EL FRACASO DE LA IGLESIA EN AMÉRICA LATINA
Cuando el cardenal conservador José Ratzinger fue electo papa Benedicto XVI, muchos observadores lo entendieron como el principio de un periodo reaccionario para la Iglesia católica, junto con una clara oposición al clero femenino, a la unión de homosexuales, la clonación, la libertad de elección de las mujeres con respecto a su vida sexual y reproductiva, los movimientos ecuménicos, el uso de métodos anticonceptivos para la prevención del SIDA, la Teología de la liberación, la organización de la comunidad de católicos laicos y el activismo social.
Sin embargo, para aquellos que han seguido las políticas de la Iglesia en América Latina, su elección se acogió sin sorpresa y como la continuación de una postura que comenzó a partir de los años ochentas del siglo pasado.
El cardenal Ratzinger, también conocido como el ejecutor del Vaticano para las políticas del Papa Juan Pablo II, ordenó el silenciamiento en 1984 de los teólogos de la liberación –prohibiendo la publicación de sus trabajos– y la remoción de aquellos obispos que apoyaban sus posiciones, así como también declaró la oposición vaticana al activismo social y a las organizaciones de auto ayuda –las que habían sido consideradas desde hace mucho tiempo por los sacerdotes en las regiones empobrecidas como primordiales para realizar su misión–.
Para entender lo que esto ha significado para las poblaciones indigentes y marginadas en América Latina y lo que la elección de este cardenal como papa seguramente va a representar en los siguientes años, es conveniente estudiar la historia reciente, en especial la de América Central.
El Salvador. El arzobispo Oscar Romero era un prelado tradicional cuando fue designado en El Salvador en los años setentas. Lo que lo hizo excepcional conforme pasó el tiempo fue que prestó atención a los pobres y marginados de su congregación. Escuchó cuando ellos le contaban historias de familiares que habían sido secuestrados por los «escuadrones de la muerte» del gobierno, cuando intentaron organizar a trabajadores agrícolas, o cuando hablaban en contra de las políticas represivas del gobierno.
Observó las fotos de los cuerpos torturados de civiles que se habían opuesto al régimen represivo y escribió a las autoridades solicitando ayuda para ponerle fin al miedo y a la opresión en la que sus parroquianos vivían. Ante la indiferencia del gobierno, reflexionó sobre la necesidad de estas personas se organizaran para remediar su situación.
Se percató de que la tradición conservadora de la Iglesia en América Latina –aliada a la plutocracia, proveyendo a los ricos y auxiliando a los pobres solamente a través de la distribución de limosnas para aquellos con mayor necesidad– sólo servía para perpetuar la injusticia. Juzgó que los pobres e impotentes tenían el derecho a intentar de alterar su situación a través de organizaciones de auto-asistencia, educación, y acción comunitaria. Asimismo, también consideró que la Iglesia tenía una obligación a través de su liderazgo de asistir en este proceso con soluciones concretas.
Sus esfuerzos para servir a estos parroquianos ofendieron no sólo al gobierno represivo y a las clases altas, sino también a sus parroquianos ricos (Opus Dei) quienes pensaron que la Iglesia socavaba sus privilegios. Además, cuando el obispo Romero bautizó a los bebés indígenas en la misma fuente bautismal en la que también se bautizaba a los privilegiados bebés blancos, se indignaron. Tacharon de activismo socialista su apoyo a los grupos católicos laicos de auto ayuda.
Por ello, cuando se encontraba en el púlpito haciendo un llamado para poner fin a la violencia contra grupos opositores del gobierno, le mataron a tiros a plena luz del día.
En su funeral, el 30 de marzo de 1980 en la Catedral de San Salvador, las tropas gubernamentales abrieron fuego contra la multitud. La masacre dejó 44 muertos y cientos de heridos. Entre los testigos estaba la misionera laica Maryknoll, Jean Donovan.
Un año después Jean Donovan junto con otras dos hermanas Maryknoll, Maura Clarke e Ita Ford, y Dorothy Kazel una hermana ursulina, fueron raptadas, violadas y asesinadas a balazos por soldados de la Guardia Nacional. Al día siguiente, campesinos descubrieron los cuerpos al costado de un camino aislado, enterrados en una tumba poco profunda.
