El legado de Bush

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Saúl Landau*

George W. Bush fue alertado antes del 11/9 por medio de fuentes de inteligencia extranjera, y su hiperactivo funcionario de seguridad nacional Richard Clarke hasta escribió un memorando a la Asesora de Seguridad Nacional Condi Rice que musulmanes malos planeaban un ataque terrorista. Al igual que Harry Truman, nacido en Missouri, el lema de Bush era también “demuéstrenlo”. Eso es verdaderamente estadounidense.
(Landau recibió este informe de manos de un conserje de la Fundación Heritage).

“Estoy totalmente seguro de que la historia será benévola con este presidente, quien tomó las decisiones adecuadas en una hora difícil para esta nación”.
Karl Rove, 7/5/2008

Después del golpe de la pandilla de Bin Laden, Bush tomó dos decisiones sabias. El 4 de octubre de 2001 dijo al público que fuera de compras y llevara a su familia a Disneyworld, en vez de analizar el terrible hecho. Bush iba a “contrarrestar la onda expansiva del malhechor” ofreciendo más reducciones de impuestos y reembolsos. Bush siguió sus instintos, no la supuesta “inteligencia”. Al igual que los grandes presidentes, se lanzó a la guerra con Afganistán y luego con Iraq.

Más de cinco mil soldados muertos y decenas de miles de heridos, así como cientos de miles con síndrome de estrés postraumático: no es nada comparado con el daño potencial de los ataques terroristas a importantes ciudades norteamericanas. Los iraquíes muertos, heridos y desplazados pagaron el precio de la libertad. Los contribuyentes norteamericanos han soltado un billón de dólares, o más, para las guerras de Bush –una bicoca, si se piensa que nos permitió tener una seguridad posible.

Bush fue sincero con el público. Pensó que Iraq poseía grandes cantidades de ántrax y otros venenos, junto con misiles para transportar las armas químicas y biológicas. Creía que Saddam Hussein tenía relaciones con Al Qaeda y planificaba comprar uranio a Níger para su programa de armas nucleares. Más tarde, cuando descubrió lo exagerado de sus aseveraciones, Bush tuvo el aplomo de bromear en una cena de corresponsales de prensa acerca del hecho de no encontrar las armas de destrucción masiva.

Esta clase de autoconfianza ayuda a los presidentes a establecer difíciles prioridades de gastos. Por ejemplo, Bush tomó más de US$ 70.000 millones del presupuesto del Cuerpo de Ingenieros del Ejército destinados a reparar y dar mantenimiento al sistema de diques en Luisiana y los invirtió en Iraq. Eso significó que priorizó la seguridad nacional por encima de las necesidades de unos pocos miles de personas insignificantes en Nueva Orleáns (sin intención racial).

Algunos defensores de causas perdidas aún reprochan a Bush por haberse quedado sentado en su rancho jugando golf de vídeo mientras el huracán Katrina destruía vidas y propiedades en Nueva Orleáns y otros centros de la costa del Golfo, o le reprochan su falta de liderazgo en el esfuerzo de reconstrucción allí. ¿De qué hubiera servido la presencia de Bush en Nueva Orleáns? ¿Por qué esperar que un presidente se enfrente a la poderosa fuerza de los huracanes de la Naturaleza y luego asuma la responsabilidad de que la gente haya perdido su vida? Eso es lo que le pasa a los liberales: no comprenden que las víctimas del Katrina tienen que asumir la responsabilidad por su propia vida y su propio futuro, al menos los que sobrevivieron. Y el presidente necesita tiempo para relajarse.

Otro ataque típico al buen presidente se relaciona con su aparente inclinación a ayudar a los ricos. ¿Por qué se alaba a Ronald Reagan por su economía de desborde y se culpa al pobre W por lo mismo? ¿Qué hay de malo en ayudar a los ricos a ser más ricos?

Los sentimentales se quejan de que la “clase media” (un eufemismo para todos los que no son ricos) deben enfrentarse al aumento de precios, ser expulsados de sus hogares y sufrir diariamente el temor de ser despedidos de su empleo y del desfile de horrores que sigue a la notificación de despido. Como si el presidente pudiera hacer algo al respecto.

Los demócratas culpan a Bush de favorecer a las compañías de seguros y a las gigantescas corporaciones farmacéuticas en vez de embutir al público con el socialismo. Él ha explicado en varias ocasiones que las salas de emergencia de los hospitales continúan aceptando a las personas que necesitan ayuda. Dios mío, los rojillos actúan como si fuéramos una nación de flojos, en vez de un pueblo fuerte y orgulloso capaz de soportar un poco de dolor de vez en cuando.

Una de las quejas más lamentables se relaciona con el gran avance que G.W.B. hizo al reformar nuestro destrozado sistema educacional. Él convirtió “Ningún niño abandonado” en un lema nacional. El Congreso no aprobó los fondos suficientes y los opositores a ultranza culparon a la Casa Blanca. W se merece el reconocimiento. “Casi nunca se hace la pregunta”, dijo a una audiencia de Florence, California: “¿están aprendiendo nuestro niños?” (11 de enero de 2000). Cuatro años después prosiguió en la misma línea. El 23 de enero de 2004 dijo: “El nivel de analfabetismo de nuestros niños son terribles”.

