Emilio el inmigrante, I. – »¡MAMÁ, LLEGUÉ A LONDRES!»

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Querida y apreciada mamá,

La de ayer fue la primera noche que pasé en Londres. Que extraño es despertarse, abrir los ojos y no reconocer el cielorraso que tienes arriba de ti. Me acosté tan cansado que no recuerdo absolutamente nada de lo que soñé.

Ayer llegué como a la una de la tarde a la casa de Mrs. Tuvey. Su hijo Richard me fue a recoger a la estación de metro de Brent Cross, que queda como a cinco minutos de la casa en carro. Richard no es muy amigable. Le traté de poner tema tres veces pero no me respondió, me ignoró totalmente. Espero que la mayoría de ingleses no sean así. En cambio Mrs. Tuvey es muy amable. Es una viejita de ochenta años que enviudó hace mas de veinte. Apenas llegué me hizo sentarme en la sala, me preparó té y me trajo una especie de panecillos dulces que se llaman scones, me encantaron esos scones y el té también, yo nunca antes había tomado té.

Mrs. Tuvey notó en mis ojos el cansancio del viaje y me sugirió que me acostara un rato “have a nap” me dijo, es decir duérmase una siesta. Lógicamente dije que sí. Ella me llevó a la habitación. Es pequeña, tiene dos camas y dos armarios. Me toca compartir la habitación con un muchacho de Corea del Norte que se llama Chang. Al principio no podía dormir. Mi mente devolvió el casete al momento de mi salida en el aeropuerto de Palmaseca. Nuevamente viví esa despedida. La verdad es que las despedidas son muy tristes. Antes de salir vi como unas personas lloraban de la alegría porque llegaban sus seres queridos de otros sitios, sobre todo de los famosos “yores.”

Te cuento que cuando anunciaron la partida del vuelo y comencé a despedirme, mi corazón se aceleró al máximo posible. Sentía que todo mi cuerpo temblaba. Es que eso de despedirse sin saber como le va a ir a uno, si lo van a dejar entrar y cuando va a regresar es demasiado duro. Que bueno fue ver tanta gente despidiéndome, conté quince personas entre amigos y familiares. No le tengo que contar lo triste que fue despedirme de mi abuela, de mis hermanos y de usted.

Ese abrazo que me dio mamá no lo olvidare nunca. Cuando pasé el puesto de seguridad que lo lleva a uno al largo pasillo que termina en la zona de abordaje, mis lágrimas cayeron profusamente. No quise mirar atrás porque no quería verlos llorar, ni que me vieran llorar. Lo más duro fue cuando el avión cogió vuelo. Mamá en ese momento sentí que me arrancaban el corazón de la manera más salvaje posible.

Creo que ese intenso dolor lo produce la acción de cortarse, uno mismo, todos los tejidos y venas que te atan a las entrañas de la tierra madre. ¿Mamá usted sintió lo mismo ese domingo cuando viajó a Londres hace ocho años?

Cuando llegué a Bogotá ya estaba mas tranquilo. Esas 6 horas que debí esperar antes de que saliera el vuelo para Londres me sirvieron para reflexionar, para visualizar positivamente lo que va a ser mi vida en esta linda ciudad. En los últimos días me pregunté mucho si estaba tomando la decisión correcta. En el aeropuerto me puse a recordar todo lo que hice por salir adelante en Colombia sin tener éxito. ¿Cuantas puertas toqué, cuantas oportunidades pedí, cuantas hojas de vida llené, con cuantos políticos hablé? En fin tantas cosas que hice y no logré nada. Que tristeza tener que dejar uno su país y su gente en busca de oportunidades.

Cuando el vuelo con destino a Londres salió de Bogotá, yo ya iba seguro de que la suerte me sonreirá en esta gran metrópoli. En Londres saldré adelante y podré hacer realidad mis sueños, esos que por mucho que intenté no pude alcanzar en mi propio país.