Todos los que estaban familiarizados con el caso sabían que estas mujeres fueron asesinadas por la Guardia Nacional y su muerte autorizada por el gobierno1. Sin embargo, cuando el papa visitó El Salvador en 1983, deliberadamente rechazó cualquier comentario en referencia a su obispo, o al caso de Jean Donovan y las monjas, enfatizando que el propósito de la Iglesia era enseñar que Jesús es el Hijo de Dios y proveer consejo espiritual a su rebaño.
En privado el papa se reunió con sus sacerdotes y monjas y les pidió que interrumpieran su participación en los grupos comunitarios de auto-asistencia. El Papa reemplazó al arzobispo asesinado por un conservador, dándole las mismas instrucciones que a los demás en un esfuerzo por restaurar la antigua alianza de la Iglesia con aquellos que detentaban el poder, sin importar que tan corruptos o cómplices en la violencia organizada fueran –alianza que le valió su mala reputación en el siglo anterior–.
Nicaragua. El día anterior a la visita del papa a Managua en 1983, diecisiete integrantes de una organización juvenil asesinados por los soldados de Samoza fueron enterrados después de un homenaje en la misma plaza donde Juan Pablo II iba a oficiar misa.
Esperaban las madres y jóvenes presentes que el pontífice expresara compasión ante las muertes de estos adolescentes, pero no fue así. En cambio ofreció un sermón que exigía al pueblo de Nicaragua el abandono de sus «compromisos ideológicos insostenibles» y urgía a los obispos a permanecer unidos.
Previamente había reprendido al padre Ernesto Cardenal por sus nexos con la Asociación de trabajadores agrícolas, por lo que algunos en la congregación sabían que era muy poco probable que el papa exhortara a una unidad con el pueblo. Muchos otros, sin embargo, creyendo que el papa estaba realmente del lado del pueblo, comenzaron a salmodiar «una plegaria para nuestros muertos» y «queremos la paz»2. El papa los ignoró y concluyó su sermón.
En la consagración de la misa una de las madres de los jóvenes asesinados irrumpió con un megáfono para decir «Santo padre, te rogamos por una plegaria para nuestros amados que han sido asesinados»3. El papa no sólo rechazó esa plegaria sino que se saltó el Padrenuestro así como su tradicional «señal de paz».
Ofreció la comunión a algunos dignatarios, dio su bendición y se retiró.
Después el comentarista de la BBC describió ésta como una de las «misas más inusuales en la carrera del papa». Fue más que inusual para el presidente Daniel Ortega pedirle al papa que antes de partir ofreciera una propuesta de paz para Nicaragua, que expresara «una palabra que pudiera fortalecer al pueblo». El representante del Príncipe de la paz perdió una clara oportunidad de tener algún grado de influencia. Decir que dejó solitarios a muchos católicos alienados, es quedarse corto.
Se ha dicho –y trascendido a través de fuentes privilegiadas– que cuando el papa preguntó que era lo que la gente gritaba durante la Misa («¡queremos paz!»), uno de sus asistentes le dijo que no tenía importancia, que eran comunistas. Con su propia experiencia del comunismo en Europa Oriental, esta declaración fue como mostrarle la capa roja a un toro.
Poco tiempo después, los obispos liberales fueron reemplazados por conservadores como resultado de una campaña alentada por Ratzinger –escribió una tesis sobre el asunto– que mostraba al papa los presuntos nexos entre elementos de la teología de la liberación y el marxismo. «El Papa comenzó a escuchar a aquellos que exponían la teología de la liberación como caricaturas –sacerdotes con pistolas, marxistas–, simplemente no eran representaciones precisas»4, dijo Dean Brackley, profesor de teología en una universidad jesuita en América Latina.
