EL MINISTRO TEME LA «LLAMADA DEL ODIO» EN HAITÍ
Haití, desde luego no es Iraq. Iraq no es –ni era– pobre ni poseía –poseía: en la actualidad todo es un misterio entre operaciones militares y de prensa– los pavorosos índices de escolaridad, salud, vivienda, desastre ambiental (miseria, en suma) que caracterizan a la nación isleña.
Es difícil saber, y comunicar, qué ocurre en la realidad cotidiana de los haitianos. Allí como en cualquier país ocupados, las fuerzas ocupantes controlan –con mayor o menor acuciosidad, con mayor o menor discreción– el flujo de comunicaciones desde y hacia Haití. No es gratuito que a las fotografías, horribles, por cierto, de muertos en las calles se sucedan idílicas escenas de convivencia –chocolates por medio– entre los «cascos azules» y los niños.
Ambas situaciones –perder la vida, obtener un chocolatín– son reales en el hoy y ahora haitianos. Cabe preguntarse si reflejan toda la realidad de la población. Se trata de un país invadido. No como Iraq o Afganistán, pero invadido y por personas uniformadas que no hablan el idioma y portan armas.
Tanto daño como la rivalidad entre dos países con una semejante capacidad económica y de fuego, ocasiona el paternalismo de los poderosos –y de quienes, asociados, buscan patente de «primeros actores»–.
Los Estados con mayor o menor presencia militar en Haití son: Argentina, Bolivia, Brasil, Canadá, Chile, Croacia, Ecuador, España, EEUU, Francia, Guatemala, Jordania, Malasia, Marruecos, Nepal, Paraguay, Perú, Filipinas, Sri Lanka y Uruguay. Ninguno es caribeño, ¿todos con un elevado sentido de la democracia? Porque, si a ver vamos, de eso trata el derrocamiento de Aristide y la invasión posterior: de la democratización haitiana.
El protectorado de las Naciones Unidas
La muerte del general Urano Teixeira da Matta, comandante oficial de las tropas de la ONU en Haití el sábado siete de enero permitió acceder un poco más a la cerrada situación haitiana. Los expertos coinciden en que las tensiones que cargaba el uniformado brasileño eran extenuantes –sólo que nadie las señala con claridad–; en Brasil se abre paso la posibilidad de su suicidio.
Es que Haití es un caos desde que Jean-Bertrand Aristide fue obligado a dejar el poder en 2004 para ser sustituido por una autoridad de transición respaldada por Estados Unidos. El lunes nueve de enero, por lo menos en las calles de Puerto Príncipe, es caos era invisible. El paro convocado de urgencia por la Cámara de Comercio e Industrias (CCIH) había sido acatado. Pocos vehículos circulaban y el personal diplomático y de organismos internacionales recibió instrucciones de no mostrarse en las calles. El paro habría sido total en los departamento (provincias) del interior.
En más de un año los buenos pater familias de más allá de la mar no habrían podido acabar con la inseguridad, la violencia, la corrupción y la impunidad. Tampoco reactivar –o simplemente activar– la economía; menos detener la devastación ambiental. Ni asegurar el funcionamiento de los servicios de salud.
Tampoco han podido llamar a elecciones presidenciales ni legislativas, que fueron otra vez postergadas ahora para el siete de febrero. Haití no es Iraq, cierto. Pero como Iraq no quiere tropas extranjeras en su territorio. El Consejo Nacional de Partidos Políticos (CNPP) convocó a otra movilización para exigir la retirada de las tropas de Naciones Unidas que ocupan Haití desde 2004. Y además demandó la salida de la representación de la OEA, la dimisión del Consejo Electoral Provisional (CEP) y de las autoridades impuestas tras el derrocamiento del presidente Aristide, en febrero de ese año.
«El interés nacional no se puede acomodar a un gobierno que no ha podido resolver los asuntos cardinales del Estado», dijo el presidente del CNPP Dejean Belizaire.
Un sondeo de Gallup-USA indica que René Preval, del Movimiento Esperanza, está al frente en la intención del voto, con alrededor del 32 por ciento. Hédi Annabi, subsecretario de Asuntos Políticos de ONU, declaró que existen «ciertos sectores políticos» que buscan sabotear la cita en las urnas, «por ser contrarios a algunos de los candidatos que tienen grandes posibilidades de ganarlos».
