valiente o varios se han introducido en dicha tarea. Los vendedores ambulantes conocen esta importante premisa e intentan incitar al consumo ni bien consiguen vender algo.
Es así, que cuando lograron su objetivo con algún buen cliente, lo hacen conocer a viva voz “muchas gracias por su compra” y posteriormente agregan “alguna otra persona más por aquí”. A continuación, vuelven a recordar el beneficio de la “formidable” mercadería y su bajo costo alegando que “no encontrará estos precios en otros lugares”. Subrayando, además, que en los comercios habituales es vendido a más de un 50 por ciento del valor de lo que es ofertado en el tren.
No faltan aquellos que remarcan que han conseguido las mercancías en los “grandes remates de aduana traídos directamente de importación” y que por ello se debe su bajo precio. Estos son, además, accesibles para el “bolsillo de la dama y la billetera del caballero”.
También, utilizan una estrategia de venta conocida por todos los pequeños comerciantes y grandes empresas que genera en el público consumidor la sensación de no perderse la oportunidad, ya que sólo es posible aprovecharla hasta “agotar el Stock”.
Es de destacar, que en los casos en que la mercadería pertenece a algún tipo de alimento -como las golosinas o galletitas- los vendedores destacan su fecha de elaboración y la de su vencimiento. De ese modo, aportan una conciencia responsable a los consumidores y alertan del peligro que resulta el consumo de artículos vencidos.
La cantidad de mercancías que se ofertan en el tren es muy variada, incluye comidas, herramientas, libros y manuales, hasta exóticos elementos. Es así como se puede encontrar producto como, encendedores luminosos compuestos por destellos de colores en sus costados o lapiceras que incluyen una linterna en su parte superior: “indispensable y útil para los lectores o para alguna circunstancia adversa”.
En tanto, muchas veces los vendedores se encuentran en un mismo vagón, por lo que uno de ellos le sede el paso al otro, y se presta a esperar su turno. Entre las diversas estaciones se produce un recambio, unos bajan en busca de otro tren y otros suben.
Los vendedores ambulantes se valen de distintos artilugios para conseguir -al final del día laboral- un “sueldo” respetable que le permita llevar el pan a sus casas. No es un dato menor que en Argentina estos trabajadores pertenezcan a esa dolorosa cifra estadística que los incluye en un trabajo informal y en “negro”.
No obstante, los trabajadores desarrollan toda su capacidad táctica para ganar terreno en la vida social, donde el trabajo otorga dignidad y posibilita su subsistencia. Los vendedores ambulantes han sabido aprender muy bien su oficio, aunque muchos de ellos no tengan conocimiento alguno de marketing y publicidad o de alguna actividad referida al periodismo y la comunicación.
Pero la necesidad y el empeño por trabajar para ganarse un plato de comida, los ha transformado en grandes poseedores de estos saberes. Es poco probable que puedan llegar a ser grandes catedráticos entendidos en la materia, pero lo que es seguro es que conocen a la perfección su profesión y que llevan encarnado todos sus conocimientos.
Un caso que lograría ser representativo de este antiguo oficio de vendedor ambulante, podría remontarse por lo menos a 1810, donde las mulatas vendían en las calles sus pastelitos dulces recientemente elaborados o los más populares vendedores de velas. En este tiempo están los hombres y mujeres que ofrecen y promocionan en el tren magistralmente su artículo de venta.
Un prototipo de vendedor, con sus cualidades bien desarrolladas, es un señor de unos 40 años de edad, alto y delgado. Su rostro blanco está casi cubierto por una barba larga y amarillenta. Vestido con un pantalón de jean gastado, una camisa y una campera sencilla. Se dispone como todos los días a pronunciar la oratoria que tiene preparada para la venta de unas delicadísimas bombillas de mate, con su extravagante limpiador incluido.
Cabe aclarar que el mate, para quienes no han tenido oportunidad de conocerlo, es según la de la Academia Española una “infusión a base de hojas de hierba mate, que se obtiene echándolas en una cáscara de calabaza, junto con agua caliente, para luego sorberla”. El elemento mate, originariamente era una calabaza seca, vaciada y convenientemente abierta o cortada en su cuello, que se utiliza para una infusión.
