Cuando la justicia no se hace la ciega

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El desafuero de Pinochet dictaminado por la Corte de Apelaciones sobre el caso «Operación Cóndor» es un motivo para ser optimista acerca de la reconstitución del sistema judicial en Chile. Hay que decir de partida que en nuestro país «ser optimista» podría ser sinónimo, en este tema, de «pecar de optimista». No importa, los pequeños triunfos hay que celebrarlos, porque existe la posibilidad de que por una vez no sean efímeros.

Para nadie en el mundo es un misterio que el poder judicial chileno fue obsecuente y tímido frente a las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura. Cuando los jueces rechazaban recurso tras recurso de amparo, dando como excusa su incapacidad de cuestionar los datos de los organismos de seguridad, uno tenía derecho a interpretar con ironía la imagen de la Justicia con una venda sobre los ojos.

No hubo peor ciego que ella en esos años; los jueces no se atrevían siquiera a dar bastonazos, por temor de encontrarse con verdades incómodas. Muchos de ellos sabían que, también con la vista vendada, miles de prisioneros padecían torturas y muerte en los mismos momentos en que ellos timbraban solemnemente en papel sellado las declaraciones patentemente falsas de los torturadores y asesinos.

Si escribirlo da vergüenza, haber sido parte de eso debe causarles mucha inquietud interior -imagino que por eso debe ser difícil para los jueces de hoy asumir ese legado, que se plasmó con crueldad en las palabras de un presidente de la Corte Suprema: «los desaparecidos me tienen curco»-.

Después de la dictadura, dando muestras de un espíritu corporativo bastante bochornoso para un país que se sueña estrella del milenio, el poder judicial no ha querido repudiar abiertamente su comportamiento servil -por no decir cobarde- en la peor época de la historia republicana. Se han ido en explicaciones burdas que no resisten el menor escrutinio, como ésa que dice que los jueces no tenían facultades para investigar o cuestionar lo dicho por las autoridades policiales. Con un poquito de ese sentido del honor que tanto parecen valorar hoy habría bastado, por lo menos, para hacer un tibio intento.

Luego del retorno de la democracia, los jueces no han querido reconocer lo que para muchos ciudadanos sigue siendo evidente: que la justicia en Chile no es igual para todos. Todo lo contrario, cuando han podido han censurado las críticas, querellándose y persiguiendo a quienes se atreven a investigarlos u opinar en contra de ellos. Todavía persiste, pese a los esfuerzos del ejecutivo, la posibilidad de ser acusado de desacato simplemente por declarar, como lo hizo Eduardo Yáñez hace un tiempo, que la justicia chilena es inmoral, cobarde y corrupta, aunque eso interprete el sentimiento de muchos ciudadanos.

¿Qué dirán, por ejemplo, los afectados en los fallos escritos por gente sin calificaciones para hacerlo, o en los veredictos torcidos a última hora por presiones externas, o a los damnificados por expedientes extraviados? ¿Qué dirán los ciudadanos mapuches, objeto de persecuciones y hostigamientos a nombre de quienes les han arrebatado tierras y derechos?

Por eso es una grata sorpresa lo que ha hecho la Corte de Apelaciones: escuchar argumentos que, de tan evidentes, son vox populi. Pinochet está libre gracias a maniobras y manipulaciones que tienen como ancla una ficción: su demencia, su incapacidad de recordar y de comprender el sentido de sus actos. La simulación de Pinochet, al ser legitimada por los tribunales, le ha hecho un daño inmenso a un país que está tratando de reconstituirse y de cimentar la confianza ciudadana.

Al quitarse la venda de los ojos, los jueces que han votado por el desafuero del simulador han dado un paso importante para construir un país hecho de verdades compartidas y no de ficciones mezquinas.

Hay una escena memorable en el documental de Patricio Guzmán El caso Pinochet. Sin sonido, se ve a Pinochet en uno de sus viajes anteriores a Londres, comprando alguna chuchería en un negocio. De pronto, el ex dictador se vuelve a responderle a quien lo entrevista en la calle y enuncia: «olvidar, olvidar». Se leen claramente sus labios y su actitud desafiante.

Ya desde antes de su arresto, Pinochet sabía por dónde pasaba su salvación; y viendo que había gente empeñada en recordar, él optó por hacerse el olvidadizo, el gran desmemoriado.

Con el fallo histórico y preclaro de la Corte de Apelaciones sobre la Operación Cóndor, y por lo menos hasta que se pronuncie la Corte Suprema, el poder judicial de Chile ha mostrado que no quiere seguir haciéndose parte de la farsa en la que Pinochet hace el desesperado papel de loco. No es mucho, pero es un avance que ojalá los jueces de la Suprema tengan la valentía y la visión histórica de consolidar. Por ese camino el poder judicial llegará a ser, como decía Neruda sobre Lautaro, digno de su pueblo.

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* Escritor. Profesor Asociado, Jefe de Departamento, Coordinador Estudios Latinoamericanos e Ibéricos en Haverford, EEUU.

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