El Hombre de 100 Vatios
Dije también que los niños y los ancianos consumen algo menos son algo menos que los adultos y que las personas en reposo, utilizan menos potencia que eso y las personas activas haciendo esfuerzo físico utilizan más potencia. Pero ese viene a ser el promedio. Es un dato y una cifra que todo el mundo entiende, porque equivale a una bombilla de las que comúnmente se utilizan para iluminar cualquier ambiente doméstico en los países civilizados. En los países en desarrollo, si existe luz eléctrica, la bombilla puede ser de 20 vatios.
Así pues, el nombre de la columna quiere ser la visión sorprendida y la mirada curiosa de este mono desnudo que es el ser humano, cuando mira a una sociedad moderna e industrial, que se dice a sí misma civilizada, arrogante y segura de sí misma hasta el infinito. Quiere ser esa mirada de buen salvaje, como si mirase al mundo capitalista desde fuera de la Tierra y viese esos comportamientos que jamás podría entender y menos aún justificar.
Los 100 vatios, que cada ser humano consume en promedio de forma permanente, vienen a ser como algo menos que un ordenador encendido. Algo menos que un televisor medio, diez veces menos que una plancha de la ropa, o que un fuego de una cocina eléctrica o que un radiador de calefacción modesto.
Es una buena referencia, porque incluso los coches, que dan su potencia máxima en caballos de vapor, que es la fuerza que se consideró precisamente el promedio de la que es capaz de realizar un caballo durante un cierto tiempo sin cansarse, también las dan en vatios, o mejor dicho, en Kilovatios. Dado que un caballo de vapor son 736 vatios, se puede extrapolar, con un cierto grado de sencillez, que un coche que tenga, por ejemplo 100 caballos de potencia, cuando la usa, equivale a 73.600 vatios de energía y eso es el equivalente a 736 monos desnudos.
Es un ejemplo muy gráfico para ver como ese mono desnudo inventa y utiliza una máquina capaz de desarrollar 736 veces más que su propia potencia, para desplazarse a sí mismo, las más de las veces solo, siendo como es, este hombre, autotransportable.
El hombre son 100 vatios. Pero el hombre de comienzos del siglo XXI se ha aupado a un promedio de consumo, en los seis mil doscientos millones de individualidades, de unos dos mil vatios. Son veinte bombillas de 100 vatios cada una, encendidas sobre cada cabeza, de forma permanente, las 24 horas del día. Esto es, veinte veces más de lo que como simple ser humano necesita para sobrevivir en el planeta Tierra.
Claro que hay regiones y países ricos y minorías dentro de países pobres que alcanzan una cima de 13.000 vatios per capita. Eso son 130 veces más de lo necesario. Esa energía no se crea ni se destruye, como nos enseñaron en la escuela y tan pronto olvidamos. Solo se transforma. Y se transforma extrayendo de las entrañas de la Tierra la energía que atesoraba, producto de millones de años de lenta creación por descomposición de la materia orgánica bajo el suelo. Energía ésta que es limitada, que es finita, como lo es necesariamente el limitado mundo que la contiene.
Decimos los hombres que nos preocupamos por este estado de cosas, que la madre Naturaleza lleva un tiempo indicando y dando avisos de que se le secan las fuentes. Pero, al igual que los cachorros glotones, somos incapaces de dejar descansar a la madre y seguimos mamando de unos pechos cada vez más agotados, inconscientes de que estamos cegando las fuentes que nos nutren.
Pensamos un minuto que esto va mal, pero el resto del día seguimos creyendo que nuestra madre es inagotable; o peor, que si la madre se nos muere, ya vendrá una madre de leche a sustituirla. Y que vendrá a tiempo. Y mientras, seguimos retozando y estrujando cada vez más esos recursos.