El holcausto olvidado

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

A una hora imprecisa, entre la noche del dos y la madrugada del tres de diciembre de 1984 se produjo en Bofal, India, un escape de 40 toneladas de gases en la fábrica de pesticidas de Union Carbide Corporation. Al inhalar isocianato de metilo y cianuro de hidrógeno entre otras sustancias tóxicas, ¿se habrán ido a la tumba los pobladores orgullosos de haber protagonizado el mayor descalabro químico de la historia?

fotoHolocausto era en Grecia el sacrificio ritual de un millar de bueyes. Los millares de víctimas indias nunca terminarán de contarse; meses después las mujeres parieron lo que parieron. Ellas y el amor a sus desventuradas criaturas son los testigos finales -a 20 años de distancia- de una tristeza imposible de nombrar.

Greenpeace asegura que la tragedia -¿tragedia o descuido?- continúa. Que la multinacional estimó innecesario llevarse consigo toneladas de sustancias contaminadas y contaminantes lego que cerró la fábrica. El agua del pueblo de Bofal es venenosa -que eso significa contaminada en este caso-.

Quinientas mil y más personas de la región que estuvieron expuestas a los gases viven con sustancias tóxicas en su organismo; sus hijos recibieron, en mayor o menor grado una parte de la herencia. Unas 150.000 están, todavía, en tratamiento médico. Pagan el precio de haber sobrevivido.

El desastre de Bofal empequeñece los accidentes en las planta nuclear de Kichtym, usina soviética en los montes Urales, de 1958, con alrededor de 500 muertos humanos y miles de cabezas de ganado sacrificadas; el de Three Mile island, en Pennsylvania, EEUU, en 1976, que no ocasionó muertes y también el de Chernobyl, en Ucrania, en 1986, que contaminó una gran extensión de, territorio europeo y causó un número imposible de precisar de muertes humanas, de otros animales y de plantas.

(Mayor información en www.cepis.org.pe/eswww/saluvivi/desasant.html)

Sirva lo anterior como preámbulo al artículo de Max J. Castro.

De Bofal al 11/9: No todas
las víctimas son creadas iguales

Fue un día en que unas 3 000 personas inocentes murieron en unos minutos o unas pocas horas, de manera incomprensible y horrible.

No me refiero al 11/9. Hablo de otro día -hizo veinte años hace poco- cuando en Bofal, India, 3 500 habitantes de barrios bajos -los primeros de cientos de miles de bajas que incluyendo hasta 15 a 20 mil muertos- perecieron a consecuencia de un escape de gases venenosos de una planta de la Union Carbide.

Se dice y se repite ad nauseam que el 11/9 lo cambió todo. ¿Qué cambió Bofal, la muerte masiva del 3/12/84, una tragedia con una tasa de muertes y sufrimiento que empequeñece la del World Trade Center? ¿Se lanzó inmediatamente una guerra contra la criminalidad corporativa y el terror medioambientalista? ¿Fueron identificados, insultados, cazados, atrapados y castigados los culpables de la catástrofe y sus cómplices? ¿Confiscó el gobierno de Estados Unidos los fondos de los responsables de tal calamidad humana o juntó una alianza internacional para combatir a los culpables y evitar otras depredaciones?

La magnitud del desastre de Bofal indiscutiblemente que merecería una reacción tan fuerte.  Los hechos hablan por sí mismos. Cuando hace 20 años en una fábrica de pesticidas mal manejada y con inadecuadas medidas de seguridad, propiedad de la Union Carbide, escaparon toneladas del mortífero gas isocianato de metilo, 3 500 personas en Bofal, India murieron instantáneamente, y enfermedades terminales afectaron a 12 000 o más personas en los siguientes semanas, meses y años.

Por lo menos medio millón más de personas han sufrido enfermedades en los veinte años posteriores. La cuenta final de víctimas puede que llegue a millones mientras enfermedades de lento desarrollo y defectos de nacimiento siguen apareciendo décadas después del incidente.

Sin embargo, Bofal no cambió todo. Bofal no cambió nada. La fecha no pasó a la historia.  Nadie lanzó una guerra contra una fechoría corporativa. Es más, las dos décadas posteriores a Bofal han sido una era dorada del laissez faire corporativo a medida que países, en especial Estados Unidos, han abandonado la responsabilidad de proteger a sus ciudadanos en deferencia a la magia de la deidad del mercado. La predominancia republicana durante doce de los últimos veinte años ha contribuido en este país a un marcado debilitamiento del medio ambiente y de las normas de seguridad del lugar de trabajo, un ejemplo que no ha pasado inadvertido en el resto del mundo.

Veinte años después de Bofal no ha habido detenciones en masa, juicios ni suspensiones de los derechos de la propiedad para las compañías que ponen en peligro al público y a sus empleados. Nadie ha sido hecho responsable; ningún funcionario de corporación ha sido ejecutado, torturado, ni encarcelado tan siquiera por un día debido a Bofal. En su lugar, Union Carbide fue vendida a Dow Chemical, pagó al gobierno indio $470 millones de dólares, una miseria si se piensa en le número de víctimas, y quedó libre.

Muchos de los afectados han recibido poca compensación o no han recibido ninguna. Muchos siguen sufriendo en la actualidad, y muchos más sufrirán en el futuro. Los venenos de la planta no han sido limpiados o eliminados; continúan envenenando el agua, el aire y la tierra del área, enfermando y matando lentamente a una nueva generación.

¿Cambió Bofal la cultura de criminalidad corporativa? A fines de los 80 y principios de los 90, los directores generales que manipularon el mercado, violaron la ley y despidieron a miles de empleados mientras se llenaban los bolsillos fueron agasajados, no demonizados o siquiera mirados por encima del hombro. Sólo mucho más tarde comenzaron a emerger los grandes crímenes y delitos menores de los amos del Universo en Wall Street y los delincuentes que dirigen las megacorporaciones como Enron.

Aparentemente ajeno ante las fechorías de los capitanes de industria y la complicidad de sus aliados políticos, el pasado mes el pueblo norteamericano reeligió a un presidente y un vicepresidente profundamente afincados en el mismo entorno que dio origen a los gigantescos delitos corporativos.

¿Por qué el contraste entre la reacción moral y material del 11/9 y Bofal? Sin duda el hecho de que el 11/9 fue un acto deliberado de terrorismo, mientras que Bofal fue definido como un accidente, tiene que ver con parte de la diferencia en la reacción del mundo. Pero también una tragedia tuvo lugar en la capital mundial del poder y del dinero y a la luz de los medios masivos, y el otro en un rincón olvidado de Dios en Utter Pradesh.

Sin embargo, debido a la naturaleza mucho mayor y más duradera de Bofal, ni la geografía ni el mayor nivel de culpabilidad criminal de los perpetradores del 11/9 justifica la enorme indiferencia hacia el devastador 3/12/84. Al igual que la crisis del SIDA, la lección de Bofal es que la cuestión no es de la magnitud de la muerte y del sufrimiento.

La cuestión es el poder de aquel cuyo buey es sacrificado. Algunas víctimas son más iguales que otra; convocan mayores recursos, movilizan mayor energía y justicia. La cuestión también es la conveniencia ideológica de iniciar una guerra para castigar un crimen, y eso depende de quién es el culpable, del status político y poder del perpetrador, de si está con nosotros o contra nosotros, de si es uno de nosotros o uno de ellos.

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* Publicado en la revista Progreso Semanal (www.progresosemanal.com/index.php?progreso=Max_Castro&otherweek=).

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