DON QUIJOTE, LA INCANDESCENCIA DE UN CLÁSICO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En el caso concreto de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, quizá dicha verdad se hace especialmente esquiva, hasta el punto que no haya nada que se pueda considerar cien por ciento cierto, si bien la sociedad y sus convenciones establecen normas y modelos rígidos cuya principal motivación no sea otra que defender el status quo, o sea, el mantenimiento de un contrato social que desde siempre se ha caracterizado en todas las sociedades por el predominio de un grupo minoritario de favorecidos sobre una inmensa multitud de desclasados y desposeídos, naturalmente siempre en nombre de un valor supuestamente universal, llámense Dios, Estado, Imperio, Democracia o Libre Mercado.

En el Quijote, pues, la duda es una constante, al igual que el yerro, la torpeza y la vacilación. Se trata de una búsqueda a tientas de un valor supremo que tenga una proyección práctica en el mundo de los sentidos (sic). Don Quijote por momentos la llamará Justicia (nunca liberalismo o propiedad privada, como le imputa MVLL), de ahí que haya preferido la estrecha senda de la caballería andante a la vida fácil y regalada de aquellos que viven solo para su propio beneficio.

A ese respecto, en el capítulo 32 de la Segunda Parte, dice de sí Alonso Quijano: “Yo he satisfecho agravios, enderezado entuertos, castigado insolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos; (…) mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a bien a todos y mal a ninguno; si es que a esto se entiende, si el que otro esto obra, si el que desto trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas, duque y duquesa excelentes”.

Y el aparecer como bobo ante los demás, sobre todo ante gente “ilustre”, es justamente una de las consecuencias de la locura quijotesca, que no consiste en otra cosa que vivir un ideal hasta las últimas consecuencias, sin transfuguismos ni dobleces de ninguna clase, pese a la incomprensión, a las burlas o a la censura de los que no comparten con él la misma visión de las cosas.

Pero la radicalidad, y también actualidad de esta desmesurada e incomparable novela va aún más allá de una innegable postura ética que, aunque honesta y sincera, no por ella está exenta del riesgo de caer en la intransigencia y el fanatismo no negociable, pues es sabido que en su lecho de muerte Quijano pone en duda todo lo vivido, todo aquello por lo que se había esforzado y ufanado y por lo que ahora está a punto de sucumbir.

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Ya no importa que su fiel escudero Sancho trate de consolarlo y de sacarlo del abisal estado de amargura y desilusión en que se encuentra; todo es inútil porque ahora la duda profunda se ha instalado en su mente y en su corazón.

Pero precisamente a causa de eso es que Alonso se yergue por sobre todos los demás que lo rodean y que, de alguna manera, lo asfixian con su presencia: su duda lo hace más humano y, por ende, más grande, comprensivo y generoso. Es más padre de Richard Rorty que de Milton Friedman en lo que a un individualismo pragmático más realista y humano se refiere.

Todo sectarismo, por más buena voluntad que se haya tenido al ejercerlo, se ha desplomado para siempre de cara al último umbral. El mundo de hoy, desangrado y estupidizado por endémicas guerras político-económico religiosas, nos demuestra una vez más que acaso el Alonso Quijano de su última hora es quien ha tenido y aún tiene la razón.

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* Poeta y traductor peruano (Lima, 1957).  Graduado en Lingüística y Literatura en la Universidad Católica del Perú.  Doctor en Filología Románica de la Universidad de Helsinki.
Entre sus poemarios se cuentan Singladuras, Pértigas y El revés y la fuga. Entre sus ensayos El centinela de fuego, sobre el poeta simbolista José María Eguren, así como estudios sobre Jorge Eduardo Eielson.
Como traductor cabe mencionar, sus versiones de Tieck, Drumond de Andrade, Haavikkop, Agren, Pavese, Tabucchi, Saarikoski, Sodergran. 

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