EL CURA ES UN ASESINO / SE IL PRETE È UN ASSASSINO

1.276

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Palabras de von Wermich: «No odien a quién los está torturando, es voluntdad de Dios». Eran sus frases para confortar a las víctimas en las cuatro prisiones –secretas e ilegales– en los alrededores de Buenos Aires. Los militares lo invitaban a hacer de espía y el cura utilizaba el sacramento de la confesión para hacer hablar a los prisioneros que no se doblegaban con la tortura. ¿Para decir qué? Nombres de compañeros de escuela escandalizados por la violencia desatada por los generales de la P2; charlas entre estudiantes.

Von Wemich confesaba con la doble moral de un malandro. Los incitaba a entregarse al perdón de Dios y si la entrega interesaba a la policía, él delataba –y otra persona desaparecía.

Hace cuatro meses, veía a von Wermich en la pantalla de TV, cuyo tamaño parecía estirarle el rostro, ante el Tribunal de La Plata, indiferente mientras los jueces leían su condena. Apenas una sonrisa despreciativa, como diciendo, «en algún tiempo saldré de ésta».

En los apuntes encuentro páginas que el silencio de la Iglesia obliga a recordar para comprender lo que sucede.

Héctor Timmerman, cónsul general de la Argentina en Nueva York relata lo que su padre –Jacobo Timmerman, director de un diario independiente– escribió a propósito de este sacerdote:

«Estuvo presente en mis interrogatorios, y cuando la venda que me tapaba los ojos se caía por efectos de las descargas eléctrica, veía a von Wermich sentado al lado del jefe de Policía de Buenos Aires, Ramón Camps. Me miraban como se mira la agonía de un perro».

El testimonio ante el tribunal de María Mercedes Molina Galarza, conmueve. Nació en una clínica secreta, von Wermich la bautizó prometiendo a María Mercedes y a otro muchacho, «tranquilos, los acompañaré a la frontera. Vuestra pena será el exilio».

El cura entregó la bebé a sus abuelos, gente devota que se había puesto en contacto con él para saber de su hija desaparecida. «Ella aparecerá viva, tal vez en un año, quizá desde otro país. No puedo decir más». Con la pequeña en sus brazos, el corazón de los abuelos se llenó de esperanza y confianza. Prepararon una maleta con ropa y algún dinero.

Les dijo von Wermich: «Necesitará dinero, yo se lo entregaré personalmente». Perp el viaje de Liliana Galarza y de su compañero fue un viaje breve. Julio Emmenden, policía condenado por siete delitos lo relata:

«El padre Cristian von Wermich bendice a los prisioneros esposados y se acerca al automóvil donde esperaba Jorge Bergés, médico policial, ‘ahora son de ustedes’, dice. Entonces me acerco con la pistola en la mano y cuando los subersivos la ven intentan desarmarme, pero están esposados. Los golpeo con la culata del arma, los desmayo e interviene el médico. ‘Dos inyeccioines a cada uno, siempre en el corazón’. El líquido es rojo, un veneno. En estado de shock los veo morir. Pero el padre von Wermich me reconforta diciéndome: ‘lo has hecho por la patria; Dios sabe que has actuado por el bien de tu país’. Tenía las manos sucias de sangre y sangre había en la sotana del padre…»

Las voces son muchas, los documentos exactos; cae la dictadura y von Wermich desaparece. Pasa a Brasil, luego lo encuentran en Chile: un semanario de Santiago lo fotografía mientras imparte la comunión no lejos de la capital. Usaba un nombre falso, nadie sospechaba. ¿Es posible que la Iglesia chilena haya confiado el cuidado de una parroquia a un sacerdote argentino sin saber quién es o por qué ha sido enviado desde Buenos Aires?

Misterio que se pierde en la red de los capellanes militares.

Cinco minutos después de ser condenado el comunicado de la Comisión episcopal argentina: ¿Por qué cinco minutos después y no cuatro años antes, si los delitos de von Wermich estaban documentados desde mucho antes?

Martín de Elizalde, obispo de la diócesis en la que cumplía su ministerio von Wermich pide que el religioso «sea asistido hasta tanto comprenda y repare el daño que ha ocasionado y que por su actitud personal la institución no sea afectada». Da a entender que el procedimiento de la Iglesia necesario para tomar una decisión llevará tiempo. No explica cuánto tiempo.

Al final es uno de los tantos sacerdotes que abrazaron los ideales fascistas de las dictaduras.

