El ejemplo panameño / La Iglesia católica y la evangelización en América
Alejandro von Rechnitz.*
Prólogo.
El fin principal de la conquista era llevar la Palabra de Dios a los gentiles. Y este fin era el principal no sólo para el clero que venía, sino para todos los que pasaran de España a estas tierras. Pero basta echar un vistazo a estos últimos 500 años de historia para caer en la cuenta de que aquí la historia de la Iglesia es la historia de una conquista.
Me explico: La historia de la evangelización de estas tierras no tiene casi nada en común con lo que se describe en el libro de los Hechos de los Apóstoles o en las cartas de San Pablo respecto de la predicación de la Buena Nueva.
Si los Apóstoles se hicieron al comienzo griegos con los griegos y romanos con los romanos para salvarlos a todos (1 Cor 9,22) porque lo que importaba era hacerlos descubrir qué nuevo y pleno sentido adquirían en Cristo todas las realidades entre las cuales vivían, aquí “La Iglesia” no se hizo Ngóbe con los Ngóbes, ni Chocó con los chocóes, ni Kuna con los kunas.
Con una mentalidad que se explica, pero no se justifica, hispanizó y romanizó a los indios que cayeron en sus manos. De ello resulta que, si la finalidad esencial de la conquista era evangelizar a los naturales de estas tierras, tal intención fracasó puesto que aún hoy los ngóbes, chocóes y kunas permanecen impermeables a la evangelización.
El primer dato para nuestro análisis
La primera iglesia que se fundó en el continente americano (tierra firme, no las islas), se fundó en Panamá. En 1510 la expedición de Martín Fernández de Enciso, conducida por Balboa, se enfrentó con los guerreros del cacique Cémaco.
“Entonces —dice el Padre De Las Casas en su Historia de las Indias— antes de saltar a tierra los españoles se encomendaron a Dios y prometieron a Nuestra Señora de la Antigua (de la Antigua catedral de Sevilla) que se venera en Sevilla, dedicar la casa del Cacique a iglesia bajo su advocación si salían victoriosos en aquella batalla” (ver Ernesto Castillero R.; revista Lotería, 1943, n.29, Datos para la historia de la curia panameña).
Muy revelador este primer dato porque nos hace “un avance” de todo lo que será el proceso. Tratemos de sacarle todo el jugo posible al dato. 1) Un grupo de extranjeros armados; 2) Invocan a un Dios extranjero (que queda así instrumentalizado o mediatizado para algo tan poco laudable como eliminar a unos prójimos totalmente inocentes); 3) Se comprometen a convertir en templo para ellos (es a la Virgen que se venera en Sevilla); 4) La casa del cacique de estas tierras (sin tener en cuenta, lo más mínimo, la voluntad o decisión de dicho cacique sobre su propia “casa”).
Lo curioso no es que tales cosas ocurrieran, sino que les pareciera lo normal. Por la fuerza se instala un culto extraño en la vivienda de un natural de estas tierras.
En un mundo en el que los fundamentos del derecho eran religiosos, el único título de los españoles para gobernar las Indias Occidentales eran las cuatro bulas concedidas por el Papa Alejandro VI en 1493. De manera burda puede decirse que la monarquía española recibió la misión de evangelizar las Indias y, como consecuencia de ello, el derecho a recurrir a todos los medios militares o políticos adecuados para facilitar su conversión (Cfr.”Los Conquistadores”; J.Lafaye; Siglo XXI, p. 84).
Uno se pregunta ¿por qué ese empeño en mezclar las armas con el mensaje de Cristo? Y es que la colonización fue para España la natural continuación de la larga cruzada que había sido la reconquista de la Península de manos de los musulmanes. Por eso la costumbre era evangelizar por las armas o con las armas en la mano. La Fe que trajeron los que pasaron a estas tierras era una Fe militante o militar.
Además, deseaban compensar con nuevos súbditos cristianos los perdidos por el cisma de Lutero y los que estaban en peligro por el cerco de los turcos. Estas circunstancias condicionaron el que la Fe se impusiera como un bloque; nada de adaptaciones, no querían que se repitiera aquí el problema de las insubordinaciones protestantes; la Fe no se discute, se acepta en bloque o se la impone.
