El »asunto» Marcola. – SI NO EXISTE EL INFIERNO, ¿QUÉ DIRECCIÓN PUEDEN DAR?
Como los bandoleros rurales y guerrilleros de la leyenda americana, Marcola de tanto no estar en ninguna parte parece poder estar en todos lados. Delgado, de buena estatura, luce las entradas de cabello sobre la frente que suelen caricaturizar al intelectual. Algo en su mirada, empero, que se advierte en las no demasiadas fotografías de él que existen, tiende a empatarlo más con un –en cierta forma– cansado líder militar. Algún blog lo compara a Pol Pot –nombre de guerra de Saloth Sar– que ordenó la «ida al campo» en los tiempos del kmer rouge camboyano, en la década de 1971/80.
El delirio de Pol Pot, de ahí la infortunada comparación, costó cientos de miles de vidas humanas; se nos quiere convencer que Herbas Camacho desató, con una orden desde una celda de aislamiento y sin medios de comunicación, el caos por una semana en Curitiba, Río de Janeiro, São Paulo y otras ciudades. Porque fue un caos. Un caos armado. No hay poesía en la violencia, ésta sólo advierte que las cosas pueden ser peores.
La historia social –cuando marcada por la injusticia, la miseria, el hambre, la ignorancia, las puertas cerradas– determina períodos, hechos y lugares geográficos que nunca podrán ser cotejados unos y visitados aquellos, pero que tampoco, por el hecho de no encontrarlos, serán falsos. Atribuirle a Marcola méritos y deméritos de Gengis Kan o de Espartaco, de Lautaro o de Toro Sentado, es perfectamente coherente con la historia que alguna vez escribirán los oprimidos –incluso sin nombrarlo–.
De pronto, como esas botellas con un mensaje arrojadas al océano, el mundo-red encuentra decenas de interpretaciones de una entrevista que habrían sostenido Marcola y el periodista, cineasta y poeta Arnaldo Jabor, publicada –se asegura– el 23 de mayo de 2006 en un suplemento del diario O’Globo. La entrevista nunca tuvo lugar.
Lo que sí fue publicado –el 29 de mayo del mismo año en la revista Época– es un reportaje de Walter Nunes, realizado en el penal Presidente Bernardes, El prisionero de la celda 151, sólo parcialmente asequible en su edición internet.
Cotidianamente dividimos como algo natural el mundo entre pobres y ricos y, entre ambos grupos, situamos una embarazosa «clase media» que comparte con los primeros el tener poco –aunque tenga mucho más que ellos– y con los segundos la posibilidad de tener algo –aunque infinitamente menos que aquellos–. En la ciudad los pobres, decimos, son los que trabajan por un salario; la «clase media» lo hace por un sueldo u honorarios y los ricos porque en definitiva roban. En el campo los pobres no tienen tierra, o están a punto de perderla, los ricos la poseen y los del medio suelen administrarla.
Sobre –o debajo– de ricos y pobres pululan los miserables al estilo de Víctor Hugo, de Charles Dickens o la picaresca española: son los que no tienen ni su pobreza, son aquellos definidos por el hambre, los que van a parar a las galeras.
Las cosas no son más así. Un 40% de la población del planeta ocupa con comodidad algún escalón de la miseria; la «clase media» descubre nuevas formas para sobrevivir al amparo de las corporaciones, en el eufemísticamente llamado servicio público –la política, o sea– y en los nuevos estamentos creados por el desarrollo de la ciencia, la tecnología y las finanzas. ¿Los pobres? Como siempre: mal, gracias. La ilusión de los «ascensores sociales» se desvaneció junto con la esperanza depositada en los sistemas educacionales.
De hecho, pese a que hay más alimentos que nunca –por ahora, porque os mares crujen, en el campo se cultiva más para alimentar vacas que gentes–, un tercio de las personas que habitan la Tierra tienen cuando menos serias dificultades para conseguir dos pitanzas diarias – o siquiera una–. Y comienza escasear el agua potable. Y las ciudades crecieron tanto que sólo cabe esperar su derrumbe. El mejor objetivo para el milenio es conseguir un funeral digno antes de que el destino nos alcance o amanezcamos en la mañana del día después.
