Desde Costa Rica: – LITERATURA, LA COPA DEL BOSQUE 

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Suponemos con algunas razones que la situación del escritor, y con él de la literatura, ni siquiera es lucha por la supervivencia; se ha convertido en una guerra en que los contenidos culturales de las distintas regiones del planeta enfrentan las «panzer divisionen» de la industria del entretenimiento.

La mundialización de la economía exige la mentada «globalización» –esto es uniformidad– de gustos, hábitos, exigencias, frustraciones y, sobre todo, de esa consigna de Unamuno: «que piensen ellos». Don Quijote, así, se convierte en un dibujo ridículo o en una «comedia musical»; el Código Da Vinci en una «obra» a ensalzar.

Podrá discutirse si detrás de los libros de «autoayuda», cocinería sofisticada, manuales para el buen sexo, demandas contra las tabacaleras, vinos varietales «oxigenados» y «vainillados» y pobres muchachas que modelan para la TV ropa interior con sus ojos tristes «pasados» hay o no voluntad de dominio y agresión imperial. Lo indiscutible es que, en cada país, el «descubrimiento» de lo regional se transforma en campaña publicitaria, lo vecino se convierte en lo exótico.

En algún sentido todo esto comenzó a hacerse visible con la acuñación de lo «políticamente correcto», conceptualización que evita cualquier motivo de discusión, resolviendo las contradicciones en amigables antinomias de salón, dado que el sistema promete asegurar el acceso a lo «otro» –porque lo otro ha dejado de ser diferente para ser apenas «diverso»– con sólo aceptar sus normas, inevitables como la existencia del Universo.

La excentricidad toma el lugar de la rebeldía y al rebelde se lo sienta en el sitio reservado al delincuente sin remedio –o, si es pobre o exigente, sin más irá a dormir a la celda reservada a los criminales–.

América, sin embargo, es un continente lleno de rarezas. Y no de ahora. En el siglo XVI Sarmiento de Gamboa quiso poblar desde el Estrecho de Magallanes la Patagonia; guaraníes, quechuas, mapuche, tobas, los pueblos amazónicos y mayas –entre muchos otros que salvaron del genocidio–, no conmemoran ningún «holocausto» y que se sepa no vengan en los nietos las ofensas de los abuelos asesinos.

Frente a Buenos Aires hay un río que diluye de una ribera la otra; La Paz se construye trepada sobre la cumbre andina; el puerto de Iquitos está a 3.000 kilómetros del mar: el Amazonas; en Apure no es infrecuente que los dueños de casa se entiendan con una baba, el cocodrilo local; el ejército de Bolívar se constituyó en una marcha desde las playas del Caribe hasta las montañas ecuatorianas…

Hablemos de libros y escritores.

LA TRASNACIONALIZACIÓN LITERARIA

La galopante transnacionalización literaria podría estar cerrando puertas a la literatura emergente, no solo de Costa Rica sino de Centroamérica y de más allá.

Adriano Corrales Arias*

En la cada vez más intolerante y mundializada –léase vendida– Tiquicia, y hablando de literatura, para escritores, editores, críticos y lectores, se impone una reflexión profunda y un diálogo franco en torno a las políticas editoriales del Estado y las posibilidades de publicación en nuestro medio. Es notorio el cierre de espacios para las nuevas generaciones de narradores y poetas y para producciones literarias novedosas y alternativas. Recordemos el cierre del Departamento de Publicaciones del Ministerio de Cultura, para no mencionar el desgaste y el poco alcance de la Editorial Costa Rica, editora estatal.

A medida en que el mercado se convierte en el rasero de toda producción cultural, los clichés y las fórmulas, especialmente en la novela, se transforman en paradigmas literarios, en tanto venden más pues se ajustan espléndidamente a las expectativas de un público medio consumidor de literatura complaciente. Esos clichés y fórmulas literarias no son más que vulgares estrategias de mercado, las cuales niegan la experimentación, condición sine qua non para el desarrollo de una literatura.

Ya sabemos que el mercado se globaliza cada día más, y se profundizará con la firma del TLC y el ingreso de los países centroamericanos al ALCA y a las demás estrategias gringas para el control de nuestras economías. De esa manera la transnacionalización del mercado editorial es una realidad.

