El concepto del Mal y el gran diseño

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Nieves y Miro Fuenzalida.*

El año que se nos acaba de ir fue uno de increíbles catástrofes naturales. Huracanes, inundaciones, terremotos y erupciones volcánicas que han dejado una secuela infinita de sufrimientos, perdida de vidas humanas y costo económico.  Alfonso X en 1252, a propósito del terremoto de Lisboa, declaró "Si yo hubiese sido uno de los consejeros de Dios en el momento de la creación, muchas cosas se hubieran ordenado mejor".

Susan Neiman (Evil in modern thought, 2002) con mucha razón dice que Nietzsche no estaba solo cuando afirmo que concebir a la naturaleza como si esta fuera un signo de la bondad y providencia de Dios era una mentira indecente, deshonesta y cobarde para cualquier conciencia sensitiva. En el desmantelamiento del argumento del Gran Diseño se encontraba en la compañía de Hume, Voltaire y Pierre Bayle…

¿Es el mundo prueba de la sabiduría y magnificencia del Creador? ¿O, no será, más bien, que los hechos sugieren el trabajo de una deidad infantil practicando la creación de mundos y produciendo modelos que luego tiene que deshechar? ¿O una divinidad ya demasiado vieja que ha empezado a perder su genio?

Uno de los hechos que implora atención, según Neiman, es sin lugar a dudas la existencia de la irracionalidad en el centro mismo de lo real. La interminable sucesión de crímenes, sacrificios y desgracias que la historia recolecta, reclaman su lugar en el orden de las cosas. Su mera existencia desestabiliza la esencia divina.

Pierre Bayle, en su diccionario histórico y critico publicado en 1697, remodela la formulación clásica del problema del Mal, conocida ya desde Lactantius y Epicuro: "Dios desea eliminar el Mal y no puede. O él puede o no quiere hacerlo. O él no quiere y no puede. O él quiere y puede. Si él quiere y no puede, el es débil, lo que no puede ser afirmado de Dios. Si él puede y no quiere, entonces, él es envidioso, lo que es contrario a la naturaleza de Dios. Si él no quiere y no puede, él es envidioso y débil y, por tanto, no puede ser Dios. Pero, si él quiere y puede, la única posibilidad que concuerda con la naturaleza de Dios, de donde, entonces, proviene el Mal?"

Con lo que aquí nos encontramos es con la existencia de tres proposiciones que no pueden co-existir simultáneamente. El Mal existe. Dios es benevolente. Dios es omnipotente. No importa como las ordenemos, movamos o doblemos es imposible mantenerlas unidas. Una de ellas tiene que desaparecer y al hacerlo nos quedamos con una u otra forma de herejía.

Las respuestas tradicionales que intentan comprender el problema del Mal abandonan la benevolencia divina, reemplazándola por el terror implícito de las religiones ortodojas. Dios ha permitido el pecado para que su sabiduría brille en medio del desorden que la maldad humana produce. La doctrina agustiniana del regalo divino del libre albedrío es la salida teórica que permite atar los cabos sueltos. La conexión entre el Mal moral y el Mal natural, para San Agustín, era clara. Castigo infinito por culpa infinita. No es Dios el causante del Mal moral. El Mal físico, empezando con Adán, es el castigo divino al Mal moral, castigo que necesariamente fluye de la justicia divina.

Una de las tentaciones más frecuentes, que debemos evitar es la de reificar el Mal, de pensar que este es una peculiaridad ontológica fija de la conducta humana. Si lo hacemos fracasamos en apreciar su dinámica. Siempre existirá el Mal humano Pero solo en el sentido de que siempre será algo nuevo y concreto que requiere ser combatido y vencido.

Nada es fijo y estático en la condicion humana. Siempre habrá rupturas y nuevas orientaciones en el curso de la historia. Una teoría del Mal, en el sentido de una comprensión compleja y final, es imposible ya que no podemos anticipar sus vicisitudes. Pero, a pesar de ello, no podemos renunciar al deseo de saber, de entender nuestra propia crueldad para vivir con la ilusión de que, algún día, podremos disminuirla.

Ottawa, Enero 30, 2011.



* Escritores y docentes. Residen en Canadá.

 

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