El gran salto al vacío

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Este agitado 2025 se van sucediendo eventos que, si bien pueden y van siendo asumidos dentro de «la nueva normalidad», lo cierto es que cada vez van siendo más disruptivos y perturbadores. Desde la creciente escasez de combustibles en América Latina y África hasta el genocidio en Palestina, pasando por la guerra en Ucrania o los abusivos aranceles de los EU al resto de mundo, con el reciente contraataque de China limitando la exportación de tierras raras, y rematando en asuntos más domésticos con la carestía y escasez de un bien tan fundamental como es la vivienda.

Y todo eso sin hablar de la inestabilidad climática y el resto de problemas, mientras los que vivimos a orillas del Mediterráneo contenemos la respiración, deseando que este año no, que este año no nos toque.

Se respira un ambiente de fin de ciclo, pero no de un ciclo cualquiera, sino de uno más importante -no sé si secular, pero de seguro es un fin de etapa importante. El mundo se prepara para una situación que, para mi, tiene mucho que ver con la creciente escasez de recursos y la dificultad de mantener rentabilidades clásicas.

Y precisamente en este momento, quizá precisamente por ser este momento, mis eternos detractores, que dicen que no es verdad que hayamos superado ya los picos del petróleo y del uranio… podrían finalmente tener razón. Aunque sea por poco tiempo, aunque sea de manera breve y poco duradera, y aunque este canto del cisne lleve a una caída más precipitada posterior, todo apunta a que podríamos (aún está por ver si lo conseguimos) pasar las marcas de producción que en el caso del petróleo se consiguió en 2018, y en el caso del uranio en 2016.

Vayamos primero con el petróleo: como nos muestran los últimos datos de la Energy Information Administration sobre la producción mundial de crudo y condensado (la parte del petróleo que puede usarse como combustible, lo cual excluye mayormente los líquidos del gas natural, que se usan para hacer plásticos), estamos a punto de superar el pico de noviembre de 2018 (fíjense en la curva verde). Por primera vez en mucho tiempo, las previsiones que hace la propia EIA (curva roja) parecen creíbles.

No se muestra una subida continua, solamente una recuperación ligeramente aumentada de los niveles de 2018. Lo cual es curioso, porque sabemos que la producción del mundo excluyendo a los EU lleva en ligero declive desde 2015. Y es que, efectivamente, hace ya diez años que todo aumento de la producción total de petróleo depende de los aumentos de producción del fracking estadounidense.

Hace 12 años, la mayoría de las empresas que se dedicaban al fracking quebraron, y el sector hubiera desaparecido de no ser por la intensa ayuda gubernamental, especialmente con la primera presidencia de Donald Trump, pero también aunque sea menos reconocido con la de Joe Biden.

Sin embargo, ese milagro no podía durar para siempre, y aunque la pandemia de la CoVid dio un respiro momentáneo (al hacer caer la demanda de petróleo) estamos llegando al final del camino. Como explica Quark (alias de Antonio García Asenjo) en su magnífico blog, los aumentos de productividad de los últimos 4 años tienen que ver sobre todo con la finalización de los pozos ya perforados pero aún no completados (los DUC), que básicamente son una despensa que se agota si no se va reponiendo. Y aparentemente el ritmo de consumo de los DUCs es mucho mayor que el de su reposición, al punto de que al ritmo actual de caída nos quedaremos virtualmente sin DUCs el año que viene:

En el fondo, perforar nuevos pozos, pese a las mejoras técnicas (que sin duda las ha habido en todos estos años) ya no es tan rentable, sobre todo cuando las mejores localizaciones para la producción ya están virtualmente agotadas. En esencia, estamos liquidando la inversión hecha ya hace unos años, sin reponer (ni tener intención de reponer) lo gastado.

¿A dónde nos lleva esto? Como dice Quark en su blog, a una caída bastante rápida de producción probablemente a partir de 2026, en función de las medidas que se tomen o no. En suma, la huída hacia adelante a lo que va a llevar es a una caída de la producción total más precipitada de lo que hubiera sido de otro modo.

¿Y para qué? Probablemente para que Donald Trump pueda cumplir su promesa de una gasolina barata para los estadounidenses. En el momento actual, con la producción de petróleo apuntando hacia máximos, pero sobre todo con un consumo en decadencia por la fuerte recesión instalada en Europa y cierto parón en China, más el viento recesivo de los aranceles, tenemos un precio del petróleo relativamente bajo (60 dólares por barril de Brent, que tampoco es una bicoca, pero es aceptable hoy en día). En suma, por razones de cortas miras políticas, vamos a aumentar, por un breve momento, la producción de petróleo.

