EEUU, Tercer Mundo. – LA CRISIS INTERNA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Si ustedes viven en vecindarios opulentos, puede que se hayan condicionado a sí mismos para ignorar a ese sector significativo de la sociedad norteamericana que les molesta demostrando que son pobres, sufren de enfermedades y angustia, o de cosas peores.

Claro está, muchas arboladas calles suburbanas contienen mujeres y hombres aparentemente normales y satisfechos que trabajan y llevan a los niños a la escuela. Los publicitarios comprenden que bajo ese exterior «normal» esas personas tienen ansiedades. Ellos se ceban en ese público frágil de clase media vendiéndoles «alivio» a su «dolor» físico y psíquico.

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Cuando una «persona normal» se encuentra con un «sin casa», el «normal» puede muy bien decir «gracias a Dios que no soy yo».

«Veo a esas personas (sin casa) y compro libros acerca de cómo incrementar mi cuota de inteligencia financiera», me dijo un conocido. «Me asustan». Sin embargo, Hollywood y la televisión siguen usando personajes estereotipados de clase media para presentar al Estados Unidos verdadero –el país que George Bush vende en sus discursos–. Este Estados Unidos inventado se enfrenta a «una amenaza de seguridad» de la cual seguridad interna lo protegerá.

Díganselo a los sin casa.

Cuando los personajes de clase media planean abstracciones –como que la clase trabajadora está amargada, o si los candidatos deberán usar una banderita en la solapa, o si la retirada de Iraq significa menos seguridad– la gente desesperadamente pobre sacude la cabeza y se echa a reír. La seguridad significa una cama, un techo sobre su cabeza y una comida mínima y saludable, además del ocasional acceso al cuidado de salud.

En la esquina de Calle High y Bancroft, en Oakland Oriental, California –y en esquinas parecidas de todo el país– otro Estados Unidos vibra de angustia. Mientras llevaba a mi esposa a su trabajo el 25 de abril (2008), 22 jóvenes, todos «latinos» (de México o Centroamérica) temblaban en la fría mañana esperando que alguien los llamara para hacer algún trabajo sin importancia. En esquinas cercanas otras decenas más tratan de pasar el tiempo muerto conversando, soñando despiertos acerca de su aldea, la familia o la posibilidad de que un hombre en una camioneta se detenga y les diga: «Limpieza de patio».

Los jornaleros abundan en las ciudades. Los que consiguen trabajo temen ser asaltados por drogadictos cuando van de regreso a las casas de huéspedes donde comparten una habitación hasta con siete hombres más. No tienen derecho a seguro de desempleo. Algunos de los que están legalmente desempleados solicitan beneficios; otros ya los han usado. Algunos se deprimen.

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Antes de la implosión de Bears Stearns, 200 de sus ejecutivos llegaban cada día en una limosina conducida por un chofer. Al terminar el día, los cómodos salones rodantes tragones de combustible esperaban por esos importantes negociantes de hipotecas. Cada ejecutivo ganaba en un día más de lo que los jornaleros ganan en dos años. Los más altos ejecutivos recibieron como promedio en 2006 aproximadamente $10 millones de dólares.

Si se rueda por Bancroft uno se encuentra con las brigadas de carritos de compra. Decenas de afro-norteamericanos empujan sus vagones llenos de latas y botellas para venderlos en la planta de reciclaje. Bajo esa mercancía que encontraron en los contenedores de basura, llevan sus pobres pertenencias que toda gente de la calle debe resguardar el día entero.

La singular agencia de extensión multiservicio donde trabaja mi esposa trata de solucionar las rudimentarias necesidades sociales y de salud de algunos residentes pobres de este enorme vecindario del condado de Alameda. La mayoría no tiene otro acceso a servicios médicos que el que suministra la sala de emergencias del condado. Bush no reconoce a las jóvenes mujeres que se aparecen a diario en el centro de Oakland Oriental, la mayoría de ellas afro-norteamericanas o «latinas». Eso las ayuda a sobrevivir cada día en la tierra de los libres y valientes. Algunas han servido en Corea, Viet Nam, la 1ra. Guerra del Golfo, Afganistán e Iraq, y debido a que no han podido readaptarse a la vida civil dependen de la generosidad de aquellos de quienes mendigan y de las instituciones que cada día reciben menos apoyo, pero aún ofrecen algún alimento.

«Entre 2,3 y 3,5 millones de personas no tienen casa en algún momento de un año promedio», reporta el Consejo Nacional de Cuidado de Salud para los Sin Casa. 13,5 millones han experimentado la situación «literal de no tener casa» al menos una vez.

(ver informe aquí)

Se calcula que un tercio de los que viven en las calles padece alguna enfermedad física crónica. Otro tercio tiene una enfermedad mental. Casi la mitad tiene o ha tenido una adicción a droga o a alcohol. Enfermedades transmisibles, incluyendo el VIH/SIDA y la tuberculosis se ceban en los sin casa. La gente de la calle también padece incontables variedades de infecciones, además de traumas inducidos por la violencia. Sus condiciones de vida a menudo los exponen al frío insoportable y a la lluvia, dice el sitio web del Consejo.