Al año siguiente, el teólogo brasileño, líder de la teología de la liberación, Leonardo Boff, recibió órdenes de partir a Roma en 1984 y fue sentenciado por el comité del cardenal Ratzinger a un año de «silencio servil,» tiempo durante el cual se le denegó el permiso de publicar o enseñar públicamente. A partir de este incidente, Leonardo Boff renunció a la orden franciscana5.
Una «opción preferencial»
La situación pudo haber sido completamente diferente de no haber sido por la influencia de Ratzinger. Juan Pablo II estaba familiarizado con el movimiento Solidaridad de Polonia, al que pudo haber comparado con las organizaciones agrícolas y los grupos rurales de artesanos en El Salvador y Nicaragua. Pero la suerte ya estaba echada y la Iglesia abandonó por dos décadas de activismo social y «la opción preferencial por los pobres» para regresar a la «benévola ausencia» que tanto caracterizó a la jerarquía eclesiástica en América Latina en los años dictatoriales.
La opción preferencial por los pobres y grupos vulnerables fue un concepto que había evolucionado a principios de los años sesentas y que perteneció a la filosofía de la Iglesia en las Conferencias de obispos en América Latina en Medellín, Colombia (1968) y en Puebla, México (1979). Esencialmente se hizo notar la creciente conciencia de solidaridad de los pobres entre sí mismos, sus esfuerzos para apoyarse el uno con el otro, y sus demostraciones públicas; las cuales, sin recurrir a la violencia, presentaron sus propias necesidades y derechos ante la cara de ineficiencia o corrupción de las autoridades públicas.
«En virtud de sus propias obligaciones evangélicas» la Iglesia debe permanecer «al lado de los pobres, para discernir la verdad presente en sus pedidos y ayudarles a que se haga justicia, sin perder la visión del bien común»6. En otras palabras: «como seguidores de Cristo tenemos el reto de asumir una opción preferencial por los pobres, es decir, para crear las condiciones para que las voces marginadas puedan ser escuchadas, para defender al oprimido y para asesorar sobre el estilo de vida, la política e instituciones sociales en términos de su impacto hacia los pobres.
La opción por los pobres no significa poner un grupo en contra de otro, sino de fortalecer a toda la comunidad asistiendo a aquellos que se encuentran más vulnerables»7.
El revés del cardenal Ratzinger
«Un análisis del fenómeno de la Teología de la liberación –escribió el cardenal Ratzinger en 1984– revela que ésta constituye una amenaza fundamental para la fe de la Iglesia».
Profundizando en el tema, expone «posiciones radicalmente marxistas» (sic) en aquellos que enseñan la teología. Y a pesar de que concede que la Teología de la liberación «contiene un grano de verdad», el insiste en que es un error y argumenta que «un error es mucho más peligroso cuanto mayor sea ese grano de verdad»8. Ese grano de verdad, por supuesto, es la misión de Cristo y sus apóstoles, definida por los Evangelios, en especial por el Sermón de la Montaña donde Jesús claramente afirma la «opción por los pobres.»
El cardenal Ratzinger responde que ésta es una amalgama entre una verdad básica de la cristiandad y una opción fundamental anti-cristiana, la cual seduce y se asemeja a una verdad. «En el Sermón de la Montaña definitivamente Dios toma partida por los pobres», escribe. «Pero interpretar a ‘los pobres’ en el sentido de la dialéctica histórica marxista (sic) y ‘tomar partida por ellos’ en el sentido de un conflicto de clase, es un intento malicioso de exponer como idénticas entidades que son opuestas».
Mientras reconoce la «irresistible lógica» de los teólogos de la liberación, el cardenal Ratzinger sugiere que esta nueva interpretación de la cristiandad es incorrecta, que deberíamos regresar a la «lógica de la fe, y presentarla como la lógica de la realidad»9, y que no le corresponde a teólogos, sacerdotes, laicos y monjas interpretar la palabra de Dios, sino a la autoridad de la Iglesia.
La orden de silenciar a los teólogos de la liberación, que vino poco después, no sólo despojó a los profesores de sus trabajos, a los sacerdotes de su mensaje más saliente hacia los pobres, a los obispos de sus diócesis –obispos que además serían reemplazados por hombres que estaban de acuerdo con Ratzinger–, sino que tuvo un efecto más mortífero: enviaba un mensaje a los regímenes represivos de América Latina de que estas personas no contaban con la protección ni apoyo de la Iglesia.