¿Sobrepasaremos la marca de noviembre de 2018? Tampoco es 100% seguro. De un lado tenemos la fortísima crisis de Argentina (que ha forzado un rapídisimo rescate de los EU, posiblemente no solo por afinidad política pero también por la importancia estratégica del petróleo argentino), que pone en peligro el milagro de la producción creciente de fracking en la formación de Vaca Muerta. Por el otro, los crecientes ataques ucranianos a infraestructura petrolera rusa está poniendo en peligro su capacidad de distribución, y por ende de producción. Y no olvidemos el gran «tapado» de las crisis futuras del petróleo, Nigeria, un país superpoblado y de estratégica importancia petrolera para Europa y que es un auténtico polvorín.

¿Se superará el valor de extracción de petróleo de 2018, entonces? Quizá sí, quizá no. Poco importa. Porque sea lo que sea, durará poco, y seguiremos el curso de declive que ya está marcado, como comentábamos en el post anterior.

Hablemos ahora del uranio: la Asociación Nuclear Mundial (ANM) publicaba cada año, hacia el mes de mayo o junio, la actualización sobre la extracción mundial de uranio. O así lo hizo hasta 2023. Entonces ya veíamos un claro declive desde los valores máximos de extracción de 2016, en buena sintonía con las previsiones que fueron enunciadas hace ya 12 años.

Y durante dos años, la ANM no publicó ninguna actualización, lo cual, no nos engañemos, resulta un tanto sospechoso: recordemos que algunas estimaciones previas, de las pocas que publica la Agencia Internacional de la Energía, daban a entender que en los próximos años veremos un declive muy rápido de la producción.

Pero hete aquí que a mediados de septiembre, por fin, publican una actualización. Y una que es muy espectacular:

Resulta que en estos dos años la producción mundial de uranio ha pegado un rebote más que considerable, hasta el punto de estar ahora cerca de superar el máximo de 2016.

Cuando uno examina la gráfica, se ve que la razón principal de este repunte es el incremento enorme de la extracción en Canadá. Y al buscar un poco más, se ve que la extracción de algunas minas canadienses había caído en picado en los últimos años debido a sus altos costes (demostrando que el silogismo que suelen aplicar los pro-nucleares de que el precio del uranio tiene poca influencia en los costes operativos no es del todo cierto). Y es que el uranio canadiense es de los más caros del mundo, vendiéndose por encima de los 200 dólares el quilo de óxido de uranio.

En fin, está claro: el mundo está dispuesto a pagar más por el uranio y eso ha llevado a aumentar la producción. ¿Superaremos el pico del 2016? En este caso es algo más difícil que en el del petróleo: Canadá básicamente ya está produciendo a niveles máximos, y en la mayoría del resto de países el declive está bien instalado, y cuando empieza es bastante rápido en el caso del uranio. Todo depende de Kazajistán, el mayor productor mundial, pero dado que hace tiempo que usan masivamente la lixiviación in situ, que es prácticamente el último recurso en extracción, es complicado que pueda mantener su producción mucho tiempo. Y no olvidemos la importancia estratégica de Rusia en este mercado.

Y mirando cómo ha evolucionado el precio del uranio de mina, del hexafloruro y del uranio enriquecido, está bastante claro que estamos disparados en una carrera que es muy difícil ganar. ¿Dónde está el límite de coste?

Una vez más,  estamos dando un salto al vacío, que nos deja muy mal preparados para el momento en que la extracción de uranio no pueda mantenerse. No hay anticipación ninguna, solo huida hacia adelante.

Y eso me lleva al tercer tema que quería tratar hoy, éste mucho más doméstico: la situación crítica a la que está llegando la producción de electricidad en España. Como recordarán, el pasado 28 de abril se produjo un apagón que afectó a toda la Península Ibérica (pues arrastramos a Portugal en nuestra caída). Ya comentamos en su día, con la poca información disponible, qué podía haber pasado.

Después de enésimas estrategias de desinformación y de confundir a la opinión pública, últimamente se ha venido en convenir, en el debate público, de que hay un problema con el control de la tensión que está asociado a la manera en la que se ha instalado y se opera la energía renovable de nuevo cuño (eólica y fotovoltaica). El problema de fondo: el control de la potencia reactiva. La potencia reactiva está originada porque la propia red no es un elemento inerte, sino que tiene capacidad de almacenar energía a través de campos tanto eléctricos (debido a su capacitancia) como magnéticos (debido a su inductancia).

La red, siguiendo un principio muy básico de acción-reacción, se opone a los cambios. De esa manera, cuando aumenta la demanda eléctrica y se intenta transmitir más potencia a través de ella (lo cual se hace aumentando la intensidad), ella reacciona oponiéndose y robando parte de esa energía. Del mismo modo, cuando disminuye la demanda y se reduce consecuentemente la intensidad, nos encontramos que la red nos devuelve parte de la energía que antes había tomada prestada: ésa es la potencia reactiva que lleva la tensión a dispararse.

