El Capital, 150 años/ Más actual que nunca
Sebastián Zarricueta Cabieses - Álvaro Ramis
Hace 150 años, en una carta del 16 de agosto, un jubiloso Marx escribía a eso de las dos de la madrugada a Engels, su colaborador y amigo de toda la vida: “Querido Fred: Acabo de terminar la corrección del último pliego del libro”. Y enseguida añadía: “ ¡Solo a ti te debo que esto haya sido posible! Sin tu entrega personal, yo no habría podido por nada del mundo realizar este trabajo… ¡Te abrazo, lleno de gratitud!”.
El libro al que se refería Marx era ni más ni menos que el primer tomo de El Capital, del que este 2017 se conmemora el 150º aniversario de publicación de su primera edición.
La alegría y agradecimientos del revolucionario alemán no dejaban de estar justificados. Desde que iniciara su vida de exiliado en la segunda mitad de la década del 40 del siglo XIX, Marx y su familia tuvieron que atravesar por una serie de peripecias, la mayor parte de las veces originadas por una situación económica precaria fruto de la inestabilidad laboral de Marx. De ahí que Engels no solo cumpliera el rol de un colaborador intelectual que Marx siempre tuvo en estima, sino también de un sostén económico y afectivo de él y su familia.
El contexto europeo
Fuera de las dificultades que significó el exilio para Marx, éste le permitió hacerse de un profundo conocimiento del nuevo contexto político-social que se venía configurando en el continente europeo durante el siglo XIX. Se asistía a la consolidación en el plano político de la sociedad burguesa, la cual a su vez daba paso al surgimiento de un nuevo actor con potencialidades revolucionarias: la moderna clase trabajadora.
Con el reflujo de los alzamientos populares y su asentamiento definitivo en Inglaterra, Marx pudo dedicarse por completo al estudio de la nueva sociedad que tomaba cuerpo. Allí entró en contacto con una de las expresiones más avanzadas del pensamiento burgués de la época, la economía política clásica. En efecto, la teoría económica marxista arranca de los aportes realizados a la comprensión del capitalismo por dicho corpus teórico, y en particular por la obra de David Ricardo. Si bien Marx rompe en varios aspectos fundamentales con Ricardo, siempre reconoció la deuda intelectual que tenía con este economista.
El auge de la economía política en Inglaterra no era casualidad. Este país constituía la cuna del modo de producción capitalista, llegando a ser la primera potencia industrial del mundo. Este era por tanto el escenario perfecto para estudiar “los antagonismos sociales que resultan de las leyes naturales de la producción capitalista”, ya que en este sentido “el país industrialmente más desarrollado no hacía sino mostrar al menos desarrollado la imagen de su propio futuro”.
Objeto, método, y estructura
En El Capital Marx se propone como objetivo último “sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna”. Precisamente acotar su objeto de estudio a los límites históricos de las sociedades capitalistas, es lo que hace que la obra cumbre de Marx conserve, 150 años después de publicada, toda su vigencia. De hecho, es a medida que las relaciones capitalistas se han ido extendiendo a todos los ámbitos de la economía (salud, educación y previsión incluidas) que las leyes descritas en El Capital cobran particular fuerza y relevancia.
Para alcanzar el objetivo propuesto, Marx se sirvió de un particular método para enfocar los problemas sociales que se instalaban una vez que la producción pasaba a ser dominada por las relaciones capitalistas. Este método no era sino el desarrollado por Hegel -el gran maestro de juventud de Marx-, solo que esta vez era puesto sobre una base materialista: las relaciones de producción. El método hegeliano -o dialéctico- pone el énfasis en el movimiento con base en contradicciones, y Marx fue el primero en aplicarlo al terreno de la economía.
Si bien lo anterior puede sonar complejo, su aplicación es bastante sencilla. La diferencia del enfoque de Marx con la actual ciencia económica salta a la vista. Esta última nunca ha podido explicar convincentemente el conflicto que constantemente aflora entre empresarios y trabajadores si no es recurriendo a elementos “externos” a dicha relación (envidia, acción de agitadores, etc.); en cambio, en el enfoque marxista la relación misma es inherentemente conflictiva en la medida en que se basa en la explotación de los trabajadores.
Si bien el plan original de la obra estaba proyectado en tres tomos, Marx solo alcanzó a publicar el primero. Correspondió a Engels la publicación de los tomos restantes a partir de un enorme cúmulo de apuntes y borradores dejados por su amigo al morir.
La idea de Marx en los tomos restantes era ir más allá de la relación capital-trabajo en el ámbito de la producción. Junto con develar el origen de la ganancia capitalista -objetivo del primer tomo-, se proponía lograr además una visión comprehensiva del proceso capitalista de producción, abordando en detalle las fases de la circulación del capital y cómo las distintas fracciones capitalistas se reparten finalmente, bajo diversas formas (intereses, renta, salarios gerenciales, etc.), los frutos de la explotación del trabajo.