Misioneros laicos, monjas, sacerdotes, maestros y hasta asistentes fueron inmediatamente percibidos como blancos fáciles por parte de los regímenes represivos. Una de las masacres más brutales fue el asalto a la Universidad de América Central (UCA por sus siglas en inglés) en San Salvador. Ahí, muy temprano el 16 de noviembre de 1989, los soldados entraron a la residencia jesuita y asesinaron al presidente de la universidad, Fr. Ignacio Ellacuría y a otros cinco sacerdotes. Su cocinera Elba Ramos y su hija Celina, quien había pedido quedarse a pasar la noche allí, temiendo por su propia seguridad ya que los soldados habían rodeado el campus, también fueron asesinadas10.
Los asesinatos de los padres jesuitas en la universidad fueron un mensaje a todos aquellos asociados con la Teología de la liberación. Con el retiro del apoyo de Roma por su trabajo y con la clara «instrucción» del cardenal Ratzinger de que esto era un movimiento marxista, la situación de los que trabajaban en América Latina, fuera de los canales oficiales gubernamentales, se hizo vulnerable. Los sacerdotes en la universidad eran maestros e intelectuales. El Padre Ellacuría, originario de Madrid, era conocido internacionalmente como educador y era incluso amigo de la ex embajadora de EEUU ante las Naciones Unidas, Jean Kirkpatrick.
Tal lo declarado por el padre Charles Beirne de la Compañía de Jesús: «Ellos eran sacerdotes, no políticos. Ellos se encargaron de la comunidad, de los indigentes y exploraron las dimensiones éticas de la realidad nacional. Por esto fueron silenciados»11.
El marxismo, táctica para despistar
Jean Donovan, la misionera laica asesinada junto con las monjas en El Salvador, era hija de un ingeniero aeronáutico en la compañía Sikorsky, de Westport, Connecticut. Se crió en relativa abundancia económica, era una católica devota, tenía una maestría en administración de empresas de la Universidad Case Western Reserve y fue republicana de por vida.
En 1979, cuando ya se encontraba a punto de obtener una exitosa carrera en la administración de empresas en Cleveland, Donovan se ofreció como voluntaria para trabajar en una misión en El Salvador con la organización Cáritas después de haber escuchado sobre el trabajo del obispo Romero y la situación desesperada de los niños en ese país.
Poco después de su llegada a América Central, sus cartas familiares empezaron a hacer referencia a las crecientes pruebas que ponían en evidencia la conexión entre las políticas estadounidenses y la violencia en El Salvador12. Con la elección de Ronald Reagan en 1980 y su promesa de fuerte oposición al «comunismo» en América Central, ella vio que los Estados Unidos habían efectivamente dado a los regimenes represivos en dicha región exactamente lo que ellos necesitaban: una mano libre para eliminar la oposición, sofocar las organizaciones obreras, e intimidar (incluso hasta eliminar) trabajadores humanitarios cuyo apoyo al «pueblo» en vez de al «gobierno» podría ser interpretado como marxista.
«Las cosas empeoran progresivamente en El Salvador después de la elección en los Estados Unidos. Los militares creyeron que se les había otorgado un cheque en blanco, sin restricciones»13.
El hecho de que ambos gobiernos asimilaran el trabajo social católico al marxismo tuvo repercusiones. Funcionarios de la administración de Reagan repitieron la excusa del gobierno de El Salvador sobre los asesinatos y violaciones, argumentando que las mujeres «estaban a cargo de una barricada» y que «no eran solamente monjas sino también activistas políticas».
Cuando la familia Donovan se acercó al departamento de Estado para recibir información acerca de la aprehensión de los responsables por el asesinato de su hija, fueron tratados fríamente y después con hostilidad. El gobierno al que habían creído como un fuerte bastión de justicia, ahora aparecía aliado con las fuerzas de represión. Eventualmente se les pidió dejar de molestar a los oficiales del Departamento de Estado.
