Dick Cheney incitó a una guerra contra Rusia
Alfredo Jalife-Rahme*
Antecedentes: con el mínimo básico de información pero armados conceptualmente con una óptima hipótesis operativa, nos atrevimos en su momento a proponer que "el mundo había cambiado en Osetia del Sur" (ver Bajo la Lupa, 20/8/08) como consecuencia de la fulminante reacción rusa que aplastó en cinco días la demencial aventura militar de Misha Saakashvili, presidente de Georgia instalado gracias a la "revolución rosa" –teledirigida por el megaespeculador George Soros y su subversivo Instituto de la Sociedad Abierta (sic)– y, más que nada, instrumento de Estados Unidos en el Cáucaso.
Hechos: casi dos años más tarde, desde las entrañas del Minotauro estadunidense donde laboró como subsecretario asistente del Departamento de Estado para Asuntos Europeos en la etapa clintoniana, Ronald D. Asmus acaba de publicar un libro trascendental, Una pequeña guerra que sacudió al mundo, donde revela en forma perturbadora que el entonces vicepresidente Dick Cheney (hoy en cuidados intensivos por su recurrente cardiopatía) "incitó a un conflicto militar con Rusia" para detener el aplastamiento a Georgia, según la reseña de Daniel Tencer (Rawstory.com, 19/2/10).
Se sabía que Cheney, expuesto con una foto de aspecto de vampiro, era el mayúsculo halcón global, pero se ignoraban los alcances de su irascible irracionalidad que pretendía resolver por la vía militar todos los contenciosos, lo cual, en el caso específico ruso, hubiera desembocado en un Armagedón nuclear de consecuencias impredecibles.
No vamos a entrar en las minucias sicopatológicas de Cheney y su delirio bélico (en una ocasión le disparó en el glúteo a una persona que lo acompañaba a la caza, "afición" a la que es muy afecto), y nos enfocaremos a su fijación mental para domar al oso ruso que estaba despertado de su larga hibernación en la que lo habían postrado Yeltsin y Gorbachov.
Mientras en agosto de 2008 estaba siendo vapuleada Georgia, aliada indefectible de la dupla Bush-Cheney y a la que instigaron desafiantemente ingresar a la OTAN sin miramientos a la limítrofe seguridad rusa, la Casa Blanca sopesó la posibilidad de emprender una acción militar.
Ronald D. Asmus, anterior funcionario de la cancillería estadunidense y hoy director ejecutivo del Centro Trasatlántico (con sede en Bruselas) y a cargo de la planeación estratégica del German Marshall Fund (con sede en Washington), revela estrujantemente que Cheney era el más vociferante proponente de “bombardear y sellar (sic) el túnel Roki –Nota: el estratégico paso entre Osetia del Norte, perteneciente a Rusia, y Osetia del Sur, que buscaba su independencia de Georgia–, así como otros ataques quirúrgicos (sic) para reducir la presión militar rusa al gobierno georgiano”. ¿A poco, en la etapa de resurrección rusa, el zar energético global Vlady Putin se hubiera quedado con los brazos cruzados?
El asesor bushiano de seguridad nacional Steve Hadley, quien no es ningún demonio de nuestra devoción, resistió notablemente la temeridad de Cheney. Ronald D. Asmus refiere que Hadley "pensó que Rusia estaba enfocada solamente a Georgia", mientras "Cheney tenía un punto de vista radical y diferente sobre los objetivos de Rusia".
Mientras Baby Bush y Vlady Putin se abrazaban durante los Juegos Olímpicos de Pekín, no es nada improbable que Cheney haya empujado unilateralmente la aventura sicodélica y sicalíptica de Misha de invadir a Osetia del Sur, quizá apostando a que Rusia no estaba en condiciones de reaccionar, lo cual, visto en nítida retrospectiva, constituyó un gravísimo error estratégico que definió el punto de inflexión del que se desprendió el incipiente nuevo orden multipolar y redefinió la nueva correlación de fuerzas entre Rusia y Europa.
Cheney estaba operando a la cacería mientras Putin jugaba al ajedrez.
Según Ronald D. Asmus, devoto del gobierno georgiano de Misha, Vlady Putin esperaba pacientemente la oportunidad de responder el previsible error estratégico de Cheney (más que de Misha, un gobernante tonto, para decir lo menos).
A juicio de Asmus, el conflicto en Osetia del Sur había sido preparado y planeado con antelación por Moscú como parte de una mayor estrategia para enviar un "mensaje" a Estados Unidos: que Rusia estaba dispuesta a exhibir su musculatura militar en el siglo XXI.
A nuestro entender rebasa el "mensaje" que evidentemente fue muy entendido por los estrategas de Estados Unidos, con la notable excepción de la catatimia (ceguera emocional) de Cheney, y supera la exigüidad, dicho sea respetuosamente desde el punto de vista geopolítico, de Georgia en su presente fase aciaga: es el alma de Europa del este la que estaba en juego, lo que hoy se percibe mas diáfanamente con la secuencia de un "efecto dominó" en la periferia inmediata rusa cuando Ucrania ha regresado al redil de Moscú (ver "Radar geopolítico", Contralínea, 7/2/10).
Es anecdóticamente cómico que Misha haya caído en su propia trampa y haya cavado su propia tumba en la que está por abatirse en su entierro inminente por la nueva coyuntura europea que se ha despejado en favor de Rusia. Pero lo que fue imperdonable para la entonces superpotencia unipolar fue haber despertado al oso ruso de su letargo y quien con un simple movimiento genial de ajedrez exhibió la impotencia de Estados Unidos, que no pudo defender a su aliado, abandonado a su triste suerte.
Recordamos que cuando Moscú estaba a punto de ocupar la capital georgiana de Tiflis, el presidente francés Sarkozy, en ese momento a cargo de la presidencia rotatoria de la Unión Europea, salió disparado a negociar con Vlady Putin la detención de la contraofensiva rusa.
Sin contar la luna de miel que se ha establecido entre la OTAN y Rusia, Alemania se ha acercado todavía más a su socio gasero y Francia ha iniciado una cada vez más estrecha colaboración militar con Moscú, que incluye la venta de los codiciados barcos de asalto galos Mistral.
Por lo referido por Ronald D. Asmus, en el gabinete de guerra bushiano (el “Principal’s Committee”), se desprende que Hadley fue el único racional y realista al haberse pronunciado contra una intervención militar, por más "limitada" que hubiera sido, e "hizo reflexionar (¡súper sic!)" al gabinete de guerra "sobre las consecuencias y el desenlace de cualquier escalada militar. Estaba convencido (sic) de que ello llevaría rápido (sic) a una confrontación militar de Estados Unidos y Rusia" que "no era del interés de Estados Unidos". Pues sí: no estaban tratando con los panistas Fox y/o Calderón, quienes mal acostumbraron a la dupla Bush-Cheney con su exagerada obediencia supina.
No se necesitaba ser asesor de seguridad nacional de Baby Bush para percatarse de los alcances del delirio bélico de Cheney. Hasta Baby Bush rechazó la intrepidez de su superbélico vicepresidente, probablemente después de haberse cerciorado de la firmeza rusa.
El revisor Donald Tencer aduce que "muchos (sic) líderes occidentales inculparon tranquilamente (sic) a Misha del conflicto con Rusia" y concluye que "la campaña militar fue vista en su generalidad como un éxito significativo (sic) de Rusia".
Fue mucho más, y de alcances copernicanos en sustancia geopolítica: "cambió el mundo" al haber definido militarmente la resurrección de Rusia.
*Analista internacional mexicano, columnista de La Jornada