Por desgracia el caso que inaugura nuestra historia no fue excepcional, sino sintomático y endémico. Leamos (en la p. 114 de “Civilización Occidental: variedad panameña”; Roberto de la Guardia ) cuál era el sistema del gran apóstol de los gnóbes, Fray Adrián de Santo Tomás (en 1622): “Adrián de Santo Tomás ordenó una reunión con todos los caciques y su gente en ocho días. Sus condiciones personales fueron las siguientes:
A.- Que en 8 días vinieran empadronarse.
B.- Los que quisieran ser cristianos y vasallos de su Majestad.
C.-Que los que no vinieran a empadronarse (para ser cristianos y vasallos de su majestad) serían declarados enemigos y el gobernador (español) les daría la guerra.” (Los paréntesis son míos).
El segundo dato para nuestro análisis
A instancias del rey, el 9 de septiembre de 1513, se nombra el primer obispo de Santa María la Antigua del Darién. En 1514 viene con Pedrarias Dávila, Juan de Quevedo O.F.M.
Analicemos, desde el punto de vista que ahora nos ocupa este dato primordial.
1. El rey nombra desde España a los obispos.
2. El Papa los confirma.
3. El obispo viene desde fuera
4. Y en compañía de un salvaje como Pedrarias Dávila.
Cuatro cosas que van a caracterizar los primeros empeños de evangelizar y cuatro cosas que van a malograr dichos empeños. Vayamos punto por punto.
El rey nombra a los obispos (desde 1513 a 1821), por lo tanto ellos se van a sentir amarrados a la política y lealtad de la corona española, no del pueblo al que venían a pastorear. Este “handicap” de ser nombrados por el rey, según las conveniencias de la corona española, durará hasta la independencia de 1821 y entonces ocasionará graves problemas de lealtad a nuestros obispos, lo que es un indicativo evidente de hacia quién se sentían obligados.
Pedro Mega (p.392, ver Bibliografía al final) dice: “Por este tiempo se dio la batalla que afianzó la Independencia de la Nueva Granada (Colombia). El Señor Obispo (Lasso de la Vega , panameño) creyó un deber de conciencia mantenerse en la fidelidad del monarca español, pues el Rey de España le había concedido la mitra, y al aceptar el cargo había jurado defender los derechos reales. Y en estas dudas si se inclinaba al Rey o a la República , dispuso marcharse a España (¡y eso que él había nacido en Panamá!), como otros Prelados lo habían hecho desde toda la América en compañía de todo su clero” (Los paréntesis son míos).
Imposible plantearlo más claramente. Retengamos la frase final de la cita: “en compañía de todo su clero”. No nos extrañemos de la suspicacia con la que miraban los próceres de la independencia a los jerarcas y al clero en general; no se sentían seguros de la fidelidad de éstos al nuevo régimen. Después de 300 años “La Iglesia” no se había adaptado todavía.
El Papa confirma los obispos nombrados por el rey, por lo que la jerarquía aparecerá siempre como aliada de la corona como tal y en todas sus empresas. Los misioneros acompañaban a los conquistadores, de hecho, pues, hicieron el papel de capellanes de ejército. A lo más, podían hacer de moderadores, pero ante los indios (aquellos a quienes se quería evangelizar) aparecían como participantes y cómplices de sus opresores.
En 1605 “unos mineros españoles rogaron a los Padres, del colegio de Panamá para que vinieran al Darién con la esperanza de que los indios se mostraran menos refractarios al trabajo de las minas” (Pedro Mega; p. 76, ver Bibliografía final). ¿Qué tipo de experiencia pudo justificar la naturalidad con que los mineros españoles hicieron esta petición? (El trabajo en las minas era el más mortífero para los indios).
El obispo viene de España. Viene de, no es alguien de aquí ni nombrado al calor de las necesidades de estas tierras. No, no se trata de un caso aislado. En casi 500 años de historia desde ese primer obispo, sólo ha habido unos 9 obispos panameños para Panamá, y eso contando a los que lo son actualmente; es decir que durante casi 450 años sólo hubo tres obispos panameños para Panamá.