Durante el vuelo no pude dormir bien. Usted sabe mamá que era la primera vez que viajaba en avión. Estuve muy nervioso durante todo el vuelo, eso de estar a tanta altura y cruzando un infinito Atlántico pone nervioso a cualquiera. De vez en cuando miraba para abajo y solo veía agua, y agua y agua, hasta que ya la oscuridad no permitió ver nada más. También iba nervioso por el tema de inmigración. Uno con tantos anhelos y haciendo este esfuerzo ¿para que llegue una persona y te los trunque no dejándote entrar? Eso en realidad era lo que mas me preocupaba.

El vuelo se me hizo eterno, entre los nervios y los oídos tapados totalmente por la presión de la cabina del avión, no pude descansar nada. Cuando el avión comenzó a descender a Londres me sentí como en un sueño. Las casas se veían hermosas, muy similares, todas de dos pisos y pintadas de blanco. Vi muchos árboles, ¡y que espectacular se ve el Río Tamesis desde arriba, atravesando todo Londres! Cuando el avión tocó pista sentí mucha alegría. “Por fin llegué a Londres” me dije a mi mismo.

Después de tantos problemas para poder viajar, para conseguir prestado los dólares, para que dos personas me sirvieran de fiadores para el tiquete, en fin, que lucha, de verdad pensé muchas veces que no iba a poder viajar. Ahora solo me quedaba una valla que saltar, la de inmigración.

A penas el avión abrió la escotilla y descendimos por el muelle de llegada nos recibieron una docena de policías con perros amaestrados. A mi me tiraron uno para que me oliera, lógicamente buscando si llevaba coca. Un policía me paró y me preguntó que venía a hacer, le respondí que a estudiar inglés. Creo que me entendió bien porque me dejó tranquilo y me indicó hacia donde dirigirme. En la mano llevaba mi pasaporte colombiano, nuevecito y sin ningún sello aún.

En inmigración había dos colas; una para la gente de la Unión Europea, quienes con solo mostrar su pasaporte pasaban directamente, y otra para los demás. Veníamos como unos 40 colombianos, el resto eran lógicamente europeos. Tres oficiales de inmigración estaban encargados de los que veníamos en el vuelo de Colombia. Eran una señora con cara de brava, otro señor gordo y alto también con cara de bravo y una muchacha, jovencita, no creo que llevara mucho tiempo trabajando de oficial de inmigración. Yo comencé a pedirle a Dios que me tocara con la muchacha con cara de buena.

La cola iba avanzando, por fin estaba de primero. Afortunadamente la muchacha me llamó. Me preguntó que si hablaba inglés, yo le dije que más o menos. Me dijo que más o menos era suficiente para que le contestara las preguntas sin la ayuda de un intérprete. Yo estaba súper-nervioso pero sabía que no podía mostrar nervios o miedo. Me preguntó que venía a hacer, cuanto me iba a quedar, donde me iba a quedar y también cuantos dólares traía. Yo le dije que dos mil quinientos. Me pidió que se los mostrara y se los mostré, pero menos mal que no me los hizo contar porque solo traía mil trescientos y creo que eso era poco, no sé porque se me ocurrió la cifra de dos mil quinientos.

Bueno tuve mucha suerte. Ella me selló el pasaporte, me advirtió que máximo me podía quedar seis meses. Le agradecí y le dije que nunca pensé que hubiera oficiales de inmigración tan jóvenes y tan bonitas. Ella sonrió. Mi piropo le gustó. Siempre la recordare, que Dios la bendiga. Me tocó mentirle porque no le iba a decir que pienso quedarme más de los seis meses, es más pienso quedarme toda la vida en esta ciudad.

Luego me fui a recoger la maleta y cuando ya me faltaban cinco metros para la salida me paró un oficial de aduanas. Me preguntó que si era colombiano y cuando le dije que sí me pidió que lo acompañara. Me hizo abrir la maleta, sacó toda la ropa, miró en todos los bolsillos y como no encontró nada me hizo quitarme el saco y los zapatos. Todo lo hizo con mucho respeto, siempre me preguntaba que “si me importaba esto o si me importaba lo otro.” Este agente de aduanas era como de la India porque llevaba un turbante. Lo más raro es que aún sabiendo que no llevaba nada, me puse nervioso mientras me requisaban.

