Elecciones. – TODO BIEN, PERO ¿VENEZUELA O.K?

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

«No hubo ningún candidato que llegara ni siquiera a frijolito porque sumados todos no alcanzan ni a 30 puntos en ninguna encuesta», ironizó el domingo Hugo Chávez al conocerse el resultado de estos sondeos. Es el lenguaje de un venezolano, directo, llano, como el sus llaneros que habitan la llanura –dicho así en una redundancia deliberada–; no importa si es el ciudadano presidente, ese es el lenguaje que entiende el pueblo, sin esos eufemismos y circunloquios que acostumbramos por acá por el extremo sur de nuestra América.

Es cierto: los frijolitos, entre ellos el principal opositor Manuel Rosales, no han logrado restar ni un dígito del porcentaje con el cual Chávez ha ganado todas las consultas que se han hecho al pueblo venezolano desde que el mandatario obtuviera la presidencia en 1999.

Venezuela es un país subyugante, que cautiva a cualquiera que haya compartido por un tiempo prudente la intensidad de los sentimientos de su pueblo y la intensidad de la naturaleza tropical que la circunda. Para nosotros los habitantes del Cono Sur de América, el «Coño» Sur como suelen calificarnos entre broma y serio, que alguna vez hemos habitado por algunos años la patria de Bolívar, para nosotros digo, la fascinación que emana su continente y su contenido es parte indisoluble del equipaje con que retornamos a nuestro propio suelo luego de la hégira impuesta por las dictaduras.

Es por eso que nos inquieta grandemente el momento que estremece a Venezuela, pero también porque Latinoamérica se juega ahí parte importante de su destino inmediato. Las noticias, lo decíamos, son inquietantes. La oposición ha desplegado la más formidable arremetida electoral que se tenga conocimiento desde la época del bipartidismo de alternancia, cuando adecos y copeyanos invertían grandes sumas en un baile de millones que luego eran recuperados fácilmente desde el gobierno triunfante.

En el caso actual, el principal aporte a esta pródiga arca de recursos viene en dólares y de la clásica faltriquera del norte, pero no apunta sólo a ganar una elección que a cada hora se ve más perdida, sino también a aceitar una máquina también clásica, la del complot, cuyos detalles se conocerán seguramente en un futuro lejano, en esas desclasificaciones tardías que acostumbra hacer EEUU de sus maniobras para derrocar gobiernos. Ella mostrará la magnitud de recursos que Washington invierte hoy en derribar al presidente Chávez y detener el proceso venezolano que parece encaminarse hacia el socialismo por una vía insospechada.

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El idioma del «Bad, very bad» del poeta.

Por primera vez en su historia moderna, Venezuela se enfrenta de manera directa a su prepotente vecino del norte, aquel que profitó impunemente de sus riquezas naturales decidiendo el destino aciago de ese país y de todo un continente. Ese «socio asociado en sociedad» como lo llamara Nicolás Guillén, «socio en la sangre y el azúcar», en la sangre y el petróleo, en la sangre y el cobre, y también el estaño, y la banana, hoy prepara una vez más la celada para empujar al cepo al díscolo país.

La confabulación, denunciada con sólidos antecedentes por el propio Chávez este domingo en una manifestación en Carabobo, en la Plaza Monumental de Valencia, va desde un intenso trabajo de la CIA al interior de las fuerzas armadas con el fin de inducir un golpe de estado antes del 3 de diciembre, día de las elecciones, hasta los planes para asesinar al mandatario en un acto de magnicidio terrorista. Ambas maniobras han acelerado sus preparativos para evitar que la condición de minoría de la oposición quede demostrada ante el mundo en las elecciones de diciembre. «Si esto se cumple –dijo Hugo Chávez– ustedes saben quiénes serían los responsables. Hagan que se arrepientan cinco mil años. Lo que tienen que hacer es profundizar la revolución socialista».

El desánimo y los aires de derrotismo que se respira en la oposición venezolana, se basan en la imposibilidad de exhibir ningún sondeo que los acerque ni siquiera remotamente al sólido apoyo ciudadano con el que cuenta Chávez de cara a los comicios del 3 de diciembre. Según las informaciones que trascendieron desde el seno de una reunión privada de los candidatos opositores con sus técnicos en encuestas de opinión pública, estos manifestaron claramente a Manuel Rosales y sus acólitos que no tenían ninguna posibilidad de remontar esa significativa diferencia a favor del presidente que va a la reelección.

Como recordarán los que siguen de cerca el proceso venezolano, la oposición se había propuesto públicamente el día 15 de octubre como fecha máxima para desplazar a Chávez del primer lugar de las preferencias, lo que no sólo no se logró, sino que ellos mismos han reconocido que a un mes y días de la elección quedan por remontar a lo menos entre 7 a 10 puntos en sus cálculos más optimistas, lo que, a la luz de los sondeos publicados a fines de la semana pasada, está muy lejos de cualquier posibilidad.

