El premonitorio artefacto de Nicanor Parra
En uno de los “artefactos” de nuestro poeta Nicanor Parra podíamos leer uno que advertía que “la Izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”, acaso una profética más que humorística y provocadora aseveración del vate, porque de verdad las posiciones eran irreconciliables entonces entre unos y otros. Lo que posteriormente explicaría mucho nuestro quiebre institucional.
Sin embargo, después de la Dictadura pudimos observar que lo que se instaló en La Moneda y el Congreso Nacional fue la nefasta “política de los acuerdos”. En un tiempo que acortó drásticamente las distancias entre los golpistas y los que fueron proscritos durante el largo ejercicio del terrorismo de estado. Sucediéndose, como sabemos, varios gobiernos de la Concertación que entre sí no mostraron mayores diferencias, pero luego vino el primer mandato de Sebastián Piñera y los nuevos ejercicios gubernamentales de Michelle Bachelet y del mismo líder de la derecha sin que se apreciaran tampoco cambios fundamentales entre ambos. Porque, en general, todos han gobernado con la misma Constitución de Pinochet y una idéntica estrategia económica neoliberal, sin que las brechas entre ricos y pobres hayan disminuido en absoluto. Así como hasta ahora se perpetúa también el mismo sistema previsional que condena a los pensionados de la Tercera Edad a la miseria misma. Cuanto que las privatizaciones de nuestros recursos naturales y empresas incluso se han extendido y extranjerizado.
Cualquier cuenta que se haga demuestra que hoy los uniformados y los más poderosos empresarios son los grandes ganadores de la posdictadura. Con licencia, además, para asaltar los bolsillos de los consumidores y el erario nacional, como lo demuestran las grandes colusiones entre las empresas farmacéuticas y del papel, o esa multimillonaria cantidad de recursos fiscales que los militares y Carabineros han distraído a favor de su peculio personal y bienestar familiar. Con centenares de pasajes aéreos para el turismo de coroneles y generales, sumado a esa colosal estafa de la superioridad de Carabineros, despropósito que se ha asentado como el mayor y más prolongado fraude de nuestra historia.
El actual Presidente parece decidido a hacer algo para frenar los escándalos que se suceden a diario y nos promete una profunda reforma al sistema militar, advirtiéndonos a todos que la corrupción es “herencia del Gobierno Militar”. Muy probablemente en la idea de que si el propio Dictador evolucionó de asesino a ladrón, algo parecido debe estar sucediendo con sus herederos y subalternos. Los cuales acaban de manifestarse en un caluroso homenaje a favor de quien fuera uno de los principales ejecutores de los crímenes de lesa humanidad. Un sanguinario oficial de origen ruso y pasado nazi que está recluido (Dios quiera para siempre) en el penal de lujo de Punta Peuco.
No hay duda que la impunidad que nunca se soñaron los “hombres de negocios” y militares ha instado a éstos a acometer los actuales delitos, cuyos acontecimientos conmueven hasta a la prensa acostumbrada a proclamar aquella falacia de que pertenecemos a un país respetuoso del estado de derecho, y que nuestros índices de probidad superan a todos los países vecinos. Aseveraciones que ya nadie tiene pruebas para probarlo. Como así tampoco se puede dar mucho crédito a la idea de que el crimen organizado es algo “puntual”, cuando los horripilantes asaltos cotidianos a la propiedad privada y la vida de las personas comunes y corrientes se instalaron en los principales titulares de nuestra televisión. En un país que ha evidenciado, además, que bajo los últimos gobiernos centenares de niños abandonados, indigentes y al cuidado del Servicio Nacional de Menores, han sido muertos, torturados y violados al interior de sus recintos de acogida.
