El holocausto silenciado
«You take my life when you do take the means where by I live».
(«Usted me quita la vida cuando me quita los medios por los que vivo»).
William Shakespeare
(Altercom). En la II Guerra Mundial murieron alrededor de 37 millones de personas, de las cuales en el frente oriental europeo, se habrían perdido 24 millones de vidas; de éstas, 20 millones habrían correspondido a ciudadanos de los países que conformaron la desaparecida Unión Soviética. Los soldados estadounidenses que ofrendaron su vida llegarían a 457.000, sobre todo en el frente japonés.
La historia también recoge los datos de seis millones de personas asesinadas en los campos de concentración y exterminio del nazismo. Auschwitz-Birkenau, Manthausen, Dachau, Treblinka, Maidanek, Sobibor, Belzec, Buchanwald, Bergen Belsen, Chelmno, Ravensbruck, Sachenhausen, Flossenburg, Sutthof, Theresienstadt, entre otros, son sinónimo de perversión inhumana incalificable.
Desde entonces la palabra «Holocausto» adquirió ribetes de dolor, angustia e indignación.
No puede tampoco dejar de anotarse que existe un ánimo visible para que estas páginas de horror sean extraviadas en el olvido, sobre todo en la desmemoria de las nuevas generaciones, merced al apoyo cómplice de determinadas cadenas informativas de alcance planetario y a un sistema educativo mutilante, entre cuyos condueños y guías aparecen las empresas y accionistas del más grande complejo industrial-militar del planeta.
Adolfo Hitler hoy revolcaría de envidia ante la capacidad depredadora de los mayores entes genocidas que han conocido los pueblos a lo largo de los últimos milenios, como son en la práctica comprobable el Fondo Monetario Internacional, FMI y el Banco Mundial, BM, conforme lo vamos a demostrar.
I – LAS CIFRAS DEL HORROR
El 25 de septiembre del 2000, en la primera página de los diarios del mundo rebotó la siguiente noticia de AFP: “Unos 19.000 niños mueren diariamente por las políticas monetarias”. El dato venía de Praga, República Checa, donde se llevaba a efecto la asamblea anual conjunta del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y donde estaban presentes los delegados de los países más ricos del planeta.
La misma información daba cuenta que en el marco del Encuentro unos 600 miembros del movimiento Jubileo 2000 participaron en una marcha fúnebre en recuerdo de los 19.000 niños que mueren a diario en el Tercer Mundo. Estos niños víctimas de las políticas fondomonetarista y del Banco Mundial constituyen una parte importante de los cerca de once millones de menores de cinco años que perecen cada año por estos y otros motivos, previsibles en gran parte, según cálculo del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).
De estos 11 millones de vidas infantiles que desaparecen al año, según la Organización Mundial de la Salud, OMS, el 15 por ciento perece por enfermedades que se pueden prevenir con simples vacunas, el 18 a causa de infecciones controlables de las vías respiratorias, 17 por enfermedades diarreicas, 20 por trastornos perinatales, siete por paludismo y 23 por ciento por otras causas previsibles. No hacemos la cuenta con los datos de los mayores de cinco años, situación que multiplicaría los alcances de este genocidio.
Son 6.935.000 los infantes que fallecen cada año por estas causas. Esta cantidad inmensa de criaturas es mucho grande que la de todos los fallecidos en los campos de concentración en la II Guerra Mundial a manos del hitlerismo. El FMI y el BM son mucho más rápidos y eficaces que los nazis. Sólo que no usan gas sino gobiernos sicarios, encargados de colaborar en la matanza masiva de sus propios pueblos.
Las políticas depredadoras y genocidas del FMI y el BM suman en una sola década 69.350.000 de niños pequeñitos muertos, sin contar a las personas adolescentes y mayores, esto es casi el doble de todos los muertos en la II Guerra Mundial. Debemos destacar que el FMI y el Banco Mundial han actuado en forma impune en nuestros pueblos, con la complicidad de los gobiernos de turno, no sólo en una década, sino en varias.
Con estas políticas genocidas perecen cada cuatro días tantos niños como el número de personas que fallecieron el día 6 de agosto de 1945 a consecuencia del impacto directo de la bomba atómica de Hiroshima, en Japón. La diferencia es que estas otras bombas son silenciosas porque nadie reclama por ellas.
