El escudo antimisiles que nunca funcionará

George Monbiot*

Es una manera original de suicidarse. Justo cuando Rusia ha demostrado lo que les ocurre a los antiguos países subalternos que se le sublevan, Polonia va y firma un acuerdo para establecer en su territorio una base estadounidense que alojará un sistema de misiles de defensa. Los rusos, tal y como Polonia esperaba, han respondido a la propuesta ofreciéndose para convertir el país en un erial, lo cual prueba que el escudo antimisiles era, al fin y al cabo, necesario: detendrá los misiles rusos que ahora apuntan a Polonia, la República Checa y el Reino Unido en respuesta a… ejem, su participación en el sistema de misiles de defensa.

El gobierno usamericano insiste en que los misiles interceptores, que serán instalados en la costa del mar Báltico, nada tienen que ver con Rusia: su objetivo es defender Europa y Estados Unidos contra misiles balísticos intercontinentales, que ni Irán ni Corea del Norte poseen. Ésta es la razón por la que están instalándolos en Polonia, un país que, como todo estudiante de geografía en Texas sabe, comparte sus fronteras con ambos estados canallas.

Todo ello nos permite adivinar un futuro brillante, en el cual los misiles de defensa, según el Pentágono, “defenderán a nuestra patria… y a nuestros amigos y aliados de un ataque con misiles balísticos”; al menos mientras los rusos se sientan a esperar a que el sistema funcione antes de bombardearnos con armas nucleares. La buena noticia es que, a la velocidad de desarrollo actual, sólo nos faltan 50 años para tener una defensa de misiles efectiva. La mala es que hemos estado 50 años por detrás de esa misma meta, y eso durante las últimas seis décadas.

El sistema, que ha estado en desarrollo desde 1946, lo único que ha conseguido hasta ahora es una gran cantidad de nada. Si fuera por las notas de prensa publicadas por la agencia de misiles de defensa del Pentágono no nos hubiéramos enterado de nada de lo anterior: la palabra “éxito” aparece más veces que cualquier otra. Es cierto que el programa ha conseguido interceptar a dos de los cinco misiles disparados en las pruebas de estos últimos cinco años de su componente principal, el sistema de misiles de defensa tierra-aire de medio alcance (GMD). Pero, por desgracia, estas pruebas no guardan ninguna relación con cualquier cosa que se parezca, ni de lejos, a un verdadero ataque nuclear.

Todas las pruebas realizadas hasta el momento -hayan obtenido éxito o cualquier otro resultado- han sido manipuladas. El objetivo, el tipo de misil, la trayectoria y el destino, son conocidos antes de que la prueba comience. En las pruebas se utilizó únicamente un misil enemigo, porque el sistema no tiene ni la más remota posibilidad de abatir dos o más. Cuando se han utilizado misiles-señuelo, éstos no han guardado ningún parecido al resto de misiles, y son identificados de antemano como señuelos. Buscando mejorar la apariencia de éxito, las pruebas han sido todavía menos realistas: la agencia ha dejado de utilizar señuelos junto con misiles reales en las pruebas de su sistema GMD.

Todo ello deja al descubierto una de los puntos débiles sin solución del escudo antimisiles, a saber: que es difícil ver cómo los misiles interceptores burlarán los intentos enemigos por confundirlos. Tal como ha señalado Philip Coyle -antiguo oficial de alto rango en el Pentágono, con responsabilidades en el desarrollo del escudo antimisiles-, existe una infinidad de medios por los cuales otro Estado puede engañar al sistema. Por cada misil real lanzado, podría enviar una gran cantidad de misiles falsos con las mismas características de radar e infrarrojos. Incluso los globos y las esquirlas de metal podrían hacer obsoleto cualquier sistema que se asemeje al actualmente ya obsoleto. Se puede reducir en un 90% las posibilidades de que un misil sea detectado por láser pintándolo de blanco. Esta sofisticada tecnología de camuflaje, a disposición de cualquiera en la ferretería de su barrio, deja fuera de combate otro de los componentes de este multimillonario programa. O podrían simplemente olvidarse de los misiles balísticos y atacar utilizando misiles de crucero, contra los cuales el actual sistema es inútil.

El escudo antimisiles es tan caro, y los sistemas para evadirlo tan baratos, que si Estados Unidos se propusiera seriamente ponerlo en funcionamiento llevaría al país a la bancarrota, exactamente del mismo modo que la carrera armamentista llevó a su fin a la Unión Soviética. Gastándose unos dos mil millones de dólares en tecnología para misiles señuelo, Rusia podría llevar a Estados Unidos a gastarse billones de dólares en medidas de respuesta. Los costes son tales que incluso Irán podría hacer que Estados Unidos se gastase más de lo que tenía presupuestado.