El insulto final ocurrió cuando recibieron un recibo del departamento de Estado por más de US$ 3.500 para pagar los gastos por el regreso del cuerpo de Jean14. Mientras tanto, el general de la Guardia Nacional responsable de los asesinatos, Eugenio Vides Casanova, se convirtió en ministro de Defensa –con el apoyo estadounidense– del régimen «democrático» de José Napoleón Duarte. De esta manera, llegó a su fin la era revolucionaria de los años ochenta en América Central.
En los años noventa, la jerarquía católica dejó de participar activamente en la política, cientos de obispos fueron reemplazados por prelados más conservadores, se prohibió la enseñanza de la Teología de la liberación en las universidades, se silenció a teólogos líderes en América Latina y se produjo una lenta retirada de la Iglesia del activismo social.
En América Central, organizaciones locales han desde entonces perdido mucha de su iniciativa y apoyo y la verdadera democracia ha desaparecido para ser reemplazada por un espectáculo neoliberal democrático, en el cual uno de los dos más ricos candidatos tiene la oportunidad de tomar el control del gobierno con las bendiciones de los Estados Unidos.
Hoy, El Salvador y Nicaragua, al igual que Guatemala –países que fueron seriamente afectados por la guerra– se encuentran en peor condición que hace cincuenta años, con más de la mitad de la población recibiendo menos de la ración diaria alimenticia vital, con un alto desempleo, infraestructura dañada a causa de los huracanes y guerras, tasas de analfabetismo crecientes, oleadas de criminales juveniles y la falta de esperanza.
Los comedores de beneficencia y las canastas de comida del 2005 son muy diferentes de los grupos de auto-ayuda, las organizaciones de campesinos, los sindicatos, y las clínicas que la Iglesia ayudaba a organizar y apoyar en la década de los ochenta.
En América del Sur –excepto Venezuela, Brasil y Argentina– muchos países han renunciado a su autonomía política a favor de las políticas del FMI, el Banco Mundial y los inversionistas corporativos.
En algunos de estos países, en particular en Brasil, la Teología de la liberación se ha profundizado y ampliado, especialmente donde pareciera que sólo el trabajo pastoral puede servir a los pobres, a quienes el Estado y las políticas neoliberales han dejado de lado.
En Venezuela, el vacío dejado por la pérdida de una Iglesia activista ha sido llenado por el populismo del presidente Chávez quien, alimentado por el «reconocimiento» prematuro estadounidense de su reemplazo durante un infructuoso golpe de Estado15 ha creado una economía de guerra –»Evite la invasión yanki, pague impuestos»16– mientras cuidadosamente distribuye parte de los ingresos obtenidos de la venta de petróleo a los sectores visiblemente más necesitados.
Intentando competir con el gran número de pobres que ahora van a las iglesias cristianas evangélicas donde pueden cantar sus sufrimientos, alabar al Señor, y esperar por un mejor mundo después de la muerte, el nuevo papa –con la asistencia del Opus Dei en el reclutamiento– ha empezado la búsqueda de jóvenes, apuestos y carismáticos sacerdotes que puedan realizar la misma operación con el imprimátur católico.
Han tenido un éxito limitado, especialmente con clubes y reuniones juveniles en donde la juventud se concentra en campos abiertos para asistir a las que parecen versiones cristianas de los conciertos de rock en la década de los sesentas.
El llamado del papa Benedicto para una nueva «misión evangélica» en comunicaciones recientes en América Latina parece ser básicamente esto: el alejamiento de la Iglesia de cualquier esfuerzo real por lograr la justicia social en América Latina y la decisión de competir, no por almas sino por el público presente en el nuevo movimiento evangélico, donde los himnos y las invocaciones al Espíritu Santo y los gritos de «aleluya» y «amen» proveen una escapada a otro mundo fuera de la realidad y donde la religión finalmente se convierte, como Marx tan proféticamente observó, el opio del pueblo.