Tenía razón, al igual que en relación con el medio ambiente. El 8 de junio de 2005 informó a los dirigentes de los países del G8: “Vean, hay muchas cosas que estamos haciendo en Estados Unidos, y creo que no solo podemos solucionar un gas de invernadero, sino que creo que lo haremos… Espero compartir lo que ya sabemos aquí en Estados Unidos no solo con los miembros del G8 sino, igualmente importante, con los países en desarrollo”.

Casi un año después, el 22 de mayo de 2006, se refirió al “debate medioambiental”. Dijo:

“Mi respuesta a la cuestión de la energía es también una respuesta a cómo uno trata, ya saben, el asunto del gas de invernadero. Y es que las nuevas tecnologías cambiarán la manera en que vivimos y cómo conducimos nuestro auto, cuyos todos tendrán el efecto beneficioso de mejorar el medio ambiente”. No es la sintaxis lo que cuenta, sino el sentimiento. Continuó: “Y de acuerdo con mi juicio, necesitamos dejar de lado si los gases de invernadero han sido causados o no por la humanidad o debido a efectos naturales, y enfocarnos en las tecnologías que nos permitirán vivir mejor nuestra vida, y al mismo tiempo proteger el medio ambiente”.

¿Pudo alguien haberlo dicho con mayor claridad? Pero sus detractores lo acusan de ignorar la ciencia e impedir la protección del aire, el agua y la tierra. Elementos inclinados al socialismo incluso sugieren que Bush obstruyó la protección medioambiental para permitir a sus compinches de las compañías petroleras hacer aún más dinero. Cuando W descubrió que Ken Lay, director General de ENRON podía haber sobrepasado la delgada línea del delito, se negó a volver a llamarle “Kenny, muchacho”, solo para demostrar que había perdido su afecto.

Más importante aún, Bush dejó un legado de democracia en el Medio Oriente. Puede que los iraquíes estén sufriendo los bombardeos suicidas, las epidemias, la corrupción y las riñas religiosas o étnicas, pero tienen libertad. Puede que los iraquíes no tengan agua potable ni un sistema de alcantarillado adecuado –el impacto y la intimidación cumplieron su papel–, pero la libertad no es barata. Claro, los iraquíes tienen altos niveles de desempleo y varios millones de ellos abandonaron el país. Durante nuestra revolución, 100.000 seguidores del Partido Tory huyeron a Canadá. Y en aquella época solo éramos tres millones.

La lealtad es la virtud clave de la familia Bush. Los seguidores leales fueron recompensados con altos cargos en el Departamento de Justicia, por ejemplo. A Bush no le importó si eran competentes. La lealtad para Bush era más importante que la sagrada causa de la democracia. Para recompensar a nuestro leal aliado, Israel, Bush presionó a favor de elecciones libres y imparciales en Gaza en 2006. No pensó que los terroristas, Hamas, ganarían contra la obediente aunque corrupta y llena de matones Al Fatah. Lógicamente, Bush culpó a Hamas por los más de 600 muertos que ellos han sufrido debido a los ataques de cohetes y misiles de nuestros valientes aliados israelíes. Es más, estos terroristas tienen la osadía de vivir en el mismo lugar que sus esposas e hijos.

Bush, un típico norteamericano, testarudo con razón, desafió a la opinión pública mundial al invadir a Iraq. No pestañeó cuando los costos superaron el billón de dólares y preguntó si podíamos realmente darnos el lujo de combatir en Afganistán e Iraq mientras ofrecíamos simultáneamente a nuestros mejores ciudadanos –después de todo, Dios les permitió acumular riquezas– una reducción sustancial de los impuestos.

La gente de la ACLU (Unión estadounidense de libertades civiles) ridiculizó a Bush por permitir a la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) espiar a los ciudadanos y por condonar la tortura en Guantánamo y Abu Ghraib. ¿Debió haber mimado a los terroristas e ignorar las amenazas a la seguridad? Seguramente George W. Bush no lo haría.

Algunos ya han comparado a W con grandes presidentes como Millard Fillmore y James Buchanan. El tiempo dirá si W se igualó a ellos o los sobrepasó en su desempeño. Fillmore fue presidente cuando el Compromiso de 1850, que incluía la Ley del Esclavo Fugitivo que requería del gobierno federal que ayudara a devolver a los esclavos que escapaban del Sur. El apoyo al Compromiso le costó la nominación del Partido Whig a la presidencia, pero en 1856, con gran valentía fue candidato por el Partido No Saber Nada, cuya plataforma se basaba principalmente en el anti catolicismo y en contra de la inmigración.

Lo derrotó James Buchanan, un demócrata norteño que simpatizaba con el Sur. Los estados sureños declararon su secesión en aquellos años anteriores a la Guerra Civil. Buchanan, también muy decidido, declaró ilegal la secesión. También se opuso a usar la fuerza para impedirla. Se ganó los elogios de la asociación nacional de timoratos.

George W. Bush no recibirá ese premio. Él declaró “misión cumplida” poco después de que comenzara su misión de guerra. Su prematura eyaculación verbal le hará merecer un prestigio eterno por su descaro. Los mexicanos en Texas se refieren a las personas con esa característica como “huevones”. Suena como un elogio.

* Cineasta, ensayista.

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