Precisamente uno de los temas que son tratados en estos tomos no publicados por Marx, y que cobra particular relevancia para economías como la chilena, es la renta asociada a la explotación de los recursos naturales.
El origen de la ganancia y la crítica del capitalismo
Si bien Marx realiza una serie de progresos con respecto a la teoría del intercambio mercantil de David Ricardo, todo el edificio de la economía marxista descansa sobre el descubrimiento del origen último de la ganancia capitalista: la plusvalía. Este es el gran aporte de Marx a la ciencia económica y al pensamiento social.
Como bien se sabe, el principio fundamental que guía la producción capitalista es el criterio de la ganancia, o sea el acrecentamiento constante del valor puesto en circulación por el capital. Explicar el origen de ésta no es sencillo ya que requiere ir al trasfondo mismo de la relación capitalista. Hasta el día de hoy la ciencia económica dominante recurre a las más fantásticas e inverosímiles explicaciones (abstinencia de los empresarios, capacidad innovadora, etc.), o simplementerecurre a las más burdas superficialidades.
Marx, en cambio, basa su explicación del origen de la ganancia capitalista en la explotación del trabajador, introduciendo la distinción clave entre fuerza de trabajo y trabajo.
Así, si en la superficie el mercado laboral se presenta como un intercambio igualitario entre pares, la desposesión de medios de producción por parte del trabajador obliga a éste a vender su fuerza laboral al capitalista que la pone a trabajar, apropiándose de un conjunto de mercancías que contienen un valor por sobre el que costó su producción (salarios incluidos). El mercado finalmente realizará la ganancia contenida en las mercancías, pero en ningún caso la crea.
Este enfoque provee una crítica radical del capitalismo, que se distancia de muchas visiones actualmente en boga en la misma Izquierda. Por ejemplo, de aquellas que establecen como el problema principal del capitalismo contemporáneo la capacidad de los empresarios de coludirse y establecer precios “abusivos”, desplazando así el eje del conflicto desde la relación capital-trabajo a la de vendedor-consumidor.
La solución de los males del capitalismo en Marx no pasa en ningún caso por regular la conducta de las empresas o abogar por un comportamiento más “ético” de los negocios, sino por subvertir la relación capital-trabajo.
«El Capital» y el capitalismo contemporáneo
Si bien El Capital de Marx establece las bases de una comprensión y crítica hasta ahora no superadas -y difícilmente superables- del capitalismo, e indispensables para cualquier acción revolucionaria, la obra, sin embargo, no agota el estudio de las sociedades burguesas y sus contradicciones.
Esto es imposible por dos razones. En primer lugar, por más grande que fuera la genialidad de Marx, no podía agotar un fenómeno tan vasto y complejo como es el capitalismo. No por nada su obra conserva un estado inconcluso, abierta a seguir profundizándose.
En segundo lugar, el mismo desarrollo del capitalismo ha puesto en juego nuevas contradicciones -así como también ha superado otras-, las que en la época de Marx apenas podían ser vislumbradas. Se trata de problemáticas como el deterioro ambiental y la subordinación de género, que abren espacios para la emergencia y constitución de nuevos actores con eventuales potencialidades transformadoras. El desafío radica en integrar la comprensión de dichos fenómenos en la lógica del análisis de las leyes de la acumulación del capital descubiertas por Marx. Se trata de llevarlos al terreno de la crítica marxista de la sociedad burguesa, y no dejarlos a merced de modas intelectuales carentes de perspectivas de transformación social de fondo o teorías abiertamente burguesas
*Estudios Nueva Economía, ENE. Publicado en “Punto Final”, edición Nº 868, 6 de enero 2017.—
Anexo 1
“El Capital”, más actual que nunca
Álvaro Ramis| En 2017 conmemoraremos los 150 años de la publicación del primer tomo de El Capital, de Carlos Marx. Se trata de un hito mundial que no debepasar inadvertido, entre otras razones porque la obra magna de Marx continúa siendo criterio ineludible a la hora de entender el tiempo en que vivimos.
Con El Capital Marx logró el objetivo fundamental que se propuso: realizar una “crítica a la economía política”, entendida como aquellas relaciones de producción que involucran a las clases sociales. Se trata de una “crítica” en el sentido que Kant le da a este término: someter al juicio de la razón resolver, en lo posible, las distintas interpretaciones de un fenómeno. Y Marx propone su propia interpretación, que en estos 150 años ha obligado a derramar literalmente miles de litros y litros de tinta, tanto para intentar rebatirle, reinterpretarle o para reafirmar sus argumentos.