La genuina ironía, por supuesto, radica en que la teología de la liberación y la opción por los pobres, la que el cardenal Ratzinger denigró como marxista, era una clara y potente alternativa al marxismo, y contrario al populismo y militarismo que probablemente sucederán a los movimientos populistas una vez que estos fallen. La Teología de la liberación y la opción por los pobres continúa siendo la última y mejor esperanza de conferirle poder al pueblo en América Latina para cambiar sus vidas, establecer raíces para los movimientos democráticos y formar comunidades seguras, auto-suficientes y prósperas.
Notas
1 Existen numerosas fuentes que recapitulan en detalle lo sucedido a Jean Donovan y a las tres monjas. Entre los mejores el libro Salvador Witness: The Life and Calling of Jean Donovan (Testigo salvadoreño: la vida y vocación de Jean Donovan), de Ann Carrigan (Maryknoll, NY: Obis Books, 2005) del cual hago referencia en algunas partes del contenido histórico.
2The 1983 Visit of Pope John Paul II to Nicaragua (La Visita de 1983 de Juan Pablo II a Nicaragua), Catherine Hoyt (Marzo 1983). Este es el texto de una carta escrita por Hoyt a sus padres unos días después de la visita papal a Managua. Hoyt es la coordinadora nacional del Nicaragua Network Education Fund (La red Nicaragüense para el fondo educacional).
3 Ibid. Las citas que siguen son del relato de Hoyt.
4 La cita textual de Dean Brackley es de Part of the Flock Felt Abandoned by the Pope (Parte del rebaño sesSintió abandonado por el papa), Cris Kraul y Henry Chu. L.A. Times, 10 de abril de 2005.
5 Ibid., p. 2.
6 De «An Introduction to the Principles of Catholic Social Thought.» («Una Introducción a los Principios del Pensamiento Social Católico») Universidad de Notre Dame.
7 Ibid. p.1
8 Preliminary Notes to Liberation Theology (Notas preliminares a la Teología de la liberación»), cardenal José Ratzinger –anterior a la Instrucción del otoño, 1984–.
9 Ratzinger, op. cit., Sec. III.
10 Ibid. pp.7-8.
11 Esta información proviene de Religious Task Force on Central America and Mexico (Comisión Religiosa sobre América Central y México) localizada en UCA, donde los Jesuitas fueron asesinados. Véase Martyrs of the University of Central America. (Mártires de la Universidad de América Central).
12 Ordinary People Made Extraordinary («Gente común que se vuelve extraordinaria), Charles Beirne, S.J.
13 Jean Donovan: Except for the Children (Jean Donovan: excepto los niños).
14 Ibid. La cita es atribuida a su madre, Patricia.
15 Ibid., p. 4.
16 En un editorial del 13 de abril de 2002, inmediatamente después del golpe de Estado, el New York Times escribió: «La democracia Venezolana ya no está amenazada por un aspirante a dictador». Explicaba que a Chávez «el ejército forzó su renuncia y fue reemplazado por un empresario.» Tres días más tarde, el diario se retractó y ofreció una pequeña disculpa: «El señor Chávez ha sido un líder demagógico y ha generado tal grado de disensión, que su partida la semana pasada fue muy bien vista tanto en Venezuela como en Washington. Esa reacción, que nosotros compartimos en su momento, pasó por alto el modo antidemocrático en que Chávez fue removido de su cargo. Nunca debe festejarse la destitución forzada de un líder democrático, sin importar cual haya sido su desempeño».
17 Un anuncio visto por el autor cerca del aeropuerto de Caracas el 20 de octubre de 2005.
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Ensayista e historiador. Autor de The Irish Soldiers of Mexico, Los Soldados Irlandeses de Mexico; Molly Malone and the San Patricios, Molly Malone y los de San Patricio; Making Our Own Rules, Mexican Mornings: Essays South of the Border e Imperfect Geographies.
Este artículo ha sido publicado, desde enero de 2006 en diversos medios en la internet. Entre otros:
– http://galiza.indymedia.org
– www.proceso.com.mx
– www.alterinfos.org
– http://argentina.indymedia.org
– www.midiaindependente.org