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Día Mundial de la Alimentación
El director general de la FAO, Jacques Diouf, afirmó que los países ricos incumplieron sus promesas de donación para erradicar el hambre en el mundo, como estaba previsto entre los objetivos del milenio.
DÍA MUNDIAL DE LA ALIMENTACIÓN
¿A sesenta y dos años de su creación hay efectivamente algo para celebrar?
Un poco de historia
En 1945 en su primera Conferencia en Quebec, Canadá, la FAO se establece como un organismo especializado al interior de la ONU. Ese mismo año en París la extraordinaria vocalista Edith Piaf graba su primera versión de La vie en rose, que identificaba el ánimo imperante por la finalización de la guerra. Precisamente el objetivo expreso de la creación de la FAO no era otro que paliar los efectos devastadores provocados por la Segunda Guerra Mundial en la población de los países que participaron de la conflagración, aunque claro está no en todos, ya que los EEUU nunca sufrieron ataques por una guerra en su territorio.
El antecedente inmediato hay que rastrearlo en 1943 cuando representantes gubernamentales de 44 países reunidos en Virginia, EEUU, se comprometieron a fundar una organización permanente dedicada a la alimentación y la agricultura. Pero es recién en 1960 que la FAO logra definir y poner en marcha una Campaña Mundial Contra el Hambre y, tardíamente, en 1974 recomienda a los países miembros la adopción de un Compromiso Internacional sobre Seguridad Alimentaria Mundial.
En 1981 se adopta el 16 de octubre de cada año como Día Mundial de la Alimentación. En 2002 se logra el compromiso de las naciones para reducir a la mitad el hambre en el mundo para el año 2015. Claro que estas seis décadas están jalonadas de innumerables iniciativas, convenios, tratados internacionales, acuerdos de cooperación y normativas varias en cuanto a la calidad alimenticia, criterios de productividad en el agro, etc. Aunque sus resultados…
¿Qué celebrar?
Este nuevo aniversario se da bajo el lema del Derecho a la Alimentación, con lo que se quiere dejar sentado que por el solo hecho de existir todo ciudadano o ciudadana tiene derecho a la buena alimentación y a no pasar hambre. Para la FAO que se haya instituido este tema no hace más que ratificar su objetivo fundacional: ayudar a construir un mundo sin hambre:
«Demuestra el creciente reconocimiento de la comunidad internacional por la importancia de los derechos humanos en la erradicación del hambre y de la pobreza».
¿Sin embargo, pueden sostenerse estas afirmaciones? Los datos que la propia FAO suministra en su informe estadístico 2005/06 que la cifra de pobres alcanza al 80 por ciento de la población mundial, que 850 millones de personas están malnutridas, con deficiencias calóricas y proteicas, de ésas unos 200 millones son niños. En América latina y el Caribe son más de 50 millones quienes padecen este flagelo.
¿Qué celebrar, cuando en la actualidad 1.500 millones de personas viven con menos de un dólar diario?
Pobreza y salud
La definición más aceptada de pobreza remite a la carencia de recursos para satisfacer necesidades básicas para la vida de una determinada población, pero al mismo tiempo define que esa población no tiene cómo producir esos recursos que necesita. Durante los años de 1971/80, como consecuencia del ciclo dorado del capital a escala mundial –las tres décadas que van de 1945 a 1975–, la pobreza se fue reduciendo. Pero ahora, luego de la reestructuración capitalista bajo la hegemonía financiera, las tendencias al libre comercio y la globalización competitiva, con la polarización social provocada por el neoliberalismo, la pobreza y sus consecuencias de hambre y deterioro de la salud presentan cifras que espantan.
En el mundo 1.200 millones de personas no tienen acceso al agua potable; otros 1.000 millones carecen de vivienda digna, en tanto que 2.000 millones padecen de anemia por falta de hierro y 880 millones no tienen acceso a sistemas de salud o a medicamentos.
Contrariamente a lo que el sentido común suele indicar, la falta de salud no es consecuencia ni causa de la pobreza, sino directamente un componente de la misma.
El caso argentino
En Argentina el 18% de los hogares tiene necesidades básicas insatisfechas, lo que significa que alrededor de 6.5 millones de personas no tienen acceso a condiciones dignas de vivienda, al agua potable o cobertura de salud. Según las cifras oficiales proporcionadas por el Indec, la pobreza e indigencia alcanzan a unos 12 millones de personas en el país, pero estos datos se calculan en base al índice de precios al consumidor (IPC) que está seriamente cuestionado. Cálculos privados hacen llegar aquella cifra a los 15 millones.
Los habitantes que están por debajo de la línea de indigencia, esto es, que no alcanzan a cubrir las necesidades alimentarias básicas, son no menos de tres millones, en tanto que para la FAO los subnutridos llegan a 1.3 millones. Y esto en un país que, se repite hasta el cansancio, tiene capacidad de producir alimentos para 300 millones de personas y su capacidad de producción alimenticia excedente es hoy, según la propia FAO, superior en un 33 por ciento a sus necesidades reales.
La clave: desigualdad
Si se revisan los índices de pobreza mundiales en la década de los años 80 y se los compara con los actuales se puede verificar que la pobreza cedió en algunos puntos; sin embargo si se analiza la desigualdad social en el mismo período ésta se ha incrementado fuertemente. Un reciente informe del FMI parece corroborarlo, da cuenta de la «preocupación» de esta institución por la creciente desigualdad social en el mundo.
En Argentina el índice de pobreza ha descendido respecto del 2003, el año más álgido de la crisis, pero se mantiene respecto de mediados de los 80.
Luego de un ciclo expansivo de casi 5 años a tasas ‘chinas’, la brecha entre lo que se apropia el 10 por ciento más rico de la sociedad y lo que recibe el 10 por ciento más pobre es de 31 veces.
El Banco Mundial y sus programas focalizados para combatir la pobreza han fracasado en el mundo y también en Argentina. El capitalismo como sistema por su lógica de acumulación en esta etapa, no puede satisfacer las necesidades elementales de toda la población. Es que el problema no es la pobreza, sino la riqueza que para concentrarse necesita de la expansión de la pobreza. Y la actual lógica de acumulación favorece la concentración de la riqueza.
Esta situación no se resuelve con subsidios, que pueden ser un paliativo pero mantienen el statu quo social existente. No hay otra forma de garantizar el derecho a la alimentación sino se ataca la riqueza, si no hay transformaciones profundas, con verdaderos programas de distribución que mejoren no sólo los ingresos sino también las condiciones en que viven y reproducen su existencia las clases populares.
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* En La Arena.
Texto distribuido por Argenpress, agencia de prensa independiente argentina.