Todas las noticias de la corrupción de los uniformados y de los altos magnates se nutren y entrelazan, por cierto, con el cohecho transversal en la política. Así como ahora, con las fechorías de obispos, sacerdotes y encubridores dentro de la alta jerarquía eclesial y de los grupos fácticos. Delitos que han abochornado tanto al propio Papa Francisco, que en un comienzo se resistiera a creer que sus hermanos al otro lado de los Andes fueran capaces de tanta ignominia.
Se nos ocurre que los malos hábitos de las clases dirigentes, de los partidos, de las ramas de las Fuerzas Armadas y de las denominaciones religiosas, sindicales y otras explican también la laxitud ideológica, el que ya no se distingan mucho las diferencias entre progresistas y reaccionarios. Que la reconciliación haya arrasado también con los valores de la justicia, en la peregrina creencia de que somos un país homogéneo y unido a pesar del conflicto de la Araucanía y del cada vez más acentuado malestar estudiantil. Con las discriminaciones que siguen sufriendo las mujeres, o los millones de chilenos condenados al sueldo mínimo, mientras la clase política nada hace para rebajarse sus escandalosos sueldos y prerrogativas. Tanto, así, que los jóvenes parlamentarios que prometieron acotar sus dietas al resultar elegidos, parecen verdaderamente hipnotizados con el poder adquisitivo que obtuvieron de la noche a la mañana: Incluso antes de obtener sus licenciaturas universitarias.
Derechistas y otrora izquierdistas confluyen en el centro y se mimetizan. Pueden destriparse en las campañas electorales, para luego reencontrarse en las instituciones del Estado y en los directorios de los bancos y sociedades anónimas, donde muchos concluyen luego de haber practicado la política competitiva. No hay que olvidarse que Pinochet fue rescatado por sus vociferantes partidarios, pero sobre todo por los socialistas, pepedés y demócrata cristianos en el gobierno. Tampoco eludamos que la propia derecha parlamentaria consistió en aprobar una rápida ley que salvara a los falangistas de quedar fuera de los comicios parlamentarios, a causa de que sus representantes llegaran a destiempo al Servicio Electoral atrapados como estaban en sus rencillas. Ni menos nos olvidamos de esa cantidad de cargos públicos que no solo se reparten entre los oficialistas, sino también entre La Moneda y las bancadas parlamentarias “opositoras”. Como ocurre con los consejeros del Banco Central, los miembros del directorio de la Televisión Nacional, los mismos jueces de la Corte Suprema. Así como se reparten armoniosamente las notarías, algunas embajadas y aquellos cargos internacionales en que el llamado fair play les impone compartir. Todo un cuadro que demuestra como el común denominador de todos es simplemente el acceso a las ubres del poder. En ausencia de proyectos históricos, programas y vocación de servicio público.
De allí que resulten tan graves los “cantos de sirena” de algunas figuras políticas preocupadas de que se produzca una nueva alternancia en el poder, y que los sectores vanguardistas centrifugados de su hegemonía confluyan con ellos en una alternativa electoral común para “atajar a la derecha”. Esto es, para evitar que Piñera pueda continuar en La Moneda mediante uno de los suyos; así haya que pedirle a la señora Bachelet que abandone su alto y bien remunerado cargo en las Naciones Unidas para postularse por tercera vez a La Moneda. Porque, entre paréntesis, en Chile se critica mucho a los gobernantes extranjeros que buscan perpetuarse en el poder, cuando aquí solo se dan un corto recreo los que por décadas vienen dominando la escena pública.
Se repite mucho que la solución a muchos de nuestros problemas es procurarnos más democracia; una aseveración de la boca hacia el viento, sin querer asumir que ésta sigue siendo solo una mera promesa en nuestra nación oligarca y desigual, en que las herencias de la dictadura reconocidas, ahora, por Sebastián Piñera siguen tan vigentes. Férreamente consensuadas entre sus fieles seguidores y sus reciclados adversarios. Tanto que el propio Tirano lamentó no haber conocido antes a algunos de ellos para haberlos hecho parte de su gobierno.