DE UN PERÍODO OSCURO A LA SEMANA NEGRA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Llego a la cibercafetería Oriente con la idea de soltar algunas de las cosas que me pasaron o ví pasar durante estas primeras jornadas de odisea ibérica** y me encuentro frente al documento que se acaba de abrir con la ansiedad de quien no puede dejar de multiplicar cada euro por cuatro, en un ciber que te obliga a bajar el Office por no usar el bloc de notas y un reencuentro que me hacía agua la boca: la casi olvidada urgencia de escribir contrarreloj.

Nada más que por las ganas de contar. De contar que el domingo pasado escapé de Oviedo a Gijón para participar de la «Semana Negra», un festival multicultural callejero que desde hace 20 años organiza un grupo de lunáticos por las letras, lo «freak» e historietas de semejante linaje.

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No sería justo si no empezara por decir que aparecí por ahí, invitado por Mauricio Schwarz, un amigote mexicano que es periodista, fotógrafo y ahora a cargo de la Carpa del Encuentro, un templo egipcio de cartón donde los escritores convocados se desesperezan a lo largo de polimorfas tertulias para discutir sobre la dificultosa lectura de las novelas medievales de autores españoles (“las alemanas se traducen directamente al español”, acota el madrileño Javier Azpeitía), el deber de destruir los estereotipos cinematográficos (“el dilema de la gabardina de Bogart y el de su cigarro en la comisura de los labios”, añade Paco Ignacio Taibo II, a la sazón moderador de la charla) y la contradictoria necesidad de recuperar tanto estereotipos como mitologías para tenerlas de aliadas, por aquello de que sería de mal gusto alentar a los compadres a ir por el mundo imponiendo nuevos dogmas.

Las voces cantantes de esas sillas en redondo eran de un nivel digno de «apunten ahí esas cámaras», pero en cierto momento me acobardó la certeza de que yo era el único que estaba tomando notas; de ahí que me agarrara la responsabilidad de poner lo siguiente por escrito: si alguna vez alguien se llena de oro con la non-fiction Las profecías de Nosferatu, que conste en actas que ese título surgió de un furcio que esa tarde se le cayó de los labios a uno de los contertulios.

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¿Qué otra cosa es «Semana Negra»? Son tantas las maneras de responder a esa pregunta como las experiencias que pudieran entrar en juego, pero yo diría que, apenas al entrar, uno empieza a darse una idea sintiéndose parte de una romería de culturas venidas de toda la península –y de fuera también– dispuestas a dejarse maravillar por cacharros multicolores que se ofrecen en tiendas al mejor estilo Todo x 2 pesos (cuyo alquiler permite pagar el predio y traer a escritores de todo el mundo); librerías multirrubro con ofertas que te sacan los ojos de las órbitas y sitios donde se exponen con pretensiones de venta prendas tan desprovistas de belleza (había que ver esas bikinis pintarrajeadas, ¡puaj!) que por lo menos su diseñadora tuvo la honradez de bautizar a su firma Desastrería…

Todo lo cual no es para desestimar: le permite a un puñado de intelectuales arrojar luz sobre los cristianos que se animan a entrar a presentaciones como la del más reciente libro premiado por Minotauro (Gothika, de Clara Tahoces, al decir de Jesús Palacios: “una nueva historia de vampiros”), conferencias donde te pueden explicar el impopular significado de canciones famosas, «stands» donde asturianos de corazón grande te espabilan en materia de derechos humanos y otras persecuciones y un relajo de restaurantes regionales (en los que en tres ocasiones cedí a la generosa oferta de varias rodajas de pulpo ensortijadas en otros tantos escarbadientes hasta darme por cenado, ¡que diez euros por el plato era una barbaridad, coño!).

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En La Semana Negra uno también puede tropezar con el toque de distinción que le da al contexto Editorial Norma: una exhibición de «comics» XXX –que más vale dejar al nene afuera– y un serpentario de esculturas clónicas hechas en madera que tratan de vender a precio de escándalo ¿senegaleses? ¿nigerianos? que con sus necesidades básicas insatisfechas ponen en su sitio el enfoque políticamente correcto de un encuentro caracterizado por acobachar a la «crema de la crema» del rojerío guijonés… Total, vender relojes por kilo no hace daño a nadie.

Creo que salía de la «Semana Negra» temprano porque todavía no había caído el sol, pero cuando camino por la rambla que bordea la playa de San Lorenzo le pregunto la hora a una señora teñida de rubio que canta para nadie “O sole mío” (en una pausa, no soy tan cretino), ella me dice que son las diez y ahí me enfrento con el primer atardecer del Cantábrico y yo sin Jor para compartirlo.

Bueno, se me agota la hora de ciber, así que termino esta crónica sin tiempo de pulir: más o menos como empecé: huyendo.

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* Periodista.

** Viaje emprendido luego de tener que dejar su trabajo en Buenos Aires.

Addenda a cargo del editor

Prometí a Agostinelli, ex compañero de trabajo en un lugar donde probablemente nos olvidaron –lo que sería, ¿por qué no?, justo– editar el texto que antecede.

Es uno no de iniciación, más bien de descanso, ¿y qué mejor descanso tras muchos años de trabajo que un viaje a la exótica provincia europea de España?

El antiguo («viejo» en lenguaje contemporáneo) prurito ético de la profesión me obligó a leerlo más de una vez antes de intentarlo.

Y no lo edité (algún gazapillo de las teclas desobedientes fue corregido, sí). No permití que la insidiosa envidia dictara mi trabajo.

L.N.

Probablemente ninguna de las imágenes que ilustran el texto sean fotografías del autor del mismo.

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