La historia marcha hacia delante, pero en espiral

En Chile en la última elección habida antes del golpe de Estado, en marzo de 1973, la Unidad Popular había aumentado su votación de un 36% obtenido por Allende en las presidenciales a un 44%, cifras redondas, en esas parlamentarias que hicieron incrementar el número de diputados y senadores de la coalición gobernante, echando al traste las esperanzas de la derecha y la democracia cristiana de destituir a Allende por la vía democrática. El análisis objetivo de los servicios secretos del Pentágono y la CIA indicaban que la Unidad Popular había comenzado a superar a la más impresionante embestida orquestada con los dineros llegados desde Estados Unidos.

Eso precipitó el golpe seis meses después, adelantado al 11 de septiembre para evitar el llamado a plebiscito que el presidente haría ese día, según propia confesión de los documentos de la CIA desclasificados por el gobierno norteamericano 20 años después.

Chávez no es Allende, ni aquella época es la actual, eso está muy claro. Lo que no ha cambiado es el método utilizado por la Casa Blanca, más aún si en ella se encuentra un sujeto de la catadura moral de Bush que se asemeja mucho a Richard Nixon, su colega republicano de aquellos tiempos. Tampoco han cambiado aquellos «que por migajas besan la bota sucia que los ultraj»î, como dice la canción de Patricio Manns, que estigmatiza de esta forma a las satrapías.

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El elemento más trágico de este delicado momento que comienza a vivir Venezuela, es que al gobierno democrático de Chávez, que cuenta con una mayoría insoslayable de apoyo de su pueblo demostrado en el propio terreno de las democracias occidentales que dice defender Bush, sólo lo puede sustituir una dictadura sangrienta y represiva que se imponga a costa del dolor y la ruina del pueblo venezolano, haciendo retroceder el progreso innegable que las clases desposeídas han obtenido bajo la revolución bolivariana.

Efectivamente Hugo Chávez no es Salvador Allende, cuya mejor arma fue siempre la pluma y la palabra y no la metralleta con la que se vio compelido a defender, como último recurso, una democracia que lo traicionaba de manera tan artera. Chávez es, en último término, un militar, uno de los pocos soldados dignos y visionarios que ha dado nuestra América Latina en la época moderna en donde enajenar la espada al poder del dinero pareciera ser la tónica que reemplazó al patriotismo de los padres de la independencia.

Eso agrega un peligro adicional: el de Chávez es un gobierno con capacidad para utilizar el derecho legítimo a defenderse en el terreno de las armas. En este caso la guerra civil y el enfrentamiento traería un caos que bien puede dar pie a un pretexto perfectamente utilizable por Washington para invadir militarmente, como lo ha hecho muchas veces en la historia de nuestros países y de otros países del mundo.

Chávez ha respondido de manera categórica a este peligro: «Si los imperialista quieren salir con una marramucia, que van a paralizar el país o levantar a las fuerzas armadas, la carrera que van a pegar los va a llevar hasta Miami». Sin embargo, conocemos la potencia bélica de los recursos de míster Danger– como llama Chávez a Bush–, si no pregúntele a los iraquíes. Tampoco en este caso Estados Unidos escatimaría un derramamiento genocida de sangre con tal de establecer su hegemonía continental.

Antes que caiga la noche.

Este es el panorama inquietante que vive Venezuela. La solidaridad mundial, en especial la de Latinoamérica, es paupérrima en extremo. Hay una suerte de desidia inmovilista que en algunos casos, como por ejemplo en Chile, tiene manifestaciones simplemente pasmosas, como lo es la conducta de dirigentes de los partidos que una vez fueran el principal sostén del gobierno popular de Salvador Allende, y que hoy se confabulan con la más recalcitrante derecha política, la misma que posibilitó la instauración de la dictadura de Pinochet, para atacar la revolución bolivariana de Hugo Chávez.

El pueblo venezolano es un pueblo fuerte, ha endurecido su piel morena bajo la fusta de la injusticia; eso lo ha vuelto arrecho, es decir valiente, y afila el machete con el cual defenderá su proyecto revolucionario. Pero necesita de nosotros, como ayer lo necesitó la España republicana, lo necesitó Vietnam y, mas cerca aún, Cuba y Nicaragua. En el caso nuestro, el caso de Chile, que supimos de la solidaridad mundial con nuestra propia tragedia, en estas horas cruciales no podemos fallarle a Venezuela, no podemos ser efectivamente el coño sur de América.

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* Escritor.

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