Más todavía: si a todos los fallecidos en los campos de concentración sumaríamos las víctimas de otras matanzas conmovedoras, impulsadas por las fuerzas más regresivas del orbe, como las de Lídice, en Checoeslovaquia; Guernica, en España; Orandur, en Francia; Bataki, en Bulgaria; My Lai y Songmy, en Vietnam; Sabra y Chatila, en el Líbano, entre otros, no se llegaría ni lejanísimamente al número de víctimas que provocan los acreedores internacionales por intermedio del FMI y el BM y sus instrumentos, los gobiernos apátridas y sicarios encaramados en la dirección de nuestros países.
II – NUEVO HOLOCAUSTO, NUEVOS MÉTODOS
Los métodos han variado, la capacidad depredadora se ha multiplicado. Los datos de la II Guerra Mundial hablan de seis millones de muertos por la llamada “solución final” en contra de comunistas, judíos, socialistas, cristianos, gitanos, ciudadanos de otras nacionalidades, discapacitados, entre otras víctimas de este genocidio que todavía estremece al mundo.
Sin embargo ése no es el peor holocausto que conoce la humanidad. Existe uno peor, pero silenciado: el holocausto que aplica –con sus políticas de exterminio social y verdadero aniquilamiento biológico– el FMI y el BM. Cada año superan, y con víctimas de solamente niños menores de cinco años, en número y en dolor, lo que hicieron los nazis en los campos de extermino con ciudadanos de toda edad.
Existe una diferencia cualitativa, pues mientras los nazis utilizaron métodos fulminantes directos, los instrumentos de Wall Street y los acreedores internacionales, tanto el FMI como el Banco Mundial –y otros organismos multilaterales de carácter regional– recurren a procedimientos muchísimo más eficaces, crueles, irreversibles y perversos, y que además se aplican en forma paralela a saquear toda la riqueza y recursos posibles de las naciones sometidas a un pillaje extenuante y a un holocausto igualmente conmovedor y espantoso, aunque silenciado por los dueños de la opinión mundial al ser éstos los mismos acreedores internacionales, esto es: los representantes de los colosales grupos financieros y transnacionales que dominan y atracan al mundo.
Socios de estos grupos –el verdadero poder del planeta– responsables de haber convertido en un gigantesco campo de concentración a todas las naciones en vías de desarrollo, para saquearlas, piratearlas y exprimirlas a niveles inauditos –en los hechos para debilitar y extinguir biológicamente a los pueblos–, son los círculos dominantes, oligarquías, roscas, argollas, las trincas cerradas, dueñas del poder político y económico, de cada uno de nuestros países.
Si revisamos los efectos de las políticas del FMI y del BM en todos los confines del mundo, pero sobre todo en el llamado Tercer Mundo, avistaremos el incremento ilimitado de la pobreza y sus secuelas de mortalidad infantil, insalubridad, desnutrición, analfabetismo, migración masiva, reducción marcada de las expectativas de vida, entre otros males sociales. Podríamos sumar muchas decenas –y acaso centenas– de millones de difuntos, muchísimos más de los seis millones que se calcula murieron en todos los campos de concentración utilizados en los años de la II Guerra Mundial.
Y se presenta un hecho complementario grave: la complicidad política, legal, moral y humana de los propios gobiernos de los países capitalistas en vías de desarrollo. Ellos saben los efectos de sus políticas y las aplican como una gran tarea “histórica” . Se jactan de su “capacidad de tomar decisiones”, frase que no esconde su espíritu genuflexo y de subordinación homicida.
Son las clases dominantes nativas el instrumento más directo o visible de este genocidio planificado. Para este mismo objetivo incrementan el costo de los derivados del petróleo, de los servicios básicos (agua potable -si acaso existe-, energía eléctrica, telefonía, costos administrativos); crean y alzan los impuestos en forma irrefrenable; cobran la salud y la educación, antes gratuitas, para que el dinero vaya ahora a manos de los acreedores injustificados; desaparece el mantenimiento vial y las obras públicas en tanto se entregan concesiones a grandes compañías para que estas cobren peaje y pontazgo.