Recordé todos esos casos que uno ha visto en televisión de gente inocente que le meten en su maleta cocaína sin darse cuenta. Afortunadamente no fui uno mas de esas victimas inocentes porque el oficial me dio las gracias y me despidió diciendo “Welcome to the UK” (bienvenido al Reino Unido.) Apenas salí me encontré de frente a una multitud de personas que esperaban a otros. Gente de todo el mundo, blancos, negros, orientales, indios, es como ver el mundo en un solo lugar. Nuevamente me sentí como en un sueño. Que alegría tan inmensa, saber que me dieron la oportunidad de entrar a Londres, una oportunidad que voy a aprovechar.

Me acerqué a información y les pregunté como hacía para llegar a Brent Cross. Me dieron las indicaciones. Tenía que tomar el underground o sea el metro y luego hacer un cambio para tomar otro tren. Usted sabe mamá que el único tren en el que yo había montado era el que cubría la ruta Palmira-Cali y ese tren andaba muy lento. Apenas partió el famoso underground me sorprendió la velocidad a la que viajaba, mucho más rápido que un carro de competición a su máxima velocidad. Me preocupé un poco porque a esa velocidad pensé que podría no ver la estación en la que me tenía que bajar. Luego noté que cada estación estaba bien marcada y que el tren se detenía en cada una casi un minuto.

Fui siguiendo el recorrido mirando el mapa del metro que me dieron en información y me di cuenta que no es difícil andar por Londres. El mapa del metro tiene una forma de botella en el centro y por ahí pasan varios trenes, que ellos llaman líneas y que están diferenciadas por colores; existe la línea negra, la roja, la azul, la gris, la verde, la amarilla, la café y otras cuantas. Cada una tiene un nombre diferente, por ejemplo la negra se llama Nothern Line, la gris Jubilee Line, la café Bakerloo Line, la azul claro es la Victoria Line y la azul oscuro la Piccadilly Line que es la que va del aeropuerto de Heathrow al centro. En Leicester Square cambié a la negra, o sea la Nothern Line, en esa me fui dirección norte hasta Brent Cross. Seguro que las líneas de metro deben de ser las mismas que existían cuando usted vivió aquí. ¿Cerca de que estación vivía usted mamá?

Después de recordar todo lo que había vivido desde mi salida de Palmira hasta mi llegada a la casa de Mrs. Tuvey me quedé dormido. Caí profundamente, creo que la siesta fue como de 7 horas. Me desperté, miré mi reloj y eran las ocho y cuarenta y dos. Me levanté corriendo pensando que eran las ocho y cuarenta y dos de la mañana del día siguiente. Un fuerte sol brillaba en lo más alto. Le pedí disculpas a Mrs. Tuvey por levantarme tan tarde para el desayuno y ella se rió, me dijo que eran las ocho, pero de la tarde, que todavía no había amanecido. Y le pregunté que como era posible que casi a las nueve de la noche tuviéramos ese sol tan radiante. Me explicó que en primavera el sol brillaba hasta las diez u once de la noche. Me pareció increíble, pero me gustó la idea de tener sol hasta las once de la noche.

Mrs. Tuvey no me dio desayuno pero si me sirvió una típica comida inglesa. Básicamente eran papas al horno con carne y vegetales y otra especie de papas suaves que se llaman Yorkshire pudding, no sé porque les llaman pudding si no son dulces. Me pareció que la carne y los vegetales hervidos estaban medio simples, pero igual me gustó todo. Tendré que acostumbrarme a comer al estilo inglés porque ya no voy a tener a mi abuela María cocinándome todos los días.

Como ya estaba descansado decidí salir un rato a conocer Londres. Me acordé que usted siempre me hablaba del centro de Londres, de Piccadilly Circus y de Oxford Street. Le pregunté a Mrs. Tuvey como llegaba a Piccadilly Circus y ella me explicó. Así que nuevamente tomé el metro para ir a las calles que siempre soñé recorrer.