En medio de este infausto panorama circula la entrevista apócrifa y estremecen los presuntos dichos de Herbas Camacho. Estremecen de tal manera que en un portal en junio de 2006 (www.democracia.org.br) se desliza un concepto insidioso y preciso: «Suposta entrevista de Marcola: se fosse verdadeira, não seria tão preocupante».
Preocupa porque podría convertirse en realidad no la entrevista, sino lo que en ella se dice. Que es claro y se reconoce: una guerra; una guerra de destrucción que bien podría convertir en cenizas lo obrado por las generaciones desde el advenimiento de la civilización. Una guerra que de verdad podrían ganar los que nada tienen y por tanto nada querrán preservar, y si la pierden se irán al infierno desde el infierno en el que viven sin dejar nada atrás. Por eso el símil con Pol Pot, que no es moral, es operativo.
Nada aporta, entonces, el texto a la comprensión de Herbas Camacho ni al fenómeno delincuencial. Marcola ha sido tomado como pretexto, encarna un confuso mito social, redondea de cara al siglo XXI de la Cristiandad las leyendas de la resistencia de épocas anteriores, es el rostro –o la voz– de esa Corte de los Milagros que permea el miedo de las buenas conciencias ante aquellos que, por no poder domesticarlos, obligaron a vivir extramuros, y hoy son demasiados para tranquilizarlos con abalorios y espejitos de colores, aunque los traigan en «containers» desde China o Malasia, donde sin duda otros Marcolas pugnan, ellos también, por convertirse en referentes que, por más que lo parezca, no tienen nada de fantasiosos.
Preguntas y respuestas
–¿Usted pertenece al PCC? (PCC: Primer Comando de la Capital, nombre que da Marcola a sus «comandados»).
–Más que eso, yo soy una señal de los nuevos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me vieron durante décadas…y antiguamente era cómodo resolver el problema de la miseria. El diagnóstico para ustedes era obvio: migración rural, desnivel de ingresos… La solución nunca llegaba. ¿Qué hicieron? Nada.
«El gobierno y la prensa sólo nos hacían aparecer en los reportajes a los morros (cerros de las ciudades) o en las músicas románticas sobre «la belleza de los morros al amanecer». Ahora, estamos ricos con la multinacional del pueblo. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social. ¿Se da cuenta? Soy culto, leí a Dante en la prisión».
–Pero, la solución sería….
–¿Solución? No hay más solución, compadre. La propia idea de solución es un error. ¿Ya vio las 560 favelas de Río de Janeiro? ¿Anduvo en helicóptero por encima de la periferia de Sao Paulo? ¿Solución, cómo?
«Ella sólo sería posible con muchos billones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, con una inmensa voluntad política, con crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general; y todo tendría que ser bajo la batuta de una ‘tiranía esclarecida’ que saltara sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice (¿o usted cree que los 287 chupasangre van a reaccionar?; si pudieran, esos chupasangre se roban hasta el mismo PCC) y por encima del Poder Judicial, que es el que impide sanciones.
«Tendría que haber una reforma radical del proceso penal del país, tendría que haber comunicación e inteligencia entre los policías (nosotros, en la prisión hacemos incluso ‘conference calls’). Todo ello costaría billones de dólares e implicaría un cambio sicosocial profundo en la estructura del país. O sea, es imposible. No hay solución».
–¿Usted tiene miedo de morir?
–Ustedes son los que tienen miedo de morir, no yo. Además, aquí en la cárcel no pueden entrar a matarme, pero yo sí puedo mandar a matarlos a ustedes allá afuera. Nosotros somos hombres-bomba. En la favela tengo cien mil hombres-bomba. Estamos en el centro mismo de lo insoluble. Ustedes en el bien y yo en el mal y, en el medio, la frontera de la muerte, la única frontera.
