Cuba, la Iglesia católica y la inconsistencia del exilio en Miami: dos reflexiones
Progreso Semanal.*
La reciente reunión del presidente cubano Raúl Castro Ruz con la alta jerarquía católica de Cuba, más allá de sus resultados —o precisamente por eso mismo—, pone de nuevo al descubierto la inconsistencia de la derecha cubano – estadounidense de Miami. Durante años, en su afán anti-revolucionario, sus voceros han agitado el fantasma del enfrentamiento entre gobierno e Iglesia, entre creyentes y no creyentes, como si se tratara de una nueva “cruzada contra los infieles”.
En esa situación, han demandado de la iglesia católica cubana un protagonismo político en busca de una llamada transición, en realidad el derrocamiento del gobierno revolucionario.
Pero he aquí que la jerarquía católica se expresa a favor de un diálogo respetuoso con el gobierno cubano y condena el bloqueo que EE.UU. ejerce ilegalmente sobre Cuba y entonces se desatan en Miami las denuncias.
Primero hubo acusaciones de “cobardía” hacia el Cardenal Jaime Ortega y ahora se trata, de manera indirecta, de descalificar la legitimidad de la jerarquía católica, una forma de desestimar el diálogo.
Los artículos que publicamos hoy acerca del tema, son prueba de ello. Sus autores son Emilio Ichikawa, académico y profesor cubano-estadounidense residente en Miami, y Guillermo Rodríguez Rivera, poeta, ensayista y profesor universitario cubano, residente en La Habana.
La filosofía política del Arzobispado de La Habana
Emilio Ichikawa.*
Hablar de religiosidad en Cuba es algo más que hablar de sus instituciones. Hacerlo sobre la Iglesia cubana es más que hablar de la Iglesia Católica. Y hablar de esta rebasa con mucho referirse al Arzobispado de La Habana. La heterogeneidad del catolicismo cubano es tal que se ha hablado de cisma e, incluso, “guerras” locales; como sucedió visiblemente en Pinar del Río y un poco más discretamente en Santiago de Cuba y Camagüey.
La filosofía o teología política de la elite católica habanera (Érase una vez en La Habana, y no en Cuba, se titula la novela de Monseñor C.M. de Céspedes) es el “despotismo ilustrado”, que era la preferencia administrativa del Iluminismo. Carlos III, Federico el Grande de Prusia, Catalina la Grande en Rusia, son arquetipos históricos de su estrategia; y también el filtro con que revisan la historia de Cuba: desde la Capitanía General, pasando por los presidentes de la República, hasta llegar a los funcionarios que ha dado el castrismo.
Me viene a la mente de nuevo que no fue Raúl Valdés Vivó y la Escuela del Partido, sino Rafael Rojas quien le aclaró a Cintio Vitier y al resto de la intelectualidad católica reunida en la Casa de Las Américas por el Cincuentenario de Orígenes, que el ideal político de la Ilustración no era la “democracia” sino el tirano receptivo.
Pero que esta es la convicción política de la jefatura católica habanera no es solo una correcta inferencia intelectual; es algo que fue expuesto claramente por el actual Cardenal Jaime Ortega y Monseñor Carlos Manuel de Céspedes en el Simposio “La Exhortación Apostólica Ecclesia in America. Implicaciones antropológicas, económicas y sociales para Cuba”, celebrado entre los días 1 y 3 de Diciembre de 1999, en el Centro de Eventos ORTOP del Hospital Ortopédico Frank País, en La Lisa, Ciudad de La Habana.
No digo que sea errado aspirar para la isla a un mandón con oreja; solo que es la opción manifiesta del grupo católico señalado. Es más: considero muy legítimo dudar de que un pueblo azotado por más de medio siglo de totalitarismo sepa funcionar adecuadamente en democracia; como siempre he considerado razonable la duda norteamericana en 1898 acerca de la capacidad para funcionar con gobierno propio que podía tener un país salido de una guerra y décadas de colonialismo.
