Joseph E. Stiglitz y Martín Guzmán
Con la muerte del Papa Francisco, el mundo ha perdido a un líder extraordinario, pero su legado perdurará, no sólo en los corazones de aquellos a quienes inspiró, sino en los esfuerzos concretos que puso en marcha para construir una economía global más justa, humana y sostenible.
Nacido como Jorge Bergoglio en Argentina, el Papa Francisco conoció de primera mano la crueldad de la injusticia económica. Alcanzó la mayoría de edad en una de las economías más inestables del mundo, un país en el que las repetidas crisis económicas y de deuda externa han proyectado largas sombras sobre generaciones de niños y familias. Fue testigo de lo que ocurre cuando los sistemas económicos sirven a intereses creados en lugar de servir a las personas: una enorme desigualdad, comunidades fragmentadas y males sociales generalizados como la delincuencia, la adicción y la inseguridad.
Como Papa, Francisco llevó estas ideas a la escena mundial. Su voz se convirtió en una de las fuerzas morales más poderosas del mundo, no sólo recordándonos nuestra humanidad compartida, sino también desafiando las estructuras institucionales que niegan la dignidad a miles de millones de personas. Como miembros de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales del Vaticano, tuvimos el privilegio y el placer de mantener un diálogo frecuente con él.
Su preocupación era urgente y se basaba en la realidad vivida. Transformar la realidad exige actuar en el terreno, no sólo trabajar en el laboratorio
, solía decir en privado.
Francisco veía un sistema económico que, con demasiada frecuencia, priorizaba las ganancias sobre las personas, y el egoísmo sobre la cooperación. Sabía que, si bien los mercados pueden ser una herramienta poderosa, si no se rigen por normas y regulaciones adecuadas, producirán injusticias a escala planetaria, incluida la más grave de todas: la destrucción de nuestro medio ambiente, al que llamó nuestra casa común
en su encíclica Laudato si’. Sin una brújula moral y un sentido de solidaridad, los mercados, en lugar de ser una fuente de creación de riqueza, podrían ser una fuerza poderosa de apropiación, lo que llevaría a una concentración cada vez mayor del ingreso.
Francisco no dudó en hablar claro. Criticó las reglas globales que privilegian a los monopolios, especialmente en el ámbito de la propiedad intelectual, donde las protecciones diseñadas para recompensar la invención a menudo obstruyen el acceso a tecnologías que salvan vidas. Durante la pandemia de Covid-19, instó personalmente al entonces presidente de Estados Unidos, Joe Biden (t.ly/uZovp), a que apoyara una exención de los derechos de propiedad intelectual en el marco del acuerdo ADPIC de la Organización Mundial del Comercio, para que la gente de todo el mundo pudiera acceder a las vacunas. Su mensaje fue claro: Las vidas humanas deben primar sobre los beneficios empresariales.
Asimismo, a Francisco le preocupaba profundamente que muchos países en desarrollo estuvieran atrapados en un ciclo de deuda soberana que limitaba su capacidad para invertir en salud, educación e infraestructura. Consideraba, con razón, que esto no se trataba sólo de una crisis de deuda, sino también de una crisis de desarrollo y que, más profundamente, era un síntoma de un sistema económico que había perdido su orientación moral. Y entendía que todas las partes del sistema eran responsables: los gobiernos de los países deudores y acreedores, los prestadores privados y la arquitectura financiera internacional que permitía que los gobiernos y los acreedores retrasaran las restructuraciones necesarias, e incluso los incentivaba a hacerlo.
Por eso Francisco nos pidió el año pasado que creáramos una Comisión del Jubileo que reuniera a pensadores de primera línea para que propusieran maneras en que el mundo pueda abordar la crisis cada vez más profunda de deuda y desarrollo. Era consciente de que el Jubileo del año 2000, por muy importante que hubiera sido para quienes viven en países endeudados, solo había logrado avances limitados en la creación de más espacio fiscal para quienes lidian con los desafíos del desarrollo. Veinticinco años después, con un número aún mayor de países endeudados, Francisco quería hacer algo por ellos de inmediato. Pero su ambición era mayor. Preguntó cómo se podía evitar una repetición de los fracasos pasados. Su llamamiento se hacía eco de la antigua tradición bíblica del Jubileo: un tiempo para perdonar las deudas y restablecer el equilibrio, no como caridad, sino como justicia.
Hasta sus últimos días, Francisco siguió de cerca el trabajo de la Comisión del Jubileo. Le preocupaba especialmente que las instituciones multilaterales –diseñadas para salvaguardar la estabilidad global y promover el desarrollo compartido– estuvieran actuando como agentes de inercia, sin la solidaridad necesaria para mantener la paz, la prosperidad y la justicia.
La Comisión del Jubileo presentará su informe ante el Vaticano este verano. Sus recomendaciones reflejarán la necesidad urgente de reformar los incentivos que han sumido a tantos países en la crisis. Los gobiernos deudores deben actuar con celeridad, sin demora, con visión y responsabilidad hacia sus ciudadanos. Los países acreedores también deben actuar con rapidez y, de nuevo, con visión de futuro y sentido de responsabilidad moral y solidaridad. Las instituciones multilaterales deben dejar de utilizar los recursos públicos para proteger las malas decisiones de préstamo y la deuda insostenible. Y los acreedores deben aceptar su parte de responsabilidad. Las tasas de interés elevadas que cobran conllevan riesgos y, cuando esos riesgos se materializan, no deben descargarse sobre los contribuyentes del mundo.
Con claridad moral y valentía, Francisco nos desafió a imaginar nuevas reglas financieras que ya no sirvan a unos pocos, sino que beneficien a la mayoría. Nos recordó que la economía se centra en las personas, la dignidad y nuestro futuro colectivo. Esperamos que el trabajo de la Comisión honre el legado de Francisco y contribuya a la creación de sociedades más justas. No puede haber mejor homenaje a su legado que establecer un marco para las finanzas internacionales con ese objetivo en mente.
* Stiglitz, ex economista en jefe del Banco Mundial y ex jefe del Consejo de Asesores Económicos del presidente de Estados Unidos, es profesor de la Universidad de Columbia, premio Nobel de Economía . Guzmán, ex ministro de Economía de Argentina, es profesor de la Escuela de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Columbia.
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