La preparación se lleva a cabo a través de introducir en el mate la hierba o yerba (como habitualmente se la conoce en Argentina) dispuesto, además con una bombilla para realizar la infusión.
Estas hojas de yerba, provenientes originariamente de Paraguay, se preparan tostando aquellas e introduciéndolos en el recipiente, con agua caliente y con azúcar o sin ella, para absorber el líquido a través de una bombilla. En Brasil suele tomarse en taza como el té, y en toda América Meridional se considera a esta bebida con un valor estomacal, excitante y nutritivo.
La bombilla, conforma un elemento fundamental y, es en este caso la mercancía a vender. En su parte superior, al comienzo de la misma, tiene una abertura achatada. Y en su parte inferior, por donde se introduce el líquido que es absorbido, una terminación en figura de almendra llena de pequeños orificios, para que pase la infusión que deja pasar solo el líquido producido. Este elemento puede llegar a ser de caña o de algún tipo de metal.
El vendedor comienza a soltar sus primeras palabras tan fuerte como puede para que el bullicio y el ruido no las opaque. Y por supuesto, esta estrategia sirve para evitar pasar inadvertido.
Tan carismático resulta ser el hombre que el hecho de gritar no lo hace molesto. Además, todos los pasajeros deben escuchar por “obligación” todo aquello que tiene para ofrecer cada vendedor. Pasan unos tras otros, a veces sin descanso. El tren se convierte en una gran feria.
Su discurso comienza así: “Uno de cada 10 mil Argentinos, no toma mate. El resto comienza a tomar desde la mañana, continúa durante la tarde y no termina sino hasta noche cuando se va a dormir. Usted señora, señor vio que su bombilla se tapa o se encuentra oxidada por dentro. Esas bombillas son de mala calidad y el oxido puede afectar su salud”.
”Este es un ritual que hacemos los argentinos todos los días y que nos une en un grupo, con los compañeros de trabajo, amigos o nuestros seres queridos. Entonces ¿Por que no tomar mate con una bombilla argentina? que es inoxidable y que no se tapa”, son las palabras que suenan al ritmo de las vías metálicas del tren.
“Es práctica porque se le puede sacar su parte inferior (la almendra con orificios) para su limpieza y, que además, es higiénica porque viene acompañada de un limpiador (un fino alambre que el la punta lleva un pequeño y alargado peinecillo o sepillo que se introduce dentro del tubo de la bombilla)”. En ese momento, el vendedor demuestra a los pasajeros como se realiza todo el procedimiento.
Mientras va recorriendo de punta en punta el vagón para que todos puedan ver y escuchar lo que ofrece, de manera hábil y sencilla continua con su discurso: “lo que les vengo a ofrecer es esta excelente bombilla con su limpiador de regalo, ¡sí! escuchó bien -rimbombante en su modo de pronunciar-, ¡esto no es una oferta, es un regalo! Y el que no lo entendió es porque esta mirando otro canal”.
Con su elocuencia y simpatía ha llegado el momento de manifestar el valor del producto y el beneficio económico que representa para aquella persona que decida comprarlo. “Su valor es de 2 pesos, en los comercios habituales lo conseguiría a 4 pesos y sin el práctico destapador”. Su naturalidad y frescura para hablar con una sonrisa permanente, ha logrado convencer a unos cuantos pasajeros que han comprado su producto y que ha provocado un contagio consumista entre los pasajeros.
Por lo cual, la eficacia de su discurso logró su cometido. Este hombre, como tantos otros vendedores ambulantes son verdaderos artífices del marketing publicitario callejero, conseguido a través de la experiencia personal y social que se inserta en una sociedad moderna de consumo.
El mensaje producido por ellos, no es muy diferente a los que utilizan las grandes empresas que invierten en costosas publicidades incitando al consumo masivo y descontrolado de las mercancías. Sin embargo, la astucia aplicada de estos verdaderos comerciantes es mucho más humilde pero no menos efectiva. Los sustentos en los cuales se rige la venta no van más allá de las estrategias convencionales de la oferta de productos, para un mercado creciente del consumo de mercancías. Los vendedores ambulantes son sus propios publicistas y sus únicas góndolas de exhibición. Su cuerpo y su discurso son su principal fuente de trabajo y el tren su mejor medio para conseguir una buena venta.
*Publicado en APM