Hace poco un grupo de personalidades se refería en la Universidad de Miami a la importancia mediadora del catolicismo cubano; en especial al rol mediador de Monseñor Pérez Serantes (del cual Juanita Castro aseguró que portaba la orden de Fulgencio Batista para que no asesinaran a los moncadistas apresados); lo han reiterado también, aunque con más visión crítica, otros estudiosos.
Que la elite católica habanera piense que se entenderá mejor con Raúl Castro o Ricardo Alarcón (ex-joven católico) que con un gobierno electo democráticamente por “el vulgo” opositor, negro y multicolor, no me parece una traición sino una resultante lógica. Los hegelianos dirían una necesidad, los locos que un sueño de la razón… Pero nada de esto importa: lo que vale es lo que al final “perciban” los gringos.
(Tomado del blog del autor, 26 de mayo de 2010).
Ichikawa y la iglesia
Guillermo Rodríguez Rivera.*
Yo conocí a Emilio por mi hija Milena y alguna vez hemos tenido una discrepancia en torno a la proyección que iba tomando la revista Encuentro, desde los últimos años en que la dirigió Jesús Díaz.
Según he sabido —porque, realmente no seguí su trabajo intelectual mientras vivió en Cuba— Ichikawa enseñó filosofía en la Universidad de la Habana. A pesar de que siempre he sido y soy —incluso preveo que seré— un hombre con muy diversos intereses que pueden ir desde el changüí guantanamero al simbolismo francés, la filosofía no ha sido uno de mis campos de elección.
Digo, no centralmente, porque Ichikawa toca en ese artículo, que acaso tenga objetivos más inmediatos de los que cabría suponerle, algunos asuntos que sí son de mi interés. Por lo menos, del interés de alguien que escribió un largo ensayo sobre la figura de Voltaire.
Yo no estuve en todas las reuniones con las que la Casa de las Américas conmemoró el cincuentenario de Orígenes. No dudo de la referencia que hace Ichikawa al hecho de que fue Rafael Rojas —hombre informado, si los hay— quien le recordó a la audiencia allí reunida “que el ideal político de la Ilustración no era la ‘democracia’ sino el tirano receptivo”.
Si yo hubiera estado allí, le habría recordado a Rafael., como se lo recuerdo ahora a Ichikawa, que la Ilustración tiene un desarrollo, una evolución, y si bien comienza con el proyecto del “despotismo ilustrado” que representa un Voltaire yéndose a Prusia al amparo de Federico el Grande, culmina en un texto como El contrato social, de Jean Jacques Rousseau, que es el fundamento de la democracia representativa.
El artículo de Ichikawa está colmado de verdades a medias, que por ello ya casi no son verdades.
La Iglesia Católica en su ya más de 2 mil años de existencia, a pesar de apoyar su doctrina religiosa en dogmas inconmovibles, también ha experimentado, en su secularidad, cambios muy importantes.
En Por el camino de la mar o Nosotros los cubanos, me referí al hecho de que la Iglesia Católica, representante de la más antigua variante del cristianismo, ha sido una institución históricamente vinculada, en nuestro país, a las clases poseedoras, fueran las de la colonia española o las del capitalismo cubano del siglo XX. La Iglesia cubana reafirmó en los años que siguieron al triunfo de la Revolución, su alianza con las altas clases poseedoras cubanas, entonces devenidas en contrarrevolucionarias.
El cubano popular católico, mucho más que ser un militante de la Iglesia, practica una muy libre “religiosidad” no necesariamente vinculada a la institución rectora.
Pero la capacidad de transformación que ha tenido la Iglesia Católica en sus veinte siglos de existencia, le permite una movilidad que también le posibilita actuar como una creo que viable mediadora en ciertos conflictos. Creo que el asunto de la marcha de las Damas de Blanco, ya resuelto, y el más complejo de los presos cubanos, en discusión según se dice, son ejemplos de este papel mediador que la iglesia puede asumir.
