Eduardo Pérsico / Resonancias de octubre en Buenos Aires
Por los años cuarentas a Buenos Aires le crecían palacios presuntuosos copiados de Europa, extensas avenidas y una costanera para extasiarnos frente al río más ancho del mundo. Y por venderse allí más libros y diarios que en ningún otro lugar de América Latina, la porteñidad se envanecía aunque sus calles eran ajenas a tantos arrabales de visitar en verdosos tranways de doble piso, y personajes quizá sugeridos por la literatura de Borges y otros escritores de menor renombre.
Ya de tiempo atrás venía aquello de quebrar el paisaje volteando el caserón familiar y hemos visto por Esmeralda y Sarmiento, pleno centro, aguantar más de lo posible a uno de fachada gris y jardín interior que exhibía una enredadera testigo de que por allí también habría verdecido la llanura.
Ciudad engreída de ser la más europea de América, aunque en verdad fuera un rejunte de suburbios sin prestigio si ningún tanguito los pontificara, tarea para algún guitarrero de patio, y cuánta pena por Villa del Parque, San Cristóbal o Versalles, sin registro poético por calzar nombres de infructuosa rima. Y ni mencionar sus costados hacia la provincia, si al sur la inundación y el resto límites con la pampa.
Aquel 17 de octubre fue un sacudón en el cimiento social y como al otro día cualquier ama de casa comentaría, los de clase transitoria que veraneaban en la playa se sintieron preocupados de verdad. Esos que hoy se agrupan en barrios nombrados en inglés y demás tilinguerías, siguen sin entender cómo aquel gentío de frigorífico y talleres suburbanos, ellos y ningún otro, construyeron ese día a Perón en referente indiscutido de la liberación del obrero ante el patrón. Ese proceso psicológicamente liberador que desde el llano demanda generaciones de lucha, por su inusitada brevedad al peronismo le resultó suficiente para quedarse lícitamente dentro de la estructura social.
Esa imprudencia laburante al creyente de sombrero y corbata obligatoria le pareció un ademán extraño, y el fondo revulsivo del Perón Perón qué grande sos no lo inquietaría mientras no le encabritara la caballada ni las hectáreas de familia educada. Pero al Poder de verdad que nunca duerme, aquel "yo te daré te daré una cosa que empieza con p, Perón", que aquel mediodía recogiera Leopoldo Marechal en su balcón de la calle Rivadavia, más el "Perón perón qué grande sos", lo inquietaría sin joda.
Y aunque Spruille Braden en la embajada yanki hizo una movida que favoreció a Perón, ellos y los de siempre entraron a mezclar pícaros contra tantos marginales recién venidos y apurados en hacer la revolución. Sin duda el peronismo hizo cuánto pudo, ver estadísticas, "tan peligroso a la herencia sagrada de nuestros mayores, Argentina granero del mundo y como Dios es argentino la fiesta es de nosotros". Y de a poco fueron participando vendedores de humo, burócratas, gente de mala leche y profetas de una dicha incierta, a entorpecer nuestra historia con otro juego más siniestro y sangriento. Y ese es casi otro asunto.
Eduardo Pérsico es escritor. Artículo escrito en octubre de 2009.