En compañía de un salvaje bestial como Pedrarias Dávila, que tiene el dudosísimo honor de ser el peor conquistador del continente. Gente que deshacía con una mano lo que con la otra hubiera podido dar de testimonio personal el apóstol evangelizador.
“En una carta cuyo alcance humano es indudable, fechada en Nuestra Señora de los Remedios, en 1604, el cacique indio Sebastián de Silvera se expresa así: “Y digo que aviendo venido los españoles a poblar en estas tierras han sacado de los naturales mucha cantidad de indios unos por fuerza y otros de grado con engaño diziendo que les enseñarían la ley de Dios y los harían cristianos… y yo aviendo mirado algunos yndios que se hazian cristianos y que vivían bien me pareció que debía ser buena la ley pues vivían con tanta quietud y así de mi grado sin ser traydo por fuerza abra veinte y dos años y en todos estos tiempos nunca me an enseñado cosa de la ley de Dios ni como me e de salvar y a mi gente que traxe conmigo que eran diez los cuales se an muerto sin saber en que ley morian y de esta manera estan todos los naturales que ay en toda esta tierra y se mueren por esos montes como animales sin saber si salvaran o no de lo cual y por el mal tratamiento. De los españoles se huyen y van a los montes y se vuelven a sus ydolatrías porque ven que ni les dexan vivir como es razón sino tratándolos mal y sirviendose de todos nosotros como si fuéramos sus esclavos nos tienen en sus rosas y haziendas todo el año y sin venir a la Iglesia ” (Revista Lotería, Vol. XII, n. 138, mayo de 1967, 2ª época, p. 72, Panamá).
Quizá lo más importante: todo el proceso se lleva a cabo fuera. “La Iglesia” viene, es algo exterior, distinto, ajeno, impuesto, que se traslada en bloque acá. Algo ajeno y exterior a estas tierras que viene de fuera, de otro continente, con otra mentalidad y que no se incultura de ninguna manera, y que sigue siendo algo no adaptado ni adoptado, sino impuesto.
Tercer dato para nuestro análisis
Informémonos de lo que sucedió con la exchoza de Cémaco convertida, por obra y gracia de las armas, en la primera catedral del continente (tierra firme) (Cfr. Pedro Mega, p. 23-24; 32-33). El obispo viene en 1514 con el título de “primado de tierra firme”. No había más obispos en todo el continente (tierra firme), pero él ya es el primado. Trajo consigo seis capas pluviales, dos dalmáticas y una casulla de terciopelo azul, seis telas con imágenes de santos pintados al óleo para los altares. Vasos sagrados, etc.
Para el servicio ritualístico vinieron con el Prelado diecisiete canónigos y varios religiosos franciscanos. El obispo fundó, allí en la catedral (léase: choza de Cémaco) un arcedianato “que deberá examinar a los clérigos que se hubieren de ordenar”, la dignidad de chantre, la dignidad de maestroescuela (encargado de dar clases de Teología) una tesorería a quien pertenece cerrar y abrir la iglesia, hacer tocar las campanas, hacer encender las luces, proveer pan y vino para la celebración, la dignidad y oficio de arcipreste y diez canonicatos y prebendas, el oficio de sacristán, el de organista, el de perdiguero (¿?) y ecónomo.
Se trata, como se puede observar a simple vista, del traslado de una institución tal como funcionaba en España, y así funcionó.
En 1610, ya Panamá poseía los conventos de La Merced , San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, de la Compañía de Jesús y de las monjas de la Concepción , además del hospital de San Sebastián (que llevaban los Hermanos de San Juan de Dios) y de la Catedral y las capillas de Santa Ana y de San Cristóbal. ¡Todo eso con unos 5000 habitantes!
No sólo no se adaptará “ la Iglesia” a las necesidades reales de la evangelización, sino que tampoco lo hará a las de los colonizadores. Todo lo contrario, adaptará las necesidades de éstos a sus deseos y decretos. “ La Iglesia” obligará a que las ciudades que se funden lo hagan alrededor de una “iglesia”.
