Ecuador: por sus obras los reconoceréis
Alberto Maldonado S.*
Una de las aberraciones de los viejos marxistas era la de “condenar” a las personas, por sus antecedentes y sus procedencias sociales. Si alguien pertenecía al poderoso clan de la oligarquía, o venía de esos ancestros, estaba condenado a ser reaccionario, de por vida; y a ser una ficha de la reacción no solo nacional, sino mundial. Si alguien había traicionado sus principios izquierdistas de juventud, estaba igualmente condenado a perpetuidad, sin posibilidades de recuperarse.
Los viejos marxistas tenían razón en la mayor parte de los casos, pero dejaban sin salida a unos cuantos que, de buena fe, podían recuperarse; o tenían la remota posibilidad de dejar de ser lo que, por “destino manifiesto” (pelucón de nacimiento) o por decisión propia, estaban destinados a ser.
En esta materia, bien vale que recordemos unos cuantos casos históricos o anecdóticos:
En la época en que vivió Lenín (fines del 19 y comienzos del 20) el ser homosexual era peor que un delito, un pecado imperdonable, algo que descalificaba a cualquier hombre. Y cuenta el anecdotario de Lenín que alguna vez llegó a sus oídos que algún miembro nada menos que del Comité Central tenía esa tendencia. Dicen que Lenín se quedó mirando al vacío, un rato; pensó y luego dijo: ¿Entonces, el camarada no puede ser revolucionario? Y antes de que nadie ensaye una respuesta, Lenín sentenció: Lo único que al camarada no se le puede confiar es ningún asunto reservado o que demande cautela, mucha cautela.
No sé si será cierta esta anécdota; pero somos demasiado proclives a identificar a una persona por lo que parece que es; por lo que se dice de él, que es. No por lo que realmente es.
Pregunto: Fidel y su hermano Raúl Castro Ruz, ¿acaso venían de una familia proletaria? ¿Acaso entre quienes dirigieron y se sacrificaron por la revolución cubana no había jóvenes provenientes de la clase media cubana? ¿De qué familia proletaria venía el Che Guevara? ¿Acaso Salvador Allende, el presidente que trató de realizar una revolución en Chile desde el Palacio de la Moneda y que murió peleando, era un proletario? ¿Hugo Chávez Frías no fue primero un militar formado en la dura y disciplinada carrera militar, tal cual estilaba el capitalismo?
Pero también hay de los otros. Acaso Teodoro Petkoff ¿no fue un guerrillero que pretendió hacer la revolución socialista en Venezuela? ¿Quién es y qué representa don Teodoro frente a la revolución bolivariana de Hugo Chávez?
Mario Vargas Llosa fue un escritor izquierdista, en sus primeros tiempos y mientras permaneció en Perú. Luego, le encantó la vida principesca de Europa y hoy lo tenemos, no solo como marqués, sino como un tipejo de la extrema derecha que es traído a los conciliábulos ultristas de la reacción latinoamericana, a salvar la “democracia y la libertad”. Y, así, podríamos citar mil y un casos semejantes.
Y también tenemos casos “en contrario”. Todos recordamos, por ejemplo, que el cura Sardiñas, de párroco se fue a luchar en la Sierra Maestra, junto a Fidel y sus revolucionarios. Y el cura Hidalgo, ¿no fue uno de los próceres de la independencia mexicana? Y ni qué decir del cura Camilo Torres que se fue a morirse en las montañas de Colombia antes que seguir pregonando la miserable situación del pueblo colombiano.
Traigo a colación estas lucubraciones porque, de un tiempo a esta parte, veo y escucho que se pretende descalificar al Presidente Rafael Correa Delgado como un camuflado agente del neoliberalismo. Y quienes lo repiten y repiten son precisamente aquellos que otrora se identificaron con la ideología marxista o estuvieron muy cerca de ello.
Yo estuviera de acuerdo, por ejemplo, con el Movimiento Popular Democrático (MPD) si ellos hubieran ensayado una revolución, por lo menos socialista, y Correa les estuviera boicoteando. ¿No es al revés? Correa se ha declarado un católico practicante pero creo que en su discurso y en los hechos ha tratado de hacer cosas y tiene un discurso que antes ningún gobierno “revolucionario” (¿lo hemos tenido?) lo tenía.