La trama del Plan Cóndor extiende la complicidad de los capellanes de los escuadrones de la muerte: América Central, Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay. ¿Con qué argumentos se volvían a Dios mientras daban una mano a los asesinos?

A cuatro meses de la sentencia que la Iglesia permanece en silencio. Es bueno aclarar que las relaciones diplomáticas entre el Vaticano y la Argentina están congeladas por un brazo de hierro que divide al ex presidente Néstor Kirchner y a su cónyuge, la actual presidente, de la burocracia de la Iglesia romana.

Hace tres años Kirchner nombró embajador ante la Santa sede a un ex ministro, Alberto Juan Bautista Iribarne, un señor divorciado y vuelto a casar –como, por otra parte, cuatro millones y medio de argentinos, y como Berlusconi, Fini y Casini, considerados por monseñor Ruini, «ejemplos de católicos en política». El Vaticanao no acepta a un embajador que rompió los votos matrimoniales; un país burgués y devoto está representado ahora –haciendo honor a una rutina gris– por un encargado de negocios.

La comunicación no está rota, pero se hace evanescente justo en momentos en que el Congreso en Buenos Aires decide disolver el obispado castrense, que formado por pastores guías espirituales de los capellanes militares. El pasado continúa intimidando el presente. Los capellanes de uniforme acompañaron el golpe, obedeciendo a los obispos que apoyaron la dictadura de los generales,

El de von Wermich es el primer caso que encontró solución en los tribunales, pero los nombres son muchos y se anuncian otros juicios.

Ser divorciado y vuelto a casar tienen la misma importancia y se pone en el mismo plano que haber hecho desaparecer muchachos sin culpa utilizando el secreto de la confesión, pero la solución es fulminante: no es adecuado el embajador, vemos qué sucede con el cura asesino.

El clero argentino está dividido, obispos rígidamente contra el gobiernos, y obispos dispuestos a encontrar una solución. Monseñor Casaretto, secretario de la Comisión Episcopal, descendiente de genoveses y presidente de CARITAS, que salvó del hambre a millones durante la última crisis económica nunca ha dejado de dialogar; mientras, a la cárcel donde está encerrado von Wermich se han transferido militares y policías luego que Kirchner anuló las leyes de Punto Final y Obediencia Debida impuestas por las FFAA para pemitir la «pacificación» nacional.

Muchos de estos presos esperaban el juicio en cómodos cuarteles militares, con piscina, gimnasio, etc… Hoy se encuentran en el lugar donde debieron haber estado desde el primer día. Von Wermich los reúne en rincones solitarios, asumiendo el aspecto del confesor; celebra la misa y recibe el trato deferente que es habitual hacia los religiosos en las cárceles argentinas.

El silencio de la Iglesia continúa. Tal vez los obispos crean en las mentiras a las que se aferra von Wermich, que se declara víctima de complots, sin aportar pruebas, en tanto las brindadas por las víctimas que sobrevivieron sí estuvieron a disposición del Tribunal.

En Buenos Aires y El Vaticano la jerarquía católica está empeñada en defender el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural. ¿Este derecho a la vida prevé la condena de quien quema la vida con torturas y otros delitos?

Pasa el tiempo y se agrava el perfil moral de un asesino que ostenta dignidad sacerdotal mientras la jerarquía medita dubitativa acerca del horror de la culpa demostrada por la justicia civil. La sobrevivencia en el tiempo del sacerdiote von Wermich es el asombro que golpea no sólo a los creyentes. Y el misterio de los obispos sin palabras insinúa en la fe de los católicos la sospecha de un escándalo institucional.

Sólo algún obispo ha pedido perdón a las víctimas. Lo que no basta: mientras la memoria de un pasado doloroso sacude a cada comunidad: desde el recuerdo del holocausto, a la España comprometida a volver a leer los crímenes de la Guerra Civil. Imposible imaginar para von Wermich la levedad de una exclusión sin la suspensión a divinis que alcanzó al final a Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, húsar de una iglesia combatiente para la conquista del mundo. Murió hace pocos días en Estados Unidos y el Observador Romano (diario oficial del Vaticano) escamotea su memoria; lo sepultarán en su México donde los Legionarios se mezclan con la política del gobierno conservador.

