Dios los cría y la pantalla los amontona: La puerta mal cerrada

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Sergio Peralta *

“El mundo es una comedia para los que piensan, y una tragedia para los que sienten”. Una frase de Horace Walpole y una vuelta de tuerca en torno a la tele. El imperio de lo grotesco.“Estoy hecho mierda por trabajar todo el día, llego a mi casa y quiero desconectarme de todo, por eso veo a. . .”. “Yo soy profesora de literatura inglesa y me gusta verlo cada vez que puedo”. Estas son algunas de las justificaciones que se hacen los televidentes a la hora de intelectualizar la asistencia pasiva al grotesco armado por el show en la televisión.

Cuando se dice que el producido es un grotesco, solamente se hace referencia al mismo como una explicación del origen en las “grotta” de Italia, en las “domus aurea” de Nerón, en donde se encontraron dibujos considerados “grotteschi”, expresiones compuestas con figuras contrahechas, bizarras.

Que se recurra a la retórica visual de mujeres pulposas que participan en cruzadas solidarias, que se rompan el alma patinando por un sueño o para cumplir sueños se empleen a Zeherezades no es raro.

Es el papel machista que se le asigna a la mujer en casi todas las producciones en Argentina. Veamos sino qué ocurre en un aviso comercial con amas de casa que recurren a “héroes” con los calzoncillos puestos por afuera del pantalón como un “míster” que después de limpiar la grasa salta por la ventana.

El show recurre al grotesco para llevar el mensaje de que solamente se es cuando se tiene. Basta seguir de cerca las opiniones callejeras para escuchar cosas como: “Ricardo baila muy bien”. “¡Qué plata que tiene para comprarse un reloj de miles de dólares!” “¡Claro! ¿Cómo no va a andar con guardaespaldas si con la inseguridad que hay seguro que le roban?”.

Y claro, un personaje que ha tomado como modelo estético a un muñequito G.I. Joe, que tiene la misma figura y cuyo cráneo está habitado por la misma oquedad que la de los muñecos, es más potable para el medio pelo argentino, que la imagen de laburantes, de gente luchando por su dignidad, “caras” con fisonomía indígena que reclaman por lo que les pertenece. No toleran que esas personas aindiadas que habitualmente les limpian la mierda, ahora reclamen, y encima lo hagan por televisión.

Aquello que muestra la necesidad hace girar la cabeza, entornar la mirada y justamente en esa dirección están los personajes del grotesco, contrahechos, musculosos, culosgordos, que dicen “el no te metas es la solución a los problemas”, el individualismo es la base.

Es claro que gran parte de la sociedad argentina usa a la televisión como un enchufe donde conectarse. Todo es vertiginoso, la rapidez es la esencia de las cosas, lo efímero es el símbolo, se practican la mayor cantidad de operaciones posibles para rápidamente parecerse a. . . Cuando un mensaje de este tipo está “redactado” por un rico y famoso cobra un peso más grande aún, es de una autoridad natural; si el mismo viene desde una persona “normal” puede tener el mismo peso después de un gran esfuerzo. Zygmunt Bauman lo dice claramente en su libro “La modernidad líquida”: Desintegración social es tanto una afección como un resultado de la nueva técnica del poder, que emplea como principales instrumentos el descompromiso y el arte de huida.

La década infame de los ‘90 nos dejó una cultura lastrada de vouyerismo, se espiaba a los exitosos por una puerta mal cerrada, una rendija que solo se podrá cerrar con el protagonismo puesto en la realidad, cuando realmente se ocupen los espacios cedidos mansamente a los personajes tipo muñequitos G.I. Joe.

*Especialista en medios de comunicaci{on, columnista de APM
 

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