El terrorismo de la guerra contra el terrorismo
Cuando se habla de drogas, se culpa a los productores, no a los consumidores. Pero cuando se habla de armas, se culpa del mal a los consumidores, no a los productores. La razón estriba, entiendo, en el lugar que ocupa el poder.
El congreso de Estados Unidos acaba de aprobar la construcción de un Memorial de la Guerra contra el Terrorismo a construirse no muy lejos del monumento a Lincoln, “para honrar aquellos que sirvieron en el conflicto más largo de la historia de la Nación”. No será el primero, ya que existe el Global War on Terrorism Memorial en Georgia, para que las nuevas generaciones nunca olviden el sacrificio de El país de las leyes que, como Superman, lucha “por la libertad y la justicia” en el mundo. Narrativa para niños educados en Disney World y para adultos que valoran la fe sobre la razón: el mundo se reduce a la lucha del Bien contra el Mal y nosotros somos los guardianes del Bien, del Destino manifiesto.
Como siempre, los mitos están recargados de olvidos estratégicos. Ni siquiera se trató del conflicto más largo, ya que sólo la guerra de despojo, no de la tribu sino de la Nación Seminole se extendió desde 1816 hasta mediados del siglo XIX. Antes de convertirse en mascota de un equipo de fútbol, los seminoles fueron verdaderos héroes en una verdadera guerra de defensa contra el despojo de su territorio en Florida y contra una abismal diferencia de poder militar. Al igual que otros pueblos despojados y masacrados por el fanatismo anglosajón, fueron considerados salvajes (terroristas) que, según el discurso de la Unión del presidente Andrew “Mata Indios” Jackson de 1832, “nos atacaron primero sin que nosotros los provocásemos”.
El 31 de agosto de 2021, el presidente Joe Biden anunció el “fin de la guerra contra el terrorismo”. (Naturalmente, como escribimos hace veinte años, el negocio de la guerra se desplazará al Extremo Oriente. Habrá una Segunda Guerra Fría en el ciberespacio, no sin los fuegos de la primera.) Como ningún presidente estadounidense puede hablar de amor sino de guerra, el bueno de Biden, con un estilo muy Obama, ha advertido: “permítanme dejarlo bien claro: si buscas hacerle daño a Estados Unidos… debes saber que nunca te perdonaremos. No lo olvidaremos. Te perseguiremos hasta los confines de la Tierra y pagarás por tu ofensa”. Una copia literal de las advertencias de recordar y castigar las defensas y ofensas ajenas que se leen por miles en los anales de la historia de los últimos doscientos años.
Sólo la “Guerra contra el terrorismo” oculta las raíces del problema de la misma forma que la “Guerra contra las drogas”, diseñada, según sus autores, para criminalizar a negros y latinos. (También Pekín ha usado ese ideoléxico de “Guerra contra el terrorismo” para justificar la violación de los derechos humanos del pueblo Uighur.) El nombre “Guerra contra el terrorismo” y la obligación de no olvidar ocultan un olvido sistemático, como la destrucción de democracias en Oriente Medio (como la de Irán en 1953), la desestabilización de gobiernos seculares (como el de Afganistán en los años 70), la creación de milicias descontroladas (como los Muyahidín o los Contras en los 80), las Guerras perdidas y genocidas (como Vietnam en los 60 o Irak en los 2000).
Como los más recientes bombardeos indiscriminados en Siria e Irak, filtrados por accidente pero probados como recurso sistemático. (Luego, mejor criminalizar a quienes nos descubrieron matando, como es el caso de Julian Assange.) Como la detención indefinida de sospechosos derivada de la Ley Patriota de 2003, la cual se ha extendido de forma obscena a los inmigrantes pobres. Porque los pobres son siempre sospechosos. Porque este es El país de las leyes, como les gusta repetir a los pobres que logran pasar y hacerse de papeles y papelitos.
No es posible hablar de terrorismo en Medio Oriente sin considerar el rol de los imperios noroccidentales. No es posible hablar del rol de los imperios sin los intereses corporativos. Mientras éstos existan, existirá el imperialismo y existirán las sangrientas “guerras de defensa”. En 1933, Smedley Butler, el general más condecorado de su generación y héroe de las Guerras bananeras, se puso a pensar y reconoció: “he sido el músculo de Wall Street, un mafioso del capitalismo”. En 1961 otro general, el presidente Eisenhower, antes de ser acusado de comunista advirtió de la injerencia del Complejo Industrial Militar en el gobierno. La última “Guerra contra el terrorismo” costó 8.000.000.000.000 dólares (dos veces la economía de todos los países de América latina juntos), causó la muerte de más de un millón de personas y el desplazamiento de otros 38 millones. ¿Cuántos grupos terroristas se necesitan para alcanzar alguna de estas cifras?
Pues, entonces, ¿por qué es posible este absurdo universal? La injusta muerte de un ciudadano estadounidense por motivos raciales puede movilizar a millones de indignados, pero cuando se filtra una matanza oculta de cincuenta niños en Medio Oriente, pasa desapercibida. No existe. ¿Acaso no es el imperialismo la mayor expresión de racismo? La vergonzosa cárcel de Guantánamo, el centro de violación de los Derechos Humanos en Cuba, ha sobrevivido dos décadas de vanas promesas porque hasta los psicólogos han hecho fortunas asesorando a torturadores.
Al igual que los barcos-prisión de la CIA, Guantánamo no es territorio estadounidense sino territorio ocupado, y, por lo tanto, no se aplican sus leyes humanitarias. Incluso cientos de inocentes torturados por años, muchos liberados como esponjas secas, nunca lograrán indemnización alguna sino estigmatización del resto del mundo. Lo mismo las decenas de cárceles secretas e ilegales que mantiene la CIA alrededor del mundo (black sites) como si fuesen agujeros negros de todos los derechos humanos, esos gobiernos paralelos que Washington mantiene al tiempo que da lecciones de Derechos Humanos.
Aparte de sus propias raíces, la “Guerra contra el terrorismo” ha logrado ocultar los problemas reales del presente. Los países continúan su absurdo incremento del gasto militar, incrementando la pobreza y la violencia de las naciones. La pandemia los ha desnudado en toda su inutilidad pero, por otro lado, ha contenido masivas protestas sociales en los países “civilizados”, peligro creciente que antes había llevado a la militarización de la policía. (Con la previsible excepción del asalto al Congreso de Estados Unidos del 6 de enero de 2021, donde la policía enfrentó a la turba de banderas confederadas con palitos y palabras de consolación.)
¿De verdad quieres servir a tu país? Pues, déjate de masturbaciones patrióticas y empieza a decir la verdad, sobre todo esa verdad que los pueblos no quieren escuchar. Eso requiere más valor que apretar botones y suprimir decenas de inocentes a distancia, como si se tratase de un videojuego. Eso no es heroísmo. Es un crimen mayor. Pero más condenable que esos soldados adoctrinados por una maquinaria trillonaria es el silencio de los ciudadanos, distraídos en apasionados debates sobre fuegos artificiales.
Para terminar, Biden agregó: “La obligación fundamental de un presidente es defender y proteger a Estados Unidos, no contra las amenazas de 2001, sino contra las amenazas de 2021… Gracias, que Dios proteja a nuestras tropas”.
Sr. presidente, la solución es bastante simple y no requiere más gastos sino menos: deje de considerar que Dios tiene un pasaporte y una bandera colgada a la entrada de su casa. Deje de considerar que las invasiones preventivas son actos de defensa y comience a cumplir con las leyes internacionales. Salvará usted no sólo a su país y la vida de sus soldados, sino millones de otras vidas humanas.
Claro que eso no será un buen negocio para los Señores de la Guerra, pero, en fin, alguien siempre tiene que perder algo.
*Escritor uruguayo. Estudió arquitectura graduándose en la Universidad de la República. En la actualidad se dedica íntegramente a la literatura y a sus artículos en diferentes medios de comunicación. Enseña Literatura Latinoamericana en la Jacksonville University, Georgia (EU).