En 1968 lo acusaron 30 seminaristas de abusos, como si fuera un general no imputable. El diario La Jornada reconstruyó sus pecados con una precisión que le valió el Premio Nacional de Periodismo de México. Pero Roma no se dio cuenta y el Vaticano no dudó en faltar el respeto a la verdad, acogiendo la recomendación del Nuncio apostólico en México –M. Girolamo Prigioine–, y de los obisbos Onésimo Cepeda y Emilio Berlié, de la ultraderecha religiosa de América Latina. Con un dogmatismo fundamentalista exasperado, Maciel abrió en Roma el Ateneo Pontificio Regina Apostulorum. Los legionarios controlan 150 colegios, dispoonen de una serie de seminarios, desde Monterrey a São Paulo, en Brasil y en EEUU, en el ex imperio soviético ordenaron 550 sacerdotes, y 2.500 novicios y 60.000 laicos conforman una especie de tercer orden, el Reino de Cristo.

Tras haber ignorado por largos 10 años las probadas acusaciones en contra de Maciel, recién en 2004 el cardenal Ratzinger ¡por fin! decide analizar el caso y en 2006 se lo condena y es obligado a dejar la jefatura de la orden para dedicarse a una vida de oraciones y penitencia. Ningún proceso canónigo debido a su «avanzada edad», sólo la prohibición de celebrar la misa y hablar en público. Un castigo leve para los simples creyentes, pero terrible para el padre de los Legionarios: él esperaba ser beatificado con la misma velocidad que Balaguer, fundador del Opus Dei.

Una vanidad congelada en la eternidad y sin lograr un santo protector de su orden mientras crece la sospecha de los fieles sobre los manejos del vaticano.

Marcial Maciel tenía 87 añós, von Wermich 69; los fieles argentinos no quieren esperar 18 años para saber si la Iglesia decide alejarse de un cura como aquel.

En italiano

foto C’è un prete assassino condannato all’ergastolo che per la Chiesa è ancora prete. La gerarchia tace e aspetta, ma cosa? Quando un sacerdote tradisce le regole che guidano la missione, la Chiesa lo isola dai fedeli: sospeso a divinis. Ancora nessuna sospensione per il sacerdote Christian Von Wermich chiuso nel carcere penale di Buenos Aires: testimoni e documenti hanno provato la sua responsabilità in 7 omicidi, 42 arresti illegali, 31 casi di tortura. Anni della dittatura militare. «Non odiate chi vi sta torturando. Volontà di Dio» erano le sue parole di conforto distribuite dal padre consacrato nelle quattro prigioni segrete attorno a Buenos Aires.

I militari lo invitavano a spiare e Von Wernich usava la confessione per far parlare quei prigionieri che non si arrendevano alla tortura. Per dire cosa, poi? Nomi di compagni di scuola scandalizzati dalla violenza dei generali P2; chiacchiere tra studenti. Von Wermich confessava con la doppia morale di un malandrino. Li sollecitava ad abbandonarsi al perdono di Dio, e se l’abbandono interessava la polizia, riferiva, e altre persone sparivano.

Quattro mesi fa guardavo Von Wernich nel maxischermo che ne allargava il volto davanti tribunale di La Plata. Indifferente mentre i giudici leggevano la condanna. Appena un sorriso di scherno, come per dire «in qualche modo ne uscirò». Negli appunti ritrovo pagine che il silenzio della Chiesa obbliga a ricordare per far capire cosa non sta succedendo.

Hector Timerman, console generale dell’Argentina a New York, riferisce ciò che il padre –Jacobo Timerman, direttore di un giornale indipendente– ha raccontato e scritto a proposito del sacerdote.

«Era presente ai miei interrogatori e quando la benda che fasciava gli occhi si abbassava per effetto delle scariche elettriche, vedevo Von Wermich seduto accanto al capo della polizia di Buenos Aires, Ramon Camps. Mi guardavano come si guarda un cane che sta morendo».

Nei verbali del tribunale la commozione di Maria Mercedes Molina Galarza: è nata in una prigione segreta, Von Wermich l’ha battezzata promettendo a Maria Mercedes e ad altri sei ragazzi, tranquilli, vi accompagnerò al confine. La vostra pena sarà l’esilio. Von Wermich ha consegnato la bambina ai nonni: molto devoti, gli si erano rivolti per sapere qualcosa della figlia scomparsa. «Si farà viva lei, forse fra un anno, forse da un altro paese. Non posso dire di più». Con la piccola fra le braccia, il cuore dei nonni si è aperto. Hanno preparato una valigia, vestiti, qualche soldo. «Ne avrà bisogno. Gliela consegno personalmente. Mi raccomando, silenzio…».

Ma il viaggio della ragazza madre (Liliana Galarza) e dei suoi compagni, è stato un viaggio breve. Julio Emilio Emmended, poliziotto condannato per sette delitti, racconta come è finito.