Me bajé en Piccadilly Circus. Me tocó tomar las escaleras eléctricas. Le voy a confesar algo mamá, sentí miedo cuando las escaleras comenzaron a ascender. Es que yo nunca antes me había subido en unas escaleras tan altas y empinadas, escasamente las únicas a las que me había subido eran las del Terminal de buses de Cali, y eso que casi siempre estaban dañadas. Me aterró ver gente bajando rápidamente por esas escaleras, sin miedo alguno, a mi me parecían suicidas ¿Cómo es posible bajar a toda velocidad por unas escaleras tan empinadas? Yo me agarré duro de la banda negra de las escaleras. Al principio me hice al lado izquierdo pero varias veces me hicieron correr para el lado derecho, entonces entendí que por el lado izquierdo van subiendo los que están de prisa, y por el lado derecho van los que no tienen afán.

Que espectacular es salir de la estación de Piccadilly. Primero uno ve esos avisos con luces de león, sencillamente impresionantes. Y luego ver los buses de dos pisos dando la vuelta por esa especie de rotonda que en su centro tiene a Eros el dios del amor, es maravilloso. fotoLuego fui bajando hasta Leicester Square. Antes de llegar a la plazoleta me encontré a mano derecha con ese monumento a los Caballos. Recordé que usted varias veces nos envió fotos tomadas en ese sitio. Que bonitos son esos caballos negros, fuertes, en posición de galope.

Seguí bajando hasta llegar a la famosa plaza de Leicester Square. Perdóneme que use el mismo adjetivo pero que espectacular es esa plaza. Ahí están todos los mejores teatros y cines. ¿Cuántas veces soñé con caminar por ahí? Siempre veía en la televisión que cuando hacían la premier de una película la hacían allí en Leicester Square. Caminar por el mismo sitio por donde han caminado tantas estrellas del cine, es magnifico. Es que mamá pasar de caminar las calles de Palmira para caminar por esas calles londinenses llenas de tanta historia, es tremendo cambio. Uno se siente pequeño e invisible. En Palmira todo el mundo lo conoce a uno, se detienen a saludarlo. Allí me sentí invisible porque nadie te mira. Pareciera que a nadie le importa si existes o no. Pero igual, que maravilloso caminar por ahí, la verdad eso de ser medio invisible a lo mejor no es tan malo. Uno puede hacer lo que quiera, andar vestido como quiera y nadie se va a fijar en uno.

Le di como doce vueltas a la plaza de Leicester. Que belleza de arquitectura, nunca vi algo parecido en Colombia. Llegué hasta la esquina, pasando la plaza, en donde quedan unos restaurantes y unos cafés. En uno de ellos, el más concurrido, había unos anuncios que decían que necesitaban personal. El lunes me madrugo para allá y pido trabajo.

Seguí caminando hacia donde iba la gente ¿Para donde va Vicente? Pa donde va la gente. Eso mismo hice yo. Terminé llegando a otra plaza llamada Covent Garden. Allí es donde queda el Royal Opera House, el escenario donde se presentan los grandes cantantes de opera y el ballet de Londres. También hay una especie de plaza de mercado, claro que estaba cerrada, pero mañana regreso en el día para verla. En la parta de abajo del mercado hay unos bares que aquí llaman pubs. Decidí entrar en el que vi más gente. La cola para comprar cerveza era larguisima.

Noté que todo el mundo tenía en sus manos un vaso gigante como de medio litro. Me acerqué y le dije al que atendía que me diera lo mismo que había pedido el señor anterior. Pensé que podría ser buena opción porque este señor compró diez de una sola. Era una cerveza negra, llamada Guinness. Que cosa más rara y amarga. No hay nada parecido a esa cerveza en Colombia. Me la fui tomando de a poco, a mi me sabía como a jarabe, no me gustó mucho el sabor, pero había otros que se la bebían como si estuvieran tomando jugo de fresa. ¿Cómo toman estos ingleses no? Pensé que a lo mejor había baile, pero que va, ahí la gente solo toma cerveza, y toman y toman, charlan, charlan y charlan.

