Demokracia y restauración neoliberal
¡Qué razón tenía mi amigo Saramago cuando decía que en este mundo había una sola palabra tabú: democracia! Que se podía hablar de cualquier cosa, menos de eso, porque “democracia” era lo que ellos decían que debía ser: la posibilidad de que los borregos (léase ciudadanos) depositáramos nuestros votos una vez cada cuatro o cinco años para mantener en el poder las elites que nos sometían.
Y parece que no han entendido que en América estamos inventando nuevos tipos de democracia que tienen algo en común: el empoderamiento de los sectores que fueron invisibilizados, ninguneados, ocultados (también por los medios comerciales de comunicación) en los últimos siglos. Empoderamiento significa participación política, acceso a la comida, a la educación, a la salud, a la vivienda, significa construcción colectiva del futuro común.
Por eso llama a risa ver el titular de AmericaEconomía (“El fin de la era Chávez”) o las declaraciones del portavoz de la Secretaría de Estado estadounidense, William Ostick, quien llamó a que en un futuro sean tomados en cuenta los más de seis millones que votaron por la oposición, una opinión -¡oh casualidad!- que repite El Guatón Insulza, benemérito secretario general de la OEA, además de cientos de medios de comunicación comercial, cartelizadamente, a lo largo y ancho del país y del mundo.
Un poco más grosero fue el diputado derechista chileno Gonzalo Arenas, quien comentó en la red social: “Y ganó el simio!!!!! Ahora en Venezuela banana gratis para todos los seguidores del simio !!!!!”
No mucho más grosero que los periomanipuladores y perioprovocadores que llegaron por docenas a Venezuela para crear el imaginario colectivo del triunfo de Capriles, con cifras que un día antes les habían proporcionado la gente del comando opositor… Lástima que se olvidaron de la realidad, que se encargó por sí misma de darles su bien merecida bofetada.
La arremetida desde sectores de ONGs, académicos y de la prensa comercial para que comience un proceso de conciliación, mediación, diálogo entre gobierno y oposición fue contestado prestamente por el tripresidente Chávez: primero deben demostrar voluntad de convivencia. O sea, abstenerse de desestabilizar el país, estimular golpes de estado y, en algunos casos, cometer actos de traición a la patria.
Si los resultados de los comicios ratiificaron un gran aliento para la prosecución del sueño integrador regional, el mismo proceso electoral significó, sin dudas, el fortalecimiento institucional de Unasur. Chacho Álvarez, el jefe de la misión lo dejó claro: “Sudamérica no va a convivir ni con ningún tipo de golpismo, sea viejo o nuevo, ni con un gobierno surgido del fraude. Estamos acá para acompañar y también verificar que las condiciones democráticas de Venezuela nos garanticen un gobierno legítimo”.
Y recordó que cuando la misión llegó a Caracas, “los escenarios eran todos de catástrofe, de que Chávez no iba a reconocer los resultados, de que había grupos armados que iban a salir antes de las seis de la tarde (cierre de la votación), que había grupos guerrilleros de motos saltando por lugares de votación para provocar a los electores… las leyendas urbanas y los relatos de lo que podía pasar estaban a la orden del día”.
No cabe dudas que Chávez ganó bien, por 1,5 millones de voto, por más del 55 por ciento de los sufragios, en 22 de los 24 estados. Pero también es cierto que en Venezuela no hay seis millones de oligarcas, ni seis millones de proimperialistas. Y es el gobierno quien debe descular por qué ellos votaron por un candidato golpista, violador del derecho internacional, y portavoz de la restauración neoliberal, con un paquete económico fuera de época, en medio de la crisis más grave del capitalismo.
Aram Aharonian