El momento costarricense y latinoamericano

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

I

La especificidad centroamericana consiste, en primer lugar, en que se salió de una lucha armada (que Costa Rica vivió como odio intransigente e hipocresía) en la que los sectores populares –campesinos, pobladores, jóvenes, mujeres, indígenas, obreros, militantes– podían al menos optar por morir saludando con tiros su dignidad, para pasar a una guerra (económico-político, cultural) en la que estos mismos sectores son privatizados, excluidos, discriminados/postergados, segmentados y burlados en nombre del necesario ajuste estructural y de la mundialización de los ¡buenos negocios! realizados al ritmo de las tecnologías de punta, las preferencias de los consumidores de los países centrales y el voraz dominio del capital financiero y especulativo. < El lema de esta guerra no es morir con dignidad, sino perder desesperadamente la esperanza para ser una víctima que no sólo no aúlla, sino que no aspira a reconocer su dolor. Dicho desde el lado de las víctimas (¿no lo somos, de diversa manera, todos?), doloroso tiempo de la sobrevivencia en el límite. Sobrevivir hoy adaptándose reactivamente, es morir mañana. Sobrevivir sin perder valores para resistir desde ellos, es la posibilidad de vivir mañana para transformar. Sobrevivir para transformar. Suena, a la vez, para un centroamericano, nuevo y gastado.

II

Nueva y gastada es la necesidad de una integración centroamericana desde las necesidades humanas de sus pueblos. Costa Rica, o sea sus empresarios, políticos, líderes pastorales y medios masivos, se opone incluso a una relación integradora determinada -desde arriba!, impulsada, por ejemplo, por los gobiernos de El Salvador y Guatemala.

Es posible imaginar el asco que entre las antiguas y nuevas oligarquías (gestadas sobre la apropiación excluyente, el rencor y desprecio comunes hacia lo popular, los matrimonios articuladores y las alianzas estratégicas) consigue despertar una articulación constructiva desde las necesidades humanas de las mayorías. Hasta Dios se haría presente para admirar y convocar esas relaciones. Y ya no sería necesario que el Papa se presentase nunca más en Nicaragua para condenar y escarnecer la resistencia y lucha de estos pueblos.

III
Las necesidades humanas no son infinitas (como se enseña en las exiguas escuelas de Economía y repiten tenazmente los periodistas para quienes no parece haber escuelas), sino que son operativamente identificables. Un texto, en cierta forma fuera de toda sospecha, las señala, atribuyendo el discurso a Jesús de Nazaret: “… tuve hambre y no me dieron de comer, (…) tuve sed y no me dieron de beber; era forastero y no me recibieron en su casa: no tenía ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron!” (Mateo, 25: 42, 43).

Para quienes no han cumplido sus créditos de exégesis, las necesidades, dice Jesús, son: comida, bebida, vivienda, vestido, salud, acompañamiento y reconocimiento. Podría añadirse –¿por qué habría de ser exhaustivo el ser humano Jesús?– la necesidad de crecer desde las raíces (socialización desde las raíces y la memoria de autoproducción, para decirlo en difícil). Como se advierte, las necesidades están bien determinadas. Las que podrían ser infinitas son las preferencias y también los deseos.

Centroamérica viviendo en casas humanas, sin hambre ni desnutrición, sin muertes por enfermedades médicamente curables pero social y políticamente letales. Cada centroamericano acompañándose y reconociéndose en las necesidades del otro para ser y crecer sin disminución. Obviamente, habría que hacer una Reforma Agraria que contribuyese a la desconcentración de la riqueza y el poder y menguara la devastación ambiental.

Dejemos aquí el programa propuesto por Jesús. Desde luego, Centroamérica no es cristiana. Hoy ni siquiera, por hacer un mal chiste, socialcristiana.

IV
Lo peculiar local es la casi inexistente Costa Rica social organizada, la estólida bravuconería rapaz de su clase política, la machacona conspiración malinchista de sus medios masivos, el servilismo de sus tecnócratas, el silencio de sus universidades estatales, la bobería de su iglesia jerárquica oficial y el deterioro irreversible de sus partidos políticos que, sin embargo, se recomponen vigorosamente enfatizando sus peores rasgos de maquinarias electorales que potencian clientelismos cada vez más degradados: el falso bono de vivienda, un desayuno, empleos que no existen y que si existieran serían borrados por el FMI, y de saqueadores de una administración pública que se acerca cada vez más al límite de ser exclusivamente un botín electoral.

