Cuento redondo. – EL RELATO DE UN LIBRO
Comentando con las amistades y conocidos sobre la presentación del libro Descanso de la geometría en la neblina, recibí varias ideas: entre ellas, del por qué de mi libro, de lo que siento, de lo que significa. También que la presentación tendría que ser en forma espontánea, otros, que no era necesaria.
Creo que tomaré algunas y otras surgirán solas.
Estando en Kislovodsk, Transcaucasia, en la Brigada Internacional Víctor Jara, cosechando manzanas –en época de vacaciones escolares– nos reuníamos algunas noches en torno a una fogata, ya sea para descansar, cantar o intercambiar experiencias. En una de estas ocasiones (a finales de los años setentas) hablaron los compatriotas que partieron al exilio con traumas como la detención, prisión, desaparición, muerte de familiares, entonces, por mi cabeza cruzó la idea de que no había sucedido nada tan grave en mi vida, como para sentir en carne propia el dolor que lacera.
¡Ingenua de mí!
Eligiendo una carrera técnica para «el futuro patrio» disfrutaba más leyendo a los Tolstoi, Dostoievski, Pushkin, Lermontov, Chejov.
Esto no quiere decir que no estudié. El título profesional, que está guardado en algún lugar de mi vivienda, es bastante pomposo: «Asistente de ingeniero en radio comunicaciones y televisión» del Politécnico de Comunicaciones de la ciudad de Kiev, Ucrania.
He viajado, conocido, aprendido.
Al retornar a Chile, por los años noventas, para reencontrar mis raíces, hablando con un sabio historiador autodidacta, Carlos Eduardo Elgueta, en Mulchén, le comenté de mi interés por investigar en el pasado, a lo cual, después de un largo silencio, me obsequió la siguiente respuesta: Es bueno buscar, conocer, retomar los orígenes, pero, no insistir demasiado.
¿Qué tiene que ver esto con el libro? ¿Algún drama?
Para nada, es la conclusión del inicio, que pensé abortado.
Llegar a mi país fue descubrir lo extraña que era –y soy– frente a lo que «es», «existe», «lo que me corresponde» y lo que «no seré».
En el deambular encontré un oasis: la escritura. También el impulso recibido por Ariel Fernández, y la paciencia y comprensión de mis compañeras de taller, Taller Tamarugal.
En forma pausada, lenta, los antepasados se acercaron a mi, toda ruptura fue uniéndose en la historia descontinuada para dar paso a la recepción de la herencia ajena, herencia propia, ausente y presente, herencia de mi padre Yerko Moretic, herencia de mi madre Virginia Vidal**.
Ha sido otra oportunidad… Así es, la vida me entregó otra oportunidad, la de continuar décadas después, con el comienzo natural que correspondía.
Don Armando –Armando Uribe Arce–, además de tener la gentileza de leer y prologar mi trabajo, me regaló palabras sabias, entre ellas a la cuestión de que este libro impreso era el fin de algo y el inicio de otra cosa, espetó: El fin de algo sí, pero el inicio de otra cosa… eso, no se sabe.
No quiero dejar pasar la oportunidad para contarles que en esta búsqueda, entre otras cosas la de trabajo, conocí al actual presidente de esta Sociedad –entonces secretario general–, y prestando mis servicios para él como su asistente he podido descubrir el porqué de mi negativa a todo lo que tenga que ver con «la historia de los escritores», simple, porque la ignorancia era superior, lo digo en tiempo pasado, pues, investigando en la Biblioteca Nacional, para entre otros proyectos, iniciar la página web de la Sech, contactándome a través del mundo virtual, participando en algunas actividades, conversando con algunos escritores, entendí que la ruptura producida en los años setentas, pasa también por el desconocimiento de los que nos dejaron, de los que se fueron; ignorados por la época convulsa, partieron en silencio, pero quedaron sus hijos, sus nietos y sus trabajos.
Las décadas anteriores fueron un cúmulo de producción, trabajo, creación. Nuestros escritores eran estudiosos, conocedores, intelectuales, distinguidos por las diversas actividades que realizaban: diplomáticos, artistas, hacedores de historia. Gremio sólido, amplio, internacionalista, respetuoso de su condición creadora. Esto no quiere decir que más de una historia farandulera no haya existido, la vida sin pimienta sería espantosamente aburrida.
Acotación necesaria, y para nada «guata de callo». Digo acotación necesaria cuando preciso mencionar algunos nombres que en mi infancia y adolescencia conformaban el mundo de las amistades de mis padres, por ende, parte de mi herencia: Alejandro Lipschutz, Rolando Carrasco, Armando Cassigoli, Juvencio Valle, Francisco Coloane, Volodia Teitelboim, José Miguel Varas, Poli Délano… ¿Qué pasa con las mujeres? Seguro que eran las que permitían y concretaban las tertulias. Tarea pendiente.
Todos ellos conformadores de lo que hoy los jóvenes emergentes (palabra muy acorde a la modernidad, promete mucho y en la lucha por abrirse camino en pos de decir algo se diluye por las trabas y adornos estadísticos de cifras «esperanzadoras».
ja, me acordé de los planes quinquenales y toda esa vaina y también de lo inextricable de algunos concursos.
Mejor, termino de decir que hoy los jóvenes emergentes y los no tanto, precisan apoyarse, no en la tarima de los «famosos», no en egoísmos ocasionales, circunstanciales, oportunos, pues todos los anteriormente mencionados y los que olvido, sembraron y esperaron, y no creo que hayan cosechado con el puro deseo de ser–. Bien, estas personas eran parte de mi mundo y descubrí que ellos también heredan, pero no con varitas mágicas, sino con nuestro deseo de: buscarlos, leerlos, conocerlos.
Generosidad mutua.
Mi mundo actual está compuesto por la valoración de cosas simples –de lo complejo a lo simple–; de amistades y conocidos que no albergan grandes cantidades de libros en sus estanterías; de quienes se preocupan de dar una mano solidaria por el simple deseo de darla; de aquellos que buscan crecer según sus propias creencias, diversas ellas; de los que se trasladan en el mundo cotidiano del anonimato y, pensándolo bien, de los que permiten que otros realicen sus actividades. Es decir, y con qué gusto lo digo, tengo amistades que construyen día a día pequeños puentes, para sí mismos y para otros.
Agradecida de la vida, me inclino a descansar en este lapso de tiempo frente al disfrute de haber re-tomado mi propia historia y comprender que el hijo no fue abortado, sino que es diferente, carece de muchas libertades y conocimientos de lenguaje, de «caídas del catre» por lo desarraigado; sin embargo le dobló la mano al destino para comenzar con su lenguaje propio, su camino propio, que –como mencioné– no se sabe cómo será.
——————————–
* Descanso de la geometría en la neblina, RIL Editores, Santiago de Chile, 2007. El prólogo de AUA puede leerse en esta revista
** Ambos periodistas y escritores.