EEUU: el latrocinio y la ceguera, lágrimas de cocodrilo en Wall Street
Bill Moyers y Michael Winship.*
Con el debido respeto, quisiéramos que todos esos activistas del Tea Party que se reunieron esta semana en Wáshington y otras ciudades no estuvieran tan obsesionados por quién es responsable de todos sus problemas, reales e imaginarios. Están alzados en armas, por así decirlo, contra el "Gran Gobierno", especialmente la administración Obama.
Si pensaran bien en esto, estarían aunando esfuerzos con otros norteamericanos de base que en las próximas semanas se manifestarán en Wáshington y otras ciudades en contra de las altas finanzas, enfrentándose a Wall Street y a los mayores bancos del país.
La Fiesta del Té original, recuerden, no se realizó solo en contra de los casacas rojas británicos. Los patriotas de la colonia también apuntaron a la Compañía de las Indias Occidentales. Esa fue la empresa conjunta creada por la primera reina Isabel. Durante años, el gobierno le concedió derechos especiales y privilegios, los cuales los propietarios convirtieron en un monopolio del comercio, incluyendo el té.
Puede que sea un poco exagerado comparar el monopolio del té con el intercambio de créditos impagos, pero el principio es el mismo: cuando no se supervisa a la enorme riqueza privada, la gente común y corriente sale perdiendo —mucho—. Eso fue lo que sucedió en 2008, cuando los intereses adinerados nos llevaron engañados hacia el gran colapso.
Así que los del Tea Party debieran estar exigiendo responsabilidad al Bank of America, Citigroup, Goldman Sachs, JP Morgan Chase, Morgan Stanley, Wells Fargo y a decenas de fondos de protección y grupos de inversión que constituye lo que en sentido general llamamos Wall Street.
Pero ¿están aceptando la responsabilidad por devastar la vida de millones de norteamericanos comunes? No se dejen engañar. Si ustedes los han visto presentarse ante los comités congresionales y ante la Comisión de Investigaciones de la Crisis Financiera —la investigación independiente que se supone deba descubrir lo que realmente sucedió— seguramente habrá tenido que tomar Pepto-Bismol.
Vean a Robert Rubin, ex secretario del Tesoro y director de Citigroup cuando declaró la semana pasada: “Casi todos los que estamos en el sistema financiero, incluyendo a las firmas financieras, reguladores, agencias evaluadoras, analistas y comentaristas no nos dimos cuenta de la poderosa combinación de fuerzas y la gran posibilidad de una crisis financiera”, dijo. “Todos tenemos responsabilidad por no darnos cuenta de esto, y estoy profundamente arrepentido”.
Muy bien, quizás no tenían una bola de cristal. Pero ¿qué hay del buen y viejo sentido de los negocios? ¿Cómo pudieron ganar tanto dinero y no darse cuenta de la situación? “Ustedes están hablando de un nivel de granularidad que ninguna junta podrá tener jamás”, aseguro Rubin.
Citigroup le pago a usted US$120 millones como asesor principal y fuente de negocios, ¿y usted no tenia que saber lo que estaba sucediendo? ¿Usted no se preocupó por evaluar el riesgo que le estaba vendiendo a sus clientes?
El Comité escuchó una coartada similar de boca de Chuck Prince, que fue director general de Citigroup durante la debacle de la firma. “Permítanme comenzar por decir que lo siento. Siento que la crisis financiera haya tenido un impacto tan devastador en nuestro país… Y siento que nuestro equipo de dirección, comenzando por mí, al igual que tantos otros, no pudiera prever el colapso sin precedente del mercado que estaba ante nuestros ojos”.
El presidente del comité Phil Amgelides, ex tesorero estatal de California, no se lo creyó. “Ustedes dos, a cargo de esta organización, no parecieron controlar lo que estaba sucediendo”, dijo, y a Rubin: “Una de dos: o ustedes estaban dándoles a las palancas o se quedaron dormidos ante el panel de mando”.
Sin embargo, los financistas se lamentan: fue un enorme accidente, una calamidad única en el siglo, un acto de Dios. Por supuesto, eso no es verdad. Mucha gente lo vio venir y gano un montón de dinero: huyo con el botín a expensas de millones que perdieron su empleo, casa y ahorros.
Ya no quedan dudas de que muchos banqueros continuaron manipulando el sistema después del colapso —pagándose salarios y regalías exorbitantes mientras golpeaban a la gente corriente con préstamos usureros a pagar el día de cobro del salario, cuotas por tarjetas de crédito y otros cargos—y negarse a ayudar a las pequeñas y medianas empresas que pudieran crear empleos.
La pandilla de los del Tea Party debieran haberse llegado a esas audiencias del Senado esta semana para enterarse del fracaso de Washington Mutual, el banco que quebró durante la debacle de septiembre de 2008 —la mayor quiebra de su tipo en la historia en Estados Unidos.
Como reveló una investigación senatorial de 18 meses, WaMu hizo préstamos de alto riesgo que sus ejecutivos sabían irrecuperables, y luego los disfrazaron de títulos hipotecarios y los vendieron a inversionistas ingenuos. Los ejecutivos de préstamos ganaban por el número de hipotecas que vendían, y aumentaban sus ingresos mintiendo a los clientes y falsificando datos, de manera de poder obtener mucho dinero y ganarse viajes a Maui y el Caribe. En una oficina de Washington Mutual en Montebello, California, 83 por ciento de los prestamos para viviendas contenían información falsa.