¿Puede haber, luego de tantos años, algo nuevo que decir sobre El Capital? Por supuesto, en tanto esta obra no es un punto de llegada, sino el inicio de un método. Marx no buscó dar respuesta a lo que describe en los dos primeros tomos de su obra. Las propuestas de salida sólo quedaron insinuadas y bosquejadas en el tomo III, que quedó inconcluso por su muerte. Por eso El Capital es ante todo una compleja lección de anatomía del capitalismo, y más ampliamente, de las relaciones políticas y culturales asociadas a sus lazos económicos. Sus argumentos constituyen hipótesis de trabajo, no son dogmas ni creencias, sino líneas de investigación. De esa manera, si aplicamos algunos de los conceptos que acuña Marx en El Capital podríamos entender mejor una serie de procesos del Chile actual, que la ciencia económica y sociológica que normalmente se enseña en las Facultades no logra descifrar. Veamos algunos casos:
Vivimos bajo un “modo de producción”: Para mucha gente, incluso gente muy bien formada, sólo hay una “economía”. Se habla de la opinión de los “economistas”, entendiendo por ello a los economistas ortodoxos, que asumen como natural e inevitable el mundo en que vivimos. No les importa cómo hemos llegado a este punto en la evolución económica. Sólo les interesa saber cómo funciona, y a partir de eso hacerla funcionar mejor, dentro de su propia lógica de funcionamiento. Pero Marx nos recuerda que existen muchos modos de producción que cambian y evolucionan históricamente. Y por lo tanto, la economía es fruto de relaciones de poder, de intereses de clases, de confrontaciones entre actores sociales que usan distintas tecnologías, formas de distribución e intercambio.
Marx nos diría que Chile ha devenido en lo que hoy es. No nació así. Por siglos fuimos la más pobre colonia española en América, mucho más pobre que Perú y Bolivia, ricas en minas de oro y plata. Pero esta pobre colonia podía producir trigo, cueros y alimentos para abastecer esos mercados más ricos. Paradojalmente, esta relación económica fue favoreciendo a la clase agrario-latifundista de nuestros fundos. Entusiasmados por esta nueva relación económica, nuestra oligarquía fraguó una alianza con el capital transnacional, especialmente el inglés, para arrebatar a nuestros vecinos del norte buena parte de su territorio y riquezas. Chile se estructuró entonces como una “mesa de tres patas”: una pata en la agricultura en el sur, otra pata en la minería en el norte y la última pata, en el sector financiero exportador en Santiago y Valparaíso. Poco a poco, en este baile empezó a emerger un actor nuevo: la industria. Un actor que reclamaba mercados protegidos para desarrollarse. Y para eso un Estado desarrollista, activo, fuerte. Al amparo de esa industria naciente fue surgiendo una clase obrera, distinta a la clase campesina y a los trabajadores mineros. La demanda social exigió entonces grandes reformas al orden tradicional, las que llegaron en plenitud entre 1970 y 1973. El golpe de Estado, por lo tanto, no fue sólo el golpe contra un gobierno. Fue la reacción de las patas tradicionales de la mesa chilena, que volvieron al ciclo inicial: mataron el ciclo industrializador, y volvieron a hacer de Chile un país exportador de recursos naturales. Un gran fundo, equipado con la última tecnología, pero con relaciones laborales propias del siglo XIX. A pesar del aparente “desarrollo”, para Marx el Chile de hoy no sería un país capitalista moderno. Inglaterra en el siglo XIX nos aventajaría por mucho. Somos un país extractivista, que mantiene una estructura social que no es plenamente “capitalista”, porque mantiene fuertes rasgos oligárquicos que le impiden entrar en los parámetros de la verdadera “modernidad”.
Nada se entiende en Chile sin la “acumulación originaria”: El Capital de Marx nos permite entender fenómenos que la economía ortodoxa no quiere ni mirar. Por ejemplo, ¿cuál es la raíz del conflicto entre el Estado de Chile y el pueblo mapuche? Los analistas funcionalistas dirían que es por la pobreza de unas comunidades atrasadas en el sur. Y ahí se quedan. Nunca explican cómo unas comunidades que hasta el siglo XIX eran riquísimas, porque controlaban millones de hectáreas en Argentina y Chile, se vieron reducidas a pequeñas parcelas de tierra pobrísima, al margen de toda posibilidad de crecer. Este proceso, que los historiadores chilenos llamaron “pacificación de La Araucanía” y los de Argentina “conquista del desierto”, Marx lo llama “acumulación originaria” y describe el ciclo por el cual se produce la desvinculación del productor de sus medios de producción, mediante la violencia, la conquista, la piratería y el robo.