Veo a Jayce que levanta un cartel cerca de la autopista. Lleva ropa limpia, pero gastada y una pierna artificial de metal. Un perro escrofuloso está sentado a su lado. Unas pocas personas le ofrecen monedas. La mayoría ni siquiera lo mira.

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Me hace sentirme incómodo. Sus problemas de salud son peores que los míos. La gente de la calle tiene seis veces más problemas médicos que los que tienen hogar. Jayce duerme en un vehículo abandonado o bajo un puente de la autopista sobre el suelo frío y húmedo, tapado con mantas remendadas. Sus dolores de la pierna –y su adicción a la heroína– probablemente empeoren. La expectativa de vida de una persona de la calle como Jayce es de menos de 50 años.

Treinta y seis por ciento de los sin casa consisten de familia con niños. Casi 1.5 millones de niños estadounidenses pasan una parte del año viviendo en la calle. Algunos encuentran refugios; otros se refugian en autos o vehículos abandonados, en parques de la ciudad o en áreas verdes sin atención. Casi siete millones de niños no tuvieron cobertura de salud en 2007, el año en que Bush vetó el proyecto de ley de Cobertura de Salud Infantil.

Esos niños son parte de los 47 millones de norteamericanos sin cobertura médica.

El Buró del Censo informa que 37 millones de estadounidenses viven en la extrema pobreza, privados de cuidados de salud, techo y comida suficiente: 12,3 por ciento de la población.

Qué contraste con la gente de George Bush. En 2006, el uno por ciento elite de la población en tragó casi el 22 por ciento del ingreso de EEUU. En 2006, el uno por ciento absorbió casi 15% de los ingresos del país. Según un informe de 2007 del Instituto para Estudios de Política, Unidos por una Economía Justa, y Ciudadanos a Favor de la Justicia Tributaria, 46 de las 275 compañías más grandes no pagaron ningún impuesto sobre la renta en 2003. Cada año Bush recorta los impuestos a los más ricos. En 2005, el 50% de menores ingresos de la población recibió menos de 13% de los valores creados (Reuters, 12 de octubre de 2007).

En Berkeley o en Piedmont Hills, uno podría vivir sin presenciar ninguno de los horrores que existen en el llano. Los ex ejecutivos de Bear Stearns en Nueva York no tenían que ver a los miles de mendigos y gente de la calle. Ellos se sentaban en sus limosinas y leían The Wall Street Journal o veían pornografía infantil en sus TV de pantalla plana del asiento trasero, mientras el chofer maniobraba a través del tráfico de Nueva York rumbo a las elegantes mansiones de Long Island o del condado de Dutchess.

El único contacto que los ricos tienen con los pobres es la relación amo-sirviente –mediatiozada por subordinados empleados para proteger la sensibilidad de los súper ricos de las imágenes y olores que emanan de los pobres.

Compárense la estadística, las imágenes y sonidos, y la realidad de los pobres en la calle con el Estados Unidos idealizado que Bush promueve: una sociedad democrática y justa. ¡Qué brecha entre la realidad y el discurso político!

Pronto el Congreso aprobará otra monstruosa y enorme factura en apoyo a las guerras en Afganistán e Iraq y soltará unos US$ 700.000 millones en total para la defensa.

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¿No cree la mayoría de los electores que las prioridades de los que gobiernan el país y aspiran a ocupar cargos pudieran estar muy mal? ¿Habrá llegado el momento para que el público se manifieste en las calles, por medio del correo electrónico e incluso por carta, exigiendo que los aspirantes detengan su pueril tontería? Los pobres están en una crisis que tiene poco o nada que ver con Iraq, Irán o el Islam. Los candidatos supuestamente cristianos debieran dejar de lado su ambición y en vez de atacar al bien intencionado reverendo Wright debieran fijarse en lo que dijeron Lucas y Mateo: Porque donde esté tu tesoro, allí debe estar también tu corazón. (Lucas, 12:34; Mateo, 6-19:24).

Bush y en menor medida sus predecesores han usado el tesoro de este país para la guerra. Ninguno de los candidatos ha hablado hasta ahora de cambiar las actuales prioridades, aunque todos se presentan como profundamente religiosos. ¿Habremos llegado al punto en que el cristianismo representa la guerra y la destrucción y los candidatos desechan las verdaderas necesidades? Lástima que George Stephanopoulos no haya hecho esa pregunta en el debate de ABC en vez de comentar acerca de los pasadores de corbata con bandea que usa Barack.

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* Miembro del Instituto para Estudios de Política, cineasta y escritor.
Su último filme, Aquí no jugamos golf, está disponible en DVD; se lo puede pedir a roundworldproductions@gmail.com.

http://progreso-semanal.com

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