Y está el caso de Lehman Brothers. La desgracia de la firma, además de algunas triquiñuelas que solo ahora están saliendo a la luz, fue ser suficientemente pequeña como para fracasar. Durante esos días negros de septiembre hace dos años, el gobierno federal decidió que era prescindible y la abandonaron a su suerte, lo que provoco la mayor bancarrota de la historia norteamericana.
En una admirable pieza periodística esta semana, The New York Times reportó que Lehman controlaba secretamente una compañía llamada Hudson Castle. Los críticos dicen que fue usada por Lehman para obtener un préstamo y ocultar malas inversiones en bienes raíces comerciales e hipotecas no preferenciales.
Pero el premio de la semana a las mayores agallas es para un fondo de inversiones del área de Chicago, llamado Magnetar, cuyo nombre proviene de un tipo de estrella de neutrones que emite una radiación mortífera que recorre todas las galaxias. Gracias al trabajo de equipo del sitio-web de periodismo de investigación Pro Publica, así como del proyecto Public Money (Dinero Publico) y del programa This American Life, ambos de la radio publica, supimos que Magnetar trabajó con Citigroup, JP Morgan Chase, Merrill Lynch y otros bancos de inversiones para crear valores de CDO (obligaciones colateralizadas de deuda) tóxicas, garantizadas por hipotecas no preferenciales que la gerencia sabía que no servían.
Posteriormente Magnetar tomó ese conocimiento y apostó en contra de las mismas malas inversiones que había recomendado a los compradores. Luego vendió a la baja y ganó una fortuna.
Llamar a esto sencillamente “contabilidad creativa” es cometer una injusticia. Esto es corrupción, cinismo y avaricia de una magnitud que haría avergonzarse al emperador romano Calígula. O peor aun, al emperador Nerón. Él no sólo envenenó a los ciudadanos romanos; según la leyenda provoco el incendio de Roma y cantó mientras caían las cenizas, justamente igual que nuestros magnates de Wall Street.
Pero, si sabemos todo esto, ¿por qué es tan difícil exigir responsabilidad a Wall Street? Lo que nos trae de vuelta a las cosas de las cuales debieran haberse quejado esta semana los del Tea Party. La industria bancaria y las corporaciones de Estados Unidos combaten las propuestas de reforma financiera con todo el dinero y la influencia de que disponen, intentando así preservar un sistema que les permitiría, una vez más, saquear a este país.
Vean el informe de Eric Lichtblau esta semana, también en The New York Times, bajo el titular Los legisladores regulan a los bancos, luego acuden en masa a ellos. La industria de los servicios financieros ha contratado a más de 125 ex miembros y a personal del Congreso, de ambos partidos, para que les ayuden a combatir el cumplimiento de la responsabilidad.
Tampoco es de extrañar que este titular apareciera en el Times de esta semana: Partido Republicano pone en la mira al plan para controlar a la industria financiera. No es ninguna sorpresa. A principios de este año, los políticos republicanos dijeron a Wall Street: Dennos la plata y evitaremos la reforma.
El equipo SWAT del Partido Republicano –conocido también como Cámara de Comercio de Estados Unidos—ya ha gastado tres millones de dólares para tratar de eliminar o suavizar una parte clave de la reforma –la proposición de una nueva Agencia de Protección Financiera al Consumidor—. Con la Cámara como fachada, las corporaciones han pagado anuncios que hacen creer que el Ejército Rojo está a nuestras puertas.
Los defensores de la reforma han respondido con sus propios anuncios, pero los demócratas también están muy endeudados con Wall Street. ¿Recuerdan el fondo de inversiones Magnetar que apostó en contra de sus propios productos? Los propietarios protegieron sus apuestas con grandes donaciones de campaña para Rahm Emanuel. Sí, el mismo jefe de personal de la Casa Blanca bajo Obama. En el tiempo en que era representante por Illinois y presidente del Comité Demócrata de campaña congresional, que recaudó millones de dólares de manos de la industria de servicios financieros.
Es más, el sitio-web Politico.com reporta que “los diez gerentes más ricos de fondos de inversiones han metido casi un millón de dólares en cuentas de campaña durante los últimos años… defensores de los consumidores y críticos de otros sectores financieros dicen que a los fondos de inversiones les iría muy bien” bajo el nuevo proyecto de reforma del Senado.
En concusión: “Los bancos de Wall Street son la nueva oligarquía estadounidense … un grupo que obtiene poder político debido a su poder económico, y luego usa ese poder político en su propio beneficio”. Así escribe Simon Johnson, ex economista en jefe del Fondo Monetario Internacional; y James Kwak, ex asesor de gerencia y empresario de softwares, en su nuevo e importante libro 134 banqueros: la absorción de Wall Street y la próxima debacle financiera.
Sus palabras de advertencia y el último año y medio le hacen a uno comprender que, como es costumbre, Thomas Jefferson, cuyo cumpleaños acabamos de celebrar, sigue teniendo razón. Por allá por 1816 escribió: “Sinceramente creo… que los establecimientos bancarios son más peligrosos que los ejércitos permanentes”.
* Bill Moyers es editor principal y Michael Winship redactor jefe del programa semanal de asuntos públicos Bill Moyers Journal.
En http://progreso-semanal.com —que cita como fuente a Truthout.org