El miedo a la revolución
Emir Sader*
Cada vez que alguien de izquierda cree confirmar que su previsión de que un proyecto de izquierda iba a salir mal y acierta, su reacción acostumbra a ser de alegría y auto congratulación. "¿No les dije?" Es la exclamación de costumbre y sale satisfecho, dispuesto a seguir ejerciendo sus predicciones agoreras.
Extraña reacción. Si la persona fuese de izquierda, debería alentar para que un proyecto de izquierda resultara. "Ah, dirá el sujeto, "sucede que eso ya no es de izquierda" Convencido de que la izquierda es aquella que él eligió, la que leyó en los libros, la que su lectura de los clásicos y de los procesos revolucionarios -casi todos malogrados, además- le proporcionó.
Por lo menos debería sentirse derrotado, no solo porque el proyecto que catalizó el apoyo de tanta gente, que ocupó el lugar de la izquierda, fracasó – en su imperturbable visión – sino porque su correctísima concepción no logró, una vez más, imponerse.
Debería sentir que su capacidad de convencimiento de los que deberían estar locos para recibir la concepción iluminada, no consiguió conquistar a ninguno o casi ninguno (apenas a unos pocos iluminados). O, quien sabe, sus ideas no son tan correctas. Pero esta hipótesis ni se le pasa por la cabeza, que se joda la realidad y que vivan sus ideas.
Hay un tipo de izquierda que se llena la boca de placer a cada tropiezo de la izquierda, a cada "traición" que él oportunamente avisó que iba a suceder. Basta que alguien gane, que un partido triunfe, para que las inevitables tentaciones de la corrupción, de la burocratización, del aburguesamiento, de la "traición" de clase triunfen infaliblemente.
Es una cuestión de tiempo – de años, de meses, de horas, de minutos-. Traicionaron Mao, Fidel, Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa – ni hablar de Lula, Kirchner, de Tabaré. Fernando Lugo acaba de iniciar la cuenta regresiva para el cadalso de la traición que le aguarda, fresquita allí en la primera esquina.
Lo que solo prueba que quien previó derrotas tras derrotas para la izquierda, siempre parece tener razón. No siguieron la teoría doctrinaria, la de mayor radicalización, la lectura estricta del manifiesto Comunista y de El Capital, la aplicación rigurosa de la lucha de clase contra clase, la intransigencia, el rechazo a cualquier tipo de alianza – puerta abierta para la capitulación – y las cosas salieron mal. Pues solo bastaba seguirla…además, que proceso realmente, con esa orientación dió resultado? Ni la Revolución Rusa – Lenin ya había capitulado con la NEP, recuerdan? – se escapa.
Es toda una generación que entonces debería sentirse derrotada, porque ninguno de los proyectos revolucionarios resultó, ninguno siguió sus sabias enseñanzas. Pero la derrota – así como el infierno de Sastre- es la derrota de los otros. Y como decía Marx de la pequeña burguesía, ella sale de lo que debería haber sentido como una derrota, impávida, al final es el pueblo que todavía no tiene madurez ideológica suficiente para entender sus propuestas.
Son otras tantas manifestaciones de lo que Sartre había llamado "miedo a la revolución", a sus formas heterodoxas, cuestionadoras de las teorías establecidas, "contra El Capital", como dijo Gramsci de la Revolución Rusa. O miedo de los procesos concretos – ya que la verdad siempre es concreta – de tener que descifrarlos en su complejidad, en sus contradicciones y en sus novedades. Es más fácil relegarlos todos a la "noche de los gatos pardos" de los procesos fracasados, porque no corresponden a la teoría o visión dogmática de la teoría, aquella que nunca comprendió que lo que hay de ortodoxo en la dialéctica (según Lukacs) es el método. De lo que se trata es de ejercer creativamente el análisis de la realidad, y no de reducir la realidad a supuestos principios, teorías petrificadas, dogmas que solo toman en cuenta las concepciones petrificadas de los que las asumen.
*Publicado en Carta Maior