El respeto y la ética en las relaciones humanas

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Sin embargo la concepción del respeto no siempre ha sido la misma, y hay quienes por medio de esto han faltado a la dignidad de sus familiares, amigos, trabajadores, para lograr sus objetivos. Se lo ha confundido con el temor, es decir mientras más me teman más me respetarán.

Creo que el ser humano respeta no tanto porque los demás tengan consideración sino porque así se lo han enseñado. Es decir: no es algo que la persona aprende con el ejemplo de otros sino con la enseñanza desde niño, por lo general, con la de sus padres.

Es obvio que el individuo que no ha sido educado en el respeto sí le afecta ese comportamiento, pero no al que ha sido formado en él. El venezolano es respetuoso por naturaleza.

Hablar de respeto es hablar de los demás. Es establecer hasta donde llegan mis posibilidades de hacer o no hacer, y donde comienzan las de los otros. Es  la base de toda convivencia en sociedad. Las leyes y reglamentos establecen las reglas básicas de lo que debemos respetar.

El respeto no es sólo hacia los códigos o la actuación de las personas. Tiene que ver con la autoridad –como sucede con los hijos y sus padres o los alumnos con sus maestros–.  Asimismo es una forma de reconocimiento, de aprecio y de valoración de las cualidades de los demás, ya sea por su conocimiento, experiencia o valor como individuos.

El respeto también tiene que ver con los credos religiosos. Ya sea porque en nuestro hogar tuvimos una determinada formación, o porque a lo largo de la vida hemos ido desarrollando una creencia. Todos tenemos una posición acerca de la religión y de la espiritualidad. Es tan personal la fe religiosa, que es una de la fuente de problemas más comunes en la historia de la humanidad.

El respeto no se impone por fuerza, presiones o amenazas. Se conquista con ética, eficiencia y buen ejemplo. No se puede respetar a quienes por sus intrigas, ambiciones personales y su rastrero servilismo, se rebajan ante  el poder o el dinero.

Se valora a quienes –por su conducta recta– no permiten ni la más leve sombra de suspicacia en sus juicios y actuaciones. No se puede honrar a quienes bailan al son que le toquen, ni a quienes abusan de su poder, olvidándose que dentro de poco volverán a la nada. Jamás podrán  merecer ni obtener la estimación deseada quienes han hecho de la soberbia y del irrespeto hacia los demás la norma de su vida.

Hoy existe en algunos sectores algo tan perjudicial como el irrespeto: el falso respeto; la gente aparenta respetar pero no lo hace y, al actuar así,  nos mentimos a  nosotros mismos y a los demás.

Desafortunadamente vivimos una época en que la superficialidad y el cultivo de lo material son acicates de la ambición personal y en la que se confunden los auténticos logros con el desarrollo individual –que a veces se pretende exhibir como éxitos–.  Es de lamentar, pero ha ido ganando espacio a la formación y consolidación de auténticos valores humanos y ha hecho que cualquier medio sea bueno en pos del fin o del resultado material.

El oportunismo, el facilismo, la deslealtad a los principios, la falta de constancia en los propósitos auténticos, en general, son la norma en las relaciones que impone. la sociedad contemporánea. Liderazgos fundamentados en la nada o sobre  traiciones visibles. Perdida la ética y la espiritualidad, el materialismo llega a su más grosera expresión: son los antivalores que se acrecientan en nuestros días.

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