El Día Internacional de la Mujer debería ser un momento de recuerdo y homenaje y para renovar la certeza de que el patriarcado, el machismo, la violencia de género, la misoginia, la antigua tradición de menosprecio, explotación y condición de personaje secundario en la historia de las mujeres, es un producto esencial y necesario del capitalismo.

Todo lo que no obedezca a la contradicción esencial entre una sociedad realmente humana, justa y solidaria y el capitalismo criminal, egoísta y devastador, no pasa de ser una puesta en escena inocua, inofensiva y, por qué no, altamente sospechosa.
Nos daremos cuenta de que, todos estos decenios estériles, si se miran desde el punto de vista del pueblo carenciado y las ofertas de alegría, justicia, aunque haya sido en la medida de lo posible de triste recuerdo, las marchas y desfiles lo único que han hecho es dotar al Orden de una cierta pátina de legitimidad democrática: las personas se pueden manifestar libremente cuando les da la gana.
Para decir las cosas como son, ni siquiera el estallido social del 2019 tuvo algún efecto real relacionado con las enormes contradicciones de una sociedad basada en el abuso, la corrupción, el negociado y la comprobación de que el neoliberalismo se metió no solo en la economía precaria de la gente, sino también en sus conciencias.
Mientras el pueblo no se movilice de verdad, es decir, se organice y combata seducido por una idea que lo haga hacer los mayores sacrificios por justicia, buen trato y un país más humano, las marchas, los pañuelitos y las buenas intenciones no pasarán de ser un decorado inerte y que beneficia al mismo régimen que pretende falsamente combatir.
Cabe preguntarse ¿por qué en más de treinta años en los que ha habido importantes y masivas manifestaciones, entre ellas el estallido de octubre que tuvo por las cuerdas al orden, en que han salido millones de personas a las calles a exigir justicia y lo que sea, jamás esas gigantescas manifestaciones han tenido un efecto real, medible, que haya hecho recular al sistema que se basa en el abuso y la corrupción de todo el engranaje institucional?
Resulta evidente que fortalecer el código laboral, o el que sea, no apunta a la reformulación estructural que pone a las mujeres en condiciones de una desigualad que no ha sido enfrentada. Desde que es una migrada sin derechos, hasta una alta autoridad el Estado, pasando por una mapuche invisible y despreciable por el statu quo: Francisca Curihuinca Calcumil, de 70 años, de la comunidad Pedro Ancan Curihuinca, que sigue presa sin pruebas en su contra.
Y habrá decenas de miles de casos más, cotidianos, porfiados, elocuentes, silenciosos, advirtiéndonos que por más que se hable de feminismo y que haya leyes, la violación de los derechos humanos de las mujeres sigue siendo un hecho que nos recuerda que vivimos bajo el dominio capitalista.
Estos ejemplos no pueden ser el objeto correctivo del perfeccionamiento de una ley o la creación de otras. Se trata de construir un país en que esta barbarie no sea posible jamás por un convencimiento que venga desde la cuna y de antes.

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