Y encima de todo ello, aceptando idénticas imposiciones del FMI y el BM, entregan las empresas fiscales más rentables y jugosas a las multinacionales y acreedores internacionales –en asocio con sus cómplices nativos que usufructúan migaja–-, de tal modo que el agua, la telefonía, electricidad, petróleo, puertos, aeropuertos, sean eliminados como patrimonio público y se conviertan en botín de grandes consorcios allegados a las mismas transnacionales, que no trepidan en dar dinero, cohechar y corromper para robar la propiedad social de las naciones.
Mientras los nazis robaban las joyas y los dientes de oro de quienes iban a hornos crematorios y cámaras de gas, estos hampones internacionales depredan al mundo entero. En capacidad de robo y refinamiento del latrocinio los piratas de todos los siglos no llegan ni a compararse con estos ladrones de la “más avanzada tecnología de todos los tiempos”.
¿No merecerían por ello ir a un nuevo proceso de Nüremberg, o a la Corte Penal Internacional? ¿No es acaso el gobierno de EEUU el mayor responsable político, moral y penal de estas prácticas? ¿No es éste régimen el que dispone quienes deben ser las autoridades o verdugos de turno de este trapiche de la muerte para la humanidad entera?
¿No acaba de resolver George W. Bush que su subsecretario de Defensa, Paúl Wolfowitz, impulsor de la política militarista de Israel, director para Asia del Departamento de Estado en el régimen de Ronald Reagan, brazo derecho de Dick Cheney cuando éste fué Secretario de Defensa de Bush padre –durante la primera guerra del Golfo Pérsico–, subsecretario de Defensa desde el gobierno de Bill Clinton, propulsor y codirector de las guerras “preventivas” contra Afganistán e Iraq, sea el nuevo Director del Banco Mundial, instrumento de la política imperial de EEUU y sus aliados militares?
III – ¿PERO ES UN GENOCIDIO?
Alguien puede, empero, suponer que exageramos al hablar de genocidio del FMI, el BM, aliados a los gobiernos sumisos a sus mandatos, pero no es así.
Genocidio de acuerdo al Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, significa “exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de religión o de política”.
¿No se apunta acaso, con las políticas del FMI y el BM –ejecutadas con la complicidad de los gobiernos entreguistas de turno– al “exterminio o eliminación sistemática de un grupo social”», como el caso de las naciones latinoamericanas, africanas o asiáticas, por razones obvias de carácter político y económico, y si acaso no subyacen razones de tipo socio-étnico, aspecto demostrable por una serie de hechos nada casuales?
«Genocidio», según el Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales, de Manuel Ossorio y Florit (Editorial Heliasta S.R.L., Buenos Aires, 1982, pág. 334), tiene la siguiente conceptualización: “Derivado del griego (genos), raza o clan, y del latín (caedere), matar, el vocablo fue aplicado por primera vez por el penalista polaco Semkim, que lo usó para dar una denominación precisa al crimen sin nombre que tantas víctimas causó durante el auge del nacismo en Europa. El delito o crimen a que nos referimos ha sido caracterizado por el Derecho Penal Internacional, como delito internacional común, no político, de la máxima gravedad. Es un delito tendencioso y premeditado, que se cumple con el propósito de destruir, total o parcialmente, un grupo humano determinado. Es, además, un delito contínuo que puede exteriorizarse en forma individual o masiva”.
«Genocidio», para el tratadista argentino Guillermo Cabanellas de Torres, significa “Crimen de Derecho Internacional, consistente en el exterminio de grupos humanos por razones raciales, políticas o religiosas, o en la implacable persecusión de aquellos por estas causas”. (Diccionario Jurídico Elemental, de Guillermo Cabanellas de Torres, Editorial Heliasta S.R.L., Buenos Aires, 1993).
El 12 de diciembre de 1948, la III Asamblea General de las Naciones Unidas, aprobó por unanimidad, la Convención sobre Genocidio, que entró en vigencia el 12 de enero de 1951.
Pero en el campo estrictamente legal, jurídico y sociológico, no sólo debemos referirnos a lo que en forma conceptual y doctrinaria significa el genocidio, sino también debemos remitirnos a lo que establece el propio Derecho Internacional, como es el caso de la Convención sobre la Prevención y Castigo del Crimen de Genocidio, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1948, y que luego de la ratificación estipulada por más de 50 países entró en vigencia el 12 de enero de 1961. Este instrumento va acompañado con la Resolución 96 (1), del 11 de diciembre de 1948, de la propia Asamblea General de la ONU, en el que se califica como delito y crimen internacional contrario al espíritu de las Naciones Unidas y de sus países miembros.
El Art. 2º de esta Convención sobre la Prevención y Castigo del Crimen de Genocidio de las Naciones Unidas dice en forma textual:
En la presente Convención el genocidio significa cualquiera de los siguientes actos cometidos con la intención de destruir, en todo o en parte, un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como:
a) Asesinando a miembros del grupo;
b) Causando serios daños físicos o mentales a miembros del grupo;
c) Infligiendo deliberadamente sobre el grupo condiciones de vida tendientes a causar la destrucción física, parcial o total del mismo;
d) Imponiendo medidas dirigidas a prevenir los nacimientos en el grupo;
e) Trasladando por la fuerza los niños de un grupo hacia otro.
El Art. 3º de esta misma Convención señala que los actos que serán penados en cualquier rincón del planeta son los siguientes:
a) El genocidio;
b) La conspiración para cometer genocidio;
c) La incitación directa y/o pública para la comisión del genocidio;
d) Atentado para cometer el genocidio;
e) Complicidad en el genocidio”.
Queda absolutamente claro que el genocidio entraña también las políticas y decisiones encaminadas a debilitar y dañar física o mentalmente a la población de una nación, de un grupo étnico, racial o religioso, que debiliten biológicamente, produzcan angustia colectiva, destruyan sus perspectivas de vida o adelanten y propicien la muerte o enfermedad de los miembros de dichos grupos.
En base a los aludidos conceptos idiomáticos, de la doctrina jurídica de maestros de reconocido prestigio, o del propio derecho positivo internacional, cuyas normas pertinentes de la ONU se han transcrito, ¿alquien puede dudar del genocidio que cometen con las políticas del FMI y el BM los gobiernos cómplices?
Los resultados obvios de estas políticas son evidentes: debilitan biológicamente –por el hambre, la necesidad y la desnutrición– a la mayoría absoluta de seres humanos de un país; saquean económicamente a límites intolerables a sus ciudadanos y a las arcas fiscales; y, oprimen políticamente a sus propios pueblos.
¿Alguien entonces puede dudar que el conjunto de criminales y forzosas políticas impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), de “ajustes» y “reajustes”, no son sino un menú de crueldades previstas y perversidades diseñadas con antelación que sirven para el “exterminio o eliminación sistemática de un grupo social”?
¿No es acaso el recetario fondomonetarista “un delito tendencioso y premeditado, que se cumple con el propósito de destruir, total o parcialmente, un grupo humano determinad”», y que es, además, “un delito contínuo que puede exteriorizarse en forma individual o masiva”?
IV – ¿EXISTE UN ESTADO SICARIO CÓMPLICE?
El DRAE define de manera brevísima y precisa al sicario como “asesino asalariado” (XIX edición, tomo 2, pág. 1876, Madrid, 1992.). Pero, en la perspectiva de nuestro análisis, es preciso preguntarse: ¿puede haber o existir un Estado sicario, esto es una institución que, a través de sus representantes reciba dinero o comisiones para agobiar y eliminar a muchos seres humanos, incluso de su propio país?
Recordemos que por lo general los círculos oligárquicos, por intemedio de sus partidos políticos defensores del statu quo u orden establecido, que manejan el Estado mediante el uso amoral de fondos reservados o recursos manejados clandestinamente, pagan sicarios para eliminar dirigentes populares o críticos de su gestión. Esta situación es muy conocida en América Latina.
Pero ¿el Estado, como el representante de la sociedad, puede convertirse en sicario, esto es en “asesino asalariado”? La respuesta es sí, en la medida que quienes dirigen, conducen y encarnan dicho tipo de Estado reciben recursos o emolumentos (directos o indirectos) para –convertidos en instrumentos asalariados de los acreedores internacionales– propiciar el debilitamiento biológico, la muerte masiva y la eliminación de incontables seres humanos de los países a los que ellos dirigen.
Cabe señalar, por lo demás -de entrada-, que si existen recursos para que se produzca un crimen, debe ubicarse al tenebroso mentalizador o autor intelectual de este inconcebible e imperdonable delito.
