El comienzo del fin

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Llevo varios meses meditando el misterio del poder en el corazón humano; misterio de iniquidad. La metamorfosis de los ideales y de las personas: cuando traspasan cierta línea y caen en las seducciones del poder, los más sublimes sentimientos anteriores son quemados como las mariposas de un día que se acercan a la luz.

He leído con avidez el Napoleón de Max Gallo y vuelto a leer las Memorias del súper ministro de Hitler, Albert Speer. He disfrutado Los Sueños de la Razón, del escritor José Antonio Marina, donde los personajes de la Revolución Francesa con su voluntarismo, quieren tomar el cielo por asalto, imponer desde el poder sus verdades absolutas contra las libertades proclamadas.

Vertiginosos desfiles de guillotinadores hoy y guillotinados mañana. El «santo» Robespierre convertido en criminal y su cabeza soñadora pisoteada por sus seguidores. Lecturas desde la tragedia venezolana, que nació invocando altas razones e ideales y repudiando vilezas para implantar la felicidad pública.

Llama la atención en Napoleón o en Hitler cómo en cierto momento desaparecen los idealismos y entronizan la razón de su propio poder y fuerza; desde ese momento, se hacen impenetrables para sus consejeros
civiles y militares; su megalomanía y sentido mesiánico lleva a sus pueblos
al matadero en las empresas más disparatadas y de éxito imposible.

Absurdas batallas que aniquilan a los ejércitos propios, de las que el símbolo en ambos casos sería el invierno ruso. En esa etapa final del poder
exigen que sus colaboradores se callen en vergonzosa complicidad, que
pisoteen sus conciencias, que extremen el cinismo para decir que lo blanco
es negro y proclamar que los evidentes desastres están a punto de parir una
nueva humanidad.

Llora por mí, Venezuela

También entre nosotros el personaje tiene características excepcionales, y,
al igual que otros, ya traspasó la línea en que el servidor democrático se
metamorfosea en tirano omnipotente. Tiempo de lágrimas y de lacrimógenas,
donde la voluntad popular de millones se opone a la fuerza de las tanquetas
y de las bombas. El comienzo del fin.

Llora por mí, Venezuela, porque con tu sangre, tus esperanzas y necesidades amasé el pedestal de mi ilusión de poder.

La democracia venezolana triunfará, aunque hayamos entrado en la etapa más
agónica de sus luchas.

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*Rector de la Universidad Católica Andrés Bello, de Caracas, Venezuela.

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