Cuba, 51 años de revolución: La ignorancia imperial

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Ricardo Alarcón de Quesada*
Cualquier intento de considerar a la Revolución Cubana y de analizarla con objetividad plantea retos que desafían la integridad intelectual y, muchas veces, la honestidad y la sinceridad personal.
En un brillante trabajo por el cual nunca podremos agradecerle lo suficiente, Louis A. Pérez Jr. escribió: “Cuba ocupaba muchos niveles dentro de la imaginación norteamericana, frecuentemente todos a la vez; casi todos ellos funcionaban al servicio de los intereses de Estados Unidos.

Cuba -y los cubanos- eran un medio para alcanzar un fin, estaban dedicados a ser un medio para satisfacer las necesidades norteamericanas y cumplir los intereses norteamericanos. Los norteamericanos llegaban a conocer a Cuba principalmente por medio de representaciones que eran por completo de su propia creación, lo cual sugiere que la Cuba que los norteamericanos escogieron para relacionarse era, de hecho, un producto de su propia imaginación y una proyección de sus necesidades. Los norteamericanos rara vez se relacionaban con la realidad cubana en sus propios términos o como una condición que poseía una lógica interna, o con los cubanos como un pueblo con una historia interior o como una nación que poseía su propio destino. Siempre ha sido así entre Estados Unidos y Cuba”.1

Esa persistente resistencia a asumir a Cuba como era e ignorar su historia y realidad ha acompañado a ambas naciones durante toda su vida. Ese es un inmenso obstáculo para muchos norteamericanos cuando tratan de comprender qué pasó en la isla hace cincuenta años.

Aclarando las cosas

Hace cincuenta años, pocas personas podían haber previsto que Cuba atraería la atención internacional que ha alcanzado. En esos días, cuando estábamos angustiados por la partida de la mitad de nuestros seis mil médicos, nadie en la isla se atrevía a concebir el establecimiento de un sistema universal y gratuito de atención de salud, mucho menos imaginar que miles de miembros de nuestro personal médico servirían en docenas de países y salvarían millones de vidas en todo el mundo.

En esos lejanos días estábamos preparándonos para iniciar la campaña nacional de alfabetización con vistas a salvar de la ignorancia a la cuarta parte de nuestra población. Ese fue el primer y decisivo paso hacia una profunda revolución educacional y cultural. Una parte importante de la misma fue la creación de la casa editorial estatal, Imprenta Nacional, que nació con una edición masiva de la más famosa novela de Cervantes. Incluso en esos días quijotescos no previmos que miles de maestros cubanos, con un método cubano, contribuirían a salvar del analfabetismo a millones de personas en tierras lejanas.

Los cubanos no sólo han contribuido al desarrollo social de otros pueblos. Ellos también han derramado su sangre. Sin el ejemplo único de solidaridad internacio-nalista de Cuba no existiera ahora una Namibia independiente, Angola no hubiera podido alcanzar su soberanía y la paz, y Sudáfrica no fuera una nación democrática. Contribuimos a su lucha de forma incondicional y sin quitarles nada a cambio.

Con la disolución de la Unión Soviética, Cuba sufrió el golpe más severo a su economía, perdió sus mercados y socios comerciales y lo que le quedaba en términos de asistencia y cooperación internacional. Más de un tercio de su PIB desapareció de la noche a la mañana. En ese momento crucial estábamos absolutamente solos, sin ningún aliado en la región ni más allá. Y fue entonces cuando Estados Unidos decidió intensificar su guerra económica con la Ley Torricelli en 1992 y la ley Helms-Burton en 1996, ambas, por cierto, todavía vigentes.

Estamos viviendo en una época en que se requiere de una reflexión profunda. Una época para escuchar, para tender la mano y aprender. Una época para descubrir la realidad y deshacer mitos y prejuicios. Un rayo de esperanza en esa dirección pareció manifestarse en la llamada V Cumbre de las Américas, celebrada en Puerto España, Trinidad Tobago.

