El espejismo de la migración
Uno de los miles de hondureños que emprendieron la gran marcha migratoria tras un futuro mejor reconocía en una entrevista que el modelo neoliberal era el principal responsable del afán de muchos latinoamericanos por abandonar sus países e instalarse en Estados Unidos. Sindicando, por cierto, a las políticas socioeconómicas impuestas por esta potencia la imposibilidad de obtener un trabajo digno en sus países, forzándolos ahora a realizar una travesía incierta y muy peligrosa, cuando además se sabe que el Presidente Norteamericano no ha mostrado la más mínima disposición a acogerlos.
La incongruencia que se aprecia en el diagnóstico que hace este marchante con su deseo de establecerse en el país responsable de la miseria en tantas naciones de nuestro continente se agrava con el hecho de que Donald Trump no solo advierte que reprimirá a los que alcancen su territorio sino suspenderá toda forma de ayuda a aquellos países que fomenten o toleren esta migración.
A pesar de la conmoción mundial que ha causado esta marcha del hambre, que ya ha cruzado Guatemala y varias ciudades mexicanas, se augura que un gobernante de la calaña de Trump pueda efectivamente cumplir con sus amenazas, y estos miles de hombres, mujeres y niños queden, en definitiva, en tierra de nadie, a la intemperie. Aún cuando desde los países latinoamericanos han encontrado apoyo y solidaridad pero, más allá de la retórica, ninguna decisión para disuadirlos en su propósito, encontrándoles solución a sus demandas laborales en su propios país. Evitándoles así una nueva y acaso fatal frustración.
Sabemos que los desplazamientos migratorios por el mundo son parte de los derechos humanos reconocidos por la legislación internacional, pero en el mundo actual es algo que ahora está en verdadero entredicho, cuando apreciamos estas bravatas de Estados Unidos y de otras potencias en contra de quienes quieran alcanzar sus territorios. Algo muy distinto de lo que acontecía tres o cuatro décadas atrás, cuando las economías de las posguerras mundiales requerían con urgencia mano del Tercer Mundo para alcanzar sus actuales grados de desarrollo.
Existe la falsa creencia de que son muchos los habitantes del mundo que quieren salir de sus países, cuando en realidad las corrientes migratorias son mínimas en relación a la de los españoles, portugueses, británicos y otros que se instalaron en nuestros países y con los años han alcanzado derechos y hasta privilegios en toda nuestra geografía. Respecto de los propios africanos, incluso, éstos se vieron forzados a salir de sus países como esclavos de los conquistadores, presencia étnica que se atestigua en las propias potencias mundiales como en nuestro sincretismo demográfico. Las estadísticas hablan, asimismo, que la migración total salvadoreña no alcanza al uno por ciento de su efectiva sobrepoblación.
Se sabe que todavía hay países de gran prosperidad, como Alemania, en que se estima necesario atraer más mano de obra ante los pavorosos índices de envejecimiento de su propia población. Incluso en nuestro país las estadísticas vienen demostrando la gran contribución de los migrantes colombianos, bolivianos, peruanos, haitianos y otros en la agricultura y los servicios. Así como en la propia recaudación de impuestos como asalariados y consumidores. Sería, asimismo, inútil negar la gran contribución de migrantes europeos en el desarrollo de diversas ciudades y actividades económicas de norte a sur del país. De allí que se hace tan sospechoso que el gobierno chileno y nuestra Fuerza Aérea estén promoviendo el retorno de los haitianos a su país. En toda una operación que más sabe de racista y xenófoba que motivada por razones humanitarias.
Ni siquiera el 10 por ciento de los habitantes del Planeta busca el desarraigo. Cuestión que se comprueba hasta en países como Siria, Yemen, Palestina y otros que enfrentan invasiones, conflictos y guerras civiles. De allí que parezca doblemente cruel qua existan naciones europeas dispuestas a desafiliarse de los acuerdos y tratados internacionales que los obliguen a acoger a los exiliados políticos. ¡Vaya que extrañamos en la actualidad que españoles, franceses, croatas y otros no reconozcan como todo nuestro continente fue tierra de acogida ante fenómenos como el apartheid y la desolación de las guerras!
No estamos, por lo mismo, frente a una catástrofe migratoria como Trump y otros gobernantes se empeñan en hacernos creer. Es tan enorme la riqueza de muchas naciones frente al atraso de otras que perfectamente con un poco de solidaridad podría lograrse una solución y, de paso, evitarle al mundo la vergüenza de esos cientos de africanos y asiáticos que pierden todos los días su vida en el Mediterráneo. En imágenes que estremecen a la humanidad y hablan de los más oscuras características de la condición humana.
Con franqueza, nos parece absurdo el deseo de estos cinco o siete mil hondureños que buscan llegar a Norteamérica. Es evidente que sus condiciones de pobreza, incultura y desesperación no les permiten realizar un buen raciocinio que, entre otros, los convenza que es justamente en Estados Unidos donde pueden arriesgar los más altos niveles de violencia, criminalidad, corrupción e, incluso, pobreza. Que este país no es el Edén, ni nada que se le parezca. Que, a pesar de todo, muchas veces es mejor quedarse en sus países que sacar pasaporte perpetuo a la discriminación.
Entender, asimismo, que son sus propios gobernantes los que pueden estar interesados en arrojarlos de su territorio para eludir su responsabilidad y despejarse el camino para afiatar su supremacía política al servicio de las grandes empresas extranjeras enseñoreadas en todos nuestros recursos naturales. Al respecto, es inaudito el silencio de los gobiernos caribeños y de todo el conjunto de nuestra región, pese a la atención que le ha puesto la prensa a esta caravana de desplazados de sus derechos más esenciales.
En este sentido, lamentamos que demore tanto el acceso de Andrés Manuel López Obrador al gobierno de México. Seguramente que con él pudieran surgir iniciativas para disuadir a todos los mexicanos y pueblos de nuestra región a permanecer en nuestro magnifico continente y emprender las luchas necesarias para sanear la política y promover el acceso de los pueblos a la conducción efectiva de sus naciones. Es decir, practicar la democracia en una vastedad de riquezas y potencial de desarrollo.
Que desde sus propios países luchen por sacudirse del llamado “sueño americano” y no sigan encandilándose tampoco, con los otros espejismos prometidos por los Bolsonaro, Macri o Piñera que, bien sabemos, son nada más que los promotores de las políticas neoliberales. Cuyo cometido de siempre es hacer más ricos a los ricos y a los pobres explotarlos o hacerlos emigrar.
Sería preciso que de nuestros diplomáticos y organismos multinacionales surgiera una iniciativa para acoger a los sin trabajo, casa o expectativas educacionales. Que esta marcha hacia los Estados Unidos se fuera diluyendo en las generosas posibilidades que les ofrezcan nuestras naciones a su paso. Que hagamos todo lo posible por evitarles un nuevo desencanto, cuando se trata de solo unos pocos miles. Menos que de los trabajadores de una mediana empresa…
Eso sería darle una lección a Trump y a sus aliados. Resolver con nuestros propios medios y, de hecho, advertirle al mundo la perversión del modelo económico propiciado por la Casa Blanca, las transnacionales y los gobiernos abyectos de nuestra región. Porque, entre otras razones, son muchos más los que deben permanecer en sus países condenados a la miseria.