El papa dejó México: Tan predecible como molesto/ Entre el infierno y el paraíso

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El papa Francisco finalizó su periplo mexicano, gira que en realidad había comenzado en Cuba con el encuentro histórico que tuvo allí con el patriarca Kiril, de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Y mientras los focos se centraban en las afirmaciones de Bergoglio en el convulsionado México, reiterando su discurso sobre la pobreza, la corrupción y la necesidad de cambios en la propia Iglesia Católica, la diplomacia vaticana dirigida por Francisco daba simultáneamente un nuevo paso en el sentido de la “diplomacia de la misericordia” invitando al Vaticano al Gran Imán Ahmad al-Taybib, rector de la universidad egipcia de Al-Azhar, la institución académica y religiosa de mayor autoridad del Islam sunita.

Para la mayoría de los observadores vaticanos está cada día más clara la condición de estratega de Francisco. En México, país con uno de los episcopados más conservadores del mundo, habló con dureza sobre la necesidad de transformar la misión de la jerarquía y le dijo a los obispos que deben ser “servidores” y no “funcionarios”. En territorio mexicano no eludió tampoco los temas más escabrosos como corrupción, narcotráfico y la realidad de los jóvenes carentes de posibilidades que se dejan seducir por el dinero que les prometen para convertirse en sicarios. El Papa habla, denuncia, propone siguiendo un discurso en el que reitera las mismas convicciones y reivindica temas similares, adaptándolo a cada realidad. Para hacerlo usa lenguaje coloquial cuando se dirige a la masa y teológico o doctrinal para hablar a los propios. En México no fue distinto.

Reiteró su opción por los pobres y por los excluidos de cualquier tipo. Reivindicó a los pueblos originarios y les volvió a pedir perdón como lo había hecho en julio pasado en Bolivia y antes en forma privada cuando se reunió con Milagro Sala en el Vaticano. Criticó la corrupción y el uso del poder para propio beneficio. Pidió que los políticos mexicanos generen condiciones de vida para que los ciudadanos de ese país puedan habitar dignamente y no tengan que huir hacia Estados Unidos buscando mejores condiciones de vida.

De alguna manera Francisco, que fue novedad por su discurso al comienzo del pontificado porque estableció diferencia con sus predecesores, ha comenzado a ser predecible por lo menos para quienes siguen de cerca su trayectoria. La pregunta que sigue entonces es, ¿sirve lo que hace y dice el Papa? ¿Tiene real incidencia? ¿O se trata de una prédica de buena voluntad que ayuda a generar titulares de medios noticiosos y entusiasma a sectores progresistas de la sociedad, católicos o no, pero que no aporta realmente a generar cambios?

A lo anterior habría que agregar otro interrogante: ¿cuál es el papel que le corresponde jugar a la Iglesia Católica, como institución religiosa en ese escenario? Siempre y cuando se considere que le corresponde jugar alguno.

Está claro que Francisco resulta un Papa por lo menos molesto para determinados sectores de poder que siempre se sintieron protegidos por la institucionalidad católica, a la que consideraron aliada. También es molesto para facciones internas de la propia Iglesia a las cuales no les gusta escuchar cuestionamientos como los que Francisco hizo a los obispos mexicanos al pedirles que dejen de lado “habladurías e intrigas, vanos proyectos de carrera, vacíos planes de hegemonía, infecundos clubes de intereses o de consorterías”. Basta observar también lo que pasa en Argentina con algunos y algunas que exhibían antes sus rosarios y ante el gesto producido por Francisco regalando a Milagro Sala un rosario bendecido, opinan ahora que se trata de un exceso, afirman que no volverán al Vaticano o se sienten fuera de la Iglesia.mex papa

Otra característica de la estrategia de Francisco se basa en la construcción conjunta en la diversidad. En esto también resulta predecible. Su postura no es proselistista, no intenta convencer con sus verdades o las de la Iglesia Católica. Las sostiene y las predica, no las resigna, pero como se lo dijo en Cuba a Cirilo, no compite con otros. Utiliza el mismo criterio cuando se dirige a los pueblos originarios y les pide perdón por los atropellos que la Iglesia cometió contra ellos. No es diferente su actitud cuando habla de los gays, de las parejas divorciadas o sobre otros temas. No deja de lado sus convicciones pero no trata de imponerlas.

Hacia el interior de la Iglesia, mientras muchos le reclaman reformas más profundas e importantes, da pasos pidiendo coherencia a su propia tropa. Una frase de batalla ya es la de “pastores con olor a oveja”. A muchos no les gusta, pero él insiste con el ejemplo. Y avanza lenta pero firmemente en la reforma de la estructura eclesiástica hacia formas de conducción más colegiada y abierta. Está claro que este será un largo camino no exento de dificultades.

Entre sus grandes preocupaciones se encuentran la exclusión, la pobreza por un sistema económico que “ya no aguanta más”, y la guerra en el mundo que hoy se presenta en forma de microconflictos. Y ante la pregunta de qué puede hacer la Iglesia Católica, Francisco se responde a sí mismo que nada puede hacer sola. Pero parte de la base de que la fe, en cualquiera de sus manifestaciones, puede ser el motor para dar con las soluciones que la política y la economía no encuentran. Por eso se encontró con Cirilo y envió una delegación a Egipto para invitar al Gran Imán Ahmad AlTaybib. Por el mismo motivo el 31 de octubre ira a Lund (Suecia) para participar de una ceremonia en la que se recordarán los 500 años de la reforma protestante.

Es una estrategia de unidad. La misma que el jesuita Antonio Spadaro tituló en el último número de La Civiltá Cattolica, un órgano oficioso del Vaticano, como “la diplomacia de la misericordia”. Según Spadaro hay que mirar “la misericordia como proceso político” basado en que ningún sujeto histórico puede ser visto como “enemigo absoluto y eterno” porque el enemigo de hoy puede ser el aliado de mañana. Según el propio Bergoglio “el lenguaje de la política y de la diplomacia” tiene que dejarse “inspirar por la misericordia que nunca da nada por perdido” y esto significa dejar de lado alineaciones estáticas y preconcebidas.

Francisco estuvo en México y fue predecible en sus dichos y en sus gestos. Pero estando físicamente allá no abandonó su estrategia generando al mismo tiempo un gesto menor respecto de la política mundial pero importante en lo nacional y en los afectos de Bergoglio, como ha sido el regalo hacia Milagros Sala, en el que dejó su impronta fijando posición. Mientras, en otro lugar lejano del mundo, extendió su invitación al Gran Imán Ahmad Al-Taybib para continuar con la tarea de agrupar a las grandes religiones tras la “diplomacia de la misericordia”.

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Entre el infierno y el paraíso

Eduardo Febbro| A la sombra de la frontera con los Estados Unidos convergen a flor de piel el narcotráfico, la pobreza, la impunidad, la inmigración, la corrupción y, también y por sobre todas las cosas, la voluntad de vivir y superarse de todo un pueblo. La visita del Papa es un hito en la historia fronteriza.

Algunos dijeron que el Papa pondría un pie en el límite entre infierno y el paraíso que está del otro lado de la frontera cuya travesía se cobra decenas de víctimas. Ese lugar llamado Ciudad Juárez al que alguna vez se conoció como La Ciudad del Mal por el elevado número de crímenes fue la última etapa y a la vez la síntesis de todo el viaje que el papa Francisco realizó a través de las golpeadas geografías sociales de México. En Ciudad Juárez, a la sombra de la frontera con los Estados Unidos, convergen a flor de piel el narcotráfico, la pobreza, la impunidad, la inmigración, la corrupción y, también y por sobre todas las cosas, la voluntad de vivir y superarse de todo un pueblo. Este país hijo del maíz es fuerte como la espiga que se levanta cara al sol. Francisco sintetizó su gira cuando dijo “¿Qué quiere dejar México a sus hijos? ¿Quiere dejarles una memoria de explotación, de salarios insuficientes, de acoso laboral?”.

Ningún Papa había visitado antes este lugar fundado en 1659 por el cura franciscano español Fray García de San Francisco. La ciudad se llamó primero Paso del Norte y en ella los franciscanos, acompañados por indios cristianizados, levantaron la nueva Iglesia de La Misión de Guadalupe. Cuando visitó México en 1990 Juan Pablo Segundo no pasó de Chihuahua, la capital del Estado. Este mundo fronterizo desde donde el papa exhortó a los dirigentes mexicanos a “que no se puede dejar solo y abandonado el presente y el futuro de México” cambió de nombre en 1888. Es un lugar mítico de la memoria nacional, y no sólo por la frontera. Durante la expedición colonial francesa al mando de Maximiliano (1861-1867), las fuerzas republicanas de Benito Juárez hicieron de El Paso del Norte su refugio y su capital. Por ello la ciudad lleva el nombre del ex presiente mexicano.

La escala papal envuelve toda una estela de símbolos y realidades. Una de ellas es la de las terribles consecuencias de la inmigración. En la misa que ofreció en la frontera, Francisco dijo que ese lugar era “un paso, un camino cargado de terribles injusticias: esclavizados, secuestrados, extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del negocio del tráfico humano, de la trata de personas”. La otra realidad actual de Ciudad Juárez es la de la violencia, heredada, en su versión más reciente, del narcotráfico, y, también, de una larga historia de pésimas influencias oriundas del vecino imperio, que siempre se lava las manos de su responsabilidad aplastante con los males que exportó y exporta a México. Ciudad Juárez se enturbió cuando, a partir de los años 20 y con la Ley Seca vigente en los Estados Unidos, los norteamericanos cruzaban la frontera para comprar y consumir alcohol.

La visita del Papa, acompañada de múltiples controversias sobre “el maquillaje” de la ciudad y de las cifras de la violencia, es, con todo, un inmenso hito en la historia fronteriza. Francisco visitó una la cárcel Centro de Reinserción Social número 3. Renovada a golpe de brochazos para recibir al pontìfice, la cárcel fue, hasta no hace mucho tiempo, uno de los feudos de el Cartel de Sinaloa. Apenas llegó a la cárcel, una detenida le dijo al papa “no somos dueños de nuestros sueños”. Francisco, luego, señaló que “ya tenemos varias décadas perdidas pensando y creyendo que todo se resuelve aislando, apartando, encarcelando, sacándonos los problemas de encima, creyendo que estas medidas solucionan verdaderamente los problemas”. mex papa2

Francisco ahondó su visión social cuando insistió en que la cárcel no resuelve nada porque la salvación está antes:”la reinserción no comienza acá en estas paredes;sino que comienza antes, comienza afuera, en las calles de la ciudad. La reinserción o rehabilitación comienza creando un sistema que podríamos llamarlo de salud social, es decir, una sociedad que busque no enfermar contaminando las relaciones en el barrio, en las escuelas, en las plazas, en las calles, en los hogares, en todo el espectro social. Un sistema de salud social que procure generar una cultura que actúe y busque prevenir aquellas situaciones, aquellos caminos que terminan lastimando y deteriorando el tejido social”.

Hablar de reinserción social en Ciudad Juárez es todo un desafío. El Papa volvió a encarnar aquí su geopolítica de las periferias, que él coloca en el centro al hacer de los lugares con mala fama como Bangui, Capital de la República Centroafricana, zonas liberadas del olvido, la condena o el menosprecio. Su crítica a las minorías pudientes se emiten desde los territorios marginados. La ciudad registra aún altísimos porcentajes de violencia y desapariciones. La visita de Francisco provocó que se sacaran de las calles los afiches de las personas desaparecidas y se intentaran borrar las cruces negras con fondo rosa puntadas por grupos de mujeres en signo de denuncia de los feminicidios. Según el Fiscal General del Estado, Jorge González Nicolás, “Ciudad Juárez cerró con 311 homicidios dolosos el año 2015”. La cifra se sitúa muy lejos de los 3.500 asesinatos de 2010. Ciudad Juárez pagó un altísimo tributo a la guerra contra el narcotráfico cuyo epicentro fue, entre 2008 y 2011, el conflicto entre el Cartel de Sinaloa y el Cartel de Juárez. Cientos de personas desaparecieron en ese período. Ciudad Juárez ha vencido muchas cosas, entre ellas el desierto de Chihuahua, del cual es hija. Clima extremo, mundo extremo. Allí, ente los empresarios y trabajadores, el papa volvió poner en circulación su mensaje social y de justicia cuando criticó el “paradigma de la utilidad económica” que modela las “relaciones personales” y opinó que “el lucro y el capital no son un bien por encima del hombre, están al servicio del bien común”.

En su periplo mexicano y mucho más que en otros puntos del globo, Francisco parece haber revisitado las teologías más progresistas. No ha dicho palabra alguna ni pedido disculpas por los abusos sexuales cometidos por los Legionarios de Cristo, pero sí ha sembrado en estas tierras de América semillas de una retórica combativa, altamente crítica con ricos y poderosos, corrosiva con los estragos de un sistema mundial depredador e indolente. Muchos dirán que son palabras y nada más. Pero el Vaticano y el papa no tienen otra arma que las palabras y la fe de quienes lo escuchan. Sólo basta con pensar que, hace tan solo unos años, todo lo que Francisco dijo en México le hubiese costado la vida a cualquier sindicalista o activista social. Trató de corruptos a los corruptos, cara a cara, de asesinos a los asesinos, cara a cara, de privilegiados a los obispos y cardenales con vidas de monarcas, siempre cara a cara. Su retórica ha sido, de principio a fin, una feroz crítica al poder.

A los pobres, a las víctimas, les habló más de sí mismas que de Dios. Los estragos de la inmigración, la pobreza, la segregación indígena, la violencia y el narco fueron sus temas, que son los de México y, también, los de nuestro mundo. México los concentra en su territorio, pero el planeta entero los padece en múltiples formas, a veces ocultas en tantas formas del engaño. “Esta tragedia humana que representa la migración forzada hoy en día es un fenómeno global”, recordó Francisco en plena frontera con los Estados Unidos. Roberto Blancarte, investigador en el Colmex, señalaba en las páginas del diario Milenio que “esta visita podría ser benéfica para el estado de ánimo de los católicos, y quizá para los creyentes de otras religiones y no creyentes.

Pero difícilmente la visita tendrá un impacto mayor en cuestiones sociales, como la disminución de la violencia o el mejor trato a los migrantes”. Los papas no tienen “divisiones”. Sin embargo, Juan Pablo Segundo, desde una visión conservadora y estrecha, nos demostró que los papas modelan, en parte, los destinos geopolíticos del mundo. Este papa nuestro ha rescatado valores puros de la Teología de la Liberación. Francisco ha puesto bajo la luz a los desposeídos de un mundo que cada mañana se despierta con el único deseo de poseer

 

**Publicado en Página12

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