Escuchar y dialogar
Reunirse con otras personas y escuchar y comunicarse con ellas como iguales es una muy antigua experiencia humana, familiar para todos desde la más temprana infancia. Nadie debe esperar recibir un reconocimiento especial por hacer solo eso. Nadie excepto si pertenece a una categoría superior, a una raza particular que está por encima de todas las demás. Durante mucho tiempo esa fue la experiencia latinoamericana y caribeña. Nunca nos reuníamos con otros como iguales, salvo cuando lo hacíamos entre nosotros mismos, exclusivamente, sin ningún extraño.

En la Conferencia, con Cuba orgullosamente ausente, todos nuestros hermanos y hermanas de la región se encontraron con el presidente de Estados Unidos. El presidente Obama trató de sacar el mejor provecho a ciertas decisiones con respecto a Cuba, que él había anunciado antes.

Esencialmente eliminó las crueles restricciones que George W. Bush había impuesto a los viajes de los cubano-americanos y a las remesas que en-via-ban a la isla, dándole marcha atrás al reloj en este tema hasta la situación existente en mayo de 2004, una época que, de acuerdo con sus propios cálculos, fue hace mil años. Es algo irónico que la misma persona que insistió en olvidar la historia y en solamente mirar adelante, hacia un futuro de promesas difusas y vagas, trate de darle tanta importancia a algo que lo único que significa es un regreso parcial al pasado: ¿por qué Washington no responde a la solicitud formal de extradición a Venezuela de Luis Posada Carriles? La misma fue recibida hace más de cuatro años y no ha tenido respuesta.

Si lo que ellos han producido es la insuperable cumbre de la evolución social, el non plus ultra del desarrollo político, los sujetos de esa sociedad deberían considerarse a sí mismos muy felices y sin ningún deseo de cambiar su paraíso. Si la sustancia de tan idílica organización es votar para elegir a sus representantes, emitir el voto debe ser la actividad más importante de sus vidas, atra-yendo la participación entusiasta y masiva de todos. La vida real parece indicar otra cosa. Prueba que lo que realmente motiva a los que abogan por la “democracia representativa” no es la creencia en un dogma, sino su uso como instrumento defensivo para proteger sus intereses de las masas.

El otorgamiento de poderes al ciudadano es el corazón de la democracia. La globalización es exactamente lo contrario. Con su avance los países han sido privados de su soberanía y los individuos de su ciudadanía. La crisis económica global por la que estamos atravesando ahora es la mejor demostración. A nivel internacional un grupo muy limitado de países, entre ellos los responsables de la crisis, están tomando decisiones que afectan a todos los otros sin ni siquiera consultarlos.

Recuerdo los años 90, cuando los cubanos comenzaron a enfrentar el “período especial”, años económicos muy difíciles, justamente comparados por algunos observadores independientes y objetivos como peores, para nosotros, que la Gran Depresión de los años 30. En esos días nosotros solamente tomamos una decisión: consultar a cada ciudadano.

Fuimos a las fábricas, a las granjas y a los barrios y discutimos ampliamente nuestros problemas con todo el mundo. Y de esa forma, discutiendo y votando, se llegó a un consenso nacional. Decisiones específicas, muchas veces dramáticas, que afectaban a muchos individuos, fueron tomadas directamente por aquellos que estaban involucrados. Los expertos reconocieron que nuestro método fue crucial en ayudarnos a superar la crisis y que gracias a él, incluso en esos días terri-bles, nuestra situación era mejor que la que imperaba en América Latina.3

Los regímenes latinoamericanos que fueron tan obedientes al dogma que prevalecía en ese momento han desaparecido, barridos por los pueblos. En un creciente número de países en todo el continente los pueblos están “rediseñando la realidad” y abriendo para sí mismos una nueva época, trascendiendo la historia que les fue impuesta, creando una nueva. Este es el resultado de los esfuerzos y sacrificios de generaciones. Fue un camino largo y difícil. Pero tengo que decir que llegamos a este punto también porque mi pueblo fue capaz de abrir el camino hace 50 años.

1. Cuban in the American Imagination-Metaphor and the Imperial Ethos, The University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2008, p. 22-23.
2. Teoría general del Estado, Editorial Labor S.A., Barcelona, 1925; Esencia y valor de la democracia, Editora Nacional, México, DF, 1974.
3. La economía cubana. Reformas estructurales y desempeño en los noventa, Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas y Fondo de Cultura Económica, 1997.

*Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba.

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