«Padre Christian Von Wernich benedice i sovversivi ammanettati e mi raggiunge nell’automobile dove aspettavo assieme a Jorge Bergés, medico della polizia segreta. ‘Adesso sono vostri’. Allora scendo con la pistola in mano e quando i sovversivi vedono la pistola cercano di disarmarmi ma hanno le mani legate. Colpisco col calcio dell’arma, li stordisco. Interviene il medico: due iniezioni per uno, sempre nel cuore. Il liquido è rosso, veleno. Sconvolto, li vedo morire ma padre Von Wermich mi rincuora. ‘L’hai fatto perché la patria. Dio sa che hai agito per il bene del paese’. Avevo le mani sporche di sangue. E del sangue dei ragazzi era macchiato l’abito del padre …».

Le voci sono tante, i documenti precisi. Crolla la dittatura e Von Wernich sparisce. Passa dal Brasile, lo ritrovano in Cile: un settimanale di Santiago lo fotografa mentre distribuisce la comunione non lontano dalla capitale. Il nome era falso, nessuno poteva sospettare. Possibile che la Chiesa cilena avesse affidato la cura di una parrocchia ad un sacerdote argentino senza voler sapere da Buenos Aires ‘come mai è qui?

Mistero che si perde nella rete dei cappellani militari.

Cinque minuti dopo la condanna, il comunicato della Commissione Episcopale argentina. Perché cinque minuti dopo e non quattro anni prima quando i delitti di Von Wermich erano da anni documentati ? Martin de Elizaide, vescovo della diocesi della quale Von Wermich era sacerdote chiede che il religioso «venga assistito affinché riesca a comprendere e riparare il danno arrecato con scelte personali che non coinvolgono le istituzioni». Lascia capire che la procedura necessaria alla Chiesa per prendere una decisione sarà lunga: non ne fissa il tempo. In fondo, è solo uno dei tanti sacerdoti che hanno abbracciato gli ideali fascisti della dittatura.

Le trame del piano Condor allargano le complicità ai cappellani militari delle squadre della morte: America Centrale, Brasile, Cile, Uruguay, Paraguay. Con quale abbandono si sono rivolti a Dio mentre davano una mano agli assassini?

Quattro mesi fa la sentenza e la Chiesa non ha più parlato. Bisogna dire che i rapporti diplomatici tra Vaticano e Argentina sono congelati dal braccio di ferro che divide l’ex presidente Kirchner e la nuova presidente, moglie, dalla burocrazia diplomatica di Roma.

Tre anni fa Kirchner nomina ambasciatore in Vaticano un ex ministro: Alberto Juan Bautista Iridarne, signore squisito ma divorziato e risposato come quattro milioni e mezzo di argentini. Come Berlusconi, Fini e Casini considerato dal monsignor Ruini «esempio di cattolico in politica». Il Vaticano non accetta chi ha infranto il sacramento del matrimonio e un paese borghese e devoto viene rappresentato nel grigiore della routine di un incaricato d’affari. Comunicazione non interrotta, ma evanescente proprio nel momento in cui il congresso di Buenos Aires decide la dissoluzione del vescovado castrense, pastore guida dei cappellani militari.

Il passato continua ad impaurire il presente. I cappellani in divisa hanno accompagnato il golpe obbedendo ai vescovi che appoggiavano la dittatura dei generali.Von Wernich è il primo caso risolto dal tribunale, ma i nomi sono tanti, si annunciano altri processi.

L’essere divorziato e l’essersi risposato non viene messo sullo stesso piano delle colpa di chi si è servito della confessione per far sparire ragazzi senza colpa, ma la soluzione è fulminea: no e subito all’ambasciatore; vediamo cosa fare per il prete assassino. Il clero argentino è diviso. Vescovi rigidi contro il governo e vescovi alla ricerca della soluzione. Monsignor Casaretto, segretario della commissione episcopale, genovese di nonni e presidente della Caritas che ha sfamato milioni di affamati nei mesi bui della crisi economica non smette di dialogare.

Intanto, nell’istituto penale dove è rinchiuso Von Wernich sono stati trasferiti militari e poliziotti arrestati dopo che il presidente Krichner ha annullato le due leggi (Punto Final e Obbedienza Dovuta) imposte dalle forze armate per consentire «la pacificazione nazionale». Molti di loro avevano atteso il processo in prigioni soffici come grandi alberghi. Camere con Tv, aria condizionata, palestre per tenersi in forma. Una certa libertà. Adesso si sono ritrovati dove dovevano essere dal primo giorno. Von Wernich li raccoglie in angoli non frequentati con l’aria di un confessore. Celebra la messa della sera e riceve la considerazione che è abitudine verso i religiosi nelle carceri argentine.

