Día de la soberanía argentina: Las cadenas culturales son más fuertes que los cañonazos, dijo la Presidenta

2.247

Julián Bruschtein*
En un acto emotivo, masivo, el Día de la Soberanía pasó a ser un feriado nacional e la Argentina. La Presidenta Cristina Fernández de Kirchner lo definió como “cumplir con una deuda histórica porque se ocultaron las luchas contra otros colonialismos que aún subsisten”.

“Convoco a nuestros compatriotas a una nueva gesta. Despojar nuestras cabezas de las cadenas culturales que durante años nos han metido.” En un marco imponente, con buques de la Armada y la Prefectura en el río y gran cantidad de gente, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner inauguró  el monumento a los caídos en la batalla de la Vuelta de Obligado y formalizó la conmemoración del Día de la Soberanía, a partir de este año feriado nacional. Mientras los manifestantes gritaban “patria sí, colonia no” CFK convocó a la “unidad nacional” para lograr una gran nación”.

Celebrar el Día de la Soberanía es “cumplir con una deuda histórica porque se ocultaron deliberadamente durante dos siglos luchas contra otros colonialismos que aún subsisten, por ejemplo en las Malvinas”, aseguró la presidenta Fernández de Kirchner luego de descubrir el Monumento a los Caídos en Obligado. Los militantes reunidos para el acto tronaron en aplausos ante la arenga. “Hay que entender la necesidad de la unidad nacional para lograr la gran nación como soñaron Belgrano, Moreno, Castelli”, señaló CFK. Del público salió fuerte un grito: “¡y Néstor!” que logró sacarle un sollozo. Entonces agregó “sí, él también”. A esa altura, el público y los invitados especiales vociferaban el ya clásico “olé, olé, olé, Néstor, Néstor”.

El acto fue emplazado en la Reserva Natural que tiene San Pedro en la localidad de Vuelta de Obligado a la vera del río Paraná, a unos 13 kilómetros del centro sampedrino. Antes de ingresar, el diputado Juan Carlos Dante Gullo recordó en diálogo con Página/12 que “en el ’75, con la Juventud Peronista, hicimos también un acto en la Vuelta de Obligado como símbolo de soberanía e integración regional” emparentándolo con el homenaje realizado por CFK. A su vez la diputada radical K de la Concertación, Silvia Vázquez, resaltó que “además de la soberanía política, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner impulsó la reivindicación de la soberanía económica y sobre todo la alimentaria. Este Día de la Soberanía nos encuentra muchos más libres”.

Antes de que llegue Fernández de Kirchner en el helicóptero un grupo de la Asociación Madres de Plaza de Mayo encabezadas por Hebe de Bonafini se sentó a un lado de la escultura todavía cubierta por la bandera argentina. De a poco fueron apareciendo el diputado del Frente para la Victoria Agustín Rossi y José María Díaz Bancalari, la intendenta de Luján Graciela Rosso y el sociólogo Ricardo Rouvier. Una curiosidad fue la presencia del dirigente radical Leopoldo Moreau, que también ingresó con los invitados especiales, aunque se lo notó un poco solitario. Después los mandos militares y los funcionarios del gobierno como el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, y el secretario de Medios, Tristán Bauer, que conversaban a un costado. La presidenta entró acompañada por los gobernadores Daniel Scioli de Buenos Aires Jorge Capitanich de Chaco y Sergio Urribarri de Entre Ríos, junto con casi todo el gabinete de ministros que la acompañan en la gestión.

El Himno Nacional interpretado por la banda militar del Regimiento Patricios fue acompañado por la voz de Ernesto Bauer, aquel barítono que conmovió a la Presidenta cantando el Ave María durante el funeral del ex presidente Kirchner. De fondo los dedos en “V” de casi todos los presentes y el grito al unísono de “patria sí, colonia no” casi como apéndice del “juremos con gloria morir”. Los militantes decididamente peronistas se salían de la vaina cuando el intendente radical Pablo Guacone –reemplazante del cobista Mario Barbieri, quien renunció para asumir como diputado en diciembre pasado– comenzó con el acto. Rechifla tímida al principio, pero ascendente a medida que Guacone continuaba, hasta que de las filas de las agrupaciones locales partió un “¡gorila!” que desencadenó otra vez el “andate Cobos, la puta que te parió” y “el que no salta es radical”.