También me pareció raro ver grupos de un solo sexo, es decir veía un grupo de diez hombres, y al lado un grupo de diez mujeres, pero no hablaban entre sí. La verdad no encontré con quien hablar, no había como ponerle conversación a nadie. Nadie te daba el chance de hablarle. Igual me la pasé chévere. Imagínese lo que es tomarse una cerveza en un pub “fundado en 1825,” eso decía una placa colgada a la entrada. ¿Que tal, con casi doscientos años de historia? ¿Cuantas personas se habrán tomado una cerveza ahí? Ricos, pobres, famosos, del común, honestos, deshonestos, amigables, poco amigables, feos, bonitas, londinenses, turistas, en fin. Que bonita noche mi primera noche en Londres.

Lo que si me pareció inusual fue que como a las once tocaron una campana y todo el mundo salió corriendo a comprar más cervezas. Media hora después todos comenzaron a irse mientras los empleados del pub fueron recogiendo montañas de vasos. ¿Que barbaridad, como harán esos ingleses para bogar tanta cerveza? Uno escucha que la gente en Colombia toma mucho. Pues creo que los ingleses se llevan la medalla de oro.

Me hubiera gustado pasar toda la noche por ahí en el centro, pero no quería arriesgar a perderme. Así que mejor tomé rumbo a casa. En el tren venían dos inglesas hablando. Traté de entablar conversación y me miraron como si fuera un pervertido, es mas se pasaron a otro vagón. Me sentí mal, no sé porque me miraron de esa forma. Que gente mas extraña esta, no se les puede hablar porque lo ven a uno todo raro.

Noté que nadie mira a nadie, cada uno va mirando hacia un sitio en particular o van leyendo, pero muy pocos conversando. Los que hablaban, o mejor los que gritaban, eran los que iban medio borrachos. Vi a varias mujeres totalmente perdidas de la rasca, borrachas, completamente borrachas. Pero eran mujeres con buen aspecto, bien vestidas, se ve que son profesionales o tienen un buen trabajo, que increíble verlas tan borrachas, yo pocas veces vi en Palmira mujeres andando borrachas en la calle, y las pocas que alguna vez vi estaban en las cantinas de la galería de las Delicias, por donde siempre pasaba el bus que venía del centro.

Llegué a Brent Cross y me asusté un poco pues no se veía ni un alma en la calle. Pensé que me podían atracar ladrones o atacar por ser extranjero esos que llaman hooligans y que uno siempre ve en los partidos de fútbol reventándole la boca a los del equipo contrario ¿Se acuerda de ellos? Seguro que deben de ser bien racistas. De verdad sentí miedo porque todo era tan oscuro. Caminé unos diez minutos y de repente me encontré con unas muchachas que iban caminado solas, medio borrachas y entonces me tranquilicé porque si esas mujeres iban caminado en ese estado y a esas horas, es porque esta ciudad debe ser muy segura, ¿o no? Llegué a casa y casi no puedo abrir la puerta, mejor dicho no la pude abrir. Tuvo que bajar Mrs. Tuvey a abrirme. Le pedí disculpas por despertarla, subí y me acosté. Nuevamente caí profundo. Que bueno fue dormir sabiendo que ya estaba en Londres y que ese magnifico día era solo el comienzo de mi nueva vida.

Mamá los extraño mucho, pero ustedes estén tranquilos porque estoy bien, es más, nunca antes estuve tan feliz. Pídale al Divino Poderoso para que me vaya bien y pueda conseguir trabajo rápidamente y así comenzarles a enviar el girito. Saludos a todos.

Tu hijo

Emilio.

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* Periodista. Vive en Londres.

bejaranojuancarlos@hotmail.com.
Publicado originalmente en el el diario colombiano El País
www.elpais.com.co.

La segunda carta se publicará en esta revista el martes 13 de mayo de 2008.

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