El socialismo real en su laberinto
Jorge Gómez Barata *
Económicamente el socialismo real no pudo hacerse justicia. Tal vez todo se debió a que buscó sus respuestas donde no estaban: en la economía. El sistema político es quien crea las condiciones para el despliegue de las fuerzas productivas y el consiguiente auge económico y no a la inversa. El éxito del capitalismo se debe al triunfo del liberalismo y no al revés.
Paradójicamente, la correcta creencia de que la economía constituye la base de la sociedad, condujo a los líderes de los países del socialismo real a una subestimación de las estructuras, de las relaciones y del desempeño político, principalmente respecto a la actividad ciudadana pasando por alto que la participación, la libertad, la democracia y los derechos, aunque se relacionan con elementos materiales, no son bienes ni dependen de la solvencia económica de los individuos y la sociedad.
Si bien las relaciones económicas aportan el sostén material de las estructuras básicas en las diferentes sociedades, son las ideas políticas, religiosas, la lengua y la cultura las que, actuando como sustancia aglutinadora, cohesionan la arquitectura del sistema. Se trata de una compleja dialéctica y de equilibrios formados espontáneamente a lo largo del devenir y de la evolución que, probablemente resulte imposible establecer voluntaria o caprichosamente de otra manera y con otras partes alícuotas.
El asunto se tornó sumamente complicado cuando al convertir a propiedad estatal toda la economía, la tierra, las instituciones educativas, culturales y recreativas, la prensa, la radio y la televisión, no sólo se descargó sobre el Estado enormes responsabilidades, sino que se exageró hasta extremos inauditos su relevancia y su poder, cosa agravada aún más al institucionalizar de modo paraestatal toda la actividad social, incluyendo el movimiento obrero y las organizaciones sociales y profesionales. La idea de que tales instancias eran meras ³correas de transmisión² fue asumida como artículo de fe.
De ese modo el mismo esquema que subestimaba la relevancia de la política cuando era ejercida por los individuos, elevó desmesuradamente su jerarquía cuando se trataba de las directivas emanadas desde los círculos de poder. El exceso de politización fue un defecto y no una virtud de aquellas sociedades. En la Unión Soviética llegó a existir no sólo una ideología oficial, sino también un arte y un credo oficial.
A todo ello se sumó una incorrecta percepción del carácter del pensamiento marxista, que fue definido como la única ciencia social válida, equiparando a las investigaciones de Marx en el campo de la economía o la filosofía con juicios coyunturales e incluso comentarios erróneos. La idea de que ³La religión es el opio del pueblo² y que la emulación socialista es una ³ley de la construcción del socialismo², adquirieron así la misma jerarquía que la teoría de la plusvalía.
Al trasladar los preceptos del determinismo propios de las ciencias naturales y exactas, según los cuales, dadas ciertas premisas, inevitablemente se producirá un resultado predecible a las ciencias sociales, se originó una visión errada del devenir social que, tomando como modelo lo ocurrido en la Unión Soviética, asumió que, aproximadamente de ese modo se comportaría toda la historia humana.
Nunca el pensamiento sociológico en la Unión Soviética y en ninguno de los países del socialismo real llegó a comprender que aquello que hace científico al marxismo son sus premisas y su método, no las conclusiones que, a partir de lecturas erróneas o interesadas, pueden conducir no sólo a costosos errores teóricos, sino incluso a aberraciones como las que surgieron en el periodo stalinista y estuvieron vigentes hasta la perestroika.
El descubrimiento de Marx acerca de que la economía determina el desarrollo social, es una verdad que opera en sentido histórico y es válida para comprender el tránsito de una formación social a otra. La esclavitud y el feudalismo desaparecieron porque eran económicamente inviables, lo cual no quiere decir que la Revolución Francesa se realizara por los empresarios. Las consignas de Igualdad, Libertad y Fraternidad como tampoco ³Todo el poder para los Soviets² no fueron ni son consignas económicas.
Especulaciones académicas aparte, estas confusiones fueron trágicas debido a que hasta los años noventa en los países socialistas, incluida la Unión Soviética, los círculos dirigentes no quisieron admitir que las reformas para perfeccionar el sistema y asegurar su supervivencia no podían ser exclusivamente económicas, sino que necesariamente tendrían que aludir al sistema político.
No basta con avanzar en la satisfacción de las necesidades materiales manteniendo y justificando la existencia de déficits políticos asociados al mecanismo de participación y a las libertades políticas elementales que, al menos en los países de cultura occidental se consideran básicos y probablemente sean universales.
Ante estas evidencias, ahora se acostumbra a mencionar la experiencia china donde el impetuoso avance de la economía se ha realizado sin apenas modificar el sistema político y las prácticas ideológicas establecida 60 años atrás. En realidad el argumento es inconsistente porque la historia no termina ahora ni el espíritu humano sucumbirá al acto simple de satisfacer necesidades elementales.
En cualquier caso, ahora cuando países emergentes con liderazgos magníficos se plantean el cambio como opción, vale la pena recordar que el orden social requiere de equilibrios que no se pueden soslayar y que el bienestar material es un fundamento imbatible cuando cuenta con los complementos que aporta la riqueza espiritual, la libertad plena, el pluralismo cultural y la democracia. Con tales elementos, socialismo no sólo se mejorara a sí mismo, sino que probablemente deje atrás el horizonte que el capitalismo presentó como eterno e inmutable. El final es abierto.
*Analista cubano