Desde que Israel inició el genocidio en contra de la población palestina de Gaza, innumerables protestas se han hecho oír en todo el mundo sin que este país haya detenido la peor y más cruel masacre perpetrada desde la época del holocausto nazi. Se estima que más de 50 mil personas han sido ultimadas, la amplia mayoría de las cuales han sido mujeres y niños, de acuerdo al propio reconocimiento del presidente Netanyahu, quien acaba de reconocer que las fuerzas de Hamás no han sufrido muchas bajas, más allá de que han sido muertos algunos de sus dirigentes.
Ciertamente que no se trata de una guerra. La intención, ahora reconocida, es la de diezmar a toda la población de esta franja de territorio palestino, para lo cual no bastan los misiles, haciéndose propicio, además, cortarle todos los suministros básicos para la subsistencia del pueblo gazatí. Esto es del agua, la electricidad y la alimentación, además de derribar sus viviendas, hospitales, establecimientos educacionales, caminos, puentes y carreteras.
Las imágenes que llegan de la zona dan cuenta de los niños que mueren de inanición todos los días, así como de las acciones israelíes para bloquear la entrega de víveres y medicinas enviados por las Naciones Unidas y los países solidarios.
La prolongación de todo este horror ha dejado de manifiesto el patético fracaso de las Naciones Unidas, institución que estaba llamada a intervenir con más efectividad en favor de la paz, más allá de las declaraciones de repudio que se emiten desde su seno. Ciertamente, ha dejado al desnudo la burocracia que allí reina y entraba su misión, donde centenares de diplomáticos y funcionarios han terminado rendidos frente a los intereses de las grandes potencias. Con ese poder de veto, por ejemplo, que ejercen en su Consejo de Seguridad.
Con el genocidio en Gaza ha quedado de manifiesto el poder de Estados Unidos y la cómplice actitud de sus gobiernos demócratas o republicanos. El gran poder imperial que está detrás de la administración israelí, como de sus suministros de armas y la acción directa mediante sus portaaviones, buques y aviones de guerra, además de sus miles de efectivos militares instalados en toda esta zona.
Muy probable sería, respecto de lo que hace Netanyahu, que el presidente Trump pudiera detener en uno o dos días esta acción de exterminio. Pero, ciertamente, no es lo que se propone aquí, haciéndose cómplice de lo que sucede. Una complicidad muy acompañada por las hipócritas condenas europeas que lo único que manifiestan es su servil dependencia militar y política en relación a los Estados Unidos. Cuando perfectamente la Comunidad Europea pudiera intervenir en la zona a fin de detener la masacre y suministrar eficaz ayuda a la población palestina. No bastan, realmente, sus propuestas de paralizar temporalmente los ataques criminales.
Varios países del mundo han cortado relaciones diplomáticas con Israel y se sugiere también dejar de comerciar y comprar armas con este país. Sin embargo, el régimen de Netanyahu no se intimida lo más mínimo con estas sanciones a sabiendas de contar con su único, pero poderoso aliado.
Encomiables repudios de distinta intensidad, incluso de muy baja intensidad, como en el caso de Chile y la reciente resolución del gobierno de Boric de retirar de su embajada en Israel a sus dos agregados militares. Un acto meramente simbólico y que a juicio de los expertos militares solo le podría acarrear problemas a nuestro país y a los convenios que tiene vigentes en materia de asesorías y suministros de guerra.
Nada se habla de cortar relaciones económicas y culturales, porque, en esto de los negocios, Chile prefiere pasar por alto lo que ocurre en materia de Derechos Humanos en Israel y otras diversas naciones. Partiendo, sin duda, por los Estados Unidos. Aunque la voz de nuestra Cancillería se hace enérgica si se trata de Venezuela, El Salvador y otros países que no son determinantes en relación a nuestra balanza de pagos.
Después del retiro de nuestros agregados castrenses, hay quienes plantean el rompimiento de las relaciones diplomáticas con Israel, así como la posibilidad de ejercer un liderazgo continental y mundial para que otras naciones se animen a condenar al régimen israelí. Sin embargo, ante esta sugerencia, inmediatamente han surgido los temores, de derecha a izquierda, en cuanto a que una sanción más severa pudiera contrariar, no a Israel, sino a la Casa Blanca. Lo que pudiera hacernos perder la visa Waiber o la cifra de aranceles que rige a nuestras exportaciones hacia Estados Unidos.
De esta manera es que finalmente al mundo, a Washington e Israel solo pueden considerar apenas como un coscorrón diplomático el castigo del presidente Boric a Netanyahu. Para nada una medida disuasiva, aunque debemos agradecerle su buena intención.
* Periodista y profesor universitario chileno. En el 2005 recibió el premio nacional de Periodismo y, antes, la Pluma de Oro de la Libertad, otorgada por la Federación Mundial de la Prensa. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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