Nada de esto es nuevo, lleva habiendo importantes variaciones de tensión desde hace años, a medida que se ha ido instalando más energía renovable, y es que las únicas centrales que están autorizadas a controlar la tensión, absorbiendo potencia reactiva, son las tradicionales que usan alternadores giratorios. Teóricamente, los nuevos inversores que utilizan las centrales fotovoltaicas podrían de manera efectiva absorber la potencia reactiva si se ponen en un modo concreto de funcionamiento (grid forming), pero la programación en una red compleja como la española no es nada sencilla y es conocido que cuando muchos de estos sistemas se conectan de esta manera se pueden producir resonancias entre ellos que conducen a altas sobretensiones y oscilaciones de frecuencia indeseadas, ambas cosas muy peligrosas.

El uso de estos inversores en entornos operativos reales es ahora mismo materia de investigación muy intensa, y aún no se tiene una total seguridad de cómo operarlos de manera económica. También es cierto que con la instalación de sistemas adicionales (como compensadores síncronos) disminuyen enormemente los riesgos, pero también es más caro.

Y es en este contexto que en las últimas semanas se ha desatado una auténtica tempestad en el panorama eléctrico español, comenzando por una filtración que apuntaba a un riesgo inminente de un nuevo apagón, noticia que fue desmentida por Red Eléctrica Española (REE) pero solo a renglón seguido pedir a la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia (CNMC) medidas extra para limitar la manera en la que se operan las renovables, y particularmente que entren y salgan de sistema de manera más progresiva (15 minutos en vez de los 2 actuales), justamente para limitar la generación de potencia reactiva.

En seguida las compañías eléctricas comenzaron a protestar, y aquí es donde la cosa se hace compleja técnicamente, pero la razón de fondo es fácil de entender: dinero. Por culpa de los cambios en el modo de operación de la red desde el apagón (con un mayor uso de centrales de ciclo combinado), las renovables no están consiguiendo operar el tiempo suficiente no solo para cobrar por las horas generadas sino para acceder a ciertas bonificaciones estatales, aparte de incumplir ciertos compromisos contractuales (de todo esto hablamos sucintamente hace unos meses).

El año se acaba y hay prisa por cumplir algunos objetivos de generación, cada vez más difíciles porque hacia el invierno la iluminación baja y eso afecta dramáticamente a la fotovoltaica. Por todo ello, las compañías, en su intento de arañar minutos de generación y así cumplir objetivos, no quieren oír hablar de entradas y salidas más progresivas de la red, y están forzando la negociación.

Total, que en los últimos días estamos oyendo auténticos disparates y salvajadas. Por ejemplo, REE sugiere cambiar las normas de utilización (la consigna) con la que se usan las centrales clásicas para absorber la reactiva que se genere con la entrada y salida continua de renovables en la red, pero las compañías eléctricas dicen (y tienen razón) que si hacen eso las pueden dañar, porque no son tan rápidas. La contrapropuesta es, dicho así literalmente, «hacer un experimento», que entiendo que es reprogramar los inversores para que las renovables puedan absorber reactiva (y rezar para que no se produzcan las peligrosas resonancias que antes comentaba, cuya aparición es bastante imprevisible porque depende de cuánta energía se produce y consume en cada momento). Pero para poder hacer una cosa o la otra se necesita la autorización de la CNMC, que es quien puede modificar el reglamento.

La situación es caótica, es estúpida pero, sobre todo, está dirigida por el cortoplacismo económico. La único que está importando son los beneficios o pérdidas de este año, y en ningún momento se plantea que lo que se necesita es un rediseño total del sistema y la instalación de costosos (por la gran cantidad de ellos que se requieren) sistemas para garantizar la estabilidad. Mención aparte merecería la discusión de la vulnerabilidad a los ataques informáticos de una red con tantos inversores electrónicos operando en ella.

Nadie va a poner sentido común. Nadie va a dar un puñetazo en la mesa y exigir que se hagan las cosas en pro del bien común, minimizando los riesgos, mejorando la seguridad del suministro.

En este caso, como en los anteriores, vemos que la única lógica es la maximización a corto plazo del beneficio del capital. Es la lógica de la continua huida hacia adelante, pero ahora, adelante, tenemos un vacío. Un agujero enorme causado por la codicia enorme de estos años, que ha ido acumulando problema sobre problema. Ahora, en el momento en el que deberíamos pararnos y reflexionar, para intentar comprender como cerrar ese agujero, cómo seguir de manera viable para la sociedad, para que la sociedad sea viable y sostenible… ahora, precisamente ahora, el capital, en el paroxismo de su búsqueda insaciable del beneficio inmediato, solo ve un camino: el Gran Salto al Vacío, en la esperanza de que lleguemos a la otra orilla, la cual quizá no existe. Vamos a saltar al abismo porque los psicópatas que están tomando las decisiones no son capaces de imaginar otro futuro, uno sostenible y viable.

¿Lo vamos a permitir? ¿Vamos a permitir que esta gente nos destruya sin reaccionar, sin ni siquiera denunciarlo? ¿Qué piensa Vd., querido lector?

 

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