Si en el resto de América Central los pueblos –y en cierta medida sus dirigentes– fueron sorprendidos por las concertaciones que quisieron poner fin las guerras, sólo para enterarse que la paz consistía en quedar inermes ante el mercado transnacionalizado e internacionalizado, en Costa Rica la globalización es saludada como período de ¡oportunidades! en el que se conseguirán buenos accesos si se cambia la educación y se captan inversiones.

En realidad Costa Rica no tiene problemas educacionales, puesto que existen escuelas y liceos privados y universidades en el extranjero. Ese es el camino que siguen los hijos de los poderosos.

Quienes tienen problemas con la educación que reciben (curriculum abierto y oculto) y que no protagonizan son los sectores sociales populares. A ellos la nueva escuela les enseñará inglés y obediencia, computación elemental y obediencia, la Patriótica y obediencia. La idea es que cada bachiller sea no servicial (funcional) sino servil. Y esté contento.

El sumiso perfecto es el que está agradecido y ufano. Figueres el Bueno llamó a este pueblo “domesticado”. Y es que en Costa Rica pasa de todo, pero es como si no pasara.

En lo que respecta a las inversiones, sólo se consiguen abriéndose nacionalmente de piernas. Cada vez que el gobierno se abre de piernas, se concentra la riqueza aquí y en el mundo. Cuando se concentran la riqueza y el poder aumentan asimismo los empobrecidos y la impotencia fragmentarios. Los economistas le llaman a estas violaciones y destrucciones consentidas, aunque sin venia nacional ni popular, inversiones no sistémicas.

V

Como en toda América Latina, Costa Rica sufre su transición inducida –su globalización bajo esquema neoliberal– aderezándola con una intensa corrupción de su ámbito político. La corrupción del ámbito político no es la delincuencia que se aprovecha de sus posiciones de poder. Esto es sencillamente delito y debería estar penado por las leyes (de hecho, suele estarlo, pero puestos en situación los tribunales acostumbran mostrarse ineficaces).

La corrupción del ámbito político es su independización de la sociedad civil y su transformación en un mercado autónomo de intercambio de privilegios donde opera la norma del “hoy por mí mañana por ti”. Es la corrupción del ámbito político la que enardece la delincuencialidad de los políticos y sus clientelas (Banco Anglo, Dirección de Aviación Civil, por ejemplo).

Independizado el ámbito político de la gente, los partidos pierden la necesidad y capacidad para ser interlocutores sociales, mediadores de conflictos, educadores y condensadores de aspiraciones, programas y sueños de su población.

Los partidos políticos dejan de ser ideológicos (es decir de hacer diagnósticos, de imaginar un deber ser y de proponerse alcanzarlo organizando a los ciudadanos y al pueblo y distribuyendo los costos sociales). Para dejar de ser ideológicos, los dirigentes de los partidos declaran muertas las ideologías y se proclaman pragmáticos. Pragmático es, por supuesto, el nombre de una ideología cuya gran ventaja es su facilidad reactiva para acomodarse a las demandas y presiones de un mundo internacionalizado (FMI, Banco Mundial) y transnacionalizado (Intel, Coca Cola, CNN).

Autodeclarados pragmáticos, los políticos devienen dirigentes títeres apetentes que hacen buenos negocios y trafican alianzas estratégicas en el marco que les permite la exigencia de competitividad fundada en la precarización de la fuerza de trabajo, la subasta de los activos públicos y el saqueo de los recursos naturales. Su pragmatismo les demanda estar a la cabeza para ganar hoy y presionar mañana. Esta continuidad en el protagonismo de un particular descaro antinacional y antipopular los conduce a los pactos locales y al sueño de la sostenibilidad de la clase política que los ampara y aplaude y que ellos gestan, conducen y reproducen.

El pragmatismo, cuyos efectos partidistas –sangrienta rapiña por los puestos desde los que se pueda robar– y gubernamentales (la sistemática venta de una imagen que no guarda ninguna relación con lo que se vive), torna opacos los antiguos carismas y precipita nuevos y degradados clientelismos que no pueden sino generar repugnancia en los electores y en los diversos sectores sociales populares de la población: es un factor de desencanto.

En Costa Rica, esta repugnancia/desencanto (por primera vez en su historia moderna los costarricenses empiezan a darse cuenta que viven en un sistema de dominación) no se traduce en hostilidad, sino en un ensimismamiento que es una urgida forma de sobrevivir –la globalización bajo esquema neoliberal aprieta, la precarización aprieta, la informalización aprieta– y de reconocer que el sistema de expoliación y descaro cada vez más bravucón no puede, hoy por hoy, ser cambiado.

Cierto. No debe permitirse que el desencanto se transforme en desesperada desesperanza. A este ensimismamiento, para nada divorciado de las protestas sociales puntuales, de los reclamos particulares por defender nichos conseguidos con lucha –los neoliberales los califican de privilegios indebidos–, y de un malestar generalizado que se expresa como fastidio, sorna o sarcasmo, los políticos administradores públicos, títeres golosos y mezquinos, le ponen el nombre de ingobernabilidad.

Ingobernabilidad es el nombre de la relación entre sus apetitos y el temor de que su manera de hacer política no sea, finalmente, sostenible. Puesta aunque sea indirectamente ante el espejo social de su rapacería, la clase política percibe ingobernabilidad. Comprueba, en efecto, su propio carácter y destino. A los truhanes y bellacos menores la mundialización derivada de un capitalismo de piratas no puede asegurarles ni puestos ni funciones relevantes mañana. Los sociólogos a la moda han bautizado esto como provisoriedad. Precariedad, un malestar que no consigue materializarse políticamente como oposición, y provisoriedad, un rol que es políticamente autodestructivo, nutren de forma diversa la ingobernabilidad.

La ingobernabilidad resulta no de la urgida presión de las demandas, sino de la imposibilidad estructural y autodestructiva para potenciar respuestas.

VI
Como no tiene respuestas –porque ésa es hoy su forma particular de dominio–, la clase política reinventa las elecciones. Llama democracia a una institucionalidad en la que el ciudadano elector, debidamente empadronado, vota pero no gobierna. Y sufraga de acuerdo al mercadeo de imagen. La venta de imagen desplaza a los programas. Los programas mismos pasan a ser un factor del mercadeo de imagen.

La democracia reiventada transforma al antiguo ciudadano elector en un actual consumidor de candidatos. En el mercado democrático la degradada clase política posee el monopolio de la oferta y construye –apoyada en los medios masivos, socios indispensables– el imaginario de la demanda. En tiempo de votaciones democráticas cada elector/consumidor debería caminar con el trasero contra la pared para evitar que lo copulen.

Aunque el acto coactivo obsceno y criminal (la violación) se perpetra incluso sin el sufragio. La clase política promociona a sus fichas, las exhibe, las llama a competir por el voto, excita y decide las demandas, recoge y cuenta los resultados –en algunos lados, además, los cuenta con fraude– y luego gobierna atendiendo sus propios negocios y con impunidad. Aquí, hasta 4 años. No es extraño que se realicen conversaciones para prolongar el mandato. En realidad, el problema no es este Gobierno, el de Figueres Junior, por ejemplo, sino la manera como se gesta y controla toda la administración pública en el actual clima degradado de la política.

Tiempos de desamparo social, de desencanto y de revitalización del engaño. Tiempos de transnacionalización e internacionalización hostilmente concentradoras, coactivas, depredadoras y transparentes que se traducen como globalización bajo esquema neoliberal. Tiempos de situaciones de contraste y de intensa carencialidad que ojalá exciten y vigoricen alternativas.

VII

La alternativa es siempre un testimonio, nunca sólo un discurso. La alternativa es conversión y trayecto. Los tiempos del desencanto, más que los tiempos de la euforia, llaman a la conversión, al testimonio y al trayecto. ¿Cómo comportarse en tiempos de penuria? Lo primero es sentir que se está y se vive en esos tiempos y que resulta obligatorio transitar por ellos. La sobrevivencia forma parte central de la memoria histórica de los diversos sectores que conforman los pueblos latinoamericanos.

Sobrevivir no alcanza. Se hace necesario sobrevivir con valores y ellos se leen en las raíces y en las memorias de resistencia y lucha. Desde ellas aparecen las acciones, los proyectos, los programas y los testimonios particulares y plurales de conversión y transformación, sus formas organizativas, desde las más modestas hasta las que se proyectan regional, nacional y mundialmente que potencian la autoproducción de identidad y su tensión con el horizonte de los sueños, las utopías varias que alientan y nutren quizás porque en vida jamás se alcanzan.

Tiempo de esperanza, de utopía, de memoria de lucha, de raíces, de orgánica, de romper identidades prefabricadas y segmentadas para construir testimonialmente las nuevas, siempre ofrecidas para crecer y ser, para ser y crecer en una oferta hacia otros, con otros, que es la única manera de estar con uno mismo. Si se logra hacer de éste un tiempo de raíces, construiremos, uno con uno, un nuevo mundo.

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* Profesor universitario. Publicado en: www.kasandra.org/helio.html
Aprtura: obra de la artrista Emilia Cersósimo.

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