El protectorado de la ONU parece impotente para resguardar un mínimo orden en la vida cotiada de Haití. En los meses de noviembre y diciembre de 2005 hubo casi un centenar de secuestros; sólo en la primera semana de enero se produjeron nueve asesinatos. En el sector portuario de la capital –la Cité Soleil– hubo disparos frecuentes durante todo el lunes. Los cascos azules no van mucho por ese sector: no son bienvenidos –y decir que todos sus habitantes son delincuentes de verdad no explica nada–.
Elefantes y cristales
Haití es bajo ciertos parámetros y bajo el trópico ese reino y ese ejército que Víctor Hugo relata subterráneo en el París de Los Miserables. Quienes ordenaron –perdón: pidieron ayuda para Haití en 2004– son los mismos que prohijaron a ese valiente luchador por la democracia que fue Papá Doc y al infortunado producto de su reproducción, Baby Doc, que ahora vive, al parecer arruinado, en Francia.
Triste es para los países latinoamericanos Haití en la actualidad. Sin la ayuda haitiana a Bolívar difícilmente éste hubiera podido emprender la larga marcha por la sabana y Los Andes para llegar al Perú y abrazarse con San Martín. Si algo prueba el estado de las cosas allí es que nada justifica meter las manos unilateralmente en una realidad que no se conoce y pisar un país que no llamó a nadie. Pero, claro, Haití no es Iraq.
El odio que asusta al canciller
El martes 10 de enero de 2006 un preocupado, pero desafiante, Ignacio Walker ministro de RREE de Chile, denunciaba a la ciudad y el mundo una «tremenda campaña de odio» en Haití; sus autores algunos grupos no identificados que rechazan las elecciones.
«Es tan tremenda la campaña de odio desatada por las radios de un grupo contra Naciones Unidas, contra Juan Gabriel Valdés (chileno, jefe de la misión civil), que esto habría sido uno de los elementos que podrían explicar el suicidio» del general brasileño Urano Teixeira da Matta Bacellar, declaró a una radioemisora.
«Es terrible –precisió el jede de la diplomacia chilena– enfrentar día a día una misión de Naciones Unidas, que es una misión de paz, y ser insultado y estigmatizado por estos sectores que son minoritarios, pero que en el pasado muchas veces se han opuesto a procesos reales de democratización por temor a que gane tal o cual candidato».
Walker, un avezado diplomático cuyo nombramiento suscitó alguna disconformidad en la Argentina, añadió un ala de «(la) llamada burguesía haitiana, ligada a sectores empresariales, (…) aparentemente se opone a estos procesos electorales y habría sectores de ellos interesados en impedir que se exprese la voluntad soberana».
El siete de enero trascendió que el ministro chileno consultó con la secretaria de Estado del gobierno estadounidense, señora Rice (Condoleezza, que la señora Anne Rice escribe novelas de vampiros homosexuales) sobre la falta de seguridad en Haití. Entonces apuntó a los periodistas:
«La situación en Haití es altamente preocupante tanto en términos de seguridad, con los 200 secuestros por mes, como la de la incertidumbre en torno al proceso electoral». Walker había hablado también con los cancilleres de Brasil, Argentina y Francia y con el secretario general de la Organización de Estados Americanos.
Chile fue uno de los primeros países acatar a Casa Blanca y enviar tropas después que Aristide fue detenido y desterrado por las fuerzas estadounidenses y francesas que intervinieron en su derrocamiento. Tras la muerte de Teixeira da Matta, asumió interinamente el mando de los cascos azules el general chileno Eduardo Aldunate Herman, alm que se vincula con los métodos de las fuerzas represoras de la dictadura militar chilena (1973/90).
Un embajador claro. El embajador de Chile en las Naciones Unidas Heraldo Muñoz, de visita en Santiago defendió la intervención militar en Haití afirmando que impidió un «baño de sangre» y –de paso– quizá develó, diplomáticamente, el criterio con el que se ocupó dicho país.
Muñoz aseguró que Haití es un país sin experiencia democrática, y una muestra de ello era que sus habitantes no tienen documentos de identidad, por lo que se ha debido realizar un proceso para fabricar miles de cédulas que permitan a los haitianos votar el próximo 7 de febrero para elegir sus autoridades.
Cabe señalar que Haití no es el único país del mundo que carece de ese elemento para el control del Estado sobre la población que es la cédula de identidad.
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* De la redacción de Piel de Leopardo.
Fuentes: