Marcela Carpini*

De acuerdo con lo expresado por organizaciones dedicadas a la protección y conservación de la naturaleza, sólo uno de cada diez animales llega vivo al lugar de destino. Es fácil calcular entonces cuántos representantes de cada especie deben ser capturados para que el negocio sea redituable. Y vaya si lo es. Este espurio negocio está situado en el tercer lugar en cuanto movimiento de dinero después del narcotráfico y la venta ilegal de armas.
Debe destacarse que el hambre que acecha a esas comunidades también se convierte en un enemigo del ecosistema. Los especimenes comestibles son utilizados como alimento. En este caso, es comprensible que esto ocurra, ya no se trata de ilegalidad sino de necesidad.
Según la organización Ecoanimal de Argentina, se paga una suma ínfima por cada captura. Una tortuga se abona 0,38 dólares por animal (cazan aproximadamente veinte al mes por persona) y en Nueva York esa misma tortuga se vende en 35 dólares. Los animales más requeridos son los loros, papagayos, monos y tortugas.
Todos los países de la región tienen una legislación que protege la fauna y la flora. Estas apuntan a cuidar el medio ambiente, pero no se realizan los controles necesarios que deben ser permanentes y exigentes, para evitar el comercio ilegal. Además, los controles fronterizos y de los puertos son fundamentales en este contexto.
En Argentina, la ley 22421 de Conservación de Fauna establece en su Capítulo VIII:
ARTICULO 24. — Será reprimido con prisión de un (1) mes a un (1) año y con inhabilitación especial de hasta tres (3) años, el que cazare animales de la fauna silvestre en campo ajeno sin la autorización establecida en el Artículo 16, inciso a).
ARTICULO 25. — Será reprimido con prisión de dos (2) meses a dos (2) años y con inhabilitación especial de hasta cinco (5) años, el que cazare animales de la fauna silvestre cuya captura o comercialización estén prohibidas o vedadas por la autoridad jurisdiccional de aplicación.
Penas relativamente menores para castigar el delito ambiental, basado en una conveniente ignorancia de la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, proclamada en 1978.
Para Jennifer Ibarra médica veterinaria participante del encuentro en Buenos Aires, la presencia de los narcotraficantes hace complicado y peligroso trabajar en algunos países. En México, por ejemplo, éstos compran miles de hectáreas que quedan aisladas, custodiadas por personal armado y donde solamente ingresan quienes están autorizados.
Esos predios son ricos en especies silvestres que sus propietarios comercian sin escrúpulos y sin control, por lo que el trabajo de combate al tráfico de fauna se dificulta dada la inseguridad que representa ingresar a las haciendas. Según estudios, lo mismo ocurre en Guatemala y en Brasil.
Sumado a las crueldades a que son sometidos los animales cuando son trasladados para su venta, hay que agregar que son utilizados como mulas para pasar droga. Es penoso y de mal gusto reproducir cuales son las modalidades para hacerlo, pero intestinos o estómagos fueron recipientes adecuados para cumplir con pedidos de dos tipos: droga y animales.
A su vez, Europa y Estados Unidos son los principales consumidores de esta “mercadería” que se utiliza no sólo para exhibición como piezas exóticas. También satisfacen la vanidad de sus propietarios, son utilizados como diversión sobre un escenario (vivos o formando parte de un vestuario), como así para experimentos biomédicos o de la industria cosmética.
Tal vez, sean devueltos a la región de origen como parte de los más diversos objetos, importados como artículos de consumo, si murieron en el camino de ida.
* Alumna del Seminario de grado “Periodismo en Escenarios Latinoamericanos” Facultad de Periodismo y Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina), extensión Moreno
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