«Ya somos otra especie, somos otros bichos, diferentes de ustedes. Para ustedes la muerte es un drama cristiano en una cama, con un ataque al corazón. Para nosotros la muerte es la cecina diaria envuelta en una bala. ¿Ustedes, los intelectuales, no hablaban de lucha de clases y decían al pueblo ‘sea marginal, sea héroe’? Pues bien, llegamos, somos nosotros. Ja, ja, ja…
«Ustedes nunca esperaron esos guerreros del pueblo, ¿no? Yo soy inteligente. Yo leo… Leí 3.000 libros y leo a Dante…mis soldados son extrañas anomalías del desarrollo torcido de este país. No hay más proletarios, o infelices o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el total analfabetismo, diplomándose en las cárceles como un monstruo Alien escondido en las brechas de la ciudad. Ya surgió un nuevo lenguaje.
«Nosotros estamos delante de una especie de post-miseria. Eso mismo. Una post-miseria genera una nueva cultura asesina ayudada por la tecnología, satélites, celulares, Internet, armas modernas. Es la mierda con chips, con megabytes. Mis ‘comandados’ son una mutación de la especie social, son las semillas del gran error de ustedes».
–¿Qué cambió en las periferias?
–La plata. Hoy la gente tiene plata. ¿Usted cree que US$ 40 millones no mandan? Con US$ 40 millones la prisión es un hotel, una oficina. ¿Qué policía va a querer matar esa mina de oro? Nosotros somos una empresa moderna, rica. Si un funcionario vacila, es despedido y metido al ‘microondas’…ja,ja,ja. Ustedes son el estado quebrado, dominado por incompetentes.
«Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos y burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes, en tierra extraña. Nosotros somos la muerte. Ustedes mueren de miedo. Nosotros estamos bien armados. Ustedes van paso a paso. Nosotros estamos al ataque. Ustedes tienen la manía del humanismo. Nosotros somos crueles, sin piedad. Ustedes nos transforman en súper estrellas del crimen. Nosotros los transformamos a ustedes en payasos. A nosotros nos ayuda la población de las favelas, por miedo o por amor. Ustedes son odiados, son regionales, provincianos.
«Nuestras armas vienen de fuera, somos globales. Nosotros jamás nos olvidamos de ustedes, pues son nuestros caseros. Ustedes se olvidan de nosotros apenas pasa el momento de la violencia».
–¿Qué debe hacer la sociedad entonces?
–Voy a dar un ejemplo, incluso en mi contra. ¡Atrapen a los barones del pueblo! Hay diputados, senadores, hay generales y hay incluso ex presidentes de Paraguay en las paradas de la cocaína y de las armas. ¿Pero, quién va a hacer eso? ¿El ejército? ¿Con qué plata? No tiene dinero ni siquiera para el rancho de los reclutas. El país está quebrado, sustentando un Estado muerto con impuestos de 20% al año, y Lula aún aumenta los gastos públicos empleando 40 mil picapedreros.
«Estoy ahora leyendo a Clausewitz, ‘Sobre la guerra’. Ustedes no tienen perspectivas de éxito. Nosotros somos hormigas devoradoras. Mis comandados, mi gente, tiene ya hasta cohetes antitanques… Para acabar con mi gente tendrían que lanzar una bomba atómica en las favelas…pero además, mi gente acabaría fabricando también muchas ‘umazinhas’, esas bombas sucias….¿ya lo pensó? ¿Ipanema radioactiva?»
–Pero…¿no habría solución?
–Ustedes sólo podrían alcanzar algún éxito si desistieran de defender ‘la normalidad’. No hay ya más normalidad. Ustedes precisan hacer una autocrítica de vuestra propia incompetencia. Pero voy a ser franco…Estamos todos en el centro de lo insoluble, sólo que nosotros vivimos de ello y ustedes… ustedes no tienen salida. Ustedes son la mierda. No hay solución, ¿y sabe por qué? Porque ustedes no entienden la extensión del problema.
«Como escribió el divino Dante: ’Pierdan todas las esperanzas. Estamos todos en el infierno’».
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* Informe: Alejandro Tesa.