Il silenzio della Chiesa continua. Forse i vescovi credono all’intrigo al quale Von Wernich si aggrappa dichiarandosi vittima di complotti senza prove mentre le prove e i racconti dei sopravissuti gli passavano sotto gli occhi in tribunale. A Buenos Aires e in Vaticano la gerarchia cattolica è impegnata a difendere il diritto alla vita dal concepimento alla morte naturale. Questo diritto alla vita prevede la condanna di chi brucia la vita con torture e delitti? Passa il tempo e si aggrava il profilo morale di un assassino che ostenta dignità di sacerdote mentre la gerarchia medita dubbiosa sull’orrore delle colpe certificate dalla giustizia civile.

La sopravvivenza sacerdotale di Von Wernich è lo sbalordimento che avvilisce non solo i credenti. E il mistero dei vescovi senza parole insinua nella fede dei cattolici il sospetto di uno scandalo istituzionale. Solo qualche vescovo ha chiesto perdono alle vittime. Ma non basta mentre la memoria di un passato doloroso scuote ogni comunità: dal ricordo dell’Olocausto, alla Spagna impegnata a rileggere i crimini della guerra civile. Impossibile immaginare per Von Wermich la dolcezza di una esclusione senza sospensione a divinis che ha accompagnato la fine di Marcial Maciel, fondatore dei Legionari di Cristo. «Ussari di una Chiesa combattente alla conquista mondo». È morto negli Stati Uniti quattro giorni fa, l’ Osservatore Romano ne ha rimpicciolito la memoria. Sarà sepolto nel suo Messico dove i Legionari si mescolano alla politica del governo conservatore.

Nel 1968 è stato accusato da 30 seminaristi; li aveva insidiati facendo pesare l’autorità di un generale intoccabile. Il quotidiano messicano La Jornada ne ha ricostruito i peccati con una precisione che è valsa il premio nazionale di giornalismo. Ma Roma non se ne è accorta e il Vaticano non gli è mancato di rispetto accogliendo le raccomandazioni del nunzio apostolico in Messico, monsignor Girolamo Prigione, dell’arcivescovo Norberto Rivera e dei vescovi Onesimo Cepeda ed Emilio Berlié, estremisti della destra religiosa in America Latina.

Nel dogma di un integralismo esasperato, Marcial Maciel ha aperto a Roma l’Ateneo Pontificio Regina Apostolorum. I Legionari controllano 150 collegi, dispongono di una serie di piccoli seminari, da Monterrey a San Paolo Brasile, attorno ai campus degli Stati Uniti, si aprono scuole nell’ex impero sovietico: 550 sacerdoti, 2500 novizi, 60 mila laici raccolti in una specie di terz’ordine, il Regno di Cristo. Dopo aver ignorato per dieci anni le accuse largamente provate, nel 2004, il cardinale Ratzinger finalmente prende in esame il caso, e nel 2006 Marcial Marcel viene comandato a lasciare la guida dell’ordine per dedicarsi ad una vita di preghiera e penitenza. Nessun processo canonico per «l’età avanzata», solo la proibizione di dire messa e parlare in pubblico. Punizione veniale per i semplici credenti, ma terribile per il padre dei Legionari: sperava d’essere beatificato con la velocità del Balaguer fondatore Opus Dei. Vanità rinviata all’eternità e senza un santo protettore nel suo ordine si allungano le ombre. Marcial Marcel aveva 87 anni, Von Wermich 69.

I fedeli argentini non hanno voglia aspettare diciotto anni per sapere se la Chiesa ha deciso di allontanarsi da un prete così.

———————————-

*Periodista, especializado en asuntos de América Latina.
Publicado en el periódico L’Unita el cuatro de febrero de 2008. Traducción para Piel de Leopardo de Luigi Lovecchio.

mchierici2@libero.it

Addenda

Von Wermich, bajo nombre falso, fue párroco de la localidad de El Quisco, pueblo de unos 10.000 habitantes en el litoral central de Chile, a poco más de una hora de Santiago. Denunciado, ubicado y apresado fue extraditado a la Argentina, donde debió comparecer ante los tribunales y se lo condenó a prisión perpetua. La Iglesia chilena no acierta a explicar cómo ni por qué llegó el asesino a la parroquia de El Quisco.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.