En el aspecto internacional, por ejemplo, ha mantenido la dignidad y la soberanía, muy en alto, ante la alarma de los pelucones y sipianos. Eso de querer hacer de la OEA un organismo regional pero sin Estados Unidos y sin Canadá, ¿no es revolucionario? Eso de adherirse al ALBA, eso de estar contra el golpe de estado en Honduras, de tratar de armar un pacto de defensa pero solo de América Latina y eso de declarar persona no grata a la embajadora de Estados Unidos por haber dicho lo que dijo en uno de sus cables “secretos” ¿es de un reaccionario neoliberal?
En lo interno, cierto es que el Presidente Correa (igual que Chávez, que Ortega, que Morales) no solo que no ha tocado la empresa grande y mediana privadas sino que, de alguna manera, las ha respaldado y apoyado. En Cuba se pudo llegar a aquello que demandaba el marxismo, pero mediante una revolución de fondo. Y no hay que olvidar que por ese y otros “pecados” (la reforma agraria, la estatización de no pocas empresas imperiales y de los imperitos) Cuba ha sido sometida, como ningún otro pueblo, a un acoso y un bloqueo que ya va por medio siglo.
¿Queremos un castigo semejante para Ecuador? ¿Podremos resistirlo, no medio siglo sino una semana? ¿Acaso un movimiento político como es Alianza País, puede, por si ante si, hacer una revolución integral, con una oposición tan brutal y descarada como la que opera en nuestro país, incluidos movimientos y sectores que se han definido como revolucionarios, como marxistas?
Claro está que los izquierdistas honestos, de toda la vida, quisiéramos que Correa vaya a una revolución integral, por lo menos socialista; pero, ¿no le estamos exigiendo y endosando a un líder político, que se ha declarado socialista del siglo 21, solo porque tiene la intención de hacer una revolución ciudadana? ¿Pueden justificarse, con esta sola disculpa, que un partido político que se dice marxista, como el MPD, o la vieja dirigencia de la CONAIE, o los asambleístas de Pachakutic, se hayan unido a la reaccionaria oposición, esa sí sin discusión, neoliberal, solo porque han perdido (o no han podido conservar) ciertas canonjías, que si les reconoció y preservó la vieja y corrompida partidocracia?
Entonces, bienvenida la revolución ciudadana y sus evidentes limitaciones; pero no las limitaciones vistas desde el ultrismo, quizá el oportunismo. ¿Acaso no es un gran culpable de que la revolucionaria URSS se haya desbaratado como castillo de naipes, solo porque el fundamentalista de José Stalin pretendió llevar la revolución socialista, hasta sus últimas consecuencias, sobre la base de persecuciones, asesinatos, sin fin?
Por todo lo dicho, yo pienso que, en un país como el nuestro, una revolución de verdad debe ir paso a paso, afirmando un nuevo Estado que, por lo pronto, trata de superar los vicios de siempre: que la justicia es solo para los de poncho y los sin dinero; que pagan impuestos solo los dependientes de un empleo; que los comerciantes y los industriales y los financieros no pagan impuestos o, si lo hacen, es en cantidades ridículas; que solo tienen derecho a la seguridad social unos cuantos miles de trabajadores y empleados públicos y privados, que solo tienen derecho a la libertad de expresión los principales de un medio comunicacional y sus periodistas-estrella
Y pienso también que, en este juego político, poco a poco, van definiéndose y reubicándose aquellos que, de buena o de mala fe, estuvieron en este proceso. Doy toda la razón a la doctora Romo y su ruptura 25, por haber sido lo suficientemente honestos y haber dicho, hasta aquí llegamos, en este papel de revolucionarios. La asambleísta Betty Amores, la señora Tibán, están en su legítimo derecho de irse en contra de lo que, tal vez, cuando se aliaron a Alianza País, no pensaron que Correa llegaría tan lejos. Estimo que Alberto Acosta naufragó entre sus sesudos comentarios y análisis —especialmente económicos— y que fue una oportunidad para que regrese a los suyos, después de haber jugado a la oveja descarriada del sistema.
Los demás, que cada quien haga su propia catarsis, si tienen capacidad para ello. Pero, sin ser ni religioso ni converso, recuerdo una sentencia bíblica que podría explicar todo este enredo: “Por sus obras los conoceréis” No por lo que digan que son, o por los discursos que pronuncian.
Como en el cuarenta, ese juego de naipes maravilloso y muy ecuatoriano, solo puedo repetir que cuando un jugador decía “Pero qué bestia que soy, solo tenía que alzar una carta y no caer” los eventuales contrarios, le replicaban; “en este juego, todos se reconocen”
* Periodista.