El asunto Otero
Álvaro Cuadra.*
El actual embajador[1] de Chile en Argentina, señor Miguel Otero, se ha permitido expresar en forma pública una serie de opiniones que comprometen gravemente la imagen internacional del actual gobierno. Como es sabido, un embajador es el representante de su gobierno y, por extensión, de su nación ante un país otro. Por ello, los dichos de un embajador –quiérase o no– constituyen parte del discurso oficial de un país.
Desde un punto de vista político, la intervención del señor Miguel Otero pone en graves aprietos al nuevo gobierno y, especialmente, al primer mandatario que se ha cuidado mucho de mantener distancia con los enclaves pinochetistas. La derecha ha insistido en separar aguas entre un gobierno republicano y elegido democráticamente por voluntad popular y el pasado dictatorial que la animó en las décadas recientes. El affaire Otero es una mancha negra y maloliente en la agenda de la Cancillería y del gobierno.
Es bueno recordarle a los sectores más recalcitrantes de la derecha chilena que el tema de los Derechos Humanos, a esta altura del siglo XXI, se ha incorporado a la sensibilidad del mundo civilizado y que el nefasto recuerdo de Pinochet y su gobierno ha quedado inscrito como ejemplo de la barbarie y el crimen. Como es sabido, muchos de sus más conspicuos funcionarios han sido requeridos por la justicia internacional como delincuentes, incluido, el mismo Augusto Pinochet.
Es de lamentar que el embajador señor Miguel Otero comparta con sus pares de la derecha chilena esa mentalidad provinciana de corte militarista incompatible con la delicada función diplomática. El gobierno de Pinochet ya fue juzgado por la opinión pública mundial como un sátrapa de la peor especie, aunque pareciera que muchos en Chile no se dan por enterados.
Por último, las expresiones del señor Otero en relación a la dictadura militar encabezada por el tristemente célebre general Augusto Pinochet resultan, por decir lo menos, inaceptables, y en consecuencia, no puede seguir ejerciendo como embajador de nuestro país. El embajador Otero se ha permitido relativizar y minimizar las consecuencias de un episodio histórico conocido en el mundo entero como una de las tiranías más cruentas de la segunda mitad del siglo XX. Sus palabras hieren y ofenden, en primer lugar, a las víctimas de tales atrocidades, pero, además, ofende a millones de personas en Chile y Argentina que han padecido el horror cotidiano de dictaduras militares.
[1]Al despachar esta crónica se informa que la Presidencia de la República habría aceptado —o exigido— la renuncia del ex embajador Otero Lathrop.
* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.