Chile entero no se entiende en absoluto sin esos procesos de “acumulación originaria”, respecto a los pueblos indígenas en primer lugar, y luego a los nuevos habitantes de los demás territorios. Es lo que David Harvey llama la “acumulación por desposesión”, que consiste en el despojo violento de un bien común que pasa a ser una mercancía. Los ejemplos nos rodean: la educación y la salud que eran un servicio público, fueron arrebatados para convertirse en mercancías en los nuevos mercados de los servicios. Las pensiones, que no eran más que un mecanismo de solidaridad intergeneracional, se convirtieron en fondos especulativos, basados en el ahorro forzoso de los trabajadores, para alimentar a la industria financiera. Todo lo susceptible de ser apropiado, cercado, envuelto y comercializado, ha sido arrebatado a sus dueños originales para ser puesto a la venta. El desarrollo de todas las grandes fortunas de Chile sólo se puede explicar por esta acumulación originaria. Incluyendo la enorme privatización de recursos y empresas públicas entre 1973 y 1989, que pasó a ser patrimonio de capitales chilenos en alianza con las transnacionales.
Un país fascinado por el fetichismo del dinero y la mercancía: A los economistas funcionalistas y neoliberales les es imposible explicar un fenómeno que ocurre a cada instante ante sus ojos. ¿Cómo es posible que objetos y mercancías cuyo “valor de uso” es tan bajo, incrementen su “valor de cambio” hasta niveles absurdos, por razones inexplicables? Por ejemplo, producir en China un par de zapatillas Nike Air no supera los 1.800 pesos chilenos. Pero en nuestras multitiendas se venden a 45.000 pesos. ¿Qué es lo que realmente se está vendiendo ahí? ¿Un calzado o un fetiche mágico? Para Marx no hay duda: es un fetiche, en el sentido duro del término. Un fetiche es un objeto al que se le atribuyen poderes mágicos o sobrenaturales que benefician a su dueño o portador.
El comprador del fetiche Nike cree firmemente que al usarlas se le reconocerá de otra manera. Si es un joven poblador se le abrirán puertas cerradas en las mentes y corazones de quienes le observen. La mujer que compra un bolso Louis Vuitton cree entrar por un instante en un paraíso de elegancia, bienestar, admiración. El futbolista que compra el último Ferrari vive un éxtasis de autoestima increíble. Pero a los pocos días el poblador descubre que sus Nike no le eximen de la detención por sospecha, la señora descubre que el Louis Vuitton no le protege de los chismes de sus amigas y el futbolista se da cuenta que su nuevo auto no es más que alimento para los periodistas de farándula. Por lo tanto, los objetos anhelados pierden su poder mágico, y hay que volver a comprar otros que los sustituyan.
Marx se dio cuenta hace 150 años de algo que los economistas de hoy saben aprovechar muy bien, pero no saben explicar. Las mercancías no se consumen por su valor de uso sino por las características fetichistas que adquieren como valor de cambio, ya que bajo el capitalismo uno vale por lo que tiene, no por lo que es o lo que hace; lo cual lleva a que las personas se expresen por medio de sus posesiones. Chile es un país donde esta dinámica perversa ha llegado a niveles aberrantes. La prensa financiera informa que “el mercado del lujo en 2015 alcanzó los 500 millones de dólares de ventas en nuestro país”, y se espera que crezca un 53% entre 2016 y 2019. Es el mismo país donde el 10% más rico gana 26 veces más que el 10% más pobre.
Y la noción de plusvalía: Tal vez el concepto más integrador de toda El Capital es la idea de plusvalor, que Marx expone en su teoría del valor-trabajo. Sin ella no se entienden las relaciones de explotación bajo el capitalismo. Por años se dijo que este concepto estaba superado, que era necesario abandonarlo, pero inevitablemente, regresa a escena, corregido, matizado, pero igualmente real y concreto. El último testigo de su existencia es el famoso economista francés Thomas Piketty en su colosal obra El Capital en el siglo XXI, donde por sus propios cálculos y medios de investigación llega a formular lo que llama “la primera ley del capitalismo”. En qué consiste esta ley: Piketty resume esta idea en su fórmula r > g ,donde r representa la tasa media anual de rendimiento del capital (es decir, beneficios, dividendos, intereses y rentas) y g representa la tasa de crecimiento económico. En otras palabras, la riqueza acumulada crece más rápido que los ingresos del trabajo. Por tanto, los ricos se hacen más ricos, mientras todos los que dependen de los ingresos de su trabajo, quedan atrás. Es la renta del capitalista. Nada conceptualmente nuevo para Marx. Pero algo muy novedoso para toda la economía ortodoxa que no puede explicar el extraño residuo oculto que explica la desigualdad y la miseria, la extrema riqueza y la extrema pobreza bajo el reinado del capitalismo.
*Publicado en “Punto Final”, edición Nº 868, 6 de enero 2017.