Elinor Ostrom, el signo de los tiempos
Teódulo López Meléndez.*
Podrá recordarse mi continua afirmación que la primacía de la economía sobre la política ha sido una de las causantes de la mayor parte de los males que se han originado en la modernidad en cuanto corresponde a la depauperación social. He reclamado, así, que la política debe retomar su primacía sobre la economía y señalado que esa es una de las características deseables al mundo global en nacimiento.
El hecho de que una politóloga gane el Premio Nobel de Economía indica, creo yo, un signo de este reordenamiento de prioridades. También podría ser llamada la doctora Ostrom una socieconomista, porque es válido ahora el hablar de ciencias que se entrelazan y forman nuevas especialidades. La economía no puede ser siendo una ciencia fría donde lo social se diluye en lo macroeconómico o donde los ordenamientos no priorizan al hombre, verdadero objeto de toda acción económico-política.
Por si fuera poco, Elinor Ostrom se ha dedicado a la diversidad institucional, a la acción colectiva, al uso de la tierra y a la teoría de la acción pública, entre otros temas donde ha sentado una auténtica escuela. El Nobel lo gana por sus demostraciones de “como los bienes comunes pueden ser administrados de forma efectiva por un grupo de usuarios”. En otras palabras Ostrom se aparta de la economía clásica. Su trabajo ha influido sobre biólogos, sobre las consideraciones referentes a los ecosistemas y al desarrollo de las tesis de lo que se ha denominado procomún.
Una visión simplista de los sistemas económicos jamás tomó en cuenta la inmensa oportunidad existente entre el mercado y las políticas intervencionistas de los Estados centralistas. Ese procomún es el de la construcción de individuos y grupos que generan riqueza en nuevas formas de propiedad y con mecanismos que se diferencian del mero capitalismo.
Ostrom es la maestra de lo que en inglés se denomina commons, lo que no es otra cosa que la visión sobre el interactuar de los seres humanos en la producción de los recursos comunes, lo que ha sido reducido y escondido por los neoclásicos que creen que sólo existe la propiedad privada o los sectores de intervención estatal. El ataque constante de que es imposible que una propiedad común funcione ha encontrado en Ostrom la mayor cantidad posible de pruebas en contrario. La bondad de la interacción humana queda demostrada en el manejo eficiente y racional de los recursos y coloca contra toda prueba la auto organización de las comunidades como un ejemplo preciso de desarrollo sustentable.
Ostrom es, entonces, una estudiosa de lo que hemos llamado bien común. Seguramente los enemigos de las cooperativas, por ejemplo, habrán saltado indignados ante este premio, como seguramente lo han hecho los propulsores del neoliberalismo a ultranza. Sin embargo, Ostrom no se quedó jamás en el planteamiento teórico y demostró como los bandos que no ven otra cosa que mercado o Estado andaban dando su contribución a la crisis,
La politóloga recurrió a ejemplos vivos, como los ejidos mexicanos, los bosques de la India, pesquerías como las del río Maine o múltiples ejemplos africanos. En pocas palabras, Ostrom dejó claro algo muy sencillo, esto es: que la clave no estaba en la propiedad sino en la administración. De los términos económicos se ha saltado hasta la psicología social para demostrar que la flamante Premio Nobel de Economía tiene la razón.
Ostrom demostró que los recursos en manos comunes no estaban destinados a la destrucción y echó por tierra la tesis de la solución única. Es, por supuesto, posible el fracaso en cualquier área, pero en la multiplicidad de formas se encuentra un antídoto. Es claro que no todas las áreas pueden ser manejadas por el inmenso espacio del procomún, pero para resolver los problemas que se presenten en el área del Estado y de la propiedad privada sobran economistas, de manera que Ostrom se centró en la cooperación de la agrupación común, partiendo de tres elementos, a saber, identidad, contexto grupal en el que toman decisiones y la reciprocidad para ganarse la confiabilidad.
Todo precedido por el concepto de institucionalidad, lo que implicaba el diseño de una gobernanza multiescalar que va desde una dependencia nacional que monitorea, un gobierno local atento y un intercambio permanente entre estas diversas formas para decidir la producción que generarán. El análisis completo está en los libros y artículos de Ostrom, pero todos sus conceptos están ubicados en lo que debe ser una economía solidaria en el nuevo mundo global, uno donde deben ser abandonados los conceptos estrechos y excluyentes.
Quienes creemos en diversas formas de propiedad conviviendo pacíficamente, quienes creemos en el inmenso espacio del procomún, quienes defendemos una economía con rostro humano, estamos felices por Elinor Ostrom y por la prueba tangible de la llegada de un nuevo mundo.
Alegría por el signo que nos ofrece, pero también desafío para ponerse a estudiar y creo que debemos seguir haciéndolo con el maravilloso libro “Genes, bytes y emisiones: bienes comunes y ciudadanía”, editado por la Fundación Heinrich Böll y que tiene como compiladora a Silke Helfrich y donde están recogidos textos de Acselrad, Henri-Barnes, Peter-Benkler, Yochai- Bollier, David-Brand, Ulrich- Bravo, Elizabeth- Castro, José Esteban- Duchrow, Ulrich- Earle, Michael-Flores, Martha -Flórez, Margarita- Haas, Jörg- Heinz, Federico- Helfrich, Silke-Hünemörder, Katrin–Ibarra, Ángel-Lafuente, Antonio-Lerch, Achim-Leroy, Jean Pierre-Loya, Nayelly-Madrigal, Roger-Merino, Leticia-Metzl, Jamie-Mojica, Odin-Moldenhauer, Oliver–Mooney, Pat-Narain, Sunita-Ostrom, Elinor-Ribeiro, Silvia-Ritthoff, Michael-Rodríguez, Silvia-Salazar, Milagros-Sánchez, Consuelo-Stallman, Richard-Thalheim, Lisa-Thomas, Hernán-Türk, Volker-Vercelli, Ariel y Wilbanks, John.
Hay que construir la democracia del siglo XXI.
* Escritor.
http://teodulolopezmelendez.wordpress.com.