EEUU: LA BRECHA DE CONFIANZA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Espionaje interno. Después del 11/9, el señor Bush autorizó a la Agencia de Seguridad Nacional a que fisgoneara en Estados Unidos las conversaciones y correos electrónicos de ciudadanos y de otros sin obtener órdenes judiciales ni permitir al Congreso o a los tribunales que supervisaran la operación.

Legisladores de ambos partidos han expresado fuertes dudas acerca de la legalidad de este programa, pero el fiscal General Alberto Gonzáles dejó en claro el pasado lunes en una audiencia senatorial que el señor. Bush no tiene la menor intención de cambiarlo.

Según el Señor González, se puede confiar en que la administración se investigue a sí misma y que defienda por sí la línea entre la seguridad nacional y las libertades civiles. Dejemos de lado el problema bastante grande de que nuestra democracia no funciona de esa manera. No está claro si esta administración sabe dónde se encuentra esa línea, mucho menos de si es capaz de defenderla.

El propio respeto del señor González por la verdad está bastante en entredicho. Al prestar testimonio bajo juramento en su audiencia de confirmación el año pasado, él rechazó como “hipotética” una pregunta acerca de si creía si el presidente tenía la autoridad para realizar vigilancia sin órdenes judiciales. En realidad el señor González sabía que el señor Bush estaba haciendo precisamente eso y como abogado de la Casa Blanca había dado su aprobación.

Los campamentos de prisioneros. Han pasado casi dos años desde que el escándalo de Abu Ghraib arrojó luz sobre la violencia, las detenciones ilegales y otros abusos en campamentos militares de prisioneros de Estados Unidos. Ha habido audiencias del Congreso, fallos de tribunales imponiendo procedimientos judiciales en los campamentos y una ley que requiere que los prisioneros sean tratados en forma humanitaria. Sin embargo, nada ha cambiado.

El señor Bush también dejó en claro que tiene la intención de respetar la nueva ley acerca del tratamiento a prisioneros cuando su brújula moral interna le diga que es lo correcto.

The Times informó que las autoridades militares de Estados Unidos estaban atando y alimentando por la fuerza a prisioneros que hacían huelga de hambre por decenas en Guantánamo para protestar ante su detención sin ninguna semblanza de justicia. El artículo decía que funcionarios de la administración estaban preocupados de que si un prisionero moría podría reanudarse la critica internacional a Guantánamo.

Hacen bien en preocuparse. Esto no es un simple embarazo. Es una atrocidad persistente que ha minado la credibilidad norteamericana en todo el mundo.

The National Journal señaló la semana pasada que muchos fueron entregados a las fuerzas norteamericanos por parte de señores de la guerra paquistaníes y afganos, a cambio de recompensas. Otros simplemente cayeron en redadas.

Los militares han acusado de terrorismo solamente a 10 prisioneros. Durante tres años casi no se celebraron audiencias al resto, y cuando se hicieron la mayoría fueron procesos fraudulentos.

Y sin embargo la administración continúa asegurando que se puede confiar en ella para que dirija con justicia esas prisiones, para que decida en secreto a capricho del presidente quién debe ser encarcelado sin cargos e insista en que Guantánamo está repleto de terroristas peligrosos.

La guerra de Iraq. Uno de los mayores momentos de petición de confianza del Señor Bush fue cuando dijo a los norteamericanos que Estados Unidos tenía que invadir a Iraq porque este poseía armas peligrosas y significaba una amenaza inmediata para EE.UU. La Casa Blanca ha bloqueado una investigación del Congreso para saber si exageró la inteligencia acerca de Irak. Y continúa insistiendo que la decisión de invadir estaba basada en el consenso de las agencias norteamericanas de inteligencia.

Pero la próxima edición de la revista Foreign Affairs incluye un artículo escrito por el hombre que hasta el año pasado estuvo a cargo de la inteligencia acerca de Iraq, Paul Pillar, quien dijo que la administración escogió la inteligencia que apoyara una decisión tomada previamente para invadir. Dijo que el señor Bush y el vicepresidente Dick Cheney dejaron en claro qué resultados deseaban y escucharon solo a los analistas que la presentaron.

Increíblemente, dijo el señor Pillar, el presidente nunca pidió una evaluación de las consecuencias de invadir a Irak hasta un año después de la invasión. Dijo que la comunidad de inteligencia hizo ese análisis por su cuenta y pronosticó una sociedad profundamente dividida, lista para la guerra civil. Cuando finalmente la administración solicitó una valoración de inteligencia, el Señor Pillar estuvo al frente de la tarea, la cual en agosto de 2004 llegó a la conclusión de que Iraq estaba al borde del desastre.

Los funcionarios filtraron su nombre al columnista Robert Novak y a The Washington Times. La idea era que el señor Pillar no era confiable porque disentía de la línea del partido. De alguna manera, esto suena como algo que hemos escuchado antes.

Como muchas otras administraciones anteriores, la actual a veces evade torpemente la verdad para evitar el embarazo. (Ahora sabemos, por ejemplo, que la Casa Blanca no dijo la verdad acerca de cuándo supo que los diques de Nueva Orleáns habían fallado). La exageración usual es una cosa. El ataque a las libertades civiles, al proceso debido y al balance de poderes, que son el corazón de la democracia norteamericana, es otra.

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* Traducido y distribuido por la revista Progreso Semanal
(www.progresosemanal.com).

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