Estados Unidos se han gastado entre 120 mil y 150 mil millones de dólares en este programa desde que Ronald Reagan lo relanzara en 1983. Con George W. Bush los costes se han disparado. El Pentágono ha pedido 62 mil millones de dólares para los siguientes cinco años, lo que significa que el coste total entre el 2003 y el 2013 se elevará a 110 mil millones de dólares. Y aún así no hay criterios claros para definir el éxito del programa o no. Como muestra un reciente informe del diario de Análisis de Defensa y Seguridad, el Pentágono ha inventado un nuevo sistema de inversiones que permite al programa del escudo antimisiles evadir los estándares contables habituales del gobierno. Se llama espiral de desarrollo, nombre muy apropiado, pues garantiza que los costes han entrado en una espiral fuera de control.

La espiral de desarrollo significa, en palabra de una directiva del Pentágono, que “los requisitos para poner fin al programa no son conocidos en el comienzo del mismo”. En cambio, al sistema se le permite desarrollarse de cualquier manera en que los oficiales crean que encajará con los requisitos. El resultado es que no hay nadie que tenga la más mínima idea de qué se supone que se tiene que lograr con el programa, y si se ha logrado o no. No hay fijadas ni fechas, ni costes fijos para cualquier componente del programa, ni penalizaciones para los retrasos o los fallos, ni norma alguna que establezca cómo puede juzgarse los resultados del sistema. Y este esquema monstruoso es aun incapaz de conseguir lo que un puñado de cientos de dólares invertidos en diplomacia resolvería en una tarde.

Así pues, ¿por qué invertir miles de millones a fondo perdido en un programa tan dispuesto a fallar? Os daré una pista: la respuesta está en la pregunta. Persiste porque no funciona.

La política estadounidense, a causa de los errores tanto de Republicanos como Demócratas para enfrentarse a los problemas de financiación de sus campañas electorales, está podrida hasta la médula. Pero con Bush la corrupción ha adquirido proporciones nigerianas. El gobierno federal es un vasto programa corporativo de asistencia social que premia a las empresas que donan millones de dólares con contratos valorados en miles de millones.

El escudo antimisiles es la mayor asignación de fondos estatales para un proyecto que beneficia a un grupo concreto, el pudding mágico que nunca desaparecerá, no importa cuánto comas. Las inversiones destinadas a las compañías aeroespaciales, las de defensa y las de otro tipo de manufacturas y servicios nunca se quedarán sin pedidos, porque el sistema nunca funcionará.

Para mantener la burbuja inflándose, la administración debe exagerar las amenazas de las naciones que no tienen ninguna intención de bombardear con armas nucleares a Estados Unidos e ignorar las amenazas de aquellos que probablemente lo harían. Rusia no está exenta de sus propias influencias corruptoras. La semana pasada se podía ver la siniestra satisfacción de los generales y oficiales de defensa rusos, que han encontrado en este nuevo despliegue la excusa perfecta para ampliar su poder y pedir mayores presupuestos. La pobre vieja Polonia, lo mismo que la República Checa y el Reino Unido, se arman hasta los dientes sólo para convertirse en el cebo de Estados Unidos.

Si tratamos de entender la política exterior usamericana en términos de compromiso racional con los problemas internacionales, o incluso como una manera efectiva de proyectar su poder, nos estaremos equivocando. Los intereses del gobierno estadounidense siempre han sido provincianos. Lo que buscan es apaciguar a los cabilderos, distraer a la opinión pública de los momentos cruciales del ciclo político, dar cabida a las fantasías cristianas más enloquecidas y consentirle los caprichos a las compañías de televisión dirigidas por multimillonarios excéntricos. Los Estados Unidos no tienen realmente una política exterior. Tienen una serie de políticas nacionales que proyectan más allá de sus fronteras. Que amenacen al mundo 57 variedades diferentes de destrucción no es algo que preocupe a la actual administración. La única cuestión de interés es quién va a recibir el dinero y cómo serán los sobornos políticos.

*Publicado en The Guardian. Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Àngel Ferrero. George Monbiot es periodista y activista medioambiental. Columnista regular del rotativo británico The Guardian, Monbiot es autor de Amazon Watershed (1991), Anti-capitalism: A Guide to the Movement (2001), The Age of Consent (2003), Manifesto for a New World Order (2004), Heat: How to Stop the Planet Burning (2006) y Bring on the Apocalypse: Six Arguments for Global Justice (2008) entre otros.

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