¿Quién podría en sus cabales pagar o entregar recursos para que quienes dirijan un Estado cometan semejante tropelía, incompatible con una sociedad civilizada y humana? La respuesta es pública y es conocido el asesino bicéfalo (los grandes círculos financieros del mundo y las más poderosas multinacionales); perfectamente ubicable a través de sus brazos visibles: el FMI, y el BM, criatura siamesa con dos nombres, dos apariencias y dos locales distintos, pero con un sólo interés y objetivo verdadero: saquear, esquilmar, despojar, exprimir, succionar, empobrecer, debilitar económica, orgánica y biológicamente a los pueblos, hasta extinguirlos.
Estas conductas de despojar, saquear y empobrecer a colectividades nacionales enteras, a las que los autoproclamados dueños del mundo creen grupos humanos desechables, debe ser desenmascarada, evidenciada y combatida sin cuartel ni tregua alguna. Lo que está de por medio es la vida misma de nuestras naciones y la garantía de sobrevivencia de ésta y, sobre todo, las futuras generaciones de la humanidad entera.
V – LA APROPIACIÓN DEL PLANETA
Se está llevando a efecto el plan más acabado de saqueo total que hubiese conocido la humanidad en su a existencia. Se está exprime a niveles inconcebibles a pueblos ya hambrientos y empobrecidos al máximo por concepto de una deuda que jamás la pidieron ni la usufructuaron. Pero esto tampoco es todo. Resulta probablemente el preludio de otro previsible mayor y último super genocidio que se consumaría con el brotamiento intensivo de las enfermedades originadas en retrovirus de laboratorio para extinguir físicamente a las masas hambrientas todavía sobrevivientes.
Se aprecia que estamos viviendo en una primera etapa donde se tiene previsto el saqueo sistemático de familias y naciones, como jamás ha acontecido en la historia precedente. Luego, con las economías de los países en vías de desarrollo devastadas, con sus recursos naturales transferidos o tomados por la nueva Roma y sus multinacionales –en parte como probable cambio de esa deuda externa impaga–, tendrían previsto ingresar en una segunda fase, la de la reducción intensiva de los pobladores del mundo, la eliminación de las masas «desechables», la eliminación física de colectividades enteras.
Para ello, según se ha difundido en reiteradas veces por voces vinculadas a la ciencia, se habrían creado en laboratorios enfermedades tremendas, algunas ya conocidas, como es el caso del Sida, Mal de Ebola, Hantavirus, Viruela del Mono, Hepatitis C, y, según la Academia Rusa de Geopolítica, el Sears o gripe asiática, que pende como espada de Damocles sobre la colectividad nacional más numerosa del orbe. Este es el verdadero Apocalipsis que se atisba.
Este plan meticuloso de dominio mundial, insistimos, con el previsible uso de armas biológicas –para lo cual incluso han creado la cobertura encubridora y anticipada justificación de las eventuales acciones de inescrutables terroristas–, sería el que pretenden aplicar los opulentos del planeta. Por supuesto que, para la consolidación de este plan cataclísmico de subyugación mundial, tampoco pueden descartarse las guerras abiertas contra los países arbitrariamente ya ubicados o a incorporarse en el artificioso Eje del Mal.
¿Quién reclamaría a futuro? ¿Cuántos menores de 40 años conocen lo que significó el Holocausto? ¿Quién se acordaría en el año 2.100 lo que se consumó hasta el año 2030 o 2040? ¿Cuántos recuerdan lo que aconteció en la II Guerra Mundial, con sus decenas y decenas de millones de muertos, que concluyó hace 60 años? ¿Quiénes controlan y supervigilan el sistema educativo, financian a cierta intelectualidad mercenaria al servicio de la justificación de sus acciones criminales, y son, además, los propietarios del sistema satelital así como las cadenas informativas del mundo entero? ¿No son las mismas multinacionales y círculos que controlan de manera monopólica los negocios de las armas, la deuda externa, las drogas y la banca a nivel mundial?
Bien señala el propio Evangelio: Quien tenga ojos para ver, que vea.
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* Ecuatoriano, doctor en Jurisprudencia y profesor de Derecho Económico de la Universidad de Cuenca. Ex legislador, autor de varios libros sobre deuda externa, Plan Colombia, asalto bancario en Ecuador.
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