Esto se puede comprobar en la instalación en nuestro país de las firmas de edición y comercialización de textos más influyentes, y en la oferta de las mismas. Así, el paisaje editorial ha variado aceleradamente. Basta con revisar los suplementos culturales y literarios: la mayoría de las reseñas de libros son de esas casas editoras y la presencia de comentarios sobre producciones costarricenses y centroamericanas, salvo las editadas por ellas mismas, es prácticamente nula.

Por lo demás, conocemos el esfuerzo lúcido, denodado y constante de editoriales independientes como Perro Azul, Andrómeda, Guayacán, Alambique, para mencionar las más activas, las cuales han abierto importantes espacios para el re-conocimiento de nuevos escritores y obras literarias, para no hablar de las universitarias y de la ya mencionada Editorial Costa Rica. Su esfuerzo es realmente digno de reconocimiento pues, ante el panorama descrito, su labor es la de burro amarrado contra tigre suelto: es sumamente difícil competir con los monstruos trasnacionales, además de la piratería de textos y la colaboración inmisericorde de algunos libreros que privilegian lo internacional ante lo nuestro.

La discusión y el diálogo alrededor de esta temática se hace más que necesaria. La galopante transnacionalización literaria podría estar cerrando puertas a la literatura emergente, no solo de Costa Rica sino de Centroamérica y de más allá. Sus estrategias mercadotécnicas han permeado indiscutiblemente el quehacer literario nacional. Incluso habría que sospechar, tal y como me lo sugirieron Antonio y Marta, dos amigos muy cercanos, si polémicas como la que vivimos recientemente sobre Cocorí, producción infantil del recordado Joaco Gutiérrez, la cual es acusada por algunos sectores de racista, no se inscriben dentro de esas estrategias para minimizar la producción nacional y abrirle brecha a fenómenos tipo Harry Potter.

En todo caso la literatura inteligente, tal y como denomina el escritor Alexander Obando a la literatura experimental, innovadora y contraria al canon dominante, debe buscar también sus propias estrategias para sobrevivir. Por supuesto, siempre será más fácil plegarse al carro globalizado de la mercantilización; lo difícil es producir literatura no convencional y contestataria, aunque no se lea de acuerdo a los gustos y a las modas imperantes. Pero debemos repensar nuevas formas de distribución y circulación de la mercancía libro, además de nuevas instancias para la promoción, e interpretación, de su lectura. Para escritores, editores, críticos y lectores, la cuestión está planteada.

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* Escritor

ENTRE EL ARTISTA Y EL MERCADO

El gusto del consumo nacional está orientado, en buena parte, por las presiones y demandas del mercado globalizado, por la acción propagatoria, o propagandística, de una literatura transnacional.

Carlos Calero*

El poeta y su angustia –preocupación– por hacer validar su voz en el concierto desolado de la apatía y la indiferencia social, como expresión de una práctica colectiva, no tiene que ver, desde luego, sólo con la responsabilidad del artista, del constructor de posibilidades del gozo estético. En este quehacer, el poeta –por citar lo que me atañe–, en principio, materializa el impulso vital de su necesidad, que luego se torna en oficio o responsabilidad de abordar diversas temáticas, algunas de ellas, aparentemente, no tienen que ver con el bien común, pero pienso que no existe asunto literario que se escape de pasar por el tamiz de la conciencia social y la aceptación o rechazo de ese producto estético.

 
La responsabilidad del poeta, su faena, es afectada por decisiones que riñen, no pocas veces, con el producto en sí, es decir, su calidad. De por medio está la voluntad, la decisión, el  interés personal e ideológico, o empresarial del editor. Si un artista de la palabra, en este caso, no se ajusta al canon de lo que se pretende, interesa, o es útil divulgar, posiblemente no sea tomado en cuenta para enfilarse al pie de la imprenta. Esto es sumamente riesgoso, pues el talento, el valor y producto estético se ven mediatizados por un factor completamente ajeno a la obra per se.

 
Pero el asunto es cómo dilucidar la dicotomía obra y mercado. Mercadotecnia, técnica de vender, materializar y tratar como mercancía el producto estético. El poeta, sobretodo cuando no ha pisado los umbrales del reconocimiento, de la difusión de su obra, tal vez poco le preocupa, en muchos casos, la venta o compraventa (un poeta intercambia con el otro su libro, o consigue otros del interés de alguno de ellos).

Hasta es válida la acción de autofinanciar la edición de la obra; en otros momentos los artistas ensamblan sus vocaciones e interactúan para activar un mercado de la obra (música-poesía, pintura-poesía, y otros). Pero existen artistas que no pueden hacer esto. O tocan las puertas de las editoriales, las cuales muchas veces tienen filas de espera extensas y frustrantes, presionando contra las pobres ediciones del mercado local.

 
Por otra parte el gusto del consumo nacional está orientado, en buena parte, por las presiones y demandas del mercado globalizado, por la acción propagatoria, o propagandística, de una literatura transnacional. Todos sabemos que la repetición visual y auditiva de los medios crean necesidades de consumo, las cuales no necesariamente van orientadas a la literatura local.

Es aquí donde el poeta, el escritor, debe buscar las estrategias que lo hagan ?competir? y enfrentar más dignamente esa realidad que aturde y crea espacios para el desánimo. Las empresas editoriales y de difusión de la literatura nacional o regional (Centroamérica, desde Costa Rica) no van a sacrificar sus utilidades ni sus compromisos de mercado por atender un proyecto de difusión y mercado que les reste dividendos y posicionamiento en los espacios económicos.

 
Entonces, ¿qué hacemos y cómo, cuándo, en qué condiciones, por qué hacerlo, con qué y quiénes hacerlo? Los artistas, grupos y cofradías locales, no hemos visualizado con paciencia y sinceridad esta verdad innegable; muchas veces se cae en la competencia desleal por acaparar los escenarios y espacios de la exposición de la obra (recitales, festivales, encuentros, concursos, congresos, seminarios, etc.).

Quizá en términos ideológicos, al poder local le sirve que los artistas se desgasten en devaneos y riñas, discordias y competencias aldeanas. Pero esto no quiere decir que desde esa identidad individual o colectiva no pueda reflexionarse, a fondo, sobre esta problemática sin perder la independencia. Algo que está muy bien es el que los poetas y escritores se desplacen por todo el espacio nacional y se tomen los colegios y escuelas, las universidades, las casas de cultura, plazas y ferias. Aquí es donde pueden crearse ciertas condiciones para un ulterior consumo de la obra de autores nacionales.

 
Por otra parte, el artista debe sobrepujar porque en el Ministerio de Educación Pública y universidades se cambien las metodologías y los programas de literatura. El currículum debe enriquecerse con la presencia viva de los escritores. Que no condicionen a los docentes a enseñar únicamente las obras que son impuestas desde un programa de estudio, sin tomar en cuenta los intereses y necesidades del entorno geográfico, emocional y contextual de los alumnos y docentes. Hasta se dice que privan intereses de empresas editoriales. Sólo pensemos en esto y en cómo afecta al producto estético y su mercado.

El problema, entonces, no tiene que ver únicamente con la obra. La realidad nacional no sólo es el suceso, la nota política, las recetas de cocina, los implantes plásticos, el costo de la gasolina: el arte también es vida. ¿Pero el artista qué está haciendo por defender la ajena y la propia vida?

 
Los artistas, no hay otra posibilidad, deben activar mecanismos orgánicos, formar voz y cuerpo para que sus demandas también sean atendidas. Los artistas puros, asépticos, de las torres, o figurones oficiales, deben ser enfrentados y superados con sus propias armas; es decir, con calidad estética y visiones más actualizadas. Entre el artista y el mercado hay linderos intransitados que a nosotros nos toca descubrir para hacerlos visibles a las generaciones posteriores.

Debemos ir más allá de lo que creemos que es el arte, lo que es el artista, lo que vale como producto estético: quiénes deben llamarse poetas nacionales, quienes deben representar a Costa Rica, qué debe hacerse en los talleres y círculos; debemos ir más allá de la ideología. En los bandos, es la verdad, ninguno está contento. Se hace imperativo aquello de que sólo el artista salva al artista.

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* Poeta nicaragüense residente en Costa Rica.
Ambas notas en la página-web de Editorial Arboleda de Costa Rica: www.editorialarboleda.com.

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