“Se discute ahora (dice Roberto de la Guardia ) una “Súplica al Consejo de Indias” hecha por Pedro de Salinas en 1588 y publicada por A. Castillero Calvo, en su libro de 1971 “ La Fundación de la Villa de los Santos”. “En la Súplica ” llama la atención un párrafo que dice: “No pueden socorrer con limosnas para la fábrica y si no se hiciese, se despoblaría la Villa ”. Esta observación (continúa Roberto de la Guardia ), parece implicar que la despoblación o población de la Villa , estarían pendientes de la existencia o inexistencia del edificio de la iglesia y la posibilidad conexa de los servicios anejos. O, lo que sería igual, sin Iglesia no hay villa” (ver Civilización Occidental, p. 16, en Bibliografía final).
La presencia de “La Iglesia” es entendida como física. “La Iglesia” se considerará presente y actuando allí en donde su presencia física sea manifiesta. Allí en donde se den los signos exteriores de respeto hacia la institución “ la Iglesia” disimulará, de hecho, lo demás.
Como muy bien dice Roberto de la Guardia : “Evangelización, en su más amplia acepción y para el Istmo de Panamá, significa el montaje de una estructura específica, cristiana, dentro del Istmo" (Folleto, p. 4, ver Bibliografía final). Con esto, tendemos el puente para nuestro cuarto dato.
Cuarto dato para nuestro análisis
En 1640 se habían fundado dos cinturones de ciudades “cristianas” a todo lo largo de la costa del Pacífico: Panamá, Natá, Los Santos, Santiago de Veraguas, Remedios, Santiago de Alanje. Estas ciudades eran para españoles y el lugar de cada una fue despoblado convenientemente de indios. Como una avanzada cultural-cristianizadora se fundaron “pueblos de indios”: Chepo, Penonomé, Parita, San Francisco de Veraguas, San Lorenzo.
A cada ciudad de españoles se le fundó su correspondiente “pueblo de indios”. Lo que quedó fuera y más adentro de esa zona sigue siendo todavía hoy impermeable a la evangelización (Cfr. Civilización Occidental, tesis de Roberto de la Guardia , ver Bibliografía final).
Esta utilización de “la Iglesia” para civilizar (hispanizar) no murió con la independencia. Estaba tan arraigada como sistema que en 1908, la ley 59 decía: “El Poder Ejecutivo de acuerdo con el Jefe de la Iglesia Católica , procurará por todos los medios pacíficos posibles, la reducción a la vida civilizada de las tribus salvajes de indígenas que existen en el país” (Boletín de la Academia Panameña de la Historia , p. 164, ver Bibliografía final). Ya hemos oído, más arriba, las críticas que el cacique Sebastián de Silvera hacía a esta práctica.
La “Iglesia” se adaptó a las necesidades de los conquistadores para conquistar a los indígenas y sus tierras, pero no a las necesidades que, a la luz del Evangelio, tuvieran los indígenas. En este sentido sí que hubo adaptación a lo que iba ocurriendo, pero del lado equivocado. La “Iglesia” estuvo sólidamente plantada del lado de los conquistadores y, como veíamos más arriba, en su papel de capellanes de ejército, sólo pudieron, los sacerdotes, hacer de moderadores, lo que no les libró de aparecer como cómplices de los opresores.
Frente a la realidad de la esclavitud existente en la época, la “Iglesia” hará también de moderadora, pero no denunciará la institución como injusta, sino que también participará como uno más en el nefasto negocio. Sacerdotes y monjas participaban tranquilamente en el negocio de comprar y vender esclavos, tal es el caso de Manuel Betancourt (cura de Santa Ana en 1801-1802) y la reverenda Sor María Paula del Eterno Padre Mimbrera o el caso del convento de la Concepción que poseía varios y los vendió (Cfr. Civilización Occidental, p. 25 y 64, ver Bibliografía final).