Ichikawa la viste de funciones maquiavélicas, como es la de Monseñor Enrique Pérez Serantes trasladando al ejército las órdenes de Batista sobre los asaltantes al cuartel Moncada. Extraña mensajería la que le atribuye Ichikawa —apoyándose en alguien tan desvinculada de la zona revolucionaria de su familia como Juanita Castro— al arzobispo santiaguero de los años cincuenta.
Las órdenes de Batista sobre el Moncada no las llevó la Iglesia, sino que el tirano las trasmitió directamente al coronel Alberto del Río Chaviano, el jefe del regimiento radicado en el cuartel asaltado: 10 x 1. Diez moncadistas muertos por cada soldado caído en combate. A Fidel no lo salva la intervención del arzobispo Pérez Serantes, sino la fortuna de haber sido capturado por un soldado honrado como el teniente Sarría, que no lo entrega al asesino coronel Pérez Chaumont que se lo reclama.
Sarría lo presenta en el vivac de Santiago de Cuba donde lo fotografía la prensa, y ya Fidel no puede ser asesinado.
Si Ichikawa quiere mi opinión, yo creo que el gobierno cubano debía poner en libertad a un alto número de los presos por razones políticas que hay en el país: todos aquellos que no hayan cometido actos violentos o se hayan preparado para cometerlos. ¿Que de hecho cometen un delito al dejarse subvencionar por una potencia extranjera que es enemiga de su patria? Creo que de ello le cabe duda únicamente a los que los apoyan incondicionalmente. Un ciudadano con esa conducta, puede ser muy fuertemente sancionado en cualquier país, y en especial en los Estados Unidos.
Habría que estudiar caso por caso, pero mi inclinación es dejar en libertad a todos aquellos que puedan se liberados.
¿Mi motivación? Razones de humanidad pero, sobre todo, dejar sin argumentos —los poquísimos que tienen— a los que intentan siempre condenar a Cuba, al pequeño país sitiado y no a la gran potencia que ejerce sanciones contra él desde hace 50 años. Y, además, para comprobar hasta cuándo y con cuales argumentos, mantendrán en prisión a nuestros cinco hermanos antiterroristas.
Ya en el artículo de Emilio Ichikawa está emergiendo una voluntad descalificadora con respecto a la Iglesia Católica cubana.
Ichikawa llega al extremo de enunciar la existencia de un “cisma” en la iglesia católica de Cuba, mediante el cual las mediaciones de la institución no serían de ella en su totalidad, sino apenas de su “élite habanera”.
Creo que estas posibles soluciones que buscan la Iglesia Católica y el gobierno cubano, no hacen ninguna gracia a nuestra contrarrevolución. Ya las “Damas de Blanco” pueden marchar libremente por la calles habaneras; si los presos son puestos en libertad, ¿a dónde iremos a parar? Porque creo que a Ichikawa se le desborda la voluntad no de que los presos sean liberados, sino de que el gobierno cubano ofrezca más motivos para combatirlo.
Emilio, disciplinado residente de Miami, se ha acostumbrado ya a aceptar los razonamientos gringos: le parece razonable la duda que los norteamericanos albergaron en 1898 sobre la capacidad cubana para gobernarse, pero claro que no dudaron de la capacidad de las trece colonias, surgidas también a la independencia tras “décadas de colonialismo” y una guerra. ¿Sería porque sus habitantes eran blancos de origen europeo?
Por ello, creo que Ichikawa se moderará, porque sabe perfectamente que, al final, lo que importa es “lo que perciban los gringos”.Obviamente se está produciendo un diálogo entre la Iglesia Católica cubana y el gobierno del país que comenzó a partir de las manifestaciones de las “Damas de blanco” y que ha logrado que se permita la marcha de estas mujeres, familiares de presos cubanos, que demandan no sé si la excarcelación de estos reclusos o la mejoría de sus condiciones de vida en prisión.
(Tomado de la página-web de la UNEAC, 1º de junio de 2010).
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