La intervención fue corta y el jefe comunal dio paso a la inauguración de la escultura realizada por el artista Rogelio Polesello. La obra está compuesta por un semicírculo de cuatro metros de altura en el que predominan las cadenas y a su derecha se ubica una figura de Juan Manuel de Rosas de tres metros de alto. El área donde está asentada dibuja una estrella federal de ocho puntas de 8,5 metros, iluminadas y con una caída de agua en el fondo. La obra conmemora la batalla de la Vuelta de Obligado en la que los soldados al mando de Lucio N. Mansilla y por órdenes de Rosas, cruzaron cadenas de lado a lado para repeler a la flota anglofrancesa, que quería internacionalizar la navegación del río.

La intervención de CFK estuvo cargada de intensidad. “Fue una guerra de guerrillas en la que la flota anglofrancesa se enfrentó con militares y pueblo, unidos en un solo fusil y un solo cañón”, señaló en su discurso y enfatizó el “rol que tuvieron las mujeres, porque allí pelearon mujeres de San Pedro y San Nicolás. Estoy segura que deben tener su calle y si no que los intendentes y los concejales tomen nota. Hay cada argentino que no se lo merece”, retando a los jefes comunales de la zona.

Tres gruesas cadenas se desplegaron a lo ancho del Paraná para cerrar el paso, sostenidas por lanchones. Evidentemente no tenían chances, la desigualdad de fuerzas y de preparación era abismal. Sin embargo, es justamente esta evidencia lo que le otorga una nobleza especial al enfrentamiento. Fue una batalla perdida, la flota logró seguir avanzando y diezmó a las fuerzas de la Confederación, pero a partir de ese momento empieza otra historia.

Los opositores a Rosas habían convencido a los ingleses de que si atacaban iban a encontrar el apoyo y simpatía de los pueblos del litoral. De hecho, Florencio Varela dejó por escrito su entusiasmo con la llegada de la flota anglo-francesa y propició la separación de Paraguay, Uruguay y la creación de una república mesopotámica con la unión de Entre Ríos y Corrientes. En ese entonces el puerto de Montevideo era manejado por un comerciante inglés que tenía la concesión hasta 1848. Evidentemente muy buenos negocios, libres de impuestos, se presentaban como perspectiva al comercio europeo si lograban quebrar la resistencia a la “libre navegación” de los ríos Paraná y Uruguay.

La flota siguió su avance y tanto desde la prensa unitaria como desde medios británicos se festejaba la llegada de una nueva era comercial.

Pero los ecos de la batalla generaron una nueva resistencia, las poblaciones adyacentes a los ríos retiraron el ganado y todo aquello que pudiera servir de vitualla. Al pasar por las costas de San Lorenzo recibieron ataques de artillería como así también en otros puntos de la travesía. Al desembarcar en Corrientes y en Paraguay descubrieron con amargura que el alto costo de hambre, enfermedades y muerte no se ajustaba a los beneficios económicos que realmente esperaban obtener. Concluyeron que era mucho más racional reconocer la soberanía de la Confederación en sendos pactos que Inglaterra, y un año más tarde Francia, firmaron.

El gran triunfo fue dar la batalla. Quienes aseguran que el verdadero logro se dio en las negociaciones diplomáticas olvidan que en esas mesas de discusión siempre están presentes y juegan un rol fundamental la evaluación de las fuerzas y las voluntades en disputa.

Con la historia está sucediendo algo muy parecido a lo que se viene discutiendo en nuestro país con el periodismo. El historiador Luis Alberto Romero ha dicho que este “revival” de la Vuelta de Obligado abreva en un nacionalismo patológico que hace emerger al enano nacionalista que la sociedad argentina tiene muy arraigado. Por ello recuerda que para los historiadores profesionales la nacionalidad es una construcción social y no una esencia.

Eric Hobsbawm observó que la idea de nación reconoce tres etapas conceptuales muy diferentes: la primera ligada a la Revolución Francesa homologa nación con pueblo y tiene un carácter profundamente inclusivo. Todo el pueblo es la nación, el enemigo era la aristocracia. La segunda concepción es la que asociamos con las corrientes de derecha. El nacionalismo en este caso es excluyente. Enfrenta a las naciones, habla de superiores e inferiores, se desliza con facilidad al fascismo.

El tercer nacionalismo posible es el que enfrenta a las naciones sometidas con sus metrópolis, es lo que se ha dado en llamar antiimperialismo y resalta los valores nacionales y la soberanía como impulso a la libertad a la autodeterminación de los pueblos. Por eso reivindicar en la historia aquellos momentos en los que se enfrentó a los imperios no es despertar al enano nacionalista sino muy por el contrario recordar que si bien es cierto que la nación no es una esencia, sino que es algo que se construye, está muy claro que esa construcción está jalonada de atrevimientos como el del 1845 y de derrotas que se convierten en victorias. En los días que corren es bueno tenerlo presente.

* Periodista de Página12/ ** Historiador, Universidad de Buenos Aires.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.