Quinto dato para nuestro análisis
La evangelización de los naturales (finalidad esencial de la conquista) sólo penetró profundamente en aquellos lugares en que se puso un límite a las empresas de los conquistadores y de sus herederos directos, los aventureros cazadores de esclavos. Así por ejemplo en el Paraguay y en Tarahumara (México) (Cfr. Los Conquistadores, p. 207, ver Bibliografía final) “La Iglesia” creó reducciones porque en las reducciones no vivían españoles, aunque se obligara a los indios a vivir a la española. Así nacieron en Panamá: San Félix, Guabalá, San Lorenzo, San Francisco, Atalaya (Mi Iglesia se interroga, p. 33, ver Bibliografía final). Pero los españoles sabían que las “reducciones” o “pueblos de indios” servían, más que para evangelizar, para hispanizar a los indios y, en 1637, se llegó al acuerdo mediante el cual los misioneros cooperarían en la “reducción de los indios rebeldes” (Mi Iglesia se interroga, p. 33-34, ver Bibliografía final).
Tenemos una carta de Fray Pedro de Santamaría en 1561 (cfr Folleto de Roberto de la Guardia , p. 19, ver Bibliografía final), en la que nos dice que los indios que iban a integrar, o que eran llevados a integrar una reducción “no debían usar más de sus ritos y malas costumbres y se comprometían a ser buenos cristianos como de verdad al presente lo son”.
El “pueblo de indios”, la reducción, aquí en Panamá, es un montaje español, con estructura española, basada en la cristianización que, en este caso, equivalía a hispanización (Folleto de Roberto de la Guardia , p. 8, ver Bibliografía final).
En 1787, Atencio (Civilización Occidental, p. 115-116, ver Bibliografía final) cuenta que los indios ngóbes estaban levantados “con el motivo de las conquistas de los Padres Misioneros” y que como habían matado a dos cristianos que los habían ido a sacar de sus palenques “temen represalias de los Misioneros” e “Intentan no dejarse sacar porque no quieren ser cristianos”. Creo que no se puede hablar más claramente. No hubo adaptación a las necesidades de los indios, ni a las de la evangelización verdadera, sino a las de la conquista e hispanización. Esto se podrá explicar muy bien desde el punto de vista de la época, pero no se puede justificar desde el punto de vista del Evangelio.
Con este sistema, mutatis mutandis, llegamos a 1903. Ya hemos visto cómo reaccionaron los representantes oficiales de “La Iglesia” a la independencia hacia España; se fueron. Ellos pertenecían a la estructura que se estaba yendo o caducando. ¿Qué pasó aquí con la llegada de la independencia?
Sexto dato para nuestro análisis
Los primeros veinte años de historia independiente están plagados de pleitos entre “La Iglesia” y los gobiernos liberales. “La Iglesia” se dejó llevar por afanes apologéticos frente a los liberales en el gobierno y contra los laicistas. Tampoco esta vez se adaptó por su voluntad a las circunstancias o necesidades del país. En esta línea se combate la legislación civil del matrimonio, acerca del divorcio, los archivos nacionales, la enseñanza laica, el rechazo de la invocación a Dios en la constitución, la “Moral Social” (como opuesta a la moral cristiana) y el gravar con impuestos las propiedades de la Iglesia (Mi Iglesia se interroga, p. 38, ver Bibliografía final).
En mi opinión, todo esto es porque más que defender la verdad, se pretendió defender la institución de la Iglesia. Más que defender al Evangelio, se defendían intereses; nada de adaptación.
Desde esta época hasta el Concilio Vaticano II nos hemos ganado esa identificación que el pueblo hace no entre “La Iglesia” y una vida según la libertad de los Hijos de Dios que Cristo nos revela, no entre “La Iglesia” y un pueblo de Dios en marcha hacia su plenitud, sino entre “La Iglesia” y el edificio de culto o entre “La Iglesia” y la jerarquía. Como prueba palpable, aunque de ninguna manera única, basta leer el título del librito publicado en 1965 por Ernesto Castillero R. por encargo de la jerarquía: “Breve historia de la Iglesia panameña”, y como subtítulo se añade: “Episcopologios de la Diócesis de Panamá”. Enormemente sintomático.
Séptimo dato para nuestro análisis
¡Hispaniza, hispaniza…que algo queda! En donde no se fundaron ciudades de españoles o “pueblos de indios” (para que los indios vivieran al modo español), no hubo cristianización o evangelización. En 1880, por ejemplo, no había todavía en Bocas del Toro ningún párroco ni ninguna iglesia (Cfr.Pedro Mega, p. 274, ver Bibliografía final). Como decía más arriba, los naturales de estas tierras, Ngóbes, Chocoes, y Kunas, Bribrís, Buglés, Nasos, etc, permanecen impermeables al cristianismo y ello porque la religiosidad indígena no fue asumida de ninguna manera en la nueva religión que imponían de hecho, no de derecho, los colonizadores.
Se llegó a una cristianización sin evangelización (lo que equivale a una cristianización sin conversión) a través del bautismo por conveniencia o por tradición (por medio del bautismo de los niños). Se tuvo la Fe como una cosa que entregar y que había que aceptar o rechazar en bloque con todos sus detalles.
La evangelización se concibió aquí, con la mejor voluntad del mundo, en una forma que Paulo Freire definiría como “bancaria”: hay que dar datos, enseñar enunciados, que debían ser aceptados pasivamente, no se hacía referencia ninguna al encuentro personal con la persona de Cristo que debe ser todo acto de Fe. El indígena se sometió, ¿qué remedio le quedaba?, pero no se convirtió. Revistió sus ancestrales e instintivas formas religiosas con ropajes europeo-cristianos y conservó en el secreto de su corazón todo su magicismo y ritualismo precristianos. Allí en donde pudo liberarse de tener que disimular sigue siendo pagano en toda la extensión de la palabra.
Observemos lo que ocurre en los sitios de mayor concentración religiosa popular anual: Atalaya, Alanje, Portobelo, Antón. La devoción ahí manifestada por el pueblo a la imagen venerada es, por lo menos, dudosamente cristiana y eso después de casi 500 años de “cristianización”. En Atalaya hay que tocar la imagen (70, 71 % de las personas); si no se cumple la “manda” se sufren consecuencias negativas (60% de las personas), pero lo más indicativo es que solamente el 3,30% reconoce al Cristo de Atalaya como Jesús y no sólo como un “santo” muy poderoso.
En Alanje, se daba el caso curioso de varias imágenes de Jesús: en la cruz, recostado, sentado camino del calvario, lo cual provocaba confusión en los peregrinos que iban por primera vez; el resultado era que los peregrinos recorrían todas las imágenes para asegurarse de que habían visto y tocado al “verdadero”. En Alanje, más del 80 % de los fieles confiesan su temor a consecuencias negativas si no cumplían las “mandas” hechas.
Pasemos a Portobelo. En 1974 (cfr, Matutino, 19, octubre de 1974) se hacía una advertencia muy reveladora: ese año se prohibirían ciertas cosas acostumbradas alrededor de la imagen del Cristo. De ello resulta que se identifica mágicamente a la imagen con la persona de Cristo, por eso hay que tocarla, pasearla, limpiarle el rostro con un pañuelo, no tirarle el hábito morado que se lleva en esa ocasión, no se deben decir palabras de mal gusto cuando se está cargando al “santo”. Esas mismas advertencias fueron repetidas el 16 de octubre de 1975 (cfr. Matutino de esa fecha) porque nadie les había hecho caso en 1974 (Para los datos sobre Atalaya y Alanje, cfr. Encuesta e informes vatios sobre los peregrinos de Jesús Nazareno en Atalaya y Alanje, poligrafiados por la oficina de Pastoral Social del Arzobispado de Panamá).
En Antón hay toda una ritualidad que lleva a los fieles a “lavar” al santo o “limpiarlo” con algodones mojados que luego se llevan como “reliquias” milagrosas. Uno se pregunta si “La Iglesia” se ha adaptado en estos cuatro casos a las necesidades de la evangelización o a las conveniencias de estas cuatro fiestas anuales. Porque en Atalaya, por ejemplo, la presencia de la jerarquía de toda la Conferencia Episcopal del país “imprime a la fiesta un sello oficial”. En Portobelo se ha llegado a crear un museo con los ropajes que la imagen ha llevado en las distintas fiestas, lo que hace que el pueblo conceda un “poder” a la imagen.
Octavo punto. ¿Entonces no se ha hecho nada por adaptarse a las necesidades?
Es absolutamente injusto dar una respuesta afirmativa a esta pregunta. Ya hemos aludido, más arriba, al papel moderador que en todas las actividades de los conquistadores tuvieron los sacerdotes y religiosos acompañantes. Hubo siempre sacerdotes que dieron también un magnífico testimonio de desprendimiento, desinterés, espíritu de sacrificio y de amor por el prójimo. Y en esto no fueron excepción los agustinos, franciscanos, dominicos, hermanos de San Juan de Dios, mercedarios, jesuitas y otros.
Se crearon centros de cultura, universidades, colegios y escuelas en las ciudades. El cultivo del banano en estas tierras fue introducido por un obispo. Se hicieron gramáticas indígenas, con lo que se contribuyó de hecho a la conservación de esos idiomas (aunque quizá no fuera ésa la intención original). Hubo siempre sacerdotes que se tomaron el trabajo de aprender cuanto antes el idioma de los indígenas para poder explicarles la doctrina en lenguaje comprensible.
Lo malo es que todo esto sucedió en un contexto en el que la mayoría de los sucesos no van precisamente en una dirección tan acertada respecto a las necesidades de la evangelización; los indígenas han sido, si no hispanizados y absorbidos, desplazados y abandonados o, peor, explotados en su mayoría.
Y respecto de las ciudades habitadas por hispanos o criollos hispanizados e hispanizantes hay varios ejemplos, para mí lastimosos e indicativos: “La Iglesia” no ha adaptado su pastoral a las circunstancias y necesidades urbanas, sino que continúa empleando técnicas y fórmulas tradicionales que presuponen condiciones rurales; en los varios incendios que la ciudad de Panamá sufrió, algunas veces “La Iglesia” colaboraba con oraciones o procesiones con el Santísimo (Cfr. Pedro Mega, p. 64 y 104, ver Bibliografía final) y casi lo mismo con las amenazas de corsarios y piratas (Pedro Mega, ibidem, p.68 y 71).
En el caso de la presencia extranjera impuesta a Panamá en la llamada entonces “Zona del Canal”, hemos tenido que esperar hasta después de 1970 para oír una protesta seria por parte de la jerarquía ante esta injusticia flagrante que afectaba importantísimamente la realidad panameña (Cfr. Pedro Mega, ibidem, p. 278 y 300).
Después del Concilio Vaticano II se ha hecho un esfuerzo mucho mayor para responder a las necesidades panameñas por parte de la comunidad cristiana. La creación del diaconado casado es una respuesta al planteamiento acerca de los ministerios. En otro plano, pero siempre en la línea de adaptación a las necesidades, va también la anual “Campaña de Promoción Arquidiocesana o diocesana”.
Bibliografía
– Revista “Lotería”, N. 29, 1943. “Datos para la historia de la curia panameña”; Ernesto J. Castillero R.
– ”Los conquistadores”; Jacques Lafaye, SigloXXI, México, 1970.
– ”Civilización Occidental: Variedad panameña”, Roberto de la Guardia , Panamá, 1975.
– ”Compendio biográfico de los Iltmos. y Excmos. Monseñores Obispo y Arzobispos de Panamá”; Pedro Mega, Panamá, Imprenta Nacional, 1958.
– Revista “Lotería”, vol. XII, n. 138, mayo de 1967, 2ª época, p. 72, Panamá.
– Folleto poligrafiado, denominado “Introducción”, fechado en “Marbella”, 27 de marzo de 1976, Roberto de la Guardia.
– Boletín de la Academia Panameña de Historia, 3ª época, Panamá, abril-mayo-junio de 1975.
– ”Mi Iglesia se interroga”, capítulo II, Bosquejo de la Historia de la Iglesia en Panamá, Talleres Senda, 1974.
– ”Breve Historia de la Iglesia panameña”, Ernesto J.Castillero R., Impresora Panamá, 1965.
– Folletos varios de la Oficina de Pastoral Social de la Arquidiócesis acerca de las peregrinaciones de Atalaya y Alanje.
– Diario “Matutino”, 19 de octubre de 1974.
– Diario “Matutino”, 16 de octubre de 1975.
* Sacerdote católico.
En www.panamaprofundo.org