Detrás del terror policíaco estadounidense

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Nunca debemos olvidar la larga historia que sustentan los actos de terror – cometidos ya sea por la policía o por vigilantes – como el reciente asesinato del adolescente negro Michael Brown (un joven negro acribillado con seis balazos por la policía el 9 de agosto, 2014)) en un suburbio de la ciudad de St. Louis. Sólo a la luz de esa historia podremos comprender la profundidad de los cambios que se necesitan para poner fin a estos crímenes.

Lo indiscutible del incidente: el hecho de que fue totalmente creado por la policía. No se estaba cometiendo ningún crimen y no hubo ni siquiera una provocación. Dos jóvenes caminaban juntos – “caminando mientras son negros” – y uno de ellos terminó muerto.

La policía no estaba protegiendo a nadie. Estaban patrullando el barrio como un ejército de ocupación; al acecho de cualquier oportunidad/pretexto para hacer valer su mortal autoridad. Si el pretexto que inicialmente eligieron (obstruyendo el tráfico, caminando en medio de una calle suburbana) pareció débil en el contexto del mortal final, otra excusa pudo ser creada después de los hechos: la categoría de uso múltiple de “sospechoso”, a ser usado contra cualquier hombre con la edad y color de la piel adecuados. Pero ¿desde cuándo ser un “sospechoso” – si esto fue de hecho el caso – se convierte en motivo para una ejecución inmediata?

Tal comportamiento policial es común en los Estados Unidos. Fluye de una cultura más amplia, perfeccionada durante siglos, junto con una agenda de masacrar a los pueblos indígenas y mantener una servidumbre sobre los cuerpos importados y criados como proveedores de mano de obra gratuita. La fuerza psicológica de esta cultura se revitaliza constantemente a medida que el alcance de su aplicación se expande.

El entrenamiento militar define la configuración ideológica dentro de la cual la formación policial se lleva a cabo y ambos tienen como marco general la retórica de la dominación. El papel militar global de Estados Unidos se justifica en términos de un derecho arrogado, por lo que los líderes estadounidenses afirman una supuesta supremacía moral y con ella, la prerrogativa de definir cuales intereses son dignos de protección y cuales vidas no tienen valor – estos se convierten entonces en candidatos para la aniquilación.

La policía implementa esta práctica contra las poblaciones colonizadas en ciudades de Estados Unidos; sean descendientes de africanos secuestrados o, con efecto un poco diferente, los más recientes escapados de los regímenes de la pobreza y de la descomposición social producida por el “libre comercio”, al sur de la frontera con Estados Unidos.

Michael Brown, 18 años, asesinado
Michael Brown, 18 años, asesinado

Ambas poblaciones, así como los musulmanes, son sometidos a redadas y detenciones debido a como se ven o como se visten, pero a nivel nacional los extremos de la mano armada son dirigidos sobre todo contra los afroamericanos, que se diferencian de otros grupos étnicos en ciertos aspectos.

En lo inmediato, a excepción de los pueblos indígenas (que son menos urbanizados y mucho menos en número), los afroamericanos sufren las mayores tasas de desempleo y pobreza. Más profundamente, entre las grandes poblaciones de origen no europeo, los de ascendencia africana tienen una historia colectiva en los EE.UU. que los hace particularmente vulnerables al tipo de ataques que estamos presenciando.

Comenzó con la esclavitud. Las instituciones, las suposiciones y las prácticas asociadas a la esclavitud de los africanos nunca han sido completamente borradas. Como es bien conocido en la izquierda afroamericana, la enmienda constitucional que pretendía abolir la esclavitud hizo una “excepción” para las personas en el sistema penal. La segregación impuesta legalmente, respaldada por el terror de los linchamientos periódicos, sostuvo directamente a este régimen durante casi un siglo en los Estados del Sur.

El movimiento popular y radical que disolvió ese régimen legal en los años 1960 genera brotes revolucionarios, sobre todo en las ciudades del Norte, que habrían traducido la igualdad jurídica en igualdad real. Fueron estos movimientos, en particular el Partido de los Panteras Negras, que provocaron el pánico de la clase dominante estadounidense y que generó una nueva combinación de dispositivos, a nivel nacional, para imponer a la clase obrera afroamericana un nivel de control social equivalente a las restricciones impuesta a toda la población negra del viejo Sur.

Este nuevo régimen de control ha dependido de cuatro medidas relacionadas entre sí: 1) la terminación de las políticas de bienestar social que ayudaron a reintegrar a las personas al mercado del empleo, 2) la introducción de drogas ilegales, y un nivel elevado de vigilancia policial en las comunidades negras; 3) la negación al derecho a voto de la clase trabajadora afroamericana, ya sea por leyes que prohíben votar a los ex convictos, por leyes que obligan a los votantes a sacar tarjetas de identificación, o por el sabotaje directo del proceso de votación; y 4) las leyes de sentencia obligatoria (especialmente por delitos de drogas), la eliminación gradual de la libertad condicional, y otras medidas que conducen a una proliferación del porcentaje de personas negras en prisión.

Todo este desarrollo concentrado en los tres últimos decenios, ha estado integralmente conectado al auge del neoliberalismo – la libre circulación de capital global y la destrucción de los servicios sociales – y a la irrestricta proyección del poder militar estadounidense. La desigualdad social extrema y las privaciones materiales en masa se han convertido en la “nueva norma”, y el discurso político que se requiere para sostener y racionalizar esta condición se ha vuelto mucho más agresivo.

Las políticas draconianas que se persiguen sólo pueden elevar los niveles de desconfianza mutua. Mientras que los pobres sufren, los ricos y sus defensores tiemblan ante la perspectiva de que su vil régimen provocará una resistencia invencible. De la vigilancia omnipresente a la doctrina de las “guerras preventivas”, la mentalidad de los dirigentes del Estado está fija en bloquear cualquier potencial desafío antes de que estos pueden convertirse en realidad. Por supuesto, al hacerlo, sólo agravan los resentimientos acumulados. Pero el cálculo es que los pocos privilegiados, a partir de sus vastos recursos tecnológicos y logísticos, pueden aplastar permanentemente las incómodas aspiraciones de la mayoría.

La militarización de las fuerzas policiales estadounidenses se desprende inexorablemente de la lógica del orden que se les asignan defender. Y no será revisada, salvo que haya un cambio general en las prioridades nacionales – dejando atrás los intereses del capital, y favoreciendo los de la mayoría; aquellos que no ganan nada con la imposición de jerarquías “raciales”.

*Jefe de redacción de la revista Socialism and Democracy (http://sdonline.org). Especial